El Partido Comunista de China (PCCh) cumple 100 años y muchos se preguntan cómo es posible que ahí siga, no solo “vivito y coleando” sino erigido en la columna vertebral del país más poblado del mundo y disputándole a EE.UU., el superhegemón, su liderazgo global. Más aún si tenemos en cuenta que su punto de partida en 1949, cuando asumió el poder, China era un país diezmado y quebrado. E incluso, cómo es posible que la sociedad china le haya “perdonado” duras tragedias como el Gran Salto Adelante, la Revolución Cultural o Tiananmen 1989…
¿Cuántas vidas tiene el PCCh? Mientras existió la URSS, la referencia principal del movimiento comunista internacional era el PCUS. Las relaciones con el PCCh siempre fueron complicadas. Incluso en los primeros años, cuando la III Internacional pilotaba su creación y marcaba en gran medida su línea política. Stalin decía que los comunistas chinos eran como los rábanos, rojos por fuera y blancos por dentro. Quizá porque Mao Zedong relativizaba las enseñanzas soviéticas, tal vez idóneas para Rusia, pero no necesariamente para China. Así que progresivamente marginó a su quinta columna en el PCCh, los “28 bolcheviques” liderados por Wang Ming, y teorizó su estrategia: apoyo en el campesinado, el poder nace del fusil, cercar las ciudades… y triunfó. Los rusos, que con una mano apoyaban al PCCh y con la otra al nacionalista Kuomintang, no se lo acababan de creer. Y Mao les quiso demostrar entonces que también en el poder podía aspirar incluso a hacerlo mejor que ellos: más y más rápido. Y así surgió el Gran Salto Adelante y el primer revés que dio alas a la primera restauración burocrática de los planificadores que pedían prudencia y cautela. Mao dijo ver en ellos intentos de restauración capitalista y dio alas a una Revolución Cultural que le santificaba en la misma proporción que mortificaba a sus críticos… El maoísmo, 70 por ciento de aciertos y 30 por ciento de errores, diría el PCCh, deparó elevadísimos costos para el país y en especial supuso una tragedia para muchos y destacados militantes acusados injustamente de espías, vende-obreros o renegados….
La reforma y apertura de Deng Xiaoping salvó al PCCh. No solo transformó la economía y mejoró la vida de cientos de millones de personas, sino también cambió sustancialmente la atmósfera política, dentro y fuera del Partido Comunista, con millones de rehabilitaciones de militantes y sus familias que habían sido señalados con la espada de fuego de la pureza revolucionaria.
Del inicial acompañamiento soviético al maoísmo, el denguismo y ahora el xiísmo, la trayectoria del PCCh ofrece un mismo nervio estructural, la obsesión por una modernización ideada a partir de China, que tenga en cuenta las experiencias históricas ajenas (primero la de corte soviético, después la de corte liberal, ambas occidentales), pero que a la vez enfatice sus propias singularidades. Es una historia sucesivamente basada en el método heurístico de ensayo y error, encajando los fracasos evitando perder la cara y extrayendo las oportunas conclusiones, quizá no siempre con la contundencia debida.
La supervivencia del PCCh se apoya en una gestión que ofrece un balance que en su trazo grueso trasciende las zonas oscuras y grises. Su esfuerzo de constante adaptación a una realidad cambiante le ha convertido en una viva expresión de la heterodoxia, ya sea con guiños a la izquierda o a la derecha. Con giros incluso de 180 grados, como el experimentado en su progresivo aggiornamento cultural, en un marco de reafirmación ideológica que tanto se inspira en atributos propios como universales.
Hoy el PCCh vive con Xi Jinping dos giros trascendentales. De una parte, una mirada introspectiva que en el renacer del legismo plasma la trayectoria hacia una gobernanza basada en la ley como fundamento de una nueva legitimidad; de otra, el resurgir del ideario marxista como expresión de fidelidad a su naturaleza y misión fundacional.
En el futuro inmediato, el mayor peligro para su supervivencia quizá derive no tanto de la gestión de una agenda siempre complicada, sino de ese riesgo conceptual que se sustenta en el alarde de una suficiencia basada en la eficacia. El poder del PCCh es mucho y ha demostrado sus ingentes capacidades para encarar grandes retos; no obstante, no debiera perder de vista que ello no elude la necesidad de un esfuerzo aun muy exigente para alargar las bases de la democracia o mejorar los derechos humanos. Infravalorar ese afán de las sociedades liberales puede, a la postre, traducirse en un elevado costo cuando China culmine ese sueño de convertirse en un gran país próspero y desarrollado.
*Xulio Ríos es director del Observatorio de Política China. Acaba de publicar el libro “La metamorfosis del comunismo en China una historia del PCCh