David Altman, politólogo: “El problema no fue tanto que crecieron las puntas, sino que se desvaneció el centro”

El académico uruguayo-chileno, director del Instituto de Ciencia Política de la UC, aborda el escenario en el que se desarrollan las elecciones de hoy.
Los politólogos no se las dan de futurólogos ni deberían, como tiene claro David Altman, director del Instituto de Ciencia Política de la U. Católica. Menos para las elecciones de hoy, donde “no sabemos si lo que tenemos ahora va a resistir los próximos cuatro años o, de acuerdo con lo que pueda pasar a mitad del camino, si tendremos que rebarajar las cartas y distribuir de vuelta”.
Este montevideano, radicado en Chile desde 2003 y votante chileno desde fines de los 2000, se doctoró en Notre Dame tras defender una tesis sobre la formación de coaliciones en regímenes presidenciales multipartidistas. Ha venido estudiando escrupulosamente el devenir del sistema político y es de quienes observaban sus variadas deficiencias pre 18-O, incluida la reforma electoral inaugurada en 2017, de la que tiene una muy mala opinión, ya que la ve como una oportunidad desaprovechada.
Entre el interés ciudadano y el interés académico, aprecia hoy Altman muchas alternativas, y piensa que ahí está la particularidad de esta elección: “Chile ya tenía características que se mantienen hoy, como la poca conexión de los partidos con la sociedad, el descreimiento y la desconfianza, a las que se suman todos los miedos asociados a la pandemia y a la inestabilidad económica. Tenemos un panorama súper abierto, hay mucha incertidumbre. Creo que nadie se la puede jugar, a diferencia de otras elecciones, por grandes tendencias. Hay un segundo poder del Estado, la Convención, que está afectando este proceso, y posiblemente este proceso también lo afecte. El resultado de este domingo y el del mes siguiente posiblemente afecten el funcionamiento de la Convención”.
Independientemente del resultado, concluye, “no es aventurado avizorar un Parlamento fragmentado, con un Poder Ejecutivo lejano a las mayorías necesarias, funcionando en paralelo a una Convención Constitucional. Es decir, vamos a tener poderes pujando cada uno para su lado, como es natural que pase, y la coordinación entre ellos es posiblemente el eslabón más débil de todo este collage político por el que estamos transitando”.
Ya en octubre de 2019 se planteaba que la violencia del estallido podía favorecer a ambos extremos. ¿Cómo ve la polarización en estos días?
Chile está viviendo una polarización importante, pero quizá lo más llamativo sea lo que podríamos denominar una implosión del centro. Posiblemente, el problema no fue tanto que crecieron las puntas, sino que el centro se desvaneció. Hay muchos factores que influyen en esta polarización, pero tengo la impresión de que este es más un fenómeno de la élite que de la calle, lo que no significa que la gente no tenga opinión ni posiciones ciertamente claras.
Lo otro es este miedo que existe a la diferencia, a la discrepancia. Yo migré en marzo del 2003, y esto era otro mundo, pero lo que siempre me llamó la atención es la incapacidad de esta sociedad para lidiar con opiniones adversas: la incapacidad de discutir. Inclusive la palabra discutir, a diferencia de lo que pasa en otras latitudes…
…es una mala palabra.
Es una mala palabra. Recuerdo una vez en que estaba con mi esposa en un restorán y nos pusimos a discutir de fútbol o algo así. De pronto, como que nos miran y nosotros dijimos, “estamos discutiendo”. Y en la mesa de al lado fue como si hubiese dicho algo terrible. Creo que eso se ve en la violencia latente de esta sociedad, donde discutir está mal y se debe evitar. Siempre pongo el ejemplo de un eventual choque en auto: en Uruguay se choca, y de hecho se maneja peor que acá, y la gente se insulta a pocos metros de distancia, pero es raro que haya violencia física. En Chile, si chocas y te bajas del auto, posiblemente termine mal: la gente tiene la mecha muy corta, y cualquier cosa puede pasar.
También veía algo parecido con mis estudiantes, aunque esto ciertamente ha cambiado en los últimos años: a veces yo les decía un sinsentido en clase, buscando explícitamente que me retrucaran, pero se quedaban mirándome impávidos, sin expresión alguna. ¿Por qué? Supuestamente, porque soy el profesor y no sé qué más. Todo esto tiene un correlato institucional.
Hay un miedo a la polarización, a posturas antagónicas, pero si tu postura es igual de válida que la mía y tenemos argumentos buenos para una política u otra, ¿cómo se decide en democracia? Votando. Se ha creado un pánico en torno a la polarización, casi un cuco. No digo que sea buena una extrema polarización, aquella donde nos sea imposible encontrar mínimos comunes, pero tiene que haber diferencias: tiene que haber argumentos fuertes, razonados, discutidos, que eviten apelar a lo emocional.
No habiendo mecanismos para administrar las diferencias, ¿lo que queda es la pendularidad?
No es raro en la historia ver estos movimientos pendulares. La tercera ley de Newton dice que, frente a toda acción, tienes una reacción, y creo que en las sociedades pasa algo por el estilo. La historia está repleta de estos ejemplos. Ahora bien, creo que hay un leitmotiv que trasciende las candidaturas, o al menos las de Boric y Kast, que resumiría en la palabra “seguridad” y que asocio a la polarización. Obviamente, están hablando con matices y énfasis distintos, pero en última instancia las dos candidaturas están tratando de proveer seguridad en un contexto muy inseguro. Uno, en un sentido mucho más tradicional -contra el narco, la delincuencia, etc.- y el otro respecto de una enfermedad, de las pensiones, incluso de la educación de los niños. Y es natural que la gente quiera certezas. Pero, nuevamente, esto viene de la mano con entender la diferencia como algo que hay que trabajar.
Sólo en el tramo final de su campaña Yasna Provoste ha reivindicado a la Concertación y criticado a los extremos. ¿Cómo ve ese posicionamiento?
Creo que los comandos de Provoste y de Sichel erraron fuertemente en gran parte de la campaña, y sólo al final lograron ajustar el rumbo, aunque quizá ya era tarde. Quisieron ser más puristas en sus respectivos campos, y perdieron: se dieron cuenta de que tenían que despegarse visiblemente y sacarle más punta a esta región del centro. Provoste, en un principio, se acercó mucho a Boric, más de lo que tácticamente le servía, mientras a Sichel le “robaron” un sector importante por el lado de la derecha. Pero, ¿qué ofrecen de distinto? Provoste viene de la tradición concertacionista que, dependiendo del punto de vista, puede ser muy buena, muy mala o, simplemente, regular. Para un sector importante del electorado, esta última ofreció certezas, seguridad, predictibilidad, crecimiento, pero para otro sector esta idea de la democracia de los acuerdos es algo casi acusatorio.
Ahora, no hay que olvidar que todavía hay medio Chile callado. Es verdad que en el plebiscito de 2020 hubo un 80/20, pero con un 50% de participación. Los jóvenes participaron más de lo que venían haciéndolo en las últimas elecciones y los adultos mayores y el mundo rural, relativamente menos. ¿Qué pasará ahora con la otra mitad de Chile? Gran parte de los resultados electorales de este domingo se juegan en la cancha de la participación electoral, participación que inclinará la balanza para un lado o para el otro.
Uno podría plantear la hipótesis de que en las elecciones anteriores estábamos en plena pandemia, que había más miedo al contagio y que mucha gente, incluidos muchos adultos mayores, prefirió no participar. Asimismo, se podría pensar que en la medida que el proceso constituyente avanzó, perdió una cuota de mística. Como sea, los resultados dependerán del grado de participación electoral.
Por cierto, todo lo que vengo diciendo está fuertemente influido por lo que considero el error garrafal del voto voluntario. Es un voto totalmente segmentador, ya que termina siendo contingente al nivel de ingresos, de educación y de recursos cognitivos. Lo único que logró el voto voluntario fue aislar aún más a un sistema político que venía mostrando fuertes problemas de conexión con la ciudadanía
¿Cómo se inserta acá el tema de los liderazgos?
Siempre me ha sorprendido que partidos de diversos colores hayan decidido candidaturas legislativas en función de encuestas de opinión pública. Ha habido una desconexión galopante entre quienes toman las decisiones y el electorado. Era un sistema muy estable, cosa que tiene un lado positivo, sin duda. Pero era tan estable, que hacía innecesario el esfuerzo de saber qué pasaba “en la calle” e hizo a los políticos sentirse extremadamente cómodos: en cierto sentido, “achanchó” al sistema. Es más, hasta la reforma electoral [de 2015], antes de una elección legislativa y salvo en un manojo de distritos, podías decir de la A a la Z quién iba a ser electo y reelecto.

¿Cómo podría reconfigurarse el mapa político si se impusieran Boric y Kast en primera vuelta?
Que no gobiernen los que venían haciéndolo no es necesariamente malo. En América Latina hemos tenido experiencias de democracias robustas, como la costarricense o la uruguaya, donde tras decenios y decenios de bipartidismo entra una tercera fuerza, sin drama. No sería tan raro que un país como Chile, con una democracia funcional, una fuerza política no tradicional tome las riendas. Además, en la legislatura no va a ser tan claro el desfase.
El régimen político y la duración de los períodos presidenciales y parlamentarios estarán entregados a lo que establezca una nueva Constitución...
Quiero creer que las instituciones son lo suficientemente maduras como para que cada una trate de seguir su camino de forma sana, sin juego sucio. Pero es ingenuo pensar que no va a haber contaminación mutua.
Ya antes del 18-O, el Parlamento era una de las instituciones peor evaluadas. ¿Cómo ha visto su accionar en los últimos dos años?
Seguro que están muy desorientados. Y uno de los problemas que tenemos ahora con el “colapso” del sistema de partidos como lo conocíamos, es que muchas de las decisiones políticas están sujetas a los humores del momento. Por ejemplo, mucha gente quiere un cuarto retiro y algunos incluso han comenzado a hablar del quinto, y en esto hay un dejo de populismo electoral. Quizá de ahí viene el porcentaje tan alto de gente que aún dice no tener idea de por quién va a votar.
¿Se agregan problemas si suma el factor municipal y el de los independientes?
Una patología, como el miedo a la polarización, como el fetiche de lo municipal, es el amor a lo independiente. ¿Qué diablos son los independientes? La oda a lo independiente se materializó claramente para la elección de la Convención, donde el resultado fue un partido de los independientes. ¿Qué es eso? Si son un partido, no son independientes. Esta permisividad con lo independiente es otro de los grandes errores que cometieron nuestros políticos últimamente, y que se puede remontar a la reforma electoral de 2015.
¿Qué le molesta tanto del “fetiche municipal”?
Me sorprende lo transversal de la oda a lo local y municipal por dos razones. La primera es que el riesgo de las hegemonías -políticas, culturales- es mucho mayor cuando las comunidades están socio-espacialmente segregadas, como en Chile, algo que ya fue alertado por El Federalista, a fines del siglo XVIII. La segunda razón es que, justamente, este ámbito es el más penetrable por la corrupción, el nepotismo y el juego al filo de la navaja. No dejo de reconocer las necesidades locales ni la importancia de la desconcentración administrativa, pero la descentralización es esencialmente conservadora porque en su naturaleza está minar la acción colectiva social, evitar las grandes políticas. Para estos efectos, es mucho más fácil lidiar con 350 pequeños sindicatos que con uno nacional grande.
¿Está pensando en la alcaldización de la política?
Más que en la alcaldización, en la municipalización de la política. Esta oda a lo municipal cruza transversalmente el espectro político chileno, cuando nuestros dilemas como ciudadanos y residentes son casi imposibles de abordar municipalmente: pensiones, salud, seguridad, narcotráfico, medioambiente. Dime una de esas cosas que se pueda solucionar localmente: virtualmente, ninguna. A lo más se puede parchar algo, pero no más que eso. Y, sin embargo, seguimos con que hay que descentralizar. Francamente, creo que lo que tenemos que hacer es integrar y hacer políticas nacionales. En la descentralización veo otro de los grandes mitos, otro de los factores que llevan a un punto muerto.
¿Qué le parece el aumento que han tenido las consultas ciudadanas en Chile?
Creo que eso es más un manotazo de ahogado que otra cosa. En las consultas ciudadanas encuentro un aire súper plebiscitario que dista de la visión democratizadora que, supuestamente, viene de la mano de la democracia directa. No deja de llamar mi atención que en los lugares donde la democracia directa se usa más frecuentemente, las autoridades no tengan la posibilidad de convocar a la ciudadanía a decidir o a emitir su opinión. En Suiza, por ejemplo, o se vota para aceptar una reforma constitucional o son los mismos ciudadanos que, a través de un proceso de recolección de firmas, fuerzan una votación, pero el Ejecutivo no tiene la capacidad de llamar a una votación. Algo similar ocurre en Uruguay, donde muchas instituciones tienen una inspiración suiza. Los mejores aspectos de la democracia directa se expresan justamente cuando no son las autoridades las que usan estos instrumentos, sino la ciudadanía. D
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