Pasada la 1 am del martes 23 de marzo, al grupo de WhatsApp “Cámaras de seguridad”, compuesto por 37 vecinos de la calle Tiziano, en La Florida, llegó un audio. Quien hablaba era una mujer que, con voz temblorosa, alertaba que a la casa que compartía junto a sus padres había entrado una persona. “Vecinos, ayuden, es en mi casa”. “Por favor, ayuden”, decían las dos notas de voz que entraron al chat.
Esa no había sido la primera alerta. Cinco minutos antes, en otro grupo de WhatsApp que incluía a más personas de la comunidad, otra vecina ya había advertido que habían visto a dos “jóvenes sospechosos” correr por las calles aledañas de la Villa Renacimiento.
A esa misma hora, C.S., una mujer de 72 años que prefiere resguardar su identidad, intentaba quedarse dormida cuando escuchó ladrar a los perros de la calle y se asomó a la ventana para ver qué pasaba. Lo que vio, y que también quedó registrado en las cámaras de seguridad del pasaje Tiziano, fue esto: un joven hincado que, aparentemente, intentaba esconderse entre dos autos estacionados. A ratos salía de ese espacio y trataba de escabullirse debajo de alguno de los vehículos. Segundos después, se paraba sobre el capó y alzaba la mirada como si estuviera buscando algo. Hasta que rápidamente se bajó. C.S. notó que corría directo a la reja de su casa.
Fue entonces que despertó a su esposo, de 77 años, y a su hija, C.A., de 44, que fue quien finalmente envió el audio al chat de vecinos. “Dentro de la casa el joven quedó enganchado en la reja. Se le salió una zapatilla y, cuando se desenganchó, intentó desesperado subirse a nuestro auto. Pero no pudo y se volvió a caer”, recuerda C.A.
Lo que vino después ambas testigos dicen que pasó demasiado rápido. Los vecinos fueron llegando de a poco. Todos, según relatan ellas, venían con la intención de socorrerlas y encarar al hombre que había ingresado a su casa. “Solo que la cosa se les fue de las manos y todo se descontroló”, dice C.A. Porque a los 15 minutos de la primera advertencia que llegó por WhatsApp, el joven, tirado en la calle, ya estaba inconsciente.
“Hubo vecinos que intentaron hacerle reanimación. Otros llamaron al Sapu y les dieron indicaciones para tomarle los signos vitales. Pero cuando llegó Carabineros, relata C.A., les dijeron que ya estaba muerto”.
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Matías Vallarino (21) estaba celebrando su primer día laboral. A él, un técnico en Construcciones Metálicas egresado del Liceo Industrial de Puente Alto, y padre de un hijo de un año, le interesaba todo lo que tenía que ver con la electricidad. Su plan, tras egresar de cuarto medio, era juntar dinero para entrar a una carrera relacionada a ese rubro: sus opciones eran Construcción Civil, Ingeniería Civil o, incluso, Arquitectura.
Según cuenta su tía Sandra Maldonado, hace tres meses se había ido a vivir a Ancud junto a su padre, Aldo Vallarino, para ayudarle a construir una casa que quería hacerse allá. Ambos habían estado yendo y viniendo a Santiago en el último tiempo, en busca de maestros y materiales para la construcción. La estancia en Santiago en este último regreso sería un poco más larga. Por eso es que su papá le sugirió que sería bueno conseguir un trabajo. “Estaba contento, porque quedarse acá significaba que podría pasar más tiempo con su hijo y también con sus amigos del colegio. Matías era un niño tranquilo”, dice Maldonado.
Vallarino, de hecho, no tenía antecedentes penales. La única detención que registra fue por infringir el toque de queda durante una de las cuarentenas del 2020.
El trabajo en una construcción de Peñalolén que había conseguido ese mismo 23 de marzo lo encontró con la ayuda de un amigo llamado Fabio, quien ya trabajaba en ese lugar. Tras terminar la jornada, ambos se juntaron en una plaza cerca de la calle Walker Martínez, en La Florida. Llevaban un parlante con música. Eso, cree Fabio, fue lo que gatilló el asalto que sufrieron minutos después, cuando un grupo de desconocidos se bajó de un Hyundai.
Esto es lo que Fabio contó en entrevista con Canal 13: “Llegaron y preguntaron: ‘¿Tienen cigarros o papelillos’? Después empezaron a discutir. Hacen un gesto con la mano y empiezan a tirar piedras. Por eso nosotros empezamos a correr. (...) No sabíamos si querían cogotearnos o secuestrarnos. Podía ser cualquier cosa”.
Por eso, sigue el amigo de Vallarino, decidieron salir de ahí hasta que se separaron: “Él me miró y me dijo sálvate, corre, corre. Ahí nos miramos por última vez”.
Según ese testimonio y otros antecedentes que manejan la PDI y la Fiscalía Metropolitana Oriente, Vallarino no estaba delinquiendo.
Los vecinos de la Villa Renacimiento pensaron otra cosa.
La preocupación por la delincuencia en ese lugar venía de antes. Si bien desde la 61a. Comisaría de La Florida afirman que durante los últimos dos años los delitos de mayor connotación social no han aumentado sobremanera en el pasaje Tiziano, sí lo hicieron en todo el cuadrante 172 que abarca a la Villa Renacimiento. Un ejemplo: si hasta marzo de 2021 hubo siete casos por robos en lugar habitado, a la misma fecha de este año ya aumentaron a 18. En ese mismo periodo de tiempo el total de casos policiales, que incluyen robos, hurtos, lesiones, violaciones y homicidios, subieron de 91 a 150 en los últimos 12 meses.
Los residentes de esa villa estaban asustados. Se habían organizado instalando cámaras de seguridad y la Municipalidad de La Florida los había ayudado con luminaria pública y alarmas comunitarias. También estaban agrupados en chats de WhatsApp para protegerse. Por eso, cuando se percataron de que había un extraño en el pasaje durante la madrugada del 23 de marzo, salieron todos juntos a afrontarlo.
Lo hicieron con la misma unidad con que llegaron a vivir ahí, hace 40 años. Entre los primeros residentes en asentarse estaba C.S., que junto a su marido vivían en una parcela en el sector Los Dominicos de Las Condes. Trabajaban como cuidadores: C.S. como asesora del hogar y su esposo como jardinero. En ese barrio hicieron amistades con otros trabajadores y, juntos, crearon una cooperativa para postular a un subsidio de vivienda en La Florida. “Aquí en los años 80 no había agua ni luz. Nosotros, entre varios, compramos el sitio, lo urbanizamos, lo pavimentamos y construimos nuestras casas”, recuerda C.S.
Siempre habían sido una comunidad unida. En Navidad cierran los pasajes para celebrar a los niños y a lo largo del año siempre hay actividades en conjunto. Pero la solidaridad era, sobre todo, para resguardarse. “Aquí quedamos mal ubicados, porque tenemos el sector de Los Copihues por acá -que es conocido por tener algunas zonas con narcotráfico- y la población Nuevo Amanecer por allá. Entonces estamos en una zona de paso, donde transita mucha gente que no es de aquí”, explica C.A.
A las más de 200 familias que viven en esta villa de La Florida, el alcalde Rodolfo Carter las describe así: “Son gente de mucho esfuerzo que, con los años, han ido teniendo un mejor estándar de vida. Aún así, es un grupo de personas muy vulnerable a los cambios de la economía del país. Es esa clase media que un día es clase media y al otro día vuelve a ser pobre. Por eso que la delincuencia los golpea tan violentamente en términos psicológicos. Porque lo que les ha costado conseguir con tanto sacrificio se ve permanentemente amenazado por la delincuencia que los golpea día a día”.
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Después de la muerte de Matías Vallarino, la PDI detuvo a cuatro hombres. Mauricio Meza, Manuel Quezada, Gerald Salas y Jorge Torres eran, según la investigación policial, los autores del crimen. Todos eran vecinos de Villa Renacimiento. Tras el asesinato del joven, los cuatro imputados se devolvieron a sus casas a esperar que los fuesen a detener.
En la audiencia de formalización del 14º Juzgado de Garantía de Santiago, se les acusó de homicidio calificado. Estos fueron los hechos que relató el fiscal Felipe Díaz: mientras Matías Vallarino corría por calle Tiziano, un grupo indeterminado de vecinos del sector lo ataron, inmovilizaron y agredieron. “Entre estos se encontraban Gerald Salas, quien le da una patada, lo desestabiliza y agrede con golpes de pies reiteradamente; Manuel Quezada, quien lo inmoviliza, aplasta con su cuerpo a la altura de la cabeza, cuello y espalda, provocando su asfixia; Jorge Torres, quien lo inmoviliza, ata sus pies y patea con su calzado en la cabeza, y Mauricio Meza, quien le aplasta el cuello y da rodillazos reiterados a la altura de la cabeza. Todos, con la intención de darle muerte”.
Vallarino quedó sin posibilidad de defenderse. Las múltiples lesiones y golpes que recibió, para los que también se usaron elementos contundentes, provocaron un traumatismo craneoencefálico y una asfixia por compresión toracoabdominal, que terminaron con su muerte.
Tras considerarlos un peligro para la seguridad de la sociedad, se acogió el requerimiento de la Fiscalía Metropolitana Oriente y el tribunal decretó prisión preventiva para los cuatro acusados. Sobre todo, porque este caso no se trataba de una detención ciudadana. “Los imputados, como cualquier civil, pueden detener a cualquier persona que sorprendan cometiendo un delito flagrante. Incluso si erróneamente creen que ha cometido un delito, pero con el solo propósito de ponerlo a disposición de las policías. Lo esperable era que lo hubiesen detenido, impedido su fuga, y desarrollar solo aquello estrictamente necesario para llamar a Carabineros y entregarles al detenido”, dice el fiscal Felipe Díaz.
Cecilia Walther se enteró de la muerte de su hijo Matías por un llamado de Carabineros. Desde el mismo teléfono de Vallarino, la contactaron para preguntarle si él joven que había fallecido en el pasaje de La Florida era su hijo. Walther respondió que sí. La mujer, consultada por Canal 13, dijo: “Siento que habría quedado vivo si lo hubieran asaltado”.
A partir de entonces, su mejor amiga y tía de Matías Vallarino, Sandra Maldonado, es quien se ha transformado en vocera: “Yo entiendo que esa familia haya avisado y dado una alerta comunitaria de que había un desconocido en su casa. Hoy en día todos vivimos con miedo. Pero lo que jamás voy a entender es por qué mientras lo golpeaban nadie gritó basta. Con que una sola persona lo hubiera dicho ya era suficiente”.
C.A., la vecina del pasaje Tiziano, no vio lo que ocurrió después de que Vallarino salió de su casa. Llegó al lugar cuando ya estaba muerto. Después de eso declaró ante Carabineros y entregó a la PDI las cámaras de seguridad. Calcula que recién a las 6.45 am cerró la reja de su casa para acostarse a dormir y luego llevar a su hija al colegio. Pero su teléfono comenzó a sonar a la media hora de haberse dormido: familiares y amigos le preguntaban por qué aparecía el frontis de su casa en los matinales.
Hasta hoy, ni C.A. ni su madre entienden cómo todo esto terminó en un asesinato. Tampoco sienten que el contexto esté claro: “Yo jamás voy a justificar esta muerte. Nunca voy a comprender del todo lo que pasó, porque en esos momentos de adrenalina afloran otras cosas de las personas que uno desconoce. Pero hay varios vecinos -y me incluyo- que presenciamos esto y que en ningún momento escuchamos que el joven pedía ayuda y que esto se trataba de una confusión. Siento que si alguien lo hubiera escuchado hablar, todo esto habría sido distinto”.
El problema es que ni aunque Vallarino hubiera estado delinquiendo las cosas tenían que terminar así. Eso piensa Rodolfo Carter, quien después de esta situación se reunió con la ministra Izkia Siches y el subsecretario de Prevención del Delito, Eduardo Vergara. “La familia de Matías no va a tener reparación nunca. Pero también hay un grupo de familias que jamás imaginaron que sus seres queridos llegarían a hacer algo como esto. A esas familias hay que explicarles lo que viene. Porque eso es lo dramático: es gente común y corriente que en un contexto como este, en grupo, son capaces de matar a una persona. Eso te habla de que algo no está funcionando como sociedad”, dice el edil de La Florida.
Después del audio que envió C.A. pidiendo ayuda, el chat de vecinos de calle Tiziano no se volvió a activar. La misma mujer cuenta que nadie se volvió a referir al tema, salvo para gestionar la entrega de las cámaras de seguridad. Hasta ahora, dice, la sensación es incómoda y calma. Aunque esto último puede cambiar. En su familia temen que los familiares de los cuatro imputados se vayan en contra de ellos, por haber sido quienes gatillaron todo lo que ocurrió esa madrugada.
A pesar de llevar 40 años viviendo en Villa Renacimiento, C.A. está pensando en irse. Tiene miedo de que la armonía que conocieron en esa calle, con esos vecinos, se quiebre.
Con pena dice: “Ya no sentimos ninguna tranquilidad de vivir acá”.