Elizalde en tres tiempos: luces y sombras del último barón socialista
El abogado vuelve a La Moneda, para reemplazar a Ana Lya Uriarte, convertido en uno de los hombres más fuertes del PS. Pero pasó una larga historia para llegar a serlo.
“¿Por qué no me invitaron? Hubiese ido”. El viernes 14 de abril, en la promulgación de la Ley 40 horas en el Parque de la Familia, en Quinta Normal, el Presidente Gabriel Boric se cruzó al entonces senador Álvaro Elizalde (PS) y le preguntó, entre risas, por qué no consideró invitarlo a la cena de camaradería que la noche anterior se había hecho en honor a su periodo en la presidencia de la Cámara Alta. En el evento -realizado en el Estadio El llano de San Miguel- habían participado ministros como Carolina Tohá, Carlos Montes y Luis Cordero, entre otros, además de dirigentes del Partido Socialista, parlamentarios oficialistas y colaboradores.
El motivo -cuentan en el círculo del hoy ministro- era que Elizalde no quería incomodar la agenda del Mandatario, porque lo cierto es que en el tiempo que lleva Boric en el poder, ambos han estrechado su vínculo con conversaciones telefónicas frecuentes y consejos que no han salido a la luz. El mismo Presidente ha reconocido a sus cercanos que en el último año ha agradecido la lealtad del abogado socialista hacia el gobierno, al punto de desestimar sus antiguos prejuicios, los que, a decir verdad, no eran pocos. Elizalde, hasta entonces, era visto por buena parte del Frente Amplio como un heredero perfecto de “los 30 años”, los mismos que ya no son demonizados por ese conglomerado político.
Por eso, no fue casualidad que días después del encuentro en Quinta Normal sonara el teléfono de Elizalde. Llegaba la petición formal.
-¿Quiere ser ministro?, le preguntó Boric.
-Aquí estoy-, le respondió finalmente.
La idea de asumir en reemplazo de Ana Lya Uriarte en la Segpres venía sonando hace unos días. Pero en el mundo de Elizalde insistían en que él no quería tomar esa posta; parecía un testimonio muy pesado para alguien que tiene un objetivo presidencial en el horizonte -como lo plantean sus colaboradores más cercanos-. Con todo, el fin de semana pasado el senador socialista se convenció de dar el paso y accedió a la oferta del Mandatario, con quien venía teniendo conversaciones profundas respecto del rumbo del gobierno y de sus coaliciones políticas.
El miércoles, ambos volvieron a estrecharse las manos, pero esta vez en La Moneda. Elizalde -quien disfruta más del Ejecutivo que del terreno parlamentario- asumía así un ministerio por segunda vez en su vida, y lo hacía con un peso político distinto al que había dejado cuando fue vocero de Michelle Bachelet entre 2014 y 2015. En esos tiempos, el socialista salió derrotado de La Moneda, dolido con el “bacheletismo”. De ahí el simbolismo de su llegada a reemplazar a la entonces jefa de gabinete de Bachelet, y convertido, casi una década después, en una de las figuras más importantes del socialismo actual, construido a punta de perseverancia y pragmatismo. Muestra de este cambio, además -comentan en su partido-, es el hecho de haber dado el salto desde el Parlamento al gabinete; el Elizalde de entonces era menos propenso a los riesgos y más apegado a los caminos seguros.
Pese a que sus aspiraciones presidenciales son -desde hace un tiempo- comentario obligado entre los militantes socialistas, él se encarga de bajar el perfil cada vez que le preguntan. Incluso cuando le sacan en cara la vieja anécdota que cuenta que ya en los pasillos del Instituto Luis Campino les decía a sus compañeros que quería ser Presidente de Chile. “Cambié de opinión”, contesta riéndose cuando se lo sacan en cara.
El punto quedó sobre la mesa justamente el miércoles, cuando en el comedor del piso 14 del Congreso sus excolegas socialistas le preguntaron por qué había tomado la decisión y si estaba consciente de que puede afectar sus proyecciones futuras.
Su respuesta fue clara: “En la vida hay que cumplir con el deber. Y en un cuadro de crispación de la política nacional el deber es colaborar con el gobierno, y con nuestro gobierno, que es el del Presidente Boric”, respondió el ministro.
Lo cierto es que más allá de sus propias ambiciones, el expresidente socialista lleva ya un buen tiempo desplegando las redes que ha establecido con la oposición para intentar llegar a acuerdos institucionales, y esquivando los golpes desde la izquierda con un estoicismo que ha endurecido con los años. Porque para entender al hombre que llega con la misión de ordenar al oficialismo, hay que partir por su pasado.
Ayer: su eterno enemigo
“Hizo la pega completa”, cuenta un dirigente PS, aludiendo al camino recorrido por el ministro, que partió siendo un joven estudiante de Derecho de la Universidad de Chile, y más tarde presidente de la Federación de Estudiantes, en 1993. En esa época generó grandes amistades, como José Tohá, hermano de la ministra del Interior y el motivo de su vínculo con ella. Es más, cuando Elizalde era novato, la jefa del gabinete era la vicepresidenta de la Fech.
También desde esa época era compañero de otra poderosa socialista, Patricia Roa, su esposa, a quien siempre se ha sindicado como una voz fundamental en el devenir político del abogado. Juntos marcaron su primer punto en el PS: contrario a sus líderes como Luis Maira -también referente de Boric-, Elizalde y Roa se negaron a sumarse a la Nueva Izquierda, la facción que lideraba Camilo Escalona.
Y tal como tempranamente forjó alianzas cercanas, cultivó rivalidades que duran hasta hoy. ¿La más dura? Con el exdiputado Marcelo Díaz, quien entonces era uno de los dirigentes juveniles de la Nueva Izquierda. De ahí que le doliera tanto que Bachelet decidiese reemplazarlo como vocero de gobierno por Díaz. De hecho, fuentes de La Moneda de ese entonces aseguran que Elizalde le pidió personalmente a Bachelet -a cuyo comando se había unido en 2012- que no lo hiciera.
Con una fracasada candidatura parlamentaria a cuestas y un cargo como superintendente de Seguridad Social, Elizalde saltó a las ligas mayores de la mano de Bachelet, cuando asumió como su ministro secretario general de Gobierno el 11 de marzo de 2014. Su carisma -potenciado por su parecido con Onur (personaje de la teleserie turca de la época)- le permitió tener una buena evaluación, hasta que la Presidenta lo sacó en un cambio de gabinete, 14 meses después.
Quienes lo conocen dicen que el episodio potenció rasgos de su personalidad; como siempre estar resguardado, ser perseguido y precavido con todos sus pasos y declaraciones en público. Es bueno para ver conspiraciones en su contra y muy desconfiado; sus mismos amigos dicen que muchas veces hablar con él es como escuchar una vocería, por más rabia que le tenga a alguien y que se encuentre en espacios de intimidad.
De esa forma, en silencio, trabajó su renacer político. En marzo de 2017 llegó a la presidencia del Partido Socialista apoyado por el “tercerismo” (su sector en el PS) y le atribuyen haber protagonizado un debate histórico en el partido: en el comité central del 9 de abril, en votación secreta y no a mano alzada, decidieron apostar por la candidatura del periodista y exsenador Alejandro Guillier (cercano al Partido Radical) y descartar nada menos que al expresidente Ricardo Lagos, lo que generó mucha molestia dentro del PPD y de los sectores que apoyaban al exmandatario.
En ese momento a Elizalde se le acusó de priorizar sus ambiciones personales por sobre el partido, ya que necesitaba el apoyo de los radicales y los comunistas para quedarse con el cupo de senador por el Maule. Por el otro lado, sus eternos enemigos esperaban un fracaso en su postulación para tomar el mando del partido, aunque no fue así.
Pero tuvieron opciones para contraatacar. La más dura fue a propósito del alcalde de San Ramón, Miguel Ángel Aguilera, quien debió renunciar al partido por supuestos vínculos con el narcotráfico, en los que involucraba a su partido. El exalcalde está acusado de cohecho, enriquecimiento ilícito y lavado de activos. A Elizalde se le sacó en cara haber obtenido su licencia de conducir en esa comuna, además de la gran cantidad de militantes que aparecían en la municipalidad cuestionada.
Otra cuenta vendría después. Antes de las primarias de 2021, gran parte de los diputados socialistas escribieron una carta para solicitarle a Elizalde ser candidato presidencial del partido -incluido el actual subsecretario del Interior, Manuel Monsalve-, en días en que el “bacheletismo” postulaba a la exministra Paula Narváez.
Paradójicamente, y generando el enojo de Elizalde, fue la propia Ana Lya Uriarte quien llamó a poner freno a su posible candidatura. Ocurrió el 28 de diciembre de 2020: “Es incompatible la condición de presidente de partido, manejando toda la orgánica partidaria y al mismo tiempo ser candidato a presidente del país en ese mismo partido”, dijo Uriarte, evidenciando sus diferencias con quien ahora la sucede en el cargo.
Y hubo más complejidades en la definición electoral del PS, luego de que se cayera el pacto con el Frente Amplio y el Partido Comunista una vez que ambas colectividades vetaran al PPD el día de la inscripción de candidaturas: “Nos sentimos engañados y defraudados, no se humilla al partido de Salvador Allende”, lanzó un enojado Álvaro Elizalde.
Eso sí, ese mismo día, Boric llamó al entonces senador para intentar calmar los ánimos.
Hoy: la cercanía con Boric
La rabia que significó el ninguneo desde el Frente Amplio al Partido Socialista el día de las inscripciones no evitó que un pragmático Elizalde le entregara su apoyo -sin “ambigüedades ni negociaciones”- al entonces diputado Gabriel Boric apenas este ganó en la primera vuelta presidencial. Al día siguiente, incluso, lo visitó en el comando.
Ese gesto, en todo caso, no significó que Elizalde aumentara su influencia en el equipo para la segunda vuelta, ni tampoco luego de que Gabriel Boric ganara la elección. Y así quedó demostrado en la configuración del primer gabinete del Presidente: ninguno de los nombres de socialistas nombrados correspondían al sector de Elizalde. Tampoco, evidentemente, el de Ana Lya Uriarte, en la Segpres, nombrada en septiembre del año pasado.
Y tuvo otras disputas con emblemas del nuevo gobierno: recordada es la pelea con el ministro Giorgio Jackson, quien no apoyó su postulación a la presidencia de la Cámara Alta y optó por buscar un acuerdo paralelo con el senador de oposición Manuel José Ossandón (RN). El duelo finalmente lo ganó Elizalde y marcó la primera de varias diferencias entre el comité de senadores socialistas y el ministro frenteamplista.
Otro foco de conflicto con Jackson fue el proceso constitucional fallido. En la arremetida de Apruebo Dignidad por eliminar el Senado -cuestión que Elizalde defendió a muerte- siempre fue vista la mano del ministro Jackson. En esa discusión, dicen en La Moneda, es que el abogado empezó a influir cada vez más de cerca en Boric.
Con un presidente atravesando momentos complejos en el despegue de su gobierno, sumado a su disposición a escuchar, Elizalde le manifestó en reiteradas ocasiones su preocupación por el proceso constituyente; el senador socialista tenía serios reparos a la propuesta de texto constitucional. En el Parlamento fue motivo de bromas reiteradas, y de suspicacias, que justo en el momento del plebiscito del 4 de septiembre del año pasado, el abogado, presidente del Senado, se encontraba con licencia médica. No podía, en consecuencia, estar en la primera línea de la campaña por el Apruebo.
Pero en las negociaciones para el “acuerdo constituyente 2.0″ su rol fue protagónico. Decepcionado por la actuación de la primera Convención, Elizalde estuvo de acuerdo en que lo compusiera un órgano mixto -aunque no lo dijera públicamente- y que había que apostar por un texto minimalista que mantuviera los contrapesos políticos. Su jugada por sacar adelante ese acuerdo fue ampliamente valorada por los parlamentarios, que le agradecieron sus esfuerzos por llegar a un consenso. En esos días hablaba seguido con Boric.
Y poco antes de dejar su cargo como presidente del Senado, Elizalde también tuvo influencia en otra decisión importante, aunque bastante más polémica: la elección del fiscal nacional Ángel Valencia, su “compadre” y amigo (es padrino de uno de sus hijos), y quien terminó asumiendo el cargo pese a los esfuerzos de Ana Lya Uriarte y la ministra de la Mujer, Antonia Orellana, para que fueran electas las dos primeras opciones que se habían presentado, pero que no obtuvieron los votos necesarios en la Cámara Alta (los abogados José Morales y Marta Herrera).
Mañana: a buscar el Apruebo
Álvaro Antonio Elizalde Soto (53 años) asumió el miércoles, el mismo día en que se cumplieron los 90 años de la fundación del Partido Socialista. El ahora ministro transmitía ese día que su decisión “arriesgada”, para ojos de todos, tenía que ver con un deber para unificar a una “izquierda complicada”.
Al día siguiente, habló largamente con Carolina Tohá, la ministra más cercana a él en el gabinete y con quien es muy probable que trabajen a la par si es que logran compatibilizar dos caracteres fuertes. Ambos, además, forman parte de una “generación intermedia”, que muchas veces se sintió postergada en la escena política y que hoy tiene su revancha al ser requerida por la generación frenteamplista que llegó al poder.
Para que nada falle, Elizalde decidió darse unos días para elegir al equipo que lo acompañará, aunque su jefe de gabinete seguirá siendo el joven socialista Ignacio Soto (31 años). De hecho, este fin de semana el ministro -poco dado a moverse con un lote en su trayectoria política, sino más bien en solitario- amarraría algunas incorporaciones a la nueva Segpres. Del equipo de confianza de Uriarte no quedó nadie.
Una preocupación especial que deberá resolver Elizalde, además de su labor en el Congreso, es cómo enfrentar la próxima elección del Consejo Constitucional y el proceso que continuará desde ahí.
Su misión -si no la principal- es que el Presidente Boric pueda firmar la nueva Constitución de Chile después del intento fallido de 2022. Pero la pista aquí no está asegurada: Álvaro Elizalde deberá ordenar las filas para que el texto constitucional tenga los mínimos comunes que le permitan, esta vez, alcanzar tranquilamente el Apruebo el 17 de diciembre.
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