Entrevista a Ascanio Cavallo: “Los periodistas que creen que la militancia es legítima deberían buscar otro oficio”
Para el flamante Premio Nacional, el periodismo es una labor que requiere “harta distancia” y, por eso, destaca el valor del trabajo colectivo. “Cuando uno trabaja en equipo sabe que sus convicciones valen lo mismo que las de los demás y que valen en general poco, son interesantes cuando son objeto de discusión y debate”, asegura.
Hay que salir a la calle, eso hay que enseñar, a salir a la calle”, dice Ascanio Cavallo cuando se le consulta sobre sus recomendaciones para las nuevas generaciones de periodista. Y una de las razones es su visión crítica del trabajo realizado durante el 18 de octubre. “La mayor parte de lo que conocimos el 18 de octubre fue a través de una cámara fija, instalada sobre la Plaza Italia…, por Dios, eso no es manera de cubrir un evento de esa naturaleza”, dice, aunque reconoce que detrás de eso está el momento complejo que atraviesa la profesión, a causa de la crisis de confianza y la debilidad de las salas de redacción.
Pese a ello, el flamante Premio Nacional de Periodismo y principal cronista de los últimos 40 años de la historia de Chile tiene confianza. “A mi me da la impresión que la pandemia y otros fenómenos empiezan a ser pasos de recuperación, no sé si para el estatus que teníamos antes, pero por lo menos para una cierta recuperación de la confianza”, sostiene. La actual crisis sanitaria demostró, según él, que la ciudadanía necesitaba información segura. Y frente a eso, insiste en la necesidad de regular las redes sociales porque “han demostrado ser un peligro para la democracia”.
¿Dónde cree que se origina la crisis de confianza que enfrentan los medios hoy?
Es tan global este fenómeno que uno está obligado a buscar que hay de común entre culturas tan distintas como las árabes o las orientales, y yo lo único que veo es la irrupción del mundo digital. Eso es lo que cambió todo. En el caso específico de la prensa ocurrió esto que a algunos les entusiasma mucho, como a Alessandro Baricco, que es saltarse las mediaciones, que haya un contacto directo entre el público, el pueblo y la realidad. Y eso supone eliminar a los mediadores, que para los efectos de la información somos los periodistas. Pero yo creo que eso carece completamente de sentido, porque lo que el público necesita no es información random, por así decirlo, es información procesada, elaborada responsablemente con ciertos cánones, con ciertas normas y no una especie de río de opiniones que fluya hacia donde está toda la gente.
¿Por qué cree que la pandemia ha ayudado a recuperar la confianza en los medios y no sucedió lo mismo con el 18 de octubre?
Son dos cosas distintas. La pandemia provocó una crisis de desconcierto, de falta de información. Se necesitaba información segura, porque por Dios que hubo desinformación con la pandemia. En el caso del 18 de octubre yo soy más bien crítico, creo que hicimos muy mal la pega.
¿Por qué?
Hubo un problema de inexperiencia y de debilidad también. Los medios estamos débiles, no tenemos reporteros suficientes, no tenemos gente que salga a la calle. Yo creo que hubo una combinación, tanto de energía en las salas de redacción como de desconcierto. La experiencia histórica te muestra que todas las multitudes, todas las multitudes sin excepción son peligrosas para la prensa, todas son enemigas de la prensa, en todas somos sapos, mirones, gente inoportuna. Por lo tanto, en una multitud siempre vamos a correr peligro, pero hay que afrontarlo, esa es la pega.
¿Qué crítica les hace a los medios?
Es fácil ser crítico cuando estábamos todos desconcertados ante el mundo digital. Creo que la principal autocrítica que habría que hacerse es por qué no entendimos antes esto. Nadie lo entendió. Nadie supuso al comienzo de Internet que íbamos a tener un masivo, el más masivo de la historia, robo de contenidos, sin sanción. Yo creo que todos se sintieron tentados al principio de poner demandas, pero no estamos acostumbrados tampoco a eso y nos dijimos ‘ya, pero no es para tanto, no va a llegar a tanto’. Pero nos robaban las notas, nos robaban los reportajes, nos robaban las crónicas, sin firma, con firma. Fue un vaciamiento general. Después empezaron a robar la publicidad, o no a robarla, ahí derechamente era la publicidad la que captó que había otra forma de salida… pero eso es algo que yo creo que va a cambiar.
En el caso de las redes sociales, cuando surgieron, algunos planteaban que iban a profundizar la democracia. Pero no ha sido así. Usted ha sido muy crítico de ellas. ¿Por qué?
Las redes son algo que no había imaginado nadie en la historia de la humanidad, nadie iba a pensar que nos íbamos a poder comunicar con alguien al otro lado del planeta y gratis o gratis entre comillas. Hubo esta idea de que se podía profundizar la democracia y algunos pensaron que eso había sido la Primavera árabe. Creo que es algo que dicen aquellos que no creen en las mediaciones políticas, en la democracia mediada, aquellos que creen en las democracias directas, las de asamblea, el mundo de la ultraizquierda, para decirlo en pocas palabras. La democracia representativa, que es la democracia que conocemos, no funciona sin mediación, ahí hay mediadores también, los parlamentarios, el gobierno. Claro, si tu quieres tener una asamblea del tipo jacobino, donde se imponen los gritos y las manos alzadas, efectivamente las redes funcionan. Ahí funciona el que más grita y hay algunas redes que están especializadas en el grito, como Twitter. Pero creo que lo que se ha demostrado es que son un peligro para la democracia, porque lo que han alentado son regímenes populistas, autoritarios, la idea de la mano firma, todas estas ideas que son esencialmente antidemocráticas.
¿Hay que regularlas?
Sin duda, porque además tenemos un problema gravísimo, se están comiendo información privada, con uso incierto. Eso a nadie se le había ocurrido jamás, que podían conocer tu dirección, tu familia, tus gustos.
¿Son fascistas, como dijo en una entrevista hace un tiempo?
Sí, son fascistas, no todas por supuesto, ni todo el tiempo, pero algunas de ellas son claramente fascistas, tienen esta cuestión de las funas, esta cuestión de la cancelación, todo esto viene de haber descubierto la posibilidad de que en ese campo se puede joder a alguien con poco esfuerzo, tu puedes desacreditar a alguien con un par de cosas que se difundan muy rápidamente y ya hay muchos que saben cómo hacerlo.
¿Cómo se regulan las redes sociales sin afectar la libertad de expresión?
Ese es un problema, efectivamente. Pero es el mismo problema que hemos tenido siempre, cómo regular. En general yo soy bastante contrario a las regulaciones, pero acá la diferencia es que están envueltos temas de vida privada, temas de privacidad en el sentido más estricto y de cobro. Hay cosas que pagamos y no sabemos que estamos pagando, no hay impuestos tampoco. Son empresas que entran a las economías de los países y no dejan nada, entonces tiene varias dimensiones. Pero experiencias de regulaciones de la libertad de expresión tenemos hartas, algo se debería poder lograr sin dañar ese otro elemento.
¿Cuál es el límite?
Ya hay un límite que es la difusión de ideas de odio, eso ya es internacional, pero luego tendrán que venir otras que afecten a territorios más específicos, la vida privada se me ocurre que es uno. El manejo de datos. Hoy el gran negocio es el manejo de datos.
Durante la campaña de las primarias surgió el tema de la ley de medios. ¿Cómo ve ese debate? ¿Es necesario regular los medios?
No, creo que están bastante regulados, no hay ninguna necesidad. En general lo que vimos en la pasada primaria es que los que se inclinaron por eso en general son de tendencias totalitarias. Me parece que es completamente totalitario el pensamiento de Jadue, pero no lo digo por esto sino por el conjunto de sus ideas. Pero esto tu lo ves en la Rumania fascista, en Bulgaria, en los países que vienen de vuelta del comunismo, pero se pasaron al fascismo. Siempre el poder político tiene ganas de aumentar las regulaciones, pero no se ha demostrado que en la prensa chilena haya ninguna conspiración contra nadie, que haya un sesgo particular.
Usted fue uno de los primeros que abordó el tema generacional en los sucesos del 18 O, ¿en qué medida ese quiebre afecta también la labor en el periodismo?
Muy fuerte. Por un lado lo afecta desde fuera. En general, los jóvenes dejaron de consumir medios hace bastante tiempo, pero me parece que están volviendo. Pero también tenemos un quiebre generacional adentro. Nuestros periodistas jóvenes están criados bajo una nueva cultura. Pero tengo la impresión de que ese es un problema de ajuste. Hemos sufrido un quiebre generacional gigantesco en todo el mundo, pero las familias no quiebran, al final se produce un cierto ajuste, porque maduran algunos, porque los otros se van muriendo, hay una especie de ciclo vital que cumple su función ahí. En Chile creo que tuvimos la experiencia de un sistema político, económico y social que estaba atascado, perdimos un par de generaciones. No quiero decir que estén perdidos, pero Claudo Orrego, la Carolina Tohá, que se yo, toda esa gente debió estar a otra altura no ahora, hace unos 15 años. Perdimos ahí. No se puede culpar a nadie, porque que los políticos no den la pasada es lo normal.
Los otros tienen que ganársela…
Sí, claro, a nadie le dan la pasada así no más.
Martin Baron, el ex director del Washington Post, decía que la gente cree más en sus sentimientos que en los hechos. ¿Cómo se enfrenta eso desde el periodismo? ¿Se ha perdido el valor de los datos?
Sin duda, pero la pandemia demostró que es fácil recuperarlo, que finalmente la gente necesita los datos y necesita un mínimo de certezas. Los sentimientos no son certezas. Es verdad que hay eso y eso tiene mucha expresión en las redes, pero que generación joven no ha tenido una alta valoración por sus sentimientos, todos fuimos altamente emocionales en algún momento, ojalá se nos haya pasado. Baron tiene una sensibilidad muy fina con los cambios del público, pero yo veo un cierto movimiento de gente joven de preferir la información más dura y menos, no digo emocional, pero menos volátil. Yo veo en la gente joven un movimiento, lento, pero de vuelta.
¿Cree que ha aumentado el riesgo de que los periodistas trabajen desde creencias preconcebidas, desde los prejuicios? ¿Ha aumentado el periodismo del “yo”?
Ese es un riesgo muy grande para todos nosotros. Por eso, a propósito de este premio, a mi lo primero que se me vino a la cabeza cuando me avisaron fue esta cuestión de haber pertenecido a equipos, de haber trabajado en equipos. Cuando uno trabaja en equipo sabe que sus convicciones valen lo mismo que las de los demás y valen en general poco, no son tan interesantes. Son interesante cuando son objeto de discusión y debate. Cuando un editor te cambia la redacción a veces te puede doler, pero en este oficio es lo normal, nadie se enoja, como sí se enojan los escritores cuando le tocan sus textos. El periodismo tiene una cuestión colectiva, no es una creación individual, el periodista no es un llanero solitario, no es un justiciero ni un salvavidas, no tiene ninguna de esas funciones, es parte de un equipo. Si lo dejan firmar mejor, eso mejorará su empleabilidad, pero no la calidad del material periodístico.
Algunos defienden el periodismo militante. ¿Qué opina de eso? ¿Puede haber periodismo militante?
Hay periodismo militante en toda la historia, incluso lo hubo mucho más. Nosotros tuvimos un momento en los años 70 en que no había ningún medio que no fuera militante, el país había llegado a ese grado de locura, había grandes periodistas igual, pero no fue un buen momento. Yo sé que hay periodistas y no pocos que creen que la militancia es legítima, pero creo que sería mejor que buscaran otro oficio, hay otros mejores para eso. Para esto uno necesita no un poco, sino harta distancia, toda la que pueda.
¿Cuáles serían sus recomendaciones para las nuevas generaciones de periodistas?
Lo que más recomiendo es la sala de prensa, creo que es el remedio para todas las cosas. Un estudiante de periodismo hoy debería hacer tres cosas. Una es leer, leer, leer, mucho, de todo. Otra es escribir, escribir mucho, incluso sabiendo que uno tiene dificultades, porque escribir es una forma de ordenar la cabeza, nada más que por eso. Incluso no escribir para otros, sino para uno mismo. Y lo tercero es salir a la calle. Por eso te digo que a mi el 18-O me duele tanto… me dolió mucho cuando salió Siete Kabezas, de Iván Poduje. Eso es lo que teníamos que haber hecho todos.
Hay una cierta desconexión del periodismo…
Claro, yo primero digo, pobreza de medio, porque sé que una sala de redacción bien dotada saca toda su gente a la calle, pero tengo que admitir que hay algo que ha cambiado en la cultura. Para mi es pavoroso entrar a una sala de redacción y ver a la gente pegada en google, pero sé que es así. Hay que salir a la calle, eso hay que enseñar, a salir a la calle.
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