Facundo Manes, neurocientífico: “Vivimos una crisis de empatía en una escala sin precedentes”
Fundador del Instituto de Neurología Cognitiva de Argentina, el científico publica Ser humanos, donde analiza las capacidades cognitivas esenciales que nos definen como especie y que pueden ser claves para salir de la crisis pospandemia.
Conoció la democracia a los 14 años. Fue en 1983, cuando Raúl Alfonsín alcanzó la presidencia de Argentina. Entonces, Facundo Manes (Quilmes, 1969) era un adolescente de Salta, al interior de Buenos Aires, y el tránsito de la dictadura a la democracia marcó su adolescencia. “Alfonsín reconstruyó la democracia, y yo era fan de Alfonsín. Después la economía no anduvo bien, pero cuando alguien critica a Alfonsín me enojo, aunque sé que no anduvo bien. ¿Por qué? No por Alfonsín, sino porque la crítica a Alfonsín es como una crítica a mi identidad”, dice hoy, convertido en un reconocido neurobiólogo.
Doctorado en neurociencias de Cambridge y especializado en procesos cognitivos, Facundo Manes recuerda su adhesión a Alfonsín para explicar la disonancia cognitiva que interfiere en la empatía. “En política, cuando alguien nos enfrenta con argumentos que contradicen nuestras creencias, da un cierto dolor y malestar, porque contradicen la construcción de tu identidad”, agrega.
Frecuentemente citada por sociólogos y sicólogos sociales, la empatía es una de las facultades esenciales de los procesos cognitivos y de la inteligencia colectiva. Y si bien no siempre es fácil o natural ejercitarla, es una de las dimensiones que nos distingue como especie, dice Manes, quien acaba de publicar Ser humanos, en conjunto con el especialista en literatura Mateo Niro.
“Los seres humanos somos básicamente seres sociales. Nuestra necesidad de conexión con los demás es más que un simple sentimiento: es un imperativo biológico arraigado en miles de años de evolución humana”, escribe. “El cerebro humano es un órgano social”.
Fundador del Instituto de Neurología Cognitiva, en este libro Facundo Manes amplifica las preguntas y las reflexiones que dieron forma a títulos anteriores como Usar el cerebro y El cerebro del futuro, también escritos en sociedad con Mateo Niro. Pero a diferencia de ellos, este volumen nació a partir de la pandemia, que bien podría funcionar como una bisagra histórica.
“Las pandemias siempre cambiaron la sociedad, para bien o para mal, y va a depender de nosotros el rumbo que tomamos”, dice en conferencia vía Zoom. “Pero hay una dinámica después de que la sociedad enfrenta situaciones de crisis: primero hay una sensación de pérdida, y un alto impacto emocional y social. Y muchas personas luego del shock empiezan a tener nuevos significados, nuevas fuerzas y confianzas”, dice.
Entonces suele aparecer la resiliencia, añade el neurocientífico. Una capacidad adaptativa que permite superar positivamente las situaciones adversas. “Los seres humanos somos resilientes, fuimos concebidos para enfrentar crisis y dificultades. Entonces es muy posible que después de la pandemia surja un sentido de propósito común que genere un nivel muy alto de cohesión, pero esto no sucede de manera lineal, tenemos que trabajar para ello, porque las crisis pueden hacernos más individualistas también”, afirma.
En este punto aparece otra facultad y herramienta social clave, la empatía. “La empatía es una habilidad cerebral que nos permite imaginar lo que siente el otro, y aunque las creencias del otro no coinciden con las nuestras, puede haber semillas de verdad en ellas. Parece algo sencillo, pero no es fácil sentir que el otro piensa con modelos mentales diferentes y tal vez haya verdad en ellos”, dice. “La empatía es clave, porque permite fusionarnos como un todo social, que necesita de todos y cada uno para salir adelante”.
¿Las nuevas generaciones serán más empáticas?
Nuestro cerebro es producto de miles de años de evolución, donde hubo grandes saltos evolutivos, como convertirnos en seres bípedos, adquirir el lenguaje, la memoria, la capacidad de vivir en grupos complejos. ¿Por qué prevaleció el ser humano? Por la capacidad de vivir en grupos complejos. La evolución ahora puede ser algo híbrido entre tecnología y cerebro; el cerebro no va a cambiar en anatomía, lo que sí puede cambiar es la interacción con la tecnología. Hoy puedo pensar algo, mover un brazo por ejemplo, y ese pensamiento se puede registrar con electrodos, decodificar y estimular un brazo robótico que mueve un brazo. La evolución será hacia algo híbrido, y por otra parte, creemos que vamos a volver a ser humanos. En unos años lo más sofisticado va a ser el contacto humano, alguien que esté todo el día con el WhatsApp nos va a parecer como cuando alguien fumaba en el avión. La multitarea nos agota, nos mata, estar pendientes del WhatsApp nos da la ilusión de ser más productivos, pero nos produce ansiedad, nos agotamos. Si me preguntan ¿cómo definirías al órgano más complejo del universo? Es un órgano social. Así como el hambre es una alarma biológica, la sed es una alarma fisiológica, el dolor es una alarma biológica, la soledad es una alarma biológica que nos recuerda que somos seres sociales. Sabemos que la soledad crónica nos mata. La soledad crónica es un problema de salud tan importante como la obesidad y el alcoholismo. Lo que vemos es que vamos a valorar mucho más el contacto humano.
La soledad, de hecho, lastima las herramientas sociales. “Nuestra supervivencia depende, en gran medida, de un funcionamiento social efectivo. Las habilidades sociales facilitan nuestro sustento y protección. Si queremos entender a los seres humanos, la comprensión de las capacidades relacionadas con la sociabilidad cobra un rol fundamental”, afirma.
¿Cómo llevar los conceptos de empatía y colaboración, ideas que también destacaba mucho el biólogo chileno Humberto Maturana, al ámbito de la política?
Nuestra sociedad global está viviendo una crisis de empatía. Si vos me decís, además del cambio climático y la desigualdad social, qué otro problema global hay? Es la crisis de empatía en una escala sin precedentes. En este sentido Zygmunt Bauman argumenta que estamos atravesando un proceso de fragmentación de la vida humana; las sociedades individualistas no priorizan el bienestar de la comunidad y de esta manera incrementan la desigualdad social. Los modelos económicos que maximizan la ganancia de unos pocos por sobre un enfoque que promueve la equidad social, incrementando la brecha social, y los líderes que fomentan la división, son algunos ejemplos que expresan esa falta de empatía. Por eso necesitamos un nuevo mundo, un nuevo modelo económico que satisfaga las necesidades de todos los seres humanos, necesitamos líderes que nos ayuden a luchar contra la mayor amenaza de nuestro tiempo, la ignorancia, el miedo, el odio, las mentes cerradas, la falta de empatía. La empatía es una habilidad natural, pero es susceptible a factores culturales. Diversos estudios demuestran que somos más empáticos hacia los grupos con los que nos identificamos, y tenemos menos empatía hacia los grupos que consideramos externos.
A medida que crecemos en la vida, prosigue Manes, “vamos generando esquemas mentales, que están influenciados por nuestros genes, los ambientes, la familia, la experiencia y cómo interpretamos la experiencia. Así vamos generando esquemas como anteojos y vamos por la vida tomando todo lo que coincide con nuestras creencias y dejando lo que no. Para el ser humanos hay dos cosas más importantes que la verdad: sobrevivir y pertenecer a un grupo. Hace miles años un ser humano en un bosque veía una sombra y no esperaba a ver si era una rama o un oso, porque si era un oso no vivía, entonces corría. Como seres humanos sobrevivimos y prevalecimos por la capacidad de vivir en grupos complejos, que nos permitían protección y comida. Por poner un caso, un fan de Trump en el Medio Oeste norteamericano, pero que es científico, sabe que el cambio climático no es fake news, pero como es un tema del progresismo, lo va a minimizar; para él es más importante pertenecer al grupo de simpatizantes de Trump que la verdad, aunque sea científica. Los políticos muchas veces usan este tribalismo para potenciarlo y ganan las elecciones, pero dividen al país. ¿Cómo se combate este problema? Con empatía, con fusión y un sueño colectivo, con algo que nos saque por arriba de la grieta”, agrega.
La ciencia del bienestar
La ciencia se enfrenta hoy a un doble desafío, dice Facundo Manes. A la búsqueda permanente del conocimiento se añade el de aportar a la promoción del bienestar general, es decir, “crear las condiciones para la felicidad”.
Desde un punto de vista neurológico, “el optimismo y las emociones positivas contribuyen a respuestas cognitivas saludables. Asimismo, la cooperación mutua activa circuitos de recompensa del cerebro. Resulta central reflexionar también sobre el rol clave del otro (el prójimo, el ser amado, la comunidad) frente al desconsuelo. Cuando cobija, cuando contiene, cuando acompaña. Centrarnos en imaginar un futuro no para el espanto, sino para que sea posible la prevención y la planificación es una de las maneras colectivas de disminuir los niveles de estrés y conseguir bienestar social”.
La sicología positiva de Martin Seligman, de la Universidad de Pennsylvania, propuso una teoría del bienestar a partir de una decena de investigaciones, que lo describe como una construcción basada en cinco principios: emociones positivas, el flow, el sentido, los logros y las relaciones positivas.
“La ciencia sabe que el bienestar se construye. Podemos hacer mucho por el bienestar. Todas las decisiones que tomamos influyen en el bienestar, las circunstancias de la vida, y la genética: el 30% del bienestar se explica por la carga genética. Hay una parte del bienestar que no puedo modificar, pero gran parte sí. ¿Cómo lo construimos? Básicamente tenemos que centrar la atención en el presente, un cerebro atento al momento feliz es más productivo; evitar la multitarea, nos da ansiedad y estrés. Ni la inteligencia ni el nivel educativo, tampoco la juventud, son relevantes para el bienestar. La gratitud sí es importante: más que pensar lo que a uno le falta, agradecer lo que uno tiene. Muchos creen que por alcanzar un objetivo o una determinada meta serán más felices, y eso no es así; ganamos un premio nacional y queremos el internacional. Ser feliz por lo que uno tiene es difícil, requiere entrenamiento, aceptar las experiencia negativas y tener un sentido, un propósito vital mayor, que nos exceda, contribuir a la sociedad, el barrio, la escuela. Ser altruista activa sistemas de recompensa. Hacer algo que nos gusta, escribir, pintar, cocinar, nos hace perder la noción del tiempo y de nosotros mismos y nos hace más creativos. Reducir los pensamientos negativos: sabemos que los pensamientos negativos aparecen y uno puede cambiar la manera que sentimos cambiando la manera de pensar, sabemos que trabajar la manera en que pensamos y expresamos sentimientos es muy importante”, observa.
La risa, el juego, el sueño parecen determinantes también para la sensación de bienestar, así como una de las experiencias que acaso más extrañemos quienes amamos la música: la experiencia compartida. “Emoción, expresión, habilidades sociales, habilidades lingüísticas y matemáticas, habilidades visoespaciales y motoras, atención, memoria, funciones ejecutivas, toma de decisiones, autonomía, creatividad, flexibilidad emocional y cognitiva, todo confluye en forma simultánea en la experiencia musical compartida”, escribe Manes.
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