Francisco Ferreira, experto en desigualdad económica: “Sin cambios en la estructura fiscal y redistributiva del Estado no es posible reducir la desigualdad”
Académico de la London School of Economics y director del Instituto Internacional de Desigualdades, Ferreira dirigió un estudio sobre la persistencia de la desigualdad en el continente. Hablará de ello la próxima semana en el Congreso Latinoamericano de Gobierno y Ciencias Sociales en la UC.
Cuando era niño, en Sao Paulo, Francisco Ferreira veía una escena con frecuencia. Mientras se dirigía al colegio por las mañanas en el auto de sus padres, solía ver grupos de niños en las calles. “Ellos no tenían la misma suerte que yo. Estaban ahí en la calle vendiendo chicles y otras cosas. Y me acuerdo pensar cómo serían las vidas de estos niños cuando crecieran, cómo serían distintas nuestras vidas, y me preguntaba por qué. Yo era un niño, pero obviamente no me parecía justo”, dice.
Aquella fue la primera aproximación a la desigualdad de Francisco Ferreira. Doctorado en la London Economic of School (LSE), execonomista del Banco Mundial, Ferreira es hoy académico de la LSE, donde enseña la cátedra de Estudios sobre la Desigualdad y dirige el Instituto Internacional de Desigualdades.
A lo largo de su trayectoria, y aun contra los discursos libertarios en boga, Francisco Ferreira se ha convencido de los efectos económicos negativos de la desigualdad, incluso más allá de sus dimensiones morales.
-Siempre sentí que la desigualdad era un problema desde el punto de vista ético. Además, me he convencido cada vez más de los problemas intrínsecos que tiene la desigualdad. Hay mucha evidencia de que la injusticia está asociada a la desigualdad. Hay desigualdades que persisten y que están fuera del control de los individuos, que no responden a sus esfuerzos, sino que responden a circunstancias heredadas, a condiciones sociales, éticas o de género. Además, la desigualdad puede crear mucha ineficiencia, mucha pérdida de capital humano. Pensemos, por ejemplo, en la cantidad de niños en mi país, en Brasil, pero también en Chile, en casi toda Latinoamérica, que no tienen acceso a educación de calidad. Es una pérdida muy grande y muy difícil de dimensionar. Y creo, además, que hay una asociación negativa muy fuerte entre el desarrollo y la desigualdad. Países de Europa y ciertas zonas de Asia que son mucho más igualitarios, son mucho más desarrollados. Y creo que las dos cosas caminan juntas.
En 2021, Francisco Ferreira lideró una investigación en torno a la desigualdad en América Latina y el Caribe, financiada por el BID, la Universidad de Yale y el Instituto de Estudios Fiscales. Con la participación de más de 40 economistas e investigadores, el estudio buscó responder por qué la desigualdad es tan altamente persistente en la región.
El académico ofrecerá la charla de apertura del II Congreso Latinoamericano de Gobierno y Ciencias Sociales, que tiene por tema las “Inequidades en América Latina”. El encuentro se realizará entre el miércoles 13 y el viernes 15 en la Casa Central de la UC y es organizado por las escuelas de Gobierno y Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes de Colombia, Tecnológico Monterrey de México y la mencionada UC.
La conferencia de Ferreira se titula “Desigualdades heredadas en América Latina” y se basa en el reporte del estudio sobre la región.
Tenemos mucha información, por ejemplo, de que en la temprana infancia ya se crean brechas grandes entre los hijos de padres más ricos y educados y los hijos de los más pobres en términos de cognición, vocabulario y varias cosas que no son obviamente culpa ni de los niños ni de los padres pobres”.
¿Cuáles fueron las principales conclusiones del estudio? ¿Cuáles son las causas de la persistencia de la desigualdad?
Hay por lo menos dos maneras distintas de reproducción de desigualdad. La de corto plazo, que tiene una escala temporal humana, que es el ciclo donde crece, el vocabulario que se habla en casa, la calidad de salud a la que tiene acceso, los pares y la violencia en el barrio, la calidad de la escuela. Y todo eso se va acumulando. Tenemos mucha información, por ejemplo, de que en la temprana infancia ya se crean brechas grandes entre los hijos de padres más ricos y educados y los hijos de los más pobres en términos de cognición, vocabulario y varias cosas que no son obviamente culpa ni de los niños ni de los padres pobres, sino que se transfieren a lo largo de una generación a otra. Y los padres que tienen más recursos tienen más recursos financieros, pero también educacionales y culturales, y eso se transmite.
La desigualdad antes de ir a la escuela.
Así es. Cuando llegan a la escuela, uno imagina que nivelar la escuela primaria es la solución, o parte de ella, y lo es. Pero cuando llegan ahí ya están en desventaja. Para nivelar habría que hacer la escuela mejor para los niños más pobres. Y pasa exactamente lo contrario. Y este ciclo de desigualdad se extiende a lo largo de la vida: parte de la familia y pasa por la educación, por el barrio, pero después llega también al mercado del trabajo. Porque las empresas en Latinoamérica también son muy distintas unas de las otras. Unas son muy productivas, otras muy poco productivas, y en general las menos productivas están en el sector informal, los pequeños negocitos. Y la calificación de los trabajadores en esas empresas también refleja todo lo que heredaron. Digamos, el proceso sigue en el mercado de trabajo, no se nivela, sino que se refuerza ese ciclo de acumulación de desigualdades. Y el papel del Estado es el de reducir esa desigualdad, pero en Latinoamérica tiene un efecto pequeño.
¿Cuál es la otra vía de reproducción de la desigualdad?
Hay otra manera que tiene una escala histórica, mucho más larga, y que tiene que ver con instituciones y con política. Tiene que ver con la transmisión de la desigualdad no solo de una generación a otra, sino que cómo se establecen las reglas del juego, cómo se mantiene o no la estructura de la propiedad de la tierra o del capital, qué tan concentrada está, qué reglas hay para que haya o no más competencia, para que haya más distribución. Y en nuestros países eso viene de la Colonia o antes. Hay investigaciones que dicen que los imperios inca, azteca o maya eran sociedades complejas con mucha jerarquía y había una desigualdad también inmensa ahí. Muchas veces los españoles explotaban esas estructuras, decapitaban lo de arriba, y las utilizaban. Eso ha mejorado un poco, pero tenemos esa herencia que no hemos logrado deshacerla completamente y que va persistiendo de diferentes maneras, como la desigualdad de oportunidades.
“En Latinoamérica, en promedio, la mitad de la desigualdad y la pobreza es heredada, y es más alta que en la mayoría de los otros países de los que tenemos datos”.
¿Qué impacto tiene la desigualdad heredada en la familia?
Tenemos un estudio sobre eso que intenta cuantificar cuánto de la desigualdad que observamos en nuestros países hoy tiene ese origen, es puramente heredada. Y llegamos a la conclusión de que en Latinoamérica, en promedio, la mitad de la desigualdad y la pobreza es heredada, y es más alta que en la mayoría de los otros países de los que tenemos datos. Desafortunadamente, no podemos compararlo muy bien con África, porque hay un problema de datos. Pero es más alta que en casi toda Asia y con seguridad en todos los países más desarrollados.
¿Cómo enfrentar este problema? Esa herencia parece una condena.
De hecho, porque son los dos ciclos. No es que podamos llegar a las instituciones y decir ahora vamos a cambiar las escuelas y las mejores van a ser para los niños pobres. No se puede hacer de un día para otro, es un proceso político. Hay dos tipos de respuesta. Una dice que en la economía del desarrollo hay un conjunto de evidencia bien sólido de políticas que tienen un efecto sobre la acumulación del capital humano, incluso en la primera infancia, con acompañamiento a los padres, con desarrollo infantil en centros especializados, técnicas de interacción con los niños, vocabulario, etc. También tenemos evidencia más controversial de qué funciona y no funciona en la escuela, en términos de ayudar a los alumnos con más desventajas. Y sabemos que las transferencias bien enfocadas en los más pobres tienen efectos. O sea, hay una serie de intervenciones que pueden ayudar a nivelar o a reducir por lo menos las brechas. Pero yo he trabajado en esos temas y, desafortunadamente, cuando uno compara la fuerza que tienen esos programas contra la fuerza que tiene toda la estructura de reproducción en la familia y después en la escuela, en el mercado de trabajo y todo eso, uno tiene que pensar que es necesario hacer más, que esas soluciones de inversión en capital humano son importantes, pero no pueden ser todo.
¿Qué se requiere?
Yo pienso en los ejemplos de los países escandinavos o del norte de Europa, que también tuvieron momentos de ser extremadamente desiguales, pero que en el siglo XX, no antes, en el siglo XX lograron reducir eso bastante. ¿Cómo lo hicieron? Con reformas fiscales muy vigorosas, donde se aumentó la carga tributaria y se redistribuyó muy fuerte. Y se redistribuyó en dinero, pero también en servicios. O sea, se invirtió mucho en calidad de educación, en hospitales, en salud, en todo eso.
Francisco Ferreira hace una pausa y agrega una reflexión en torno al modo de abordar los cambios:
-A veces el tipo de revolución que cambia el sistema de manera más exitosa no es como la imaginamos. Si uno piensa hoy en la desigualdad en Dinamarca o en Rusia, es mucho menor en Dinamarca, que nunca tuvo una revolución del proletariado. Lo que hubo fue un gran cambio en el contrato social que generó mucha más redistribución a lo largo del siglo XX. Cambiar esa estructura y ese mecanismo de persistencia de la desigualdad no es fácil y requiere cambios estructurales que pueden llamarse revolucionarios, pero las revoluciones que funcionan no son necesariamente las que llamamos revolución.
De todos modos se requiere una intervención estatal decidida.
Sin esos cambios de la estructura fiscal y de la estructura redistributiva del Estado no es posible reducir la desigualdad. El Estado realmente va a tener que generar impuestos más altos que tienen que ser pagados y después tienen que ser bien gastados. Subir los impuestos es necesario si uno quiere reducir la desigualdad de manera más efectiva. Pero también es necesario saber qué hacer con esa plata y gastarla bien.
Si uno piensa en países de desigualdad moderada, no creo que haya alguno que no tenga un Estado bastante activo, que recaude y sepa cómo gastar”.
No es una idea que agrade a los ciudadanos más ricos.
Si uno piensa en países de desigualdad moderada, no creo que haya alguno que no tenga un Estado bastante activo, que recaude y sepa cómo gastar. Yo sí podría aceptar de los ciudadanos más ricos en Chile o en cualquiera de nuestros países digan bueno, muéstreme cómo lo van a gastar bien. Eso no es una demanda irrazonable, porque hay varios ejemplos de cómo se puede gastar mal. Pero, por otro lado, también sí sabemos cómo podríamos gastarlo bien. Y en el caso de Chile en particular, tiene los recursos humanos, el conocimiento necesario para eso. Hay grandes universidades en Chile, hay gente que sabe diseñar esos programas muy bien, y entonces no es por falta de capacidad del Estado para hacerlo.
¿Qué relación advierte entre crecimiento y desigualdad?
Hay papers que dicen que no hay relación, hay otros que dicen que la desigualdad es buena para el crecimiento y hay muchos que dicen que la desigualdad es mala. Mi lectura es que hay una concordancia en que mucha desigualdad, principalmente la heredada, la desigualdad de oportunidades, es mala para el crecimiento. En gran parte por el desperdicio de capital humano. Mucha gente que podría contribuir al país para crecer, no contribuye. Y no es que necesitamos millones de físicos o ingenieros. No. Es que para elegir los mil que tenemos, hay que elegirlos de una base amplia. Si solamente elegimos los que vienen de las familias de élite, porque solo ellos pueden estar en las mejores escuelas y universidades, vamos a perder varios que hubieran sido mejores si tuvieran esa oportunidad. Ese efecto no es medible a corto plazo. Lo que sí se puede decir, y en general mucha gente más a la derecha lo dice, es que, de hecho, el crecimiento es muy bueno para reducir la pobreza, pero no la desigualdad.
Con el auge de las ideas libertarias se ha llegado a decir que la desigualdad es buena, que el mercado soluciona los problemas y que el Estado no debe intervenir.
Yo creo que esa posición es muy equivocada. Hay bastante concordancia entre los economistas de que son necesarias las dos cosas. Los mercados son importantes y bloquearlos, deshacerse de ellos o abolirlos, como se intentó en las experiencias comunistas, no fue bueno. El mercado falla, tiene miles de problemas, y es necesario que el Estado esté activo y fuerte para corregir esos problemas y a veces para defender el mercado. Los mercados tienden a concentrar. Piense en las empresas de tecnología, Google, Facebook, son muy concentradas. Las empresas quieren crecer, y cuando crecen es un éxito, pero ocupan una fracción cada vez mayor del mercado, y ahí hay una falla, porque se elimina la competencia. Hay una paradoja en el éxito individual que puede ser un problema para la competencia. ¿Cuál es la solución? Regulación del Estado. Sea en Suecia o en Chile, son necesarios el mercado y el Estado.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.