Francisco Varela y el Dalái Lama: ciencia, budismo y amistad
A 20 años de la muerte del científico chileno, el líder del budismo tibetano recordó su relación y la huella que dejó en su vida en una conferencia online desde Dharamsala, India. Organizado por el instituto Mind & Life, en el encuentro participó Amy Cohen Varela, la viuda del autor de El fenómeno de la vida, quien acá habla de su legado y de la amistad entre ambos.
Camina, sonríe y saluda a la cámara. En su hogar en Dharamsala, India, en los faldeos de los Himalaya, el Dalái Lama se conecta con el mundo. La sala está rodeada de flores y símbolos budistas y él toma asiento frente a dos grandes pantallas. Es el miércoles 9 de junio. El premio Nobel de la Paz participa de una conferencia online titulada Diálogo por un mundo mejor, en homenaje a Francisco Varela, el neurocientífico fallecido hace 20 años. Entre sus manos, el líder del budismo tibetano tiene un retrato del biólogo chileno. “Cuando conocí a Varela, conocí a alguien que era científico, pero que también estaba profundamente interesado en el budismo”, dice. “El fue una de las personas que me impresionaron en la vida; siempre lo recuerdo y mantengo esta foto en mi habitación”.
Organizado por el instituto Mind & Life, cofundado por Varela, el encuentro reúne a científicos, amigos, colaboradores y familiares del autor de El fenómeno de la vida, desde distintos puntos del globo. Entre ellos están su viuda, Amy Cohen Varela, y su hija Leonor. Todos ellos escuchan al Dalái Lama hablar con aprecio del científico que tendió puentes con las filosofías orientales: “Yo soy seguidor de Francisco Varela”, dice el Dalái Lama.
Inusual acaso, la amistad entre ambos comenzó a formarse a inicios de los años 80. Por entonces, Varela, nacido en Santiago en 1946, era un brillante biólogo que concitaba la atención de la ciencia de vanguardia. En 1970 junto con Humberto Maturana dieron a conocer el concepto de autopoiesis, la capacidad de autogestión de los seres vivos. Su tesis tuvo repercusiones revolucionarias en una multitud de campos, desde la biología a la teoría de sistemas.
Particularmente interesado en el estudio de la mente, Varela extendió sus investigaciones hacia el fenómeno de la percepción y la conciencia, lo que lo condujo a cuestionar la idea del mundo objetivo, a rechazar la división convencional mente-cuerpo y relevar la dimensión de la experiencia: “Existen tantos mundos como formas de ser”, diría.
Su primer encuentro con el Dalái Lama ocurrió en 1983, en el Foro Europeo de Alpbach, Austria. “En ese momento, el Dalái Lama aún no había recibido el Premio Nobel, así que era más fácil para él unirse a este tipo de reuniones”, cuenta Amy Cohen Varela desde París. De niño, el Dalái Lama se sentía atraído por la ciencia y la tecnología, “y asistía a conferencias y reuniones científicas siempre que podía. En aquellos días no había miles de personas apiñándose alrededor de la puerta para verlo, ¡así que probablemente era más fácil para él circular! Por la forma en que Francisco relató su encuentro, el grupo de oradores almorzó junto y él se sentó junto al Dalái Lama. Su conversación fluyó de inmediato, simplemente se llevaron bien de manera muy natural”.
Dos años más tarde, el Dalái Lama fue invitado a París para hablar ante la Asamblea Nacional. Previo a su conferencia, se reunió con Varela y retomaron la conversación de Austria: hablaron de la mente, la conciencia y la meditación. El diálogo se dio tan bien y el Lama estaba tan animado, que sus asistentes tuvieron que tironearlo de la túnica para que llegara a tiempo a su conferencia. Pero antes de irse, le dijo:
-Deberíamos hacer algo juntos. ¿Por qué no vienes a Dharamsala y me enseñas sobre tu ciencia?
Aprendiz del budismo, Varela estaba encantado. Llevaba años dedicándose a la meditación y buscando conciliar la ciencia con sus prácticas espirituales. De algún modo, llegó a ellas empujado por la historia.
“Después de obtener su doctorado en Harvard en 1970, Francisco rechazó muchas invitaciones para quedarse en los Estados Unidos con el fin de regresar a Chile y desarrollar investigación científica como una disciplina independiente. El golpe militar destruyó ese sueño”, recuerda Amy Cohen Varela. Hombre de izquierda, el científico salió al exilio, primero a Costa Rica y luego a Estados Unidos.
En ese momento Varela sentía que su proyecto personal había naufragado. “¿Cuál es el sentido de mi vida ahora?”, se preguntaba. En Boulder, Colorado, conoció al maestro budista Chögyam Trungpa, y este le propuso una idea radical: “Suspende la pregunta y explora tu mente”.
“¡Eso fue una revelación!”, dice su viuda. “Creo que fue a través de Trungpa que recibió las primeras instrucciones que le proporcionaron un atisbo de vacío y paz mental y le aseguraron que había una manera de poner su mente en reposo. Eso fue en los 70. Francisco estudió y practicó con Chögyam Trungpa varios años y luego conoció a Tulku Urgyen Rinpoche, quien era un maestro en Nepal y estudió con él”.
Tres años después de la invitación del Dalái Lama, Varela llegó a Dharamsala. No iba solo. Gracias al apoyo del empresario americano Adam Engle, llevó una delegación científica para una semana de conversaciones. De allí nació un libro, Un puente para dos miradas, y fue el origen de Mind & Life.
“Creo que este logro emanó, en gran medida, de la calidez inmediata que surgió entre Francisco y el Dalái Lama en sus primeros encuentros”, dice Amy Cohen Varela. “El Dalái Lama estaba interesado en la ciencia de Francisco, por supuesto, pero había algo más. El Dalái Lama ha dicho que fue extraordinario conocer a una persona como Francisco, que era tanto un científico consumado como un practicante profundo de la meditación. Pero claramente había algo allí que era más profundo que la admiración mutua; creo que tiene que ver con el amor y la amistad en los términos más profundos, un encuentro de corazones y mentes”.
En el Dalái Lama, Varela encontró un interlocutor de excepción, así como un líder espiritual. “Él y yo creemos que vivimos vida tras vida y estoy bastante seguro de que la próxima vida de Francisco será entre mis amigos o mi familia”, dijo el Dalái Lama desde Dharamsala sobre el científico que comenzó su viaje de conocimiento en el Valle del Elqui.
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-¿Qué le interesa estudiar?
Francisco Varela se encontraba en la oficina de Humberto Maturana. Era 1965. Nacido en Santiago, vivió parte de su niñez entre los cerros y los cielos de Montegrande, donde despertó su curiosidad por el mundo. A los 11 años conoció la tabla periódica y sintió que el universo tenía un orden. Hacia el final de la adolescencia definió sus intereses con precisión: quería conocer los mecanismos de la mente.
El camino no fue fácil. En esa época en Chile no existían estudios en biología, de modo que ingresó a Medicina en la UC. Pero no era lo que él buscaba. Alguien le habló entonces de Maturana, quien había regresado a Santiago desde el MIT y era uno de los fundadores del departamento de Biología de la Universidad de Chile.
-Quiero estudiar el papel de la psique en el universo -respondió Varela.
-Muy bien, pero comenzaremos estudiando el ojo de la rana -contestó Maturana.
Tras concluir sus estudios, Varela obtuvo una beca para realizar un doctorado en Harvard. Antes de salir del país, ya estaba diversificando sus intereses: tomó cursos de filosofía en el Pedagógico y solía asistir a lecturas guiadas por Roberto Torretti en el Centro de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile. Regresó en 1970, con 24 años, y trabajó con Maturana en las investigaciones que dieron forma al concepto de autopoiesis, publicado en el libro De máquinas y seres vivos (1973).
Tras su nuevo período en Estados Unidos en los 70, volvió a encontrarse con Maturana en los 80: juntos elaboraron las tesis que sostienen el libro El árbol del conocimiento. A mediados de la década viajó a Francia, donde llegaría a ser director de Investigación en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas.
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-¿Crees que hay un mundo allá afuera?
Era la primera cita entre Francisco Varela y la sicoanalista Amy Cohen. Después de cenar caminaron por las calles de París y llegaron al laboratorio del neurocientífico.
-Bueno, sí- respondió ella entre risas.
-Tu sistema visual contiene una cierta cantidad de conos y bastones que te permiten ver las formas y los colores del mundo tal como lo percibes -le dijo él. Pero si eres un perro, tu neurofisiología está estructurada de manera diferente y los perros ven un mundo completamente distinto. Si eres un pájaro o un pez, tu sistema visual hace que incluso otros mundos diferentes surjan para ti. Entonces, ¿por qué crees que tu mundo es el mundo?
En esencia, los estudios de Varela concluían que “la mente no está en la cabeza”: la cognición es un fenómeno “enactivamente encarnado”, de modo que la mente es inseparable del cuerpo y del ambiente externo. Rechaza el mundo objetivo, reivindica la experiencia propia y la relación con el otro: somos en relación con subjetividades semejantes. Varela postuló incluso que la emoción está en la base del proceso cognitivo y que la empatía, que forma parte del corazón del budismo, es un eslabón primordial.
“En términos de su cosmovisión, creo que si juntas todo esto, sus preguntas juveniles sobre la mente y su lugar en el universo y luego sus experiencias de vida, incluido el sufrimiento que lo llevó a cuestionarse a sí mismo, lo que obtienes es alguien para quien la vida y la ciencia no eran dos cosas separadas”, dice su viuda. “No iba al laboratorio y hacía sus experimentos y tomaba sus medidas y estudiaba sus objetos y luego dejaba el laboratorio y pensaba en otras cosas con una mentalidad totalmente diferente. De hecho, era un gran problema para él que los científicos funcionaran de esa manera. Y de ahí se desprende que sintió que era una ilusión pensar que la ciencia es una práctica objetiva y que puedes estar a distancia de lo que estudias y mides. Por el contrario, toda la ciencia está impregnada de subjetividad y él pensó que nuestra mejor apuesta es admitir esto y encontrar formas, metodologías, para practicar la ciencia que den cuenta de nuestra participación subjetiva en lo que estamos haciendo”.
Es lo que él llamaría la neurofenomenología: “Expandir la neurociencia para incluir investigaciones fenomenológicas originales de la experiencia”, como dijo su amigo el filósofo Evan Thompson, con quien escribió De cuerpo presente (The embodied mind, 1992).
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-El Dalái Lama quiere darte un mensaje -le dijo Amy Cohen.
Francisco Varela se encontraba en su cama, en París, semiinconsciente. Desde hacía unos años lidiaba contra un agresivo cáncer hepático. El Dalái Lama estaba en Madison, Estados Unidos, en un nuevo encuentro Mind & Life. Desde 1987 las reuniones se reeditaron con una frecuencia bianual, en India, Estados Unidos y Austria. En ellos participaban científicos y filósofos del más alto nivel y eruditos en budismo tibetano. Abarcaron una amplitud de temas: budismo y neurociencia; emociones y salud; dormir, soñar y morir; ética y compasión; física cuántica y ciencias contemplativas. Pese a estar muy delicado de salud, Varela pudo participar del seminario en India el año 2000. Pero luego su condición se agravó.
En 2001, cuando el equipo del Dalái Lama llamó a su casa diciendo que tenía un mensaje para él, Varela llevaba días sin abrir los ojos. Amy Cohen pidió ayuda a los estudiantes de su laboratorio: instalaron una cámara web y pusieron el computador frente a su rostro. Varela estaba demasiado débil para hablar, pero cuando oyó el nombre de Dalái Lama, abrió los ojos de golpe, recuerda ella.
-¿Estoy en el departamento de Varela? -preguntó el Dalái Lama a través de la pantalla.
“Estábamos hablando también por teléfono y dije: ‘Sí, te estamos escuchando’. Luego comenzó a hablar a Francisco sobre todo lo que él y su trabajo habían significado para él. Entonces lo llamó hermano espiritual”, recuerda Amy Cohen. “Yo estaba de pie detrás de Francisco para ver la pantalla, pero en ese momento me inclino y miro su rostro y siento como si mi corazón se me saliera del pecho. Francisco está completamente consciente, completamente despierto y tan concentrado y en conexión con el Dalái Lama que se siente como si se hubiera sumergido en la pantalla, como si fuera un charco de agua donde se uniría a él. En ese momento se sintió como si fueran uno. En ese momento brillante, la materia de la que estaba hecha su amistad no era ni el budismo ni la ciencia, sino simplemente el amor”.
Era el 23 de mayo de 2001; Varela murió cinco días después.
Veinte años más tarde, con el retrato del científico chileno frente a sí, el Dalái Lama revivió su amistad:
-Estoy bastante seguro de que nos seguiremos viendo. No sé si él pueda reconocerme, pero seguramente tendremos una conexión mental. Es posible que si vivo 10, 20 años más, me encuentre con un niño que me diga algo que me recuerde a Francisco Varela.
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