A los 93 años de edad, Gastón Soublette Asmussen está tan lúcido como siempre, pero más solo que nunca. En enero murió su única hermana, la compositora y cantante Sylvia Soublette, y en agosto del año pasado falleció Bernardette de Saint Luc, quien fue su mujer por 65 años.
“En cinco meses murieron mi esposa y mi hermana. La muerte me está rondando”, dice al teléfono.
El influyente filósofo y esteta ha dedicado su vida al estudio de la cultura popular y el simbolismo, en libros como La estrella de Chile (1984), Mensajes secretos del cine (1985), Mahler, música para las personas (2005) y Sabiduría chilena de tradición oral, en sendos volúmenes de refranes (2009) y cuentos (2013). También ha abordado la filosofía oriental y el Evangelio en El libro del Tao y la virtud de Lao Tse (1990), Rostro de Hombre (2006) y El Cristo Preexistente (2016).
La cuarentena Gastón Soublette la está haciendo en la quinta de Limache donde reside hace años. “Estoy encerrado en mi casa, inmovilizado. Acá hay aire bueno y puedo caminar bajo el parrón, hacer ejercicio. Igual que las demás familias, yo no recibo visitas. Alguien fabricó un pan integral que a mí me gusta y me lo vino a dejar de regalo. Antes a esa persona yo la hacía pasar, se le daba un tecito. Ahora no. ‘Oye, desgraciadamente…’, no le alcancé a explicar, cuando me dijo ‘¡No, si no pienso entrar!’. Me entregó el pan a través de la reja y salió disparada”, ríe.
“En este momento hay una empleada en mi casa que se aloja aquí, y tiene una hija, y también hay un cuidador en la quinta. No me falta compañía. Y pega tampoco”, cuenta.
Profesor del Instituto de Estética de la UC hace 42 años, este semestre Soublette debía dictar su muy demandado curso Simbología del cine. “Resulta que no lo puedo hacer por internet, no sé manejar una computadora y no tengo teléfono inteligente. Pero estoy contratado como profesor investigador, así que sigo trabajando en mi casa en los textos que tengo que entregarle a la universidad”, aclara.
-¿En qué está trabajando?
-Estoy escribiendo mis memorias, pero no en el sentido cronológico. Son episodios sueltos de mi vida que han sido significativos para mí, nada más. Por ejemplo, mi participación en la Revolución de Mayo del año 68 en París, cuando era agregado cultural en Francia. Todo ese capítulo es muy interesante, porque aporta una información muy pintoresca, además de que tuvo muchos aspectos parecidos al estallido social de Chile de octubre de 2019. Solo los nombres y los lugares cambiaban; los anarquistas actuaban y el Partido Comunista, también. Incluso es similar cómo actuaban los no violentos para impedir la violencia. Es muy interesante.
-¿Ha trabajado en más episodios?
-Sí, ahora estoy muy entretenido con otro capítulo, que es sobre mi experiencia con Violeta Parra, desde que la conocí hasta que nos despedimos en el aeropuerto de París y no la vi nunca más.
-¿Adquirió un nuevo significado esa experiencia ahora que la repensó?
-No. Yo creo que ya tengo bien pensado lo que ella significó en mi vida. Yo era director de programas de Radio Chilena CB 66, y ella entró a mi oficina sin anunciarse, en una actitud muy invasiva, y eso es muy significativo, porque yo pensé: “Es el pueblo de Chile que entra en mi vida”. Fue mi primer contacto con la cultura popular de mi país, eso lo tengo claro. Y hay otra cosa significativa: ella me sacó de mi indefinición frente al problema social y me puso de parte de los perdedores. Me di cuenta del estado en que se encontraba la sociedad chilena en esos tiempos y entendí por qué ella escribía canciones de protesta y también todo lo que Pablo Neruda decía en sus poemas. Eso también se lo debo a ella, Violeta Parra me pasó a la izquierda.
-Cuando conoció a Violeta Parra, en 1954, ¿usted no dimensionaba la profundidad de la cultura popular chilena?
-No. Sucedió de esta manera: ella me insultó. Me dijo “Usted es un pituco de mierda que nunca va a entender a su pueblo”. Para mí, eso fue más un desafío que un insulto. Encontré tremendamente interesante la cultura popular que ella me mostraba; no eran solo canciones, era toda la mentalidad del pueblo chileno y toda la tradición oral de sabiduría, de los refranes, de los cuentos, de las anécdotas, de las fiestas. Todo eso yo se lo debo a ella.
La música que Gastón Soublette conocía desde la infancia era la clásica, que se escuchaba e interpretaba en su familia, y él incluso estudió en el Conservatorio de París. Pero cuando Violeta Parra lo aceptó como discípulo, su universo sonoro se amplió. Transcribió a partituras la vasta recopilación de la cantautora y juntos publicaron El Folklore de Chile: la cueca (1959), y luego les dio una nueva dimensión a nuestras melodías tradicionales en sus propias composiciones Chile en cuatro cuerdas y Autosacramental por Navidad, dos favoritas del público.
Codicia sin límite
Gastón Soublette se sumó a las protestas del 18 de octubre. Lo grabaron varias veces tocando la cacerola en la calle, y esos videos se viralizaron. “Mi participación más activa fue a través de los medios. Tal vez la más fuerte de todas fue la entrevista que me hizo Chilevisión en el matinal, ¡que duró una hora y media! Ahí yo dije todo lo que pensaba: vivimos en una sociedad muy injusta, con desigualdades escandalosas, abuso del poder, privilegios de la inversión extranjera, todos esos horrores. Entonces no se puede no esperar que en algún momento de nuestra historia la gente diga: ‘Bueno, basta, poh. ¡Basta, hasta cuándo esto!’”, exclama.
El filósofo considera que las formas de vida creadas por la sociedad moderna son inaceptables: “La mayoría del pueblo chileno no llega a fin de mes con lo que gana, vivimos apremiados por el tiempo útil, es una cosa terrible. La civilización industrial fracasó en su intento de alcanzar el bienestar”. Soublette recuerda los cálculos de la ONU y la FAO en torno a la pobreza en el mundo (cerca de 800 millones de personas) y a la población con escasez de agua (2.000 millones de habitantes). “Entonces, ¡hasta cuándo! ¿Dónde está el progreso? Esta civilización industrial ha destruido el equilibrio del ecosistema natural de todo el planeta y nos tiene al borde del colapso de la naturaleza. Todo el mundo se está dando cuenta de que no se puede seguir tolerando todo eso, entonces de ahí mi participación activa”.
-¿Qué le parece que lo llamen “sabio de la tribu”?
-Ja, ja, ja. No me digas eso. Ja, ja, ja. Lo que pasa es que yo soy un viejo que ha vivido mucho. Tengo 93 años y he visto muchas cosas. Tengo mucha experiencia de lo que significa el problema social en Chile y en el mundo.
-Muchos admiran que usted denuncie, además, que la humanidad ha sacrificado su parte espiritual.
-Claro. Todos los analistas de esta revolución de la calle, por así decirlo, piensan en términos económicos y políticos, nada más. Lo original que tiene lo que yo digo es que planteo problemas al nivel de la sicología de masas, de la sicología individual y también el problema espiritual, que es que los grandes valores de la cultura cristiana se han perdido todos. Y eso normalmente no está en el discurso de los historiadores, economistas, cientistas políticos. Es muy grave que ellos sean indiferentes a ese problema, porque ahí está la base de todo lo que está pasando. Ya no hay ninguna estructura ética en el comportamiento de los poderosos que ponga un límite a la codicia del poder económico, y por esas ambiciones le hacen pagar un gran precio al hombre medio. Pero para que eso haya sucedido, la cultura occidental tuvo que renunciar a los valores cristianos que fueron la base de nuestra cultura, porque no les conviene que sigan pesando sobre nosotros la concepción del hombre y del mundo que se desprenden del Evangelio de Jesucristo. Eso tendría de original la intervención mía. Yo me ciño también por la idea de Carl Jung de que el hombre moderno padece de grandes dolencias sicológicas; él las llama incluso epidemias síquicas. A la mayoría de las personas que me han escuchado de estos dos temas, de lo espiritual y lo sicológico, es eso lo que les ha gustado. La gente está cansada de oír diagnósticos puramente económicos y políticos.
-¿Qué análisis hace de la pandemia?
-La pandemia parece haber paralizado momentáneamente el estallido social del mundo y nos metió a todos en nuestras casas encerrados y muertos de susto. Tampoco han faltado los pensadores que ven en esta pandemia una especie de castigo de la naturaleza, por el crecimiento irresponsable de los países poderosos. Da la impresión de que la naturaleza se está comportando de forma inteligente y consciente; al paralizarnos está impidiendo que la contaminación sea más grande. También hay científicos que han afirmado que este contagio generalizado es el resultado de una manipulación genética deliberada hecha en laboratorio. Ahora, ¿con qué intención sería esto? Si efectivamente hay en esto una conspiración, tú puedes deducir que se buscaba paralizar esta protesta mundial que había puesto en jaque el principio de autoridad y que estaba deteriorando el principio de representatividad de la democracia.
-Y usted, ¿qué piensa?
-Es bastante sospechoso el resultado, porque le han amarrado las manos a la protesta mundial. Ahora tenemos que recurrir a esas autoridades que despreciábamos, porque no tenemos otras. Como procedimiento, sería perverso. Pero es una suposición, nadie puede probar que es así.
-¿Cómo se informa usted en estos días?
-Yo me informo nada más que a través de la televisión. Toda la información que viene de afuera me la comunican mis hijos por teléfono, y además le mandan textos al teléfono de la empleada de la casa y ahí los leo yo pues. Ahí leí, por ejemplo, todo lo que dicen los filósofos. Pero todo se plantea en términos económicos y políticos, no hay nadie que, como yo, aluda al problema sicológico del hombre moderno, y menos aun alguien que enfoque esto desde el punto de vista espiritual. Ni siquiera la Iglesia.
-¿Cree que se reactivarán las protestas sociales cuando termine la pandemia?
Pero por supuesto, ¡se van a redoblar! Cuando termine la pandemia los movimientos sociales van a seguir peor que antes. Eso es lo que yo creo.
-¿Cuál libro, película o composición recomienda usted para esta cuarentena?
-Yo soy un hombre creyente. Recomiendo que lean en la Biblia el Salmo 91 del rey David, quien se confía en Dios, de que a él y a los hombres fieles que hay en su pueblo no les llegará la peste, porque Dios no lo permitirá. Ese salmo proclama la autoprotección a través de la fe. Yo les recomiendo a los creyentes esa confianza en Dios, y orar constantemente para que todos seamos liberados de esta maldición.