Gladys Marín tras la desaparición de su esposo: Las lágrimas que guardó
El historiador y periodista español Mario Amorós accedió a los archivos personales de la fallecida líder, que están en manos de sus hijos, y a los registros internos del PC de las últimas cuatro décadas, lo que le permitió construir la más completa semblanza de la desaparecida dirigenta. Gladys Marín, una vida revolucionaria (sello Ediciones B), será lanzada el próximo 5 de marzo, en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, con ocasión de la conmemoración de los 20 años de su muerte. A la espera, adelantamos párrafos destacados del libro.
Casi un año tardó Gladys Marín en confesar a su amiga más cercana, Marta Friz, el desamparo que le provocó la detención y desaparición en mayo de 1977 de su esposo Jorge Muñoz Poutays, el amor de su vida, en manos de la DINA, la policía secreta del régimen de Pinochet.
Ella, que se sentía impedida de derramar una lágrima y negaba para sí el derecho al dolor personal en medio del sufrimiento que trajo la dictadura, no pudo contener su tristeza en una sentida carta que le escribió a Friz, en la que devela su fragilidad, la misma que ocultó al mundo, incentivando el aura de mujer de hierro, dura y peleadora.
“Un año, amiga de mi alma. Y sin poder hablar ni derramar una lágrima ante nadie. No tengo derecho. Yo debo dar ánimos (...). Pero a veces, aunque fuera por una vez, necesitaría a alguien que, conociéndome, conociera la profundidad de mis preocupaciones (...). Amiga mía, quisiera llorar y que mi nana me abrazara como cuando era chica. Y que, como en ese entonces, me dijera: ‘Ya va a pasar’”.
“Perdóname por esta vez (...). Cuando recibí la noticia el año pasado no pude decir nada. Tenía que continuar. Leo y releo las cartas del flaco. El poema Espérame, y espero”, escribió Marín el 16 de abril de 1977 desde el exilio en Moscú a Friz, su amiga y enlace dentro del PC y a quien llegó a encomendar el cuidado de sus dos hijos -Rodrigo y Álvaro Muñoz Marín-, quienes vivieron con los abuelos paternos en Chile y a quienes no pudo ver por 13 años, mientras estuvo en la clandestinidad.
La carta a Friz, junto al epistolario que intercambió desde el exilio con su esposo -quien se quedó en Chile para asumir tareas en la dirección interior del PC-, además de las misivas que envió a sus hijos, son algunas de las revelaciones que el historiador y periodista español Mario Amorós da cuenta en su biografía Gladys Marín, una vida revolucionaria (sello Ediciones B)”, que será lanzada este 5 de marzo en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, con ocasión de la conmemoración de los 20 años de la muerte de una de las mujeres más relevantes de la política chilena.
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Para esta obra Amorós, autor de las biografías de Salvador Allende, Pablo Neruda y de Víctor Jara, tuvo acceso al archivo del PC chileno y a los cuadernos de anotaciones que Marín llevó durante los ocho meses que estuvo asilada en la embajada de los Países Bajos, donde guardó las cartas que envió y recibió y que han servido a Amorós para elaborar un acabado perfil de quien fuera la primera secretaria general de las Juventudes Comunistas, diputada, primera presidenta de la colectividad y la primera mujer en levantar una candidatura presidencial en Chile.
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El lunes 4 de abril de 1960, a las 8.50 horas, en una oficina del Registro Civil en Santiago, Marín contrajo matrimonio con Jorge Muñoz Poutays. Se habían conocido durante unas jornadas de trabajo voluntario, posiblemente el 4 de febrero de 1958, para construir la escuela de la población La Victoria.
“Era un joven aparentemente muy serio, pero atractivo, tremendamente atractivo (…). Con él fui aprendiendo cosas nuevas, ampliando mi mirada hacia otros aspectos de la vida. Siempre alardeaba de que me había civilizado, que había bajado a esta ‘cabra loca’ del monte y le había hecho ponerse medias de nylon, a mí, que simplemente no usaba nada, que andaba a pierna pelada, así fuera invierno. En cierta forma tenía razón”, diría años después Marín.
El 11 de septiembre de 1973, el Golpe de Estado fracturó la vida de Chile y de pasó fragmentó la vida familiar que Muñoz y Marín habían construido.
“Gladys sólo pudo despedirse de su hijo menor, Álvaro, y de su esposo, seguramente de manera apresurada, antes de que un compañero la recogiera (…). Miró el jardín, miró su araucaria… y se fue”.
“Si de mí hubiera dependido, me hubiera quedado en Chile. Era lo que yo quería y para eso me había preparado; había dicho que defenderíamos a Allende con todo’, recordaba Marín casi 30 años después sobre su obligado asilo iniciado el 25 de octubre de 1973.
Durante los meses que permaneció asilada, Marín mantuvo correspondencia con su esposo, con Marta Friz, sus suegros y su abuela, entre otras personas. Eran mensajes breves, de no más de 10 líneas, que eran traspasados con la ayuda de un sacerdote holandés que cada 15 días visitaba la embajada.
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En la primera misiva que dirigió a su esposo, que no está fechada, le transmitió sus palabras más cariñosas: ‘Mi amor, mi compañero de toda la vida, siempre te esperaré, y aunque yo esté en otras tierras, estaré aquí contigo’. Incluso le expresó que deseaba estar embarazada para ‘llevarme algo de los dos’. ‘Qué hermoso va a ser tener de nuevo un hijo. Lo vamos a tener, ¿no es verdad?’”. Le pidió que le hablara de sus hijos, de la familia y de la nana, y le preguntó su opinión por una interrogante que la atenazaría durante aquellos meses (y los años posteriores) y que lo expondría de manera recurrente: “‘Dígame, ¿usted estuvo de acuerdo con mi partida? Yo no, y aún sigo dudando’. Respecto de los hijos, le manifestó que, a su juicio, deberían permanecer con los abuelos. ‘Lo más normal dentro de lo posible la vida para ellos. Que no salgan fuera de nuestro Chile ¿no le parece?’”.
Muñoz le escribió el 7 de noviembre (de 1973). Tampoco le ocultó sus sentimientos de dolor ante la derrota y sus consecuencias: la persecución, la separación abrupta de su familia. “Creo que como todos en estos días he muerto y nacido muchas veces. Pero ahora (desde hace un tiempo) estoy más estabilizado. Hace como un mes , en una pieza donde alojaba, solo, dejé correr las lágrimas, sin aspavientos, sería uno o dos minutos (...). Gladys, amor mío, llora una vez, desahógate. No es signo de debilidad”.
“Sí, Jorge, he llorado varias veces y me ha hecho bien”, le respondería varios días después a su esposo en una nueva carta.
Entre la documentación que su familia ha conservado existe una hoja manuscrita, sin fecha, dirigida a Jorge Muñoz, en la que Marín le trasladó la información sobre su salida al exilio y le pidió que pasara el día anterior por la calle Austria, bajo la ventana de la pieza que ocupaba, para verse desde la distancia. “‘Solamente me miró. Esa fue la despedida’”.
Recién el 26 de julio de 1974, ya en Europa, Marín pudo escribir la primera carta a su esposo desde el exilio. “Ojalá apuren mi regreso”, fue la frase con que concluyó esa misiva.
La urgencia por retornar a Chile la carcomía. Así lo refleja en sus intercambios con su esposo: “Entiéndeme, no es infantilismo. Pero te pido me ayudes (...). Entiéndelo y ayuda a que discretamente se entienda’”.
Casi un año después, el 23 de abril de 1976, Marín recibió la que sería la última carta entre ambos. Muñoz le había escrito con motivo de su decimosexto aniversario de matrimonio: “Esta es solo para saludarte. ‘Regalarte’ muchas cosas. Que comamos cosas ricas. ¿Qué tal cazuela de pavo con chuchoca? Y antes una entrada de erizos con pebre, pan con mantequilla y vino blanco (…). Quisiera bailar contigo en este cumpleaños, un vals o un tango, sentirte cerca, muy cerca”.
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A fines de abril de 1976, la DINA averiguó que en la casa del número 1587 de la calle Conferencia, de Santiago, situada entre el Club Hípico y las vías férreas que nacen de la Estación Central, solían verse algunos de los principales dirigentes comunistas. Bajo tortura, Juan Becerra, el dueño del inmueble, confesó que entre el 4 y el 5 de mayo de 1976 se realizaría una reunión en su hogar.
Al día siguiente, la militante del PC en cuya casa Jorge Muñoz vivía por aquellos días avisó a Marta Friz que este no había regresado (…). No era el único: Jaime Donato, Uldarico Donaire y Elisa Escobar, en Conferencia 1587, y Lenin Díaz, Marcelo Concha, Víctor Díaz y su enlace, Eliana Espinoza, habían caído en manos de la DINA.
Cuando conoció la noticia de la desaparición de sus compañeros, a la que inicialmente no dio crédito, Marín se encontraba en San José (Costa Rica) y estaba a punto de tomar la palabra ante la Asamblea Legislativa. “Al tener la confirmación, para mí fue un golpe terrible y solo quería (...) estar sola para detener el vacío que me invadía”.
A su regresó a Moscú, Rosa Hernández la recibió en el aeropuerto. “Yo tenía el pecho apretado y me sentía deshecha”, recuerda. “En cambio, Gladys se mordió su dolor y de ella no salió ni una lágrima cuando la abracé”.
Sólo a su amiga del alma, Marta Friz, Marín se atrevía a revelar sus dolores.
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