La pregunta causó algo de sorpresa, sino incomodidad, en la sala principal del GAM. En el escenario, Guillermo Calderón, uno de los dramaturgos y directores de mayor reconocimiento internacional, daba la bienvenida a más de 300 programadores teatrales de 30 países. Era la inauguración de Platea 25, la plataforma del Festival Teatro a Mil que promueve el intercambio y la colaboración entre artistas y teatros de América Latina y el mundo. En su presentación, el autor de Neva hizo un repaso de la historia política reciente y del lugar del GAM como uno de los focos del estallido. Esa mañana de enero, a miles de kilómetros, nuevos bombardeos en la Franja de Gaza habían matado a medio centenar de personas. Mirando a la platea, Calderón preguntó:
-¿Cómo justifican ustedes la idea de que hoy vamos a entrar al teatro y vamos a pasarlo bien o no, vamos a disfrutarlo, mientras está pasando esto y todo tipo de conflictos en el resto del mundo?
La tarde siguiente, en el Teatro UC, el dramaturgo estrenó su más reciente obra, VACA, un montaje que tuvo su debut mundial en Weimar y que presentó en Chile por primera vez. A través de la figura simbólica de una vaca, animal que nunca se ve en escena, Calderón plantea una serie de preguntas vinculadas a la tenencia y crueldad hacia los animales y, de fondo, a la violencia y la precariedad social.
Con mínimos elementos en escena, la obra presenta a una pareja de repartidores de pizza. El conflicto arranca cuando una amiga les pide que cuiden y oculten su vaca en el patio. También les dice que no se encariñen con ella. Pasa el tiempo y la dueña de casa se encariña con la vaca: la bautiza Da Silva. Sin embargo, el animal se vuelve un problema. Y aparece un carnicero que les ofrece dinero por ella. Todo ello ocurre enmarcado en una suerte de show o documental televisivo.
Sombría y enigmática, la obra toma distancia de sus creaciones más conocidas y premiadas, como Neva, un texto de gran resonancia poética y política en torno a la muerte de Chéjov, el teatro y los albores revolucionarios; Villa+Discurso, pareja de obras que abordan el problema de la memoria y las violaciones a los derechos humanos, o incluso su teatro más político, encarnado en Escuela y Mateluna.
Según cuenta, VACA forma parte de una nueva trilogía que gira en torno a la idea de eliminar a los animales, sobre todo rurales, como la vaca, en los contornos de la ciudad. “Y es como una especie de instalación de un ideal bien urbano, burgués, de vivir como totalmente al margen de los animales inaceptables, porque hay otros que son aceptables. Esto también tiene que ver con la aceptación de la violencia sistemática en contra de los animales”, dice. En el fondo, la obra juega con la figura de la vaca como productora de leche y carne para “referirse a la gente y a las mujeres que trabajan”.
¿Cómo la ve en relación al resto de su obra?
Es más abstracta, es más irónica, quizás tiene un tono menos poético y quizás políticamente es más intrigante, porque no es tan explícita. Creo que hay un paso hacia nuevos territorios.
Sensibles, inteligentes, provocativas, las obras de Calderón suelen conmover al público y se extienden en la conversación más allá de la función. Con VACA, obra que regresa en marzo al Teatro UC, el resultado fue distinto, acaso menos transparente. ¿El dramaturgo buscó un lenguaje más elusivo o sofisticado?
-Yo estuve muy interesado en desarrollar el teatro panfletario, porque lo encuentro muy valioso e interesante como gran tradición del teatro chileno, con gran prestigio y trayectoria cultural. Yo quería explorarlo, validarlo y hacer un pequeño aporte a eso. Pero ahora quise hacer un trabajo que fuera un poquito más complejo, en el sentido de crear un problema para el público, donde el público tuviera que decidir realmente cuál es la posición que toma. Porque en la obra hay muchas provocaciones, hay una obra dentro de una obra y hay un final que es irónico, o no lo es. Es más complicada, no necesariamente más sofisticada, pero sí es más inconclusa, y de alguna forma quizás podría ser más decepcionante, si lo que uno espera es una tesis más explícita. Pero creo que están todos los elementos para reconocer la metáfora de la vaca como persona sometida, no como animal, sino como persona sometida a sus límites. A partir de esa idea se puede construir todo. Lo que pasa es que tiene muchas entradas y salidas que pueden llevar por otros caminos también. Por lo tanto, es una obra que, de todas maneras, yo espero que se complete en la conversación posfunción.
Alguna vez definió el teatro político como una experiencia colectiva de abordar problemas políticos en el teatro. ¿Ha cambiado su visión?
Yo estaba muy interesado en la idea de memoria, sentía que la memoria chilena no estaba explorada en todas sus capas y profundidades, especialmente una década después del plebiscito o algo así. Y también sentía que había que hacer un esfuerzo por hacer una reconstrucción histórica, porque la historia estaba en disputa, y el teatro podía cumplir un rol en redefinir lo que significaba la historia de Chile, sobre todo en los últimos 50 años. Después intenté buscar un teatro de acción política, y ahí es cuando aparece más lo panfletario, en el sentido de que el teatro político puede y tiene que vincularse no solo a la acción de ver la obra de teatro, experimentarla, sino que también vincularse a un proceso activo de participación política. Y ahora yo creo que hay una aceptación o un reconocimiento del fracaso del proyecto cultural que quiere participar en política, porque después de todo este esfuerzo, finalmente el teatro no ha logrado motivar las grandes transformaciones como se esperaba. Entonces, creo que hay un regreso al origen de la idea, que era crear una comunidad en torno al escenario. Y quizás ahora el teatro, en este periodo de desorientación absoluta, va a volver a convertirse, o por lo menos me gustaría que se convirtiera, en una especie de reencuentro, porque sigo pensando que el teatro político no necesariamente cambia lo que la gente piensa, sino que más bien produce un espacio de encuentro, un espacio contracultural, no en la medida de que es contracultura en sí misma, sino en crear un espacio no atomizado y colectivo. Ese acto sigue siendo válido, y es el teatro político en el que estoy pensando ahora. Y, además, también hay una idea de que el teatro tiene que seguir, aunque haya sido derrotada su idea y su proyecto, debe seguir, porque esa fuerza es lo que permite crear cierto sentido de dirección para el futuro.
¿Derrotado en qué sentido, en su capacidad de cambiar la sociedad?
Sí, lo que pasa es que el teatro formó parte de un movimiento que incluía el proyecto político de cambiar el sistema político en Chile o hacer cambios profundos al sistema heredado de hace 50 años. Y luego de los grandes movimientos políticos del 2018 hacia acá, más la pandemia, todo sigue igual y con mucho más reconocimiento de que nada cambió y que es difícil que cambie. Por lo tanto, en ese sentido el teatro político fracasó, porque fracasó todo el proyecto de transformación. Entonces, el teatro se ve empujado a un rincón de actividad cultural donde existe totalmente al margen de un movimiento social o político transformador. Y eso es distinto, porque antes había una idea de que se podía construir un movimiento en el que el teatro estuviera integrado a un proyecto social más grande. Cuando eso fracasa y cuando se instala esta idea de que nada va a cambiar y hay una resignación absoluta, el teatro es empujado de nuevo a las cuatro paredes de una sala y a una situación de aislamiento, donde existe solo como arte, sin ningún vínculo con lo que está pasando afuera. Desde ahí hay que entenderlo y hay que ver en qué dirección se puede empujar para construir otra forma.
En 2017, Calderón y su grupo montaron Mateluna, una obra que perseguía demostrar la inocencia de Jorge Mateluna, exfrentista acusado de asaltar un banco. No lo logró en ese momento, pero cinco años después fue indultado por el Presidente Boric.
¿Cómo evalúa la experiencia de Mateluna?
La idea de la obra Mateluna consistía básicamente en que el teatro no emergiera de una idea dramatúrgica, sino que se uniera a una campaña política. Y eso invertía mucho las cosas, porque, por lo general, una de las cosas que se le critica al teatro político es justamente que no tiene efectividad. O se le pide a la gente que hace teatro que tengan siempre una independencia absoluta de la política, o que las ideas no pueden ser tan explícitas, que los panfletos son malos, etc. Hacer la obra Mateluna permitía explorar todo eso y al mismo tiempo sumarse a la campaña para liberar a Jorge Mateluna, una persona encarcelada y condenada injustamente. El Presidente Boric lo indulta y Jorge Mateluna sale libre. Es difícil atribuirse este acto que hace el Presidente, porque hay muchas personas involucradas en la defensa y en explicar una y otra vez por qué Jorge Mateluna era inocente. Pero el teatro político, en este caso el nuestro, sí logró algo. Sí logró romper esa barrera de que el teatro político es permanentemente acusado de ser inútil. De cierta forma, en la medida en que se logró el indulto, es una validación indirecta del trabajo teatral, de que uno sí puede participar en temas políticos que vayan más allá de ideas estéticas. Y también habla de lo limitado que es el teatro político, porque finalmente el teatro político provoca y hace todo lo que hace, pero finalmente todos estos problemas se resuelven en la escena política.
¿Cómo ve a la izquierda política hoy?
Puedo hablar del gobierno más que de la izquierda política. Yo veo que en el gobierno están muy preocupados de mantener fuera del poder político a los sectores más radicales de la derecha. Y eso parece que fuera el único proyecto político real. Un proyecto más bien negativo. Es decir, más que hacer tantas o tales cosas, vale mucho más la pena evitar que pase esto. Y es un proyecto político poco ambicioso, pero, además, permanentemente explica que no podemos hacer más. Es como si esa fuera la justificación para el estado de las cosas, de todas las cosas. No es momento de soñar mucho, sino que es el momento de tratar de evitar que pase esto otro. Y sobre todo considerando una especie de paranoia internacional que tiene que ver con el avance de estas fuerzas en otros países vecinos y en muchas partes del mundo. Hay una idea como de Frente Popular: es importante detener esto que se viene y es la idea de crear grandes alianzas y grandes consensos. No son grandes proyectos, sino que es más bien una especie de idea racional y ponderada que va a ser premiada por la historia.
¿Cómo ve su rol como dramaturgo en este contexto?
Yo pienso que lo principal es poder usar este lugar de privilegio, escribir, dirigir y hacer obras que la gente pueda ver para pensar colectivamente en lo que estamos. A veces es necesario explicar lo que estamos sintiendo. A veces es necesario que la misión que uno cumpla simplemente sea decir esto es lo que estamos sintiendo. Y a veces eso es tremendamente clarificador. En segundo lugar, juntar a la gente, congregar a la gente. Y en tercer lugar, siempre va a ser imaginar otra posibilidad, otro mundo, otra idea. Siempre está el tema de que la realidad es tan aplastante que es imposible imaginarse una alternativa. Entonces, a veces el teatro se da el lujo de imaginarla sobre el escenario.
Su intervención en Platea 25 fue muy comentada.
La idea era darles un poco de contexto a los invitados de en qué lugar estaban. Hice una pequeña presentación mostrando videos, hablando de la historia política de Chile de los últimos cinco años, y también el contexto del lugar donde estábamos, el GAM, qué había pasado ahí. Hablé un poco de la precaria situación de la gente que trabaja en teatro, que muchas veces cuando ellos veían gente trabajando sobre el escenario y que lo hacía muy bien, era gente que vivía bajo la línea de la pobreza. Y después hablé de la justificación para un festival de teatro. Justo ese día habían muerto 64 personas producto de los bombardeos en Gaza. Parte de la presentación era intentar justificar la idea de un festival de teatro en ese contexto. ¿Cuáles son las palabras que nos contamos o que les decimos a otras personas para justificar esto? El teatro siempre está lleno de frases, por ejemplo, que el teatro se justifica porque es un acto de resistencia. Hay muchas frases que se repiten así permanentemente. Yo pregunté qué frases usaban, qué frases podían servir, porque mi cuestionamiento era que ninguna frase servía. Si ese día habían matado a 64 personas, la única solución realmente era cerrar los teatros y no hacerlo, resistirse a hacer el teatro, porque no era posible. Fue un poco intencionalmente incómoda, porque obviamente es un problema que no tiene mucha solución. Y es algo que se discutió mucho en los 50, sobre todo después de la exposición de los campos de exterminio nazis.
La idea de Adorno de que no se puede hacer poesía después de Auschwitz
Claro, y eso aún no se resuelve.
¿Es una pregunta que sigue abierta?
Sí, la pregunta sigue totalmente abierta. O sea, cómo hacer teatro en el lugar del estallido social. Lo que pasó afuera del GAM y en las cuadras que lo rodean es una herida abierta en el centro de la ciudad. Entonces, si uno va a hacer teatroen el GAM, es imposible no plantearse eso. ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Es posible hacerlo? ¿Cómo puedo hacerlo? El teatro tiene que plantearse permanentemente el ejercicio ético de por qué se hace, dónde se hace, quién lo sostiene. Y bueno, es una pregunta difícil o quizás imposible, pero me pareció que era pertinente para empezar este festival.
Fue una pregunta que causó sorpresa.
Yo creo que no era tan inesperada, porque la gente de teatro está todo el tiempo hablando de esto. Si viene toda esta gente invitada de otras partes del mundo a Chile, ¿por qué no hablarles con la honestidad como señal de respeto, de bienvenida, y decirles en esto estamos pensando permanentemente? Y no hacer una recepción como de guía turístico, sino decirles mira, estos son los problemas de los que hablamos todos los días. Quizás fue una presentación un poquito innovadora en términos de formalidad, pero el contenido es como el pan de cada día, diría yo.