Gustavo Rodríguez, escritor peruano: “Si no tuviste decisión en qué circunstancias nacer, debería quedarnos el consuelo de decidir en qué circunstancias morir cuando lo que queda es dolorosísimo”
Ganador del Premio Alfaguara, el autor habla de su novela Cien cuyes. En ella narra la historia de una madre soltera que trabaja cuidando ancianos solitarios de clase alta en Lima. Con humor y empatía, la novela aborda temas como las dificultades de envejecer, las desigualdades sociales, la muerte y la eutanasia.
Cuando le diagnosticaron cáncer, decidió vivir sus últimos años en paz, rodeado de su familia. El doctor Jack Harrison amaba el jazz, el bossa nova, la lectura y el whisky Old Parr. Buscó que sus días finales fueran apacibles y los cuidados paliativos, solo los necesarios. El doctor Harrison era el suegro del escritor peruano Gustavo Rodríguez (1968) y a través de él, este vio materializarse el concepto de muerte digna.
-Murió hace poco más de un año y la manera en que murió me llevó a escribir esta novela -dice, a propósito de Cien cuyes.
Ganadora del Premio Alfaguara, la novela está dedicada a Jack Harrison, quien además aparece como personaje en sus páginas.
-Con Jack fue una especie de vuelta a una relación con la figura paterna, porque con mi padre yo no pude sentarme a tomar un trago y a conversar de las cosas importantes de nuestras vidas. Mi padre era alcohólico, entonces para mí sentarme a tomar un trago con él era muy problemático. Pero con mi suegro sí pude hacerlo y al final nuestras vidas se engarzaron de manera ya inolvidable.
En Cien cuyes, Gustavo Rodríguez aborda los temas de la vejez, la soledad y las dificultades asociadas a ella, así como la amistad, los sueños al final de la vida y la muerte digna. “Yo he usado mi escritura para tratar de procesar y explicarme por qué me ocurrieron cosas en el pasado, pero esta es la primera vez en que uso personajes literarios para tratar de explicar qué podría venir en el futuro”, dice el autor.
La novela es protagonizada por Eufrasia, madre soltera que vive con su hijo y su hermana en un barrio pobre de Lima. Llegaron desde la provincia, y Eufrasia trabaja cuidando de doña Carmen, una viuda mayor de clase alta. También se ocupará del doctor Harrison, un médico jubilado y solitario.
Más tarde, Eufrasia va a trabajar a un asilo, donde conoce a un grupo de ancianos divertidos y vitales, Los Siete Magníficos. Mientras sueña con reunir el dinero para comprar cien cuyes, y así comenzar un negocio propio, Eufrasia conoce y se vincula con el grupo, que integran un ex surfista, un empresario japonés, un capitán de navío retirado, un ex poeta, una pareja de gemelos y una elegante viuda. De un modo u otro, la muerte y la enfermedad los ronda, pero ellos la viven con rebeldía: “Mejor arder que apagarse lentamente”.
“La vejez no es una batalla; la vejez es una masacre”, escribió Philip Roth. Cien cuyes está a distancia de la profundidad y lucidez del autor americano, pero en sus páginas se encuentran observaciones como la de doña Carmen, para quien “lo único peor que ser un viejo solitario es el miedo a ser un viejo solitario y sin dinero”. O la convicción del doctor Harrison: “Llega una edad en que la felicidad consiste en que nada te duela demasiado”.
Lejos del patetismo, la novela está salpicada de humor y narrada con empatía hacia los personajes. La música y el cine se vuelven elementos de encuentro y de experiencias compartidas entre ellos, aun pese a sus diferencias sociales, como ocurre con Eufrasia y los abuelos.
-“Envejecer es tener cada vez menos conversaciones”, dice uno de los personajes. Esa es una idea que trabaja la novela: la vejez y la soledad.
-En la novela hay ese grupo de ancianos que viven en una vejez solitaria, pero también hay otro grupo que nos recuerda hasta qué punto la compañía siempre es deseable. Los Siete Magníficos nos muestran un ejemplo de solidaridad, de gregarismo benefactor hasta los últimos días de tu vida, y quizá yo haya creado este grupo de ancianos maravillosos, vivaces, que se acompañan, como un reflejo de lo que yo quisiera para mi propia vejez. Yo quisiera vivir mis últimos años rodeado de mis amigos, mis amigas, la gente que quiero.
-La novela se aleja del patetismo gracias al humor. ¿Cuán importante fue para usted?
-Sin perder el dramatismo, la novela está traspasada de una mirada risueña que te hace de alguna manera leerla con menos amargura. Siempre digo que yo no encuentro mérito en el uso del humor en mi literatura, porque eso a mí me sale de forma natural, porque desde pequeño he lidiado con lo que me rodea usando el humor como herramienta. Y claro, en esta novela el humor sí era doblemente pertinente, un poco porque yo temía que me saliera cursi, y porque los temas dolorosos son más digeribles con humor y sobre todo con ternura.
-¿Qué relación ve entre sus personajes y los adultos mayores en Perú?
-Hay una frase que el narrador ensaya alrededor de doña Carmen: Hay sólo una cosa peor que el miedo a una vejez solitaria, y es el miedo a una vejez solitaria y sin dinero. Y desde ese punto de vista, creo que la situación en un país que ha bajado abruptamente sus expectativas de desarrollo como el Perú, es precaria. Hay otra frase que habla de que la gente pobre necesita de sus hijos como AFP. Para empezar, hay millones de ancianos que viven de la voluntad de sus hijos. En segundo lugar, sin infraestructura básica que les permita tener una calidad de vida aceptable. La enormidad de casas peruanas que viven en cerros urbanos sin agua potable cerca y con escaleras polvorientas para llegar ahí, hacen imposible que un anciano pueda salir de su casa y hacer convivencia con otros. Entonces, sólo desde esa descripción yo te diría que en Perú hay millones de ancianos sentenciados a una vida en prisión.
¿Cómo funciona el sistema de pensiones en Perú?
Las pensiones son miserables. Ten en cuenta además que el 75% de la economía peruana es informal, al revés es lo que pasa en Chile. En realidad los ancianos dependen de la buena voluntad de sus familiares y de la caridad. No hay un Estado que se ocupe de ellos. Entonces, es muy, muy difícil. Yo creo que si hay un sector de la población donde más se pueden comprobar las consecuencias de la desigualdad social, es en los ancianos.
La novela toca el tema de la desigualdad: los ancianos pueden vivir cómodamente en la residencia, mientras Eufrasia sobrevive como puede. ¿Son un reflejo de lo que ocurre en la sociedad peruana?
Totalmente. Es lo que ocurre. Yo sí me considero un afortunado observador de estas confrontaciones, de estas convivencias sociales entre realidades tan desiguales. Porque yo he vivido de alguna manera en la precariedad también, no extrema como la de Eufrasia, pero sí he vivido en la precariedad desde pequeño. Y también he accedido a los grandes salones de la burguesía. Entonces, al tener los pies en ambos territorios, puedo dar fe de sus conductas sin necesariamente juzgarlos. No es mi intención hacer algún tipo de denuncia social, pero es imposible, al situar una historia como esta en una ciudad moderna latinoamericana como Lima, es imposible que no se intuyan estas confrontaciones sociales, estas placas tectónicas que crujen.
En la novela, Los Siete Magníficos quieren exprimir la vida, comparten y se apoyan, pero saben que el tiempo les juega en contra…
Eso es lo triste de su caso. En realidad, al revés de los primeros ancianos que aparecen en la novela, doña Carmen y el doctor Harrison, que quieren que el árbitro pite, quieren que el partido termine, ellos están viviendo una última etapa de juventud, recordándose sus épocas, riendo juntos, pero no dejan de pensar que eso también va a tener su final. Entonces, esa preocupación filosófica es la que va a llevarlos a vivir la gran aventura de sus vidas finalmente.
Ineludiblemente la novela toca el tema de la muerte, que solemos eludir. ¿Le interesaba poner el tema en la conversación?
En los últimos años, tratar de que naturalicemos más la muerte ha sido una de mis preocupaciones. De hecho, tengo un libro inédito para niños que habla sobre cómo a un niño se le muere en la casa un abuelo y cómo se naturaliza la muerte a través de este duelo. El tema de la muerte está en mí desde hace tiempo, porque considero que mientras menos hablamos de las cosas que nos preocupan, cuando esas cosas ocurran, pues más nos van a estallar en la cara. Yo creo que una sociedad es más sana en la medida que sus integrantes afrontan la realidad que les incomoda y la procesan juntos, no la niegan, tratándose además de sociedades que somos más longevas cada vez.
Junto con ello aparece el tema de la eutanasia. ¿Qué piensa al respecto?
Me suena totalmente razonable una salida de esa manera. Yo soy un defensor de las libertades individuales hasta el final, obviamente mientras no le hagas daño a otros. Pienso que si no tuviste decisión en qué circunstancias nacer y te puede tocar un billete de lotería terrible, por lo menos debería quedarnos el consuelo de decidir en qué circunstancias morir cuando veas que lo que queda es dolorosísimo y humillante. Y que incluso puede ser una carga para otro. Además, sí creo que cada quien debe ser dueño de sus circunstancias al final de su vida.
¿Esto forma parte del debate en Perú?
No, no se aborda todavía. Si no queremos hablar de la muerte, menos queremos hablar de la dignidad al morir. La muerte digna se levanta cuando ocurren casos individuales, como el que ocurrió hace poco con Ana Estrada, una señora que tiene una enfermedad degenerativa. Ella sabe que el final de su vida va a ser humillante y quiere tener la carta a su favor para el momento en que decida irse del mundo. Y la Corte Suprema refrendó esto, pero es un tema individual, no está legislado para todos. Las reacciones de muchas personas en las redes, sobre todo muy conservadoras, fue de mal gusto, fue terrible.
¿Pesa mucho la herencia religiosa?
Sí, sí, nos pesa mucho. Yo creo que más que la religión, la culpa que puede traer la religión. Yo respeto mucho que la gente tenga sus religiones, pero la culpa puede generar injusticias. Es curioso que en nombre de una idea narrativa de un Dios que te hace sentir culpable, dejes de sufrir a una persona y dejes de sentir empatía por ella.
Ud. participó en la campaña de Alejandro Toledo.
Sí, sí, yo fui su asesor en su campaña contra Fujimori.
¿Qué le parece ahora verlo encerrado acusado de corrupción?
Mira, yo a raíz del caso Toledo dejé de participar en campañas políticas, porque fue una decepción tremenda. Y digamos que la gran lección que puede dejar que tengamos a tres ex presidentes ahora presos en Perú es que no debemos creer en que va a venir un Mesías con una historia bonita de Cenicienta a salvar el destino del país. En vez de esperar un héroe creíble del cambio, como decía Mitterrand, debemos armar institucionalidad entre nosotros mismos desde las células más pequeñas hasta que eso se sienta en los sistemas más grandes. Tenemos que apostar por ponernos de acuerdo entre nosotros antes de esperar a que venga un héroe a salvarnos. Los tres ex presidentes que están ahora presos en su momento fueron, entre comillas, los héroes creíbles del cambio para una gran parte de la población. Y míralos, ahí están, encerrados.
¿Tiene sentido todavía esa pregunta de Vargas Llosa: “En qué momento se jodió el Perú”?
Siempre nos la vamos a preguntar. Yo creo que el Perú nació jodido. Si me remonto a la primera vez que la palabra Perú aparece para Occidente, es en un contrato en el cual tres conquistadores castellanos pusieron dinero para explorar un territorio al sur de Panamá que iba a traer riquezas. Entonces el Perú nació como una empresa. Una nación que nace designada para ser una empresa es distinta a una nación que nace designada por ser un territorio en el cual debemos ponernos de acuerdo por el colectivo común. Yo creo que hasta ahora vivimos marcados por ese primer destino.
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