—¡Cacha las "Tortugas Ninja"!

—Ohh, ¿compañeros nuevos?

El diálogo —a los gritos para asegurarse de que todos escucharan— consiguió el resultado que seguramente esperaban los dos alumnos del Instituto Nacional: varias risas y una que otra mirada de desprecio entre las "Tortugas Ninja". Así llamaban a los carabineros que, desde las siete de la mañana, ocupaban los techos y el perímetro del que supo ser el primer foco de luz de la nación.

Este último conflicto lleva más de cuatro meses. Partió en abril, con una toma estudiantil en protesta por la ley Aula Segura, promulgada a fines de 2018, que aumentó las facultades de los directores para expulsar a los alumnos que exhiban conductas violentas. La lucha fue recrudeciendo rápidamente con la arremetida de los encapuchados y la respuesta de las autoridades, que han aplicado más restricciones para ingresar al colegio y ocupado el recinto con carabineros.

https://www.latercera.com/nacional/noticia/presidente-centro-alumnos-del-instituto-nacional-critica-revision-mochilas-propuesta-alcalde-santiago-ingreso-al-liceo-carabinero-me-pide-la-mochila-afecta-honra/664754/

Este martes, a las 14 horas, justo afuera de la puerta de ingreso de San Diego, aguardaba al menos una treintena de efectivos. Completaban el paisaje unos 50 estudiantes, la mayoría de entre segundo y cuarto medio, que habían sido despachados alrededor de las 12.30, pero se negaban a dejar el lugar. Preferían seguir allí, mirando desafiantes a los uniformados —para ellos, invasores— y soltándoles uno que otro garabato. Frente a las consultas de algún curioso, recitaban el mismo verso: "Los capuchas son los pacos. Así no se puede estudiar".

—Oigan, cabros, y si quisiera entrar al liceo, ¿está muy difícil? —pregunté.

—El lunes había algunos pacos de civil revisando las mochilas en la esquina y te pedían el carné —me explicó un flaco de lentes y gorro.

Otro, de polerón negro, pantalón de buzo y skate en la mano, lo hizo parecer mucho más sencillo.

Nah, mira cómo estoy vestido, hermano; vos llega a las 7.45 y pasa, nomás.

Miércoles 8.30 a.m.: Llevo una hora exacta en el liceo y casi 35 minutos escondido en uno de los baños. Llegué a las 7.30, un poco antes, para tantear el terreno: existía una alta probabilidad de que me pidieran carné o que me revisaran la mochila. Pero el skater de ayer tenía toda la razón: no había ningún tipo de control. Los carabineros que rodeaban el acceso no hicieron nada más que observar. Pasé como si fuera 10 años más joven, como si no tuviera 27 ni fuera periodista. Me afeité las patillas, conseguí una polera del colegio y entré como un institutano más. Y, supongo, no era el único que pasó por alumno.

Pero luego tocaba otro desafío acaso más complicado: ¿Dónde quedarme? No podía entrar a una sala de clases, ni tampoco tenía contactos dentro del colegio. Me habían advertido que el Instituto era grande, pero era un auténtico laberinto. Por eso, a la rápida, elegí el baño, uno en el que la ventana mira hacia uno de los patios. Desde aquí, ahora puedo observar a los primeros carabineros merodeando los techos.

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Fuerzas Especiales rodean los techos y el perímetro del Instituto Nacional.[/caption]

Cada vez que alguien entra al baño y me ve acá, tomando agua o simulando sonarme, pienso lo peor. Poco antes de las nueve, decido abandonar mi escondite aprovechando que un tipo —que asumo era profesor— ha desaparecido del pasillo. En la cancha principal, un curso entero se juega la vida en una pichanga. Me siento a mirar.

Mientras tanto, desde una sala del cuarto piso, un estudiante de pelo largo intenta amigarse con uno de los carabineros del techo:

"¡¡¡Tío!!! ¡Tío, salúdeme! —le grita—. Hermano, ¿por qué no me saluda?".

Busco un nuevo lugar. Tras caminar un rato por el pasillo que conecta el hall con el quiosco, llego a un terreno más bien pequeño, con varios árboles, un afiche grande en contra del monocultivo y un par de homenajes a generaciones pasadas de institutanos. La selva, le dicen. Parece ideal, porque está vacío, relativamente apartado y, lo más importante, me permite mantenerme de incógnito. Me siento, agarro un libro y a esperar.

9.25 a.m.: En La Selva ya no me siento tan observado. Estoy sentado en la banquita más próxima al pasillo cuando llegan dos estudiantes, me atrevo a adivinar que de segundo medio, un metro y 70 como mucho, flacos y sin el uniforme del Instituto Nacional: llevan buzos y polerones oscuros. Miran de reojo y me ven solo, sentado, sin hacer nada. Se acercan a un macetero de concreto y empiezan a destruirlo con rapidez. Primero a las patadas y, luego, con los mismos bloques que se van desprendiendo. El niño más flaco, de rulos, guarda dos o tres pedazos grandes en su mochila y otras piedras más chicas en su polerón canguro. Diez minutos después, otro grupo de cinco llega a hacer lo mismo: estos sí tienen uniforme, pero sacan de la mochila unos cortavientos negros. Algo va a pasar.

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Carabineros en el Instituto Nacional.[/caption]

Las pifias de todo el patio actúan como una señal. Me acerco a la cancha principal y veo que empieza: desde una especie de puente del tercer piso, unos siete u ocho jóvenes emergen de la masa y se turnan para lanzar piedras y botellas a los carabineros que están en el techo. Los demás siguen pifiando e insultando. Dos mujeres, tal vez inspectoras, llegan cinco minutos más tarde a calmar la situación. Los alumnos comienzan a abandonar el lugar. Voy a ver qué pasa y, subiendo las escaleras, escucho por primera vez que hay rumor de asamblea.

10.50 a.m.: No sé si ha habido clases normales. Supongo que no, porque la cancha en todo momento ha estado ocupada por una treintena de alumnos que juegan fútbol o básquetbol. De pronto, el flaco de rulos atiza el fuego con un par de piedrazos a los carabineros del techo, logrando la primera respuesta de la mañana: una lacrimógena, que deja a varios tosiendo en el patio.

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El lienzo que dedicaron los alumnos a carabineros en la mañana del miércoles.[/caption]

Entonces, unos 20 estudiantes que están repartidos frente al quiosco comienzan a caminar hacia el hall. Seguían a un cabro de metro y 60, robusto, de vestón y bufanda roja. "¿Qué conseguimos?", le pregunta uno. "Nada, nada, vamos a la asamblea", le contesta esa suerte de líder. Esos 20 iniciales, a los minutos son 50, 70, 100, 200 y más. Mediante chiflidos, los alumnos se van dando cita en la sala principal del hall del liceo. Adentro está lleno hasta el segundo piso. Comienza el discurso: "Compañeros, es inaceptable tener carabineros arriba de los techos de nuestro querido liceo (...). Han abandonado la educación pública y nos quieren destruir, quieren desaparecer al Instituto Nacional, el foco de luz de la nación durante 206 años (...). Sabemos que no vamos a acabar esto solo con acción directa o pacifismo, tienen que converger (...). Tenemos un plan, pero sabemos que en este momento hay infiltrados —el miedo me aprieta el pecho otra vez—, así que no se los diré desde acá arriba, se los iremos a decir abajo".

Suenan los aplausos de los presentes.

"Se acabó —pienso—. Me van a descubrir". Pero entonces un muchacho de melena y lentes grandes me agarra del hombro: "Ven, hermano. Ya, miren: vamos a hacer un cazabobos, en los próximos minutos van a salir un par de capuchas falsos, sin tirar nada, para esperar la reacción de los pacos. Y a resistir, los necesitamos a todos".

https://www.latercera.com/reportajes/noticia/instituto-nacional-cuando-primer-foco-luz-comenzo-apagarse/700963/

11.24 a.m.: De entre los cientos de alumnos que esperan en la cancha principal, salen finalmente los falsos encapuchados: un grupo de niños enmascarados que corre hacia la entrada. No puedo ver mucho, pero, efectivamente, los carabineros comienzan a reaccionar. Los jóvenes se dividen rápido: un grupo de 40 —a los que me sumo— corren hasta la puerta de San Diego, donde está el contingente de las Fuerzas Especiales. La idea es cercar el acceso con lo que sea: mesas, sillas, basureros, fierros, pedazos de concreto y ladrillos, pero los carabineros fuerzan su entrada. Ahí se desata la guerra.

La resistencia dura exactos 10 minutos: las Fuerzas Especiales, desde afuera, logran ahuyentar al grupo de avanzada con gas pimienta y aprovechan el momento. Son las 11.34 cuando más de 100 efectivos, divididos en bloques, entran al Instituto Nacional, ubicándose en los subterráneos. Desde los pasillos del primer piso, los estudiantes, muchos con mascarillas, todos con piedras, fierros, sillas, mechas, mesas o lo que fuera en mano, los esperaban. Algunos repartían pedazos de cualquier cosa que se pudiera lanzar. Carabineros respondía con lacrimógenas y los estudiantes lo sufrían: de hecho, pasado el mediodía, varios comenzaron a abandonar. Tenían las caras rojas y los ojos vidriosos.

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Fuerzas Especiales afuera del emblemático liceo.[/caption]

12.33 p.m.: Ya pasó más de una hora desde que el Instituto Nacional mutó en un campo de batalla y las cosas por fin parecen estar más calmas: ya no se están tirando nada, el quiosco volvió a abrir sus puertas, los profesores hablan con sus alumnos y en la cancha un grupo juega al "tontito". En el pasillo, algunos siguen firmes para impedir que Carabineros avance. Otros ya empiezan a dejar el establecimiento por Alonso de Ovalle. El muchacho de bufanda roja que dio el discurso en el hall los vuelve a reunir: ahora la instrucción es que hay que limpiar, recoger lo que tiraron y dejar todo prolijo para la llegada de los compañeros de la tarde. Ellos también se van a querer organizar, les explica.

Camino por el pasillo para comprobar cómo están las cosas y escucho una voz familiar: "Bueeeena, hermano, la lograste", me dice un flaco de negro. Es el skater de ayer. "¿Oye, y no tenís miedo?", insiste. A su lado, otro le pregunta por qué lo tendría. Le abro los ojos a mi "contacto" y, por suerte, parece entender. "Ándate, bro, te van a pillar —dice riéndose—. Aprovecha que la guerra se acabó".

Al menos por ahora, tiene razón.