Se dirá que el fenómeno es muy “gringo” como para aplicarse a la realidad chilena, pero tan lejos no está, especialmente en los ámbitos juveniles y estudiantiles: las “microagresiones” y el “vocabulario moral” que las describe, así como la sensibilidad frente a expresiones consideradas ofensivas (en especial respecto de grupos minoritarios y/o desfavorecidos) viene dando pie en el nuevo siglo a lo que los sociólogos estadounidenses Bradley Campbell y Jason Manning llamaron la “cultura victimista”.

The Rise of Victimhood Culture. Microaggressions, Safe Spaces, and the New Culture Wars (2018) es el libro de los autores, quienes aprecian un cambio significativo respecto de culturas como las del honor y la dignidad, que en otros momentos prevalecieron en las sociedades occidentales.

“Queríamos una etiqueta que, al igual que ‘honor’ y ‘dignidad’, identificara un tipo de estatus moral de gran importancia para la cultura”, explica Manning, profesor del Departamento de Sociología y Antropología de la U. de Virginia Occidental. “Y lo que nos pareció distintivo de esta nueva cultura fue que en ella la gente ponía énfasis en el hecho de tener una identidad oprimida o marginal, exageraba su nivel de victimización y, en algunos casos, se la inventaba. Entre los ejemplos que vimos está una estudiante que parte un editorial enumerando sus identidades oprimidas; personas que describen el desasosiego o la incomodidad como violencia y como trauma, o que afirman falsamente haber sido víctimas de crímenes de odio. También se da el fenómeno de gente que discute sobre cuál identidad es más oprimida o victimizada que otra, partiendo de la premisa de que la más victimizada es la más digna”.

Ustedes han distinguido entre una cultura moral específica y una cultura que es convencional o dominante (“mainstream”) fuera de los campus universitarios. ¿Qué tan mainstream es hoy la cultura victimista?

En el caso de EE.UU., diría que la cultura victimista es una subcultura prominente entre los profesionales y, cada vez más, en las grandes burocracias en general. Muchos de los términos y conceptos que hemos examinado en nuestro trabajo son habituales entre académicos, profesionales y personal de recursos humanos, y están incorporados en las normas oficiales de varias instituciones. Yo mismo fui denunciado por conocidos que, creo, ni siquiera estaban familiarizados en 2014 con el término “microagresión”, por no haberlo descrito de la forma en que lo hacen sus promotores.

¿Qué le están aportando las redes sociales a este fenómeno?

Nuestra explicación se centra en el modo en que las RR.SS. convocan a terceros: a un público de potenciales partidarios que podría informarse acerca de un conflicto o de un agravio. El gran volumen y la disponibilidad constante de este público potencial, así como la facilidad de comunicarse con él, fomentan la difusión de las quejas.

La tendencia a agruparse en “cámaras de eco” con personas de ideas afines también hace más probable que se las apoye rápidamente. Esto, a su vez, favorece la difusión de relatos de las víctimas para conseguir apoyo, simpatía o, simplemente, atención.

“Víctima” es una palabra con la cual es difícil tratar…

Muchas palabras tienen cierta ambigüedad y pueden referirse a varias cosas, o a distintos grados de una misma cosa, lo que puede dificultar la comunicación. Esto es especialmente difícil, porque por mucho que se intente definir un término con claridad, este puede tener connotaciones diversas -incluidas las morales y emocionales que determinan la percepción que se tiene sobre lo que se dice.

De hecho, mucha gente común parece elegir los términos basándose más en la valencia moral que en cualquier definición objetiva. De ahí el viejo dicho: “Quien es terrorista para un hombre es luchador por la libertad para otro”. En mi labor docente, puedo definir “terrorismo” de forma objetiva como una matanza punitiva o estratégica por parte de grupos organizados no estatales, y siempre habrá un alumno que diga, “¡pero no son realmente terroristas, porque quieren la libertad!”, como si mi definición lo impidiera. Esta es una de las razones por las cuales la polarización moral erosiona la comunicación: las connotaciones morales son divergentes.

¿Cómo cambia el modo en que entendemos su significado?

Una cultura que lleva a la gente a enfatizar, o incluso exagerar o falsear el victimismo, lleva a una expansión del concepto, a que se aplique a más cosas que antes: más cosas pueden ser vistas como una forma de daño o de victimización. Los términos asociados al trauma o al abuso solían tener significados mucho más estrechos en la literatura de hace 30 o 40 años que en la de ahora. Cada cierto tiempo, el concepto se amplía un poco más, aplicándose a una gama más amplia de algo o a manifestaciones menos graves de lo mismo. Una de las cosas de las que hablamos en el libro es la sensibilidad al menosprecio y una tendencia creciente a centrarse en la víctima. Los conceptos relacionados con el daño y el trauma, con la victimización y la opresión, tienden a ampliar sus significados para incluir más cosas que antes.

Ustedes citan un dicho antiguo (“los palos y las piedras pueden quebrar mis huesos, pero las palabras nunca me harán daño”) que hoy parece desafiado. ¿Cómo lo asocian a la idea de que el lenguaje crea realidad, o a la centralidad de los sentimientos?

Cuando citamos este dicho, a veces la gente nos plantea que las palabras hieren, emocionalmente. Tal vez piensan que acabamos de llegar del planeta Vulcano y no estamos familiarizados con los sentimientos humanos. Este aforismo no funciona como una descripción empírica, sino como un consejo: las palabras duras no son una amenaza a la vida o a la integridad física, y no se debería sobrerreaccionar frente a ellas. En la medida en que insistir en ello puede empeorar el dolor emocional o al menos provocar una escalada del conflicto que podría tener consecuencias aún más graves, el consejo resulta útil.

¿En qué medida la etnia, la clase o el género condicionan la discusión? ¿Cómo afecta esto a un hombre blanco que investiga un tema como este?

El modo en que las particularidades sociales dan forma a las ideas es una cuestión interesante para la sociología del conocimiento, aunque no es necesariamente relevante para juzgar la validez de esas ideas. Pensar lo contrario es incurrir en lo que los filósofos llaman la “falacia genética”: el origen –la génesis- de una afirmación no te indica necesariamente su veracidad. Es cierto que, frente a una persona muy sesgada, podrías ser más escéptico o sospechar de sus declaraciones, pero su sesgo no te dice, por sí mismo, que la persona esté equivocada. Y mucho de lo que se dice sobre la “epistemología del punto de vista” (standpoint epistemology) parece retrotraerse a ese punto y limitarse a las características biológicas básicas, como el color de la piel o el sexo. La forma en que un episodio personal o una identidad local ha dado forma a mis ideas puede ser tanto o más relevante que lo que se puede observar en mi foto que aparece en la web de mi facultad.