Joaquín Fermandois: “El Presidente Boric tiene el gran mérito de que en la práctica abandonó el camino revolucionario”
El historiador presenta el libro de ensayos ¿Hacia dónde vamos?, donde reúne una veintena de textos de autores de distintas disciplinas, desde la sicología a la filosofía, que piensan en torno al Chile de hoy. Inspirado en una obra de Karl Jaspers, el volumen celebra los 60 años del Instituto Chile y marca el fin de su período como presidente de la institución.
Cuando llegó a Alemania para cursar estudios de posgrado, en 1971, Joaquín Fermandois se encontró con una discusión intelectual en torno a un breve ensayo de Karl Jaspers, publicado hacía 40 años antes. La situación espiritual de nuestro tiempo se publicó en 1932, pero fue redescubierto después de la guerra y se volvió motivo de reflexión entre los intelectuales. “Me acuerdo que Habermas había hecho seminarios y una serie de publicaciones. La pregunta era si se iba a repetir la República de Weimar o Alemania iba a estallar”, recuerda.
De algún modo, el espíritu del ensayo de Jaspers se encuentra también en El tema de nuestro tiempo, de José Ortega y Gasset. Y un siglo antes, Tocqueville se había preguntado: “¿Hacia dónde vamos?”.
Como presidente del Instituto Chile y animado por los ensayos de Jaspers y Ortega y Gasset, Joaquín Fermandois invitó a un grupo de autores a pensar en torno al momento que vive el país. Bajo el título ¿Hacia dónde vamos?, el libro reúne textos y ensayos de una veintena de autores de distintas disciplinas, desde María Eugenia Góngora, Alejandro San Francisco y Constanza Michelson, a Fernando Lolas, Miguel Laborde y Lucy Oporto.
El libro celebra los 60 años del Instituto Chile y, en cierto modo, es el legado de Fermandois, quien deja la presidencia de la institución que agrupa a las academias de Historia, Ciencias, Ciencias Sociales, Medicina, Lengua y Bellas Artes. El libro será presentado el próximo miércoles en la sede Santiago de la Universidad Católica de Valparaíso.
“Lo que intentamos hacer es pensar profundamente nuestro presente, y en ese corazón de los fenómenos, si alcanzamos a rozarlo, hallaremos algo que tenga con probabilidad una duración de largo plazo de alguna característica o fenómeno. No se puede aspirar a más. Con todo, lo que se propone está mejor reflejado en el título -que tuvo larga historia en la vida cultural de la República Federal de Alemania- de Jaspers, ‘la situación espiritual de nuestro tiempo’”, escribe Fermandois.
Presidente de la Academia de Historia, Fermandois aporta al libro con el ensayo más extenso, Estallido: lo racional y lo irracional, donde analiza la singularidad histórica del alzamiento de octubre de 2019 y los factores que lo posibilitaron. Dado lo extenso de las manifestaciones, “no cabe duda que el estallido ha sido un fenómeno inédito en la historia del país, en todo caso de su período republicano”, escribe.
Fermandois observa que una rebelión de esas características, asociada con violencia destructiva, suele darse en dictaduras o regímenes autoritarios. Sin embargo, “el estallido se desencadenó en una sociedad culturalmente revuelta y agitada, lo que revertía en lo social, pero donde los rasgos normales considerados de una democracia parecían gozar de buena salud”.
Para el historiador, el estallido obedeció a un profundo desajuste de la sociedad con la modernización, y donde confluyen numerosos factores culturales y sociales: “La pacificación y el progreso material junto a la modernización social y económica (incompletas), así como la rápida adquisición no carente de rasgos infantiles y adolescentes del frenesí de lo moderno, junto al decaimiento de las energías morales para construir cotidianamente el orden político en su sentido más amplio, franquearon la puerta a esta explosión de jolgorio autodestructivo que también expresaba un desarraigo del alma, algo que sucede de tanto en tanto en el devenir de los humanos”.
-Mi diagnóstico es que la sociedad chilena no resistió, no absorbió bien el shock cultural de la modernización. El estallido es una respuesta a eso. Porque algo de esas características no se ha dado en otros países. Se han dado cosas más violentas y peores, como el Caracazo, en el 89, donde hubo 400 muertos, o el Bogotazo, el año 48, donde hubo miles de muertos. Pero en Caracas duró tres a cuatro días, y el Bogotazo fue una semana aproximadamente. Creo que en este caso el gran símbolo es el París del 68. Pero sucedió en una sociedad de tradición revolucionaria, en una democracia bastante consolidada. Y a las cuatro semanas todo el mundo se había olvidado: Francia estaba al borde del verano y se fueron de vacaciones. Aquí duró al menos un mes y medio o dos meses la parte álgida; se alargó hasta marzo y la pandemia lo acalló.
Fermandois destaca que en los últimos 30 años el país vivió un proceso de crecimiento económico y democratización que ofreció estabilidad y prosperidad, de un modo aún incompleto. Y en ese contexto se originó un malestar propio de una sociedad autocrítica.
-Yo tomo una frase de Tocqueville que también la citó Carlos Peña. Es una frase genial que dice que el yugo, mientras es más liviano, es más insoportable. Para quienes han vivido toda su vida bajo el yugo, la vida es así, y se trata de sobrevivir lo mejor que se pueda. Pero de repente el yugo se aligera, saca un poco de peso, y la gente empieza a darse cuenta de por qué esto es así, ah no, esto no puede ser y estalla. En Chile pasó, fue un tremendo corcoveo y el país se encantó en un momento dado con esto.
¿Hoy ve huellas visibles del estallido? ¿En qué?
Sí, en que el país quedó un poquito desarmado. No solo por el estallido, sino por toda la cultura de masas que se fue desarrollando y que es paralela en muchas partes del mundo. La idea de una cultura de los derechos y no de los deberes, fenómenos como la extensión de la juventud y la mentalidad juvenil más allá de los 20-25 años. Eso es complicado, pero es un fenómeno claro. Y la idea del reinado incondicional del principio del placer, por tomar este concepto freudiano. Eso se vio muy marcadamente en Chile. La ruptura con la tradición, la parte buena de la tradición; la idea de que las normas están para violarlas. Cierto que todos los escándalos, de capitán a paje, han afectado mucho. El país quedó como desarmado y perdió horizonte estratégico. Creo que los retiros de los fondos fueron los actos financieros más suicidas de la historia de Chile. Hubo algo de fiesta y quedamos un poco varados.
¿Cómo ha visto a este gobierno?, ¿ha estado a la altura de los desafíos?
Ha estado por debajo de lo que esperaban sus partidarios. El Presidente Boric tiene el gran mérito de que en la práctica abandonó el camino revolucionario o pararrevolucionario. Eso es bien claro. Incluso, su participación en el acuerdo del 15 de noviembre fue algo así. Pero le falta dar el otro paso. El paso, por ejemplo, que dio Friedrich Ebert, el primer canciller de Alemania después de la Primera Guerra Mundial, que era el líder de los socialdemócratas. El Partido Socialista había cambiado un poco, pero era un partido marxista y los bolcheviques lo miraban como un modelo en muchos sentidos. Y ese partido en un momento dijo no a la revolución y sí a la democracia, con cierta estrategia interna. Para mí ese es un cambio paradigmático importante, que el socialismo tiene sentido dentro de un conjunto de fuerzas, no aislado, y eso implica aceptar que la democracia tiene un cierto grado mayor o menor, según el caso, de economía de mercado.
“Lo que le falta (al Presidente) es aceptar que el futuro va a ser el socialismo democrático, palabra que en la izquierda chilena a veces ha tenido muy mala prensa”.
Usted sugiere que debería consolidar su alianza con el socialismo democrático.
Lo que le queda es dar ese paso, reconocer francamente el nuevo modelo, manteniendo alguna demanda, porque es imposible que se olvide de todo, además sería sospechoso. La gente que se olvida de todo es generalmente de espíritu mercenario, no tiene ni Dios ni ley. De alguna manera es bueno tener esos frenos. Lo que le falta es aceptar que el futuro va a ser el socialismo democrático, palabra que en la izquierda chilena a veces ha tenido muy mala prensa. Pero si miramos la historia del siglo XIX, XX y XXI, ha sido fuerte.
¿Cómo ve el futuro político del Presidente? ¿Podría volver a La Moneda?
Nadie puede asegurar eso, pero lo probable es que sí. Nadie ha desaparecido, y con la larga vida que se tiene ahora. Habría un ejemplo ahí con Arturo Alessandri. Él era un político del sistema, se transformó en un líder populista diríamos hoy día, con bastante demagogia, excitando a las masas, y el país se sintió identificado con esto. Y en su segunda administración fue un hombre conservador, pero que asienta al país y se da un período que hizo a Chile conocido por este factor democrático: los procesos electorales regulares, Constitución, división de poderes.
¿Cuál cree que va a ser el legado de este gobierno?
Si el país encuentra un rumbo más o menos aceptable, nunca perfecto, de desarrollo y de relativa paz política, va a ser visto como una primera etapa de eso, de remanso después del gran remezón del 2019 y todo lo que siguió. Pero si se encamina a una crisis, va a ser visto como un factor de esa crisis. Es una conjetura, yo no hago pronósticos.
A la luz de lo que ha hecho hasta este minuto el gobierno, ¿qué cree que va a quedar de él?
Va a quedar lo que existió en Chile desde fines del 19, una subcultura de izquierda que es de un corazón más o menos institucional y otra parte del corazón que es antisistema. Antisistema no quiere decir revolucionario, pero como que le molesta el mundo en que vive, la sociedad en que vive y el sistema en que vive y trata de erosionarlo.
¿El Presidente debería tomar distancia de los sectores más radicales?
Pero necesita sus huestes, necesita una tribu. Entonces tiene que convencer, transformarse en liderato y explicar. Eso pasó cuando Europa dejó de ser revolucionaria, pero la izquierda sobrevivió. Y la derecha, los conservadores representantes del antiguo régimen pasaron a luchar con las reglas del juego de este nuevo sistema que se transformó en algo moderno en Europa.
¿Qué le dice el apoyo que aún conserva el gobierno?
Todo el mundo está sorprendido con este 30% de aprobación, porque el Presidente Piñera llegó a tener un 7%. Es que la subcultura de la derecha no es algo cohesionado, la izquierda es mucho más cohesionada. Entonces Piñera puede desaprobarse, pasó en la primera presidencia y después ganó. Y yo creo que el funeral, donde fueron 22.000 personas, yo lo vi por televisión nomás, para mí fue un resumen del Chile social, una simpatía, pero que se expresa más esporádicamente. Siguiendo esta famosa terminología de Max Weber, yo digo que el típico político de izquierda vive de la política y el de la derecha vive para la política. Por lo tanto, este vivir para la política implica una debilidad potencial. Porque, ah, si me va mal, ya me voy a mi casa y no pasa nada. En cambio, el otro se tiene que jugar. Entonces, eso ha sido muy fuerte. Para mí es un gran, gran ejemplo, ya nadie se acuerda, pero yo lo viví la noche del 4 de septiembre del 70. Gana Allende y la derecha se queda pensando, porque Jorge Alessandri no dice nada, se queda varios días callado. Eso no puede ser. No son líderes los que hacen eso. Eso no ha vuelto a repetirse, pero es una tentación, para mí es simbólico. La derecha a veces habla mucho de la tradición, pero no se la practica. El amor al país, algo visible. Y ha aparecido este fenómeno, que fue porque la derecha clásica se olvidó un poco de la idea política de patria, y apareció esta derecha más tradicional, yo la llamaría integrista…
Republicanos.
Sí, fue porque una parte del país se sintió desamparada. Yo me acuerdo para el estallido que en la universidad alguien me dijo tenga cuidado, usted está hablando mucho con los alumnos más radicales, para que estén calmados, pero hay una minoría de alumnos que no está con esto y se sienten abandonados por todo. Y eso fue cierto, eso era como un 20%, hoy día es mucho más que eso.
¿Qué efectos puede tener este escenario en la derecha?
Esta división puede interferir en un futuro, en la posibilidad de un éxito en la gestión si es que triunfa el o la candidata, con todas las probabilidades va a ser Evelyn Matthei. Ella es una persona con capacidad, pero las cualidades de una persona no sirven sin equipo y sin la gobernabilidad mínima.
¿Usted cree que se le puede presentar ese problema a un eventual gobierno de Evelyn Matthei?
Se le presentó al Presidente Piñera en las dos administraciones. ¿Por qué no va a a presentarse ahora?
Parece un hecho que el próximo presidente va a ser de derecha, ¿no?
Mi educación práctica en ciencia política, no la teórica, la práctica, fue la candidatura de Alessandri el 70. Todos decían que el futuro presidente iba a ser Jorge Alessandri…
¿Tiene dudas de que Evelyn Matthei sería la próxima presidenta?
Las campañas pueden cambiar las cosas, piense en ese 30% del Presidente, es una cosa sólida y va a empezar a subir. La ley de probabilidades indica que en estos momentos Evelyn Matthei tiene todas las posibilidades de triunfar. Pero está en el tema de la división, los accidentes de la campaña, errores, siempre hay errores. Hay que ver cómo enfrentarlos.
Se va a cumplir un año de la muerte del Presidente Sebastián Piñera, ¿cree que se ha extrañado su liderazgo en la derecha?
Él tenía una debilidad política, que es parte de la derecha y más marcadamente en él, pero se echa de menos la capacidad de gestión y de organizar equipos. Ahora, Evelyn ya como senadora y como ministra mostró bastante capacidad, pero vamos a ver, La Moneda es distinta, es un problema más complejo. El problema es formar equipos que sean gestores y que al mismo tiempo den un mensaje político al país, porque esa ha sido la debilidad de los gobiernos de derecha. Y la gobernabilidad general con el Parlamento.
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