Joaquín Fermandois: “Se produjo un golpe porque había un objetivo no democrático, una situación imposible”
El historiador examina entre otros temas la relación de la derecha con la dictadura militar y con el golpe de Estado que la instaló en el poder hace medio siglo. “El 2003 y el 2013 se quedó calladita", afirma. "Ahora ha habido más polémica pública”.
Como llamado a las conciencias, los “nunca más” reflotan cada tanto. Y más si se acercan los 50 años del Golpe de Estado. Otra cosa es el sentido y la utilidad que les vea Joaquín Fermandois (Viña del Mar, 1948).
En un tercer piso de Ricardo Lyon, entre Bustos y Luis Amundsen, entre modelos navales a escala y libros que desbordan sus libreros, asoma el docente de la UC y de la U. San Sebastián. Descendiente de marinos, presidente de la Academia Chilena de la Historia y conocedor de la derecha por sus investigaciones y por su propia experiencia, dice que muchos oficiales que organizaron el “Once” habían “jurado que nunca iban a hacer un golpe en su vida. Que esos eran problemas de los civiles. Y después estuvieron en primera fila. Los acontecimientos cambiaron a la gente”.
En cierto lugar, Fermandois hasta simpatiza con llamados de este tipo, pero aclara un punto, negando todo ánimo justificatorio: “Nunca más golpes de Estado, pero, lo que es lo mismo, nunca más emplear los métodos democráticos para construir un sistema no democrático, aunque se le recubra de expresiones como democracia popular o democracia avanzada”.
Para los 40 años, declaró que el Golpe “sigue siendo algo satánico, o esa es más o menos la idea”, y que “Allende ha quedado como un héroe”. Para los 50 años, ¿cómo e el panorama?
Creo que, a grandes rasgos, la imagen permanece más o menos intacta. ¿Qué ha cambiado? Que 50 años es mucho más que 40, en el sentido de que casi todos los actores principales han fallecido, o que quedan pocos. El recuerdo vívido es menor y las cosas se van más hacia una leyenda.
Algo más o menos inesperado es que ha habido una discusión más plural sobre el proceso de la Unidad Popular, sobre el Golpe de Estado. Ha habido menos discusión sobre el régimen de Pinochet: no ha estado en el foco central, pero sí el proceso de la UP y todo lo que llevó al 11 de septiembre, además de la violación de los derechos humanos, naturalmente, que sigue en el centro.
Ahora, golpe y objetivo no democrático los pongo en el mismo nivel (en otro nivel está la violación de los derechos humanos). Para mí, van juntos. Se produjo un golpe porque había un objetivo no democrático, hubo una situación imposible, y eso pasa en todas partes: triunfa en elecciones un proyecto revolucionario o un proyecto contrarrevolucionario, o triunfa un levantamiento. No tenía que terminar con el régimen de Pinochet, pero así fue.
Ud. dice que medio siglo después se están explorando otros territorios...
De eso se queja el PC. El 2003 y el 2013 la derecha se quedó calladita, escondida. Ahora no ha sido así: ha habido más polémica pública, se ha mostrado un panorama más complejo.
¿Qué tanto buscó y pidió la derecha un golpe militar el 73?
La derecha moderna era antigolpista. En la década del 20 y del 30 le tenía un poco de miedo a un golpe nacionalista de izquierda, como el de la República Socialista. Pero el siglo XX está marcado en el mundo por un quiebre ideológico muy fuerte, la “crisis ideológica”: frente al modelo central democrático, parlamentario o presidencial, aparece una persuasión, una voluntad política y una acción importante que convence a mucha gente; una voluntad revolucionaria, radicalmente distinta. Frente a eso es inevitable, muchas veces necesario, que surja una persuasión contraria. Es una gran lucha. En los 30 había en Chile desde nazis hasta comunistas, y ambos tuvieron su papel.
El que estuviéramos entre la democracia y el totalitarismo fue algo cierto. Y lo es también que las democracias son minorías y que la gran mayoría de los regímenes del siglo XX han sido y son hasta hoy autoritarios.
¿Hubo algo que la hiciera tomar posiciones que no había tomado antes?
A medida que fue haciéndose más posible un triunfo electoral marxista, se empezaba a hablar de un golpe de Estado. Y, además, vino la inquietud militar por otras razones. Eduardo Frei le decía en 1968 al embajador [estadounidense Edward] Korry que los jefes militares le habían dicho que no querían disparar contra los obreros. Cuando había huelgas generales, los soldados subían a los trenes y los manejaban, o por lo menos estaban vigilando. Era un paisaje normal de la época, pero si había tensión, eso no les gustaba. Pero le decían también a Frei, “no vamos a dejar que Chile sea un país comunista”.
Hoy, un golpe militar nos parece algo rarísimo y contra todo principio, pero en el siglo XX que los militares se convirtieran en gran parte del mundo en “clase militar”, en parte de la clase política, era un hecho más o menos normal. La revolución de los jóvenes turcos en 1908 es el comienzo de esto, en que los militares dicen, el sistema está podrido y la misión nuestra como patriotas es modernizar el país, hacer que progrese, etc. Eso sirvió como semilegitimación de muchos regímenes militares que, además, siempre gobernaron con fuerzas civiles. Por eso me da risa lo de “dictadura cívico-militar”, me parece un infantilismo: no ha habido régimen militar que no tenga un apoyo sustancial de una parte de la población, empezando por la burocracia, como pasó con Ibáñez y Pinochet.
La lógica de “si los otros van a eso, nosotros nos vamos a defender” precedió esta situación, y eso es lo que se jugó en la Unidad Popular. Es cierto que la principal doctrina de la oposición conjunta de la DC y el Partido Nacional era la defensa de la democracia, pero tanto una parte de los democratacristianos como la derecha en general estaban abiertos a provocar una intervención militar, con diversos motivos y diversas intensidades. Es interesante ver lo que Allende responde días después a la declaración de la Cámara de Diputados del 22 de agosto [de 1973]: primero dice no me vengan con cuentos, este es un llamado a un golpe, pero en otro discurso se refiere a la Constitución como “la Constitución de la burguesía”: nosotros vamos hacia otra Constitución, una Constitución socialista, popular, etc. Y, efectivamente, esas palabras resumían el tema chileno.
El fin del sistema democrático y de la política como se los conocía, ¿fueron para la derecha un precio a pagar por librarse de la UP, o el inicio de una gesta en la que podían participar?
La derecha, en general, se sintió cómoda con el régimen militar. Lo apoyó políticamente. No hizo mucho ruido. Bueno, Pinochet no aceptaba que hablaran como grupo con él, sino que hablaba con personas individuales. No quería representantes de grupos: con los industriales o con los comerciantes, sí, pero no con los partidos. Individualmente, bastante gente de la derecha trataba de moderar, pero entre el 73 y el 76 no hizo mucho. La derecha política ahí tiene un defecto, una falla moral: no hizo mucho para usar su influencia, aunque tenía poca. La empezó a usar más cuando el tema de la DINA estuvo en el foco, sobre todo después del asesinato de [Orlando] Letelier y la respuesta en EE.UU.
Ahora, la misma crisis mostró la relevancia de los militares. Cuando Allende nombra ministros militares [tras el paro de octubre de 1972], hay el inicio de una intervención militar. ¿Había una alternativa? La única alternativa posible era que la Unidad Popular renunciara a su programa, que era la transición al socialismo.
Alguien que tiene un programa, ¿no aspira a que se cumpla?
Sobre todo la Unidad Popular: en términos políticos, morales, doctrinarios, cumplir con el programa era muy importante. A lo más había algunos, como Altamirano, que decían que el programa era “una primera fase” y se debía avanzar más. Amigos de izquierda me han preguntado ¿qué habrías hecho tú en el caso de Allende? Yo les digo que el 71, cuando tenía todo a favor y prácticamente mayoría absoluta en las elecciones municipales, habría convocado a un plebiscito. Llamar a un plebiscito era una cosa complicada en el Chile de la época, pero a propósito de la reforma del cobre lo pensó un poco la UP: poner cláusulas expropiatorias muy radicales. Había grandes probabilidades de ganarlo en esos momentos, y si hubiera llegado a perder, no tenía que dejar el poder. El 73 la situación era diferente.
¿Qué tan pasiva fue la complicidad de la derecha, para usar la expresión de Piñera?
Eso me parece despreciable de Piñera: no puedes decir eso de tu gente. Si es honesto, debió haberlo dicho el 89, cuando saltó de la DC a Renovación Nacional. “Me parece más interesante el proyecto de RN, pero ustedes no han condenado esto y tienen que condenarlo”. Ahí le habría creído, pero Piñera no es así, y escogió la frase más bonita.
En cuanto al fondo de la pregunta, la derecha no hizo lo suficiente para usar su influencia, aunque no podía hacerlo como grupo (del 83 para adelante se constituyen los partidos de derecha, y ahí son una fuerza autónoma que influye). Pero en los años clave de la DINA y la Caravana de la muerte se hizo poco. Podría haberse hecho más.
Cuando alguien dice que no es de izquierda ni de derecha, según la expresión, es porque es de derecha...
Bueno, es un chiste. Lo que sí hay es que esa persona va a ser más proclive a un statu quo que a un cambio radical: se muestra un poco escéptico del lenguaje político, y la izquierda necesita el lenguaje político, porque la izquierda es un lenguaje político, no un fenómeno social real. Se afinca más en los menesterosos de la sociedad, es cierto, pero es un lenguaje político. En cambio, la derecha es un sistema establecido.
El apoliticismo que llegó con la Junta, ¿le vino bien a la derecha en el sentido de que era mejor olvidarse de la política?
Sí, hubo algo de eso. Salvo algunas pocas cabezas que vieron algo peligroso ahí, hubo algo de eso. Después el gobierno -primero, por temas de aislamiento internacional- empezó a recurrir a algunas cabezas. A Sergio Onofre Jarpa, que se había ido a su campo, lo fueron a sacar de allá y lo mandaron a Naciones Unidas y después de embajador en Colombia, y más tarde de ministro del Interior. Pero ahí ha habido siempre una falencia grave de la derecha.
La historiadora Verónica Valdivia ha dicho que Piñera “representa la esencia de los anhelos pinochetistas: la hegemonía de la economía por sobre la política y una noción de la política como gestión en manos de tecnócratas”.
Es exagerado, pero tiene algo de cierto. Los políticos de derecha viven para la política, porque les gusta, y de repente se cansan. En cambio, los de la izquierda viven de la política, entonces se tienen que jugar mucho más. En las derrotas, las izquierdas sacan más la cara; en la derrota, la derecha se esconde. Yo aprendí una tremenda lección la noche del 4 de septiembre del 70: Alessandri se fue a dormir y no hizo ninguna declaración por varios días. Y nadie hizo una declaración. El único que salió en televisión fue Pablo Rodríguez, y hay que reconocérselo. Fue mi primer voto y no lo podía creer. Había que decir algo, cualquier cosa, pero a los votantes hay que decirles algo. Ahí aprendí mucho sobre la derecha: creo que eso no fue casual.
Lavín fue de los primeros en la derecha que hablaron de “la dictadura” y que se reunieron con familiares de detenidos desaparecidos, pero tras la detención de Pinochet en Londres se vio en el centro de manifestaciones para defenderlo. ¿Qué tan difícil fue el desapego?
Esa fue la derrota política final de Pinochet. No con esas palabras, pero el propio Pinochet dijo que se había sumado a una democracia que él había creado. Y después vino esto.
¿Qué tanto afectó a la derecha esta relación con Pinochet?
Salió bien parada. No la afectó. Y en 2001, la UDI pasó a ser el primer partido del país. Además, popularmente la imagen del régimen de Pinochet en los 90 no era mala.
“La derecha fue pinochetista”, escribió Sofía Correa: su apoyo a la dictadura fue “total” y quienes intentaron más tarde un camino distinto no tuvieron los votos. ¿Qué implicó este pinochetismo?
Ser partidario del régimen. Y Pinochet se transformó, para un sector del país, en una figura popular. ¿Qué sector? ¿Qué porcentaje? Es difícil saberlo. Pero pasó, y no solamente en los grupos altos, sobre todo en los momentos de auge económico. Pinochet empezó poco a poco a desinflarse. Influyeron los juicios de derechos humanos, el Informe Rettig, el Informe Valech.
¿Y el caso Riggs?
Para muchos en la derecha fue la excusa final para distanciarse de Pinochet.
¿Es el pinochetismo un remake de la vieja demanda portaliana por orden?
Sí. Es algo que va más allá de la derecha. Creo que hace mucho tiempo la derecha no es sólo la oligarquía, pero está un poquito atada a ciertas formas. Y Pinochet sabía que la popularidad no iba sólo por la derecha. Y usted vio la última elección: no creo que ese 35% que votó por los republicanos conozca mucho las ideas de Kast. Es la desesperación. La gente requiere orden.
¿Ve algún hito en el paso de la comodidad a la incomodidad de la derecha con el Golpe y la dictadura?
En estas cosas hay eslóganes con señales un poco superficiales: nunca más, no más golpes, etc. La manera de que no haya más golpes de izquierda o derecha, o situaciones revolucionarias, es que la democracia funcione. Y la democracia funciona con una educación política que es importante, pero también con progreso social y económico. Cuando falla eso, empiezan a fallar otras cosas. Si alguien no quiere golpes, tratemos de mejorar por ahí. Porque quizá en el futuro no se va a saber ni que existió la derecha o la izquierda, pero alguien se va a hacer cargo. El dominio de la inseguridad, la ley del más fuerte, es otra forma de dictadura. En la civilización moderna lo que más garantiza los derechos humanos es la democracia.
¿Pudo encarnar Piñera un cambio en la derecha a este respecto si había votado por el “No”?
Sirvió limitadamente. Habrá habido gente que no votaba por la derecha y que votó por Piñera porque estuvo por el “No”. Yo también voté “No”, pero no me jacto de eso.
Términos como “justificación” y “relativización” le cayeron a Patricio Fernández, mientras el diputado UDI Jorge Alessandri declaró “yo justifico el Golpe”.
Creo, sumando y restando, que es más lo que se condena el Golpe, pero sin la convicción que había hace dos años. El estallido que, para mí duró hasta las elecciones de convencionales, quiso cambiar el país de raíz. Y por un momento pensé que podía ser así. Después, empezó a desinflarse. Estos 50 años están en algo influidos por el estado de ánimo que hubo post 4 de septiembre y post 7 de mayo. Tiene que ver, pero no explica todo.
Y hay una cosa sicológica con la fecha, para bien y para mal. Para bien, porque ha tranquilizado al país. Ahora, el Golpe como “lo satánico” y lo único importante, implica olvidar la situación que hubo. Olvidar que también fue un golpe usar la democracia para lograr un sistema no democrático.
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