Jon Lee Anderson, cronista americano: “La nueva revolución es la reacción, son los reaccionarios, y nadie encarna esto mejor que Trump y Milei”

Cronista de The New Yorker, el avezado periodista norteamericano publica el primer volumen de sus crónicas reunidas, que abarcan desde 1980 a 2024, con el título He decidido declararme marxista. En esta entrevista Anderson habla del legado de las revoluciones en América Latina, de la nueva izquierda que encarna Gabriel Boric, y del auge de la derecha radical.
Media luna brillaba en el cielo cuando el Presidente Gabriel Boric salió al balcón de La Moneda, el 11 de marzo de 2022. El periodista Jon Lee Anderson escuchó su discurso desde la Plaza de la Constitución, acompañado del editor Aldo Perán. Cuando todo terminó y la gente y los vendedores ambulantes se retiraban, el periodista norteamericano le contó a su editor una anotación que encontró en un diario de juventud: “He decidido declararme marxista”. Meses más tarde, cuando ambos trabajaban en la edición de las crónicas completas de Anderson, el editor recordó la frase y con absoluta convicción le dijo: “Ese tiene que ser el título”.
-Ay, no, me cagaste. Todos los que han pensado que soy una especie de comunista vestido de oveja van a decir, ah, ya lo sabíamos -le dijo Anderson entre risas.
La nota la escribió a los 13 años, en un diario de África, de 1971, poco después de la descolonización del continente y cuando había muchas batallas revolucionarias en el mundo. “A mi lectura juvenil, parecía que los marxistas eran la gente valiente que estaba dando la batalla contra la injusticia”, recuerda.
Finalmente, el reconocido cronista aceptó el título por su carácter provocativo y porque, eventualmente, le sirve para hablar del pasado, de un mundo dividido por las ideologías.
-El título permite hablar de este periodo en que la vida de uno mismo pasó de la Guerra Fría, de ideologías contrapuestas, a la implosión de las ideologías, o la supuesta pureza de las ideologías. Y el libro aparece hoy en un mundo post ideológico.
Nacido en Los Ángeles en 1957, Jon Lee Anderson creció en cuatro continentes, entre Corea del Sur, Libia, Colombia y el Reino Unido. Cronista de la revista The New Yorker, ha recorrido el mundo cubriendo conflictos y retratando a líderes políticos. Es autor de la biografía más autorizada del Che Guevara, así como de acuciosos perfiles de Hugo Chávez y, más recientemente, de Javier Milei.
Aquella escena de Boric en el balcón de La Moneda forma parte de un perfil que le dedicó al Presidente chileno, titulado El hombre nuevo, y que ahora integra el primer volumen de sus crónicas reunidas, que abarcan medio siglo de trabajo periodístico.
Jon Lee Anderson acaba de volver a su casa en Londres, después de atravesar del Polo Sur al Polo Norte en los primeros meses del año. En enero estuvo en Siria, en París, en Nueva York para la fiesta de aniversario de The New Yorker; viajó luego a la Antártica con el Presidente Boric, estuvo con Lula en Brasil y visitó la frontera congelada entre Noruega y Rusia, donde palpó la tensión política de la región.
Cuando el comunismo se ha institucionalizado, junto con la seguridad del Estado y todas esas prácticas, lamentablemente se ha convertido en un ejemplo de represión y hasta cierto punto primitivismo
Jon Lee Anderson
El título del libro hace alusión a un período donde la revolución estaba viva en América Latina. ¿Qué legado quedó de aquello?
No puedo sino decir que el legado es desastroso, paupérrimo, es realmente triste. La revolución sandinista, que en su momento fue considerada la revolución 2.0, con algunas nociones marxistas, pero también cierto arraigo humanista, con una economía mixta, en fin, ha resultado una de las dictaduras modernas más extrañas y grotescas. En Cuba anda con una mano delante y otra detrás. Y Venezuela ni hablar; Venezuela hace rato se convirtió en una malandrería en cohabitación con los que ostentan ser revolucionarios. En fin, prácticamente el único de toda esa gesta revolucionaria que sigue vivo y que no tiene que pedir perdón a nadie es Pepe Mujica. Él pagó su pena en la cárcel, salió sin rencor y siguió participando en la vida pública de su país; demostró ser alguien evolutivo, pragmático, sin perder del todo sus utopías. Ha logrado ofrecer un ejemplo de lo que en un momento dado, quizás en el pasado, yo habría llamado un buen comunista. He conocido comunistas que son de las mejores personas que he conocido, pero cuando el comunismo se ha institucionalizado, junto con la seguridad del Estado y todas esas prácticas, lamentablemente se ha convertido en un ejemplo de represión y hasta cierto punto primitivismo. Solo a veces son vencidos en sus maldades por las ultraderechas, pero no siempre.
El cronista hace una pausa y subraya:
-Habiendo dicho eso, creo que a veces las luchas, y no solamente en América Latina, se tienen que dar porque la coyuntura lo exige. Mira lo que está haciendo Trump en Estados Unidos. Yo no apostaría a que nadie en Estados Unidos no vaya a utilizar la violencia como medida de protesta en contra de lo que parece ser una estampida represiva sobre la vida cívica norteamericana. Y, mirándolo desde lejos, no estoy seguro si lo condenaría. A veces, por más terrible que sean las consecuencias y aunque no lleguen a tener éxito, las luchas son necesarias.
¿Cómo ve hoy a los otros gobiernos de izquierda en América Latina?
Son gobiernos cada uno de una izquierda muy propia. En el caso de Lula, no era de la gesta guerrillera, sino sindicalista. En el caso de Boric, viene de una generación moderna. Y en el caso de Petro, en Colombia, sí, viene de la guerrilla, pero de la segunda generación. Creo que Boric y Lula son los más connotados en todo este organigrama de izquierdas, los exponentes más lúcidos y pragmáticos de un humanismo necesario en la política contemporánea, por mucha falta de popularidad que puedan tener. El hecho de que han logrado mantener algunos de los llamados y exigencias de una izquierda humanista ofrece camino hacia adelante, mientras que los que se autoproclaman revolucionarios francamente han fracasado, no ofrecen un camino por delante a nadie.

¿Qué diferencias ve entre el Presidente Boric cuando hizo su perfil y el de hoy?
Sigue siendo la misma persona. La diferencia es entre un presidente electo, con todo su porvenir por delante y su ilusión, sus sueños, y el camino ya más duro de la gobernanza y de la realidad que le ha tocado. Diría que en lo personal y en lo filosófico es en esencia la misma persona. Ha tenido que aprender un pragmatismo propio de un mandatario y ha demostrado tener esa capacidad de aceptar culpas propias, hacer correcciones sobre la marcha, que seguramente le han costado. Y le han costado a veces políticamente, en un mundo real donde hay unos adversarios esperando como tiburones fuera del bote, esperando que caiga sangre. Creo que ha logrado mantenerse al menos éticamente intacto. Ha habido momentos en que mucha gente lo ha criticado, pero considero que hasta ahora son traspiés propios de cualquier gobernante y ninguno lo arrastra como un escándalo mayor de hundirle sus posibilidades de gobernar en el futuro.
Si hay un líder de nueva izquierda, de centroizquierda o socialdemócrata, que quiere ser estadista, es Boric.
Jon Lee Anderson
¿Tiene posibilidades de volver al gobierno?
No soy experto en política chilena; los chilenos guardarán su verdad en su corazón y lo demostrarán luego en las urnas. Pero pienso que Boric saldrá más o menos airoso de esta presidencia, como un hombre joven, o menos joven, que ha experimentado el poder, ha sido curtido por lo que no ha logrado y quizás al volver sabrá qué podrá lograr con más táctica, más planificación, más estrategia. No me consta que quiera hacerlo, pero lo supongo, porque la oportunidad de ser presidente del país es el honor más grande. Y él probablemente saldrá de la presidencia pensando que ha sido un buen aprendizaje, pero que hay mucho más que puede hacer. Y fuera de Chile, Boric ha impresionado de muy buena manera a mucha gente que ve la democracia como un modelo político necesario en este mundo. Lo ven como alguien que ha sido consecuente, honesto, de una izquierda que ha roto moldes y llamando las cosas como son. Si hay un líder de nueva izquierda, de centroizquierda o socialdemócrata, que quiere ser estadista, es Boric.
¿Boric es visto de esa manera?
Sí, como un líder que tiene un acercamiento a su patria, a su nación y al conjunto de personas de su país, que no es sectario. Es decir, sí es de un credo político, pero piensa en los demás; está pensando en la historia pasada y en la historia que vendrá. Y en eso lo asocio con Lula.
El Presidente Boric ha gobernado en medio del auge de las nuevas derechas. Pablo Stefanoni tiene un libro titulado La rebeldía se volvió de derecha. ¿Cómo ha visto este fenómeno?
La nueva revolución es la reacción, son los reaccionarios, y nadie encarna esto mejor que Trump y, por supuesto, Milei. O sea, hacen lo que hacen así, sacuden todo, desmantelan la ortodoxia para crear algo nuevo, pero en ambos casos son reactivos, reaccionarios. O sea, make America great again, make Brazil great again, make Argentina great again, es un pasado iluso o imaginario, que es lo que quería Mirosevic cuando quería reconstruir Yugoslavia y emprendió una guerra con todos sus vecinos. Creo que la noción de democracia como tal no echó raíces lo suficientemente profundas, al menos en América Latina, en los 40 años de democracia que en su mayoría han podido disfrutar. Ha habido demasiada corrupción, sea a consecuencia del neoliberalismo, las privatizaciones o las corruptelas propias de las alternancias en las urnas por unos partidos y líderes políticos oportunistas. Y eso en el imaginario popular está vinculado a la falta de control por hombres fuertes, los militares, cuya sangre derramada se secó hace 40 o 50 años. Así que hay una nueva generación también vulnerable a las distorsiones propias de las redes sociales, de las cuales estos nuevos reaccionarios, autoritarios populistas, de extrema derecha, han demostrado ser muy hábiles usuarios y manipuladores. A la larga diremos que la internet y las redes sociales han sido el factor principal en agudizar la sensación de frustración y pérdida por parte de muchos ciudadanos americanos, en el norte y el sur, y en el auge de las frases sencillistas de que les va a mejorar la vida. Así han logrado ser virales y con ello ganar el poder.
¿Qué responsabilidad tiene la izquierda en este auge?
Si un día cae el régimen cubano, lo más probable es que va a subir un régimen de derechas, porque son más de 60 años los que han estado en el poder y han fracasado, francamente, en lo económico, político, social. Las acciones conllevan una consecuencia, una reacción. Y eso lo estamos viendo en la mayoría de los lugares donde hubo o hay una izquierda reemplazada por una derecha. Lo vemos con Milei en Argentina. Algunos creen que la izquierda pecó de presumir de lugares comunes, de ciertas verdades, y eso chocó con la apatía, la intolerancia, la insolencia o, según la lectura, el analfabetismo de los grupos populares que se han tirado a la derecha. Lo que sí es cierto es que en muchos casos estos partidos, los laboristas en Gran Bretaña, los peronistas en Argentina, han perdido su base. Y se han mudado a la derecha. Estados Unidos también se ha mudado al trumpismo. Yo creo que quizás en la misma victoria del capitalismo al caer la URSS estaban las semillas de su fracaso, porque nos ha llevado a un capitalismo con concentración de riquezas, masas enardecidas y dispuestos a seguir a los nuevos plutócratas y sus voceros, como Trump.
¿Recibió algún comentario del entorno de Milei por el perfil que publicó?
Él fue el primero en tuitearlo.
¿Pero lo leyó?
No, no lo leyó, estoy seguro. Pero ¿sabes una cosa? Eso te demuestra que esta gente ha entendido que la viralidad lo es todo. A Trump no le importa que lo critiquen con tal de que estén hablando de él. Él sabe que mañana volverá a imponer la agenda y se saca el clavo insultándolos como fake news. Es capaz de decirlo del New York Times. O sea, es una mentira, es una ofensa, es un improperio. Y eso lo hace Milei también, y funciona hasta cierto punto con una buena parte del electorado.
¿Y cómo ve a Trump en su segundo mandato? ¿Cómo lo ve en relación con las instituciones democráticas?
Trump en su segundo mandato es un tipo ya sazonado, curtido y en pie de revancha con sus adversarios o con los que le dieron la contra en su primer mandato. Esto es menos una presidencia que una purga y la construcción descarada de una autocracia personalista. Si en su primer mandato insinuaba todo esto, había frenos y atenuantes -además de sus propios traspiés, que no le permitieron hacerlo. Esta vez va a por todas. Antes, no tenía el Partido Republicano en su bolsillo del todo. Ahora sí. Antes, no tenía el control mayoritario de la legislatura, además del Ejecutivo. Ahora sí, y además tiene una mayoría de los jueces en la Corte Suprema. El cambio, en otras palabras, es casi absoluto. Ni hablar de su alianza con los oligarcas de los Big Tech que antes lo mantenían a raya: Bezos, Zuckerberg, y ni hablar de Musk, casi un copresidente; los tiene a todos comprometidos con él. Sus relaciones con las instituciones democráticas son las de un déspota en ciernes que los quiere doblegar, sino eliminar del todo, a su voluntad.

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