Josefa Ruiz-Tagle: “Hay una dificultad en la izquierda de mirar críticamente las militancias revolucionarias, porque es un mundo lleno de mártires”
La escritora y periodista, hija del ingeniero y militante del MAPU Eugenio Ruiz-Tagle, se enteró a los 12 años de los detalles de la muerte de su padre, asesinado por la Caravana de la Muerte. Hija adoptiva de José Joaquín Brunner, ahora publica un libro con historias de personas que perdieron a sus padres durante la dictadura producto de la violencia política.
Aquel verano, Josefa Ruiz-Tagle tenía 26 años y un hijo de cuatro meses. Su vida giraba en torno a la lactancia y el juego. Era la misma edad que tenía su padre, Eugenio Ruiz-Tagle, ingeniero de la UC y militante del MAPU, cuando fue asesinado por la Caravana de la Muerte en Antofagasta, en octubre de 1973. En ese verano de 1999, en Calafquén, y mientras cuidaba a su hijo, Josefa Ruiz-Tagle tomó notas y escribió un texto íntimo y reflexivo sobre el impacto que había tenido la violencia política en su vida. De ese modo, comenzó a romper un largo silencio que la acompañó desde niña.
Nacida en 1973, hija de la sicóloga Mónica Espinosa, Josefa Ruiz-Tagle tenía ocho meses para el Golpe de Estado. Su familia le contó que su padre murió fusilado, pero no le entregó detalles. Fortuitamente, a los 12 años completó la historia: encontró documentos ocultos detrás de una fotografía suya en casa de su abuela.
Eugenio Ruiz-Tagle, gerente de la Industria Nacional de Cemento, fue detenido y torturado en la Base Aérea de Cerro Moreno y en la Cárcel de Antofagasta. “Le faltaba un ojo. Mi abuela vio su cuerpo muerto. Le habían arrancado la nariz, las uñas de las manos y de los pies. Tenía profundas quemaduras en la cara. El cuello quebrado. Tajos y heridas. Los huesos rotos en pedazos. Le habían dicho que me iban a matar a mí y a mi mamá”, escribió ella en el relato testimonial La imaginación herida.
Hija adoptiva de José Joaquín Brunner, quien se casó con su mamá, Josefa Ruiz-Tagle incorpora su texto en el libro No dijeron muerte, un volumen donde recrea historias de hijos de ejecutados y detenidos desaparecidos. El libro es producto de un trabajo lento y cuidadoso, que le tomó años, durante los cuales se reunió con personas que perdieron a sus padres violentamente durante la dictadura. Son más de una treintena de voces que en su conjunto forman una historia privada de la violencia política y de sus efectos en la vida de hombres, mujeres y niños.
“A todos nos cayó una bomba encima, pero los efectos, más o menos devastadores, dependieron de dónde sucedió esto (en qué cuerpos, en qué territorios, en qué familias, en qué momentos de la propia biografía)”, escribe. “A veces esos padres que mataron era lo único que había, más allá sólo estaban las ruinas y las garras monstruosas del Estado. Lo que a algunos les generó sobre todo tristeza, a otros furia y rebeldía (...). Algunos fueron cobijados y sostenidos por sus familias y comunidades; otros padecieron abandonos, miseria y abuso. A algunos les contaron una historia verdadera, a otros les mintieron o no les dijeron nada”.
El título No dijeron muerte alude a ese silencio: a menudo a los niños no les contaron cómo murieron sus padres. A Josefa Ruiz-Tagle el impacto de conocer la tortura la marcó. Bloqueó las imágenes y no se atrevió a contarlo. Hace unos seis o siete años sintió la necesidad de armar este libro. “¿Se parecen a mí?”, se preguntaba. “¿Nos persiguen los mismos fantasmas?”.
-Crecí con la sensación de que mi experiencia era de alguna manera excepcional, singular. Sin duda, tenía mucho de ello, pero lo que me interesó fue cómo esta experiencia se relacionaba con otras personas que habían vivido situaciones semejantes y no también. Aunque yo conocía algunas, muchas cosas habían sido vividas en silencio. Y creo que el silencio es uno de los temas más transversales del libro -cuenta ahora, sentada en el living de su casa, en La Reina.
Personalmente, se enfrentó al silencio en su entorno familiar y social. Hablar del tema no era fácil, porque había miedo, dice, y esto se volvía aun más incómodo en ambientes de derecha.
-Yo no vivía en un gueto de izquierda. Estudié en el Santiago College, que es un colegio mayoritariamente de derecha, y parte de mi familia es muy de derecha. Son discursos con los que siempre estuve muy familiarizada: para qué insistir en estos temas, es odioso, nos divide, como si se pudiera construir sobre la negación. Esa es una pésima política. El silencio fue nefasto para las familias y para el país.
Desde el PC al MIR, y del PS al FPMR, el libro ofrece una diversidad de historias y puntos de vista que a veces dialogan, se encuentran y también se contradicen, sobre la memoria y la pérdida, pero también sobre la UP, la dictadura y la transición democrática.
En su gran mayoría son personas que podrían resultar malos embajadores de la causa, porque somos seres humanos con fallas, con ideas contradictorias, con emociones difíciles, con odiosidades... Personas comunes y silvestres, ni mejores ni peores que el resto. Ser víctima de la violencia política no te convierte en mejor persona.
Periodista y licenciada en estética, Josefa Ruiz-Tagle se rebela a la figura de la víctima que, según dice, “es alguien que no tiene los recursos para defenderse a sí misma. Queda atrapada en el tiempo y en un lugar vulnerable, débil”.
-La víctima es una figura funcional a la justicia. Para probar que es una víctima, tiene que cumplir con una serie de características, adoptar cierta docilidad, compartir con opiniones que muchas veces suelen ser crueles.
También desmonta la idea de que las víctimas pueden tener algún tipo de superioridad moral. En este sentido, dice que en su investigación se encontró con “malas víctimas”.
-En su gran mayoría, son personas que podrían resultar malos embajadores de la causa, porque somos seres humanos con fallas, con ideas contradictorias, con emociones difíciles, con odiosidades... Personas comunes y silvestres, ni mejores ni peores que el resto. Ser víctima de la violencia política no te convierte en mejor persona. Pero sí es cierto que en nuestras comunidades había valores y propósitos muy fuertes.
Muchos de sus entrevistados tuvieron también historias militantes, pero no fue su caso. De una infancia donde no podía hablar, primero por miedo, a una juventud rebelde y vinculada más a la contracultura, en 1999 comenzó su reflexión pública.
-Hacerlo público fue extraordinariamente importante para mí. El texto circuló muchísimo. Fue traducido a distintos idiomas. Lo compartieron miles de personas por internet, lo que hoy día llamaríamos viral. Muchas personas me hablaron, algunos me hablaron de Eugenio, pero sobre todo me contaron las experiencias semejantes que habían tenido. Y eso, de alguna manera, motivó mi interés en explorar esto que yo me imaginaba tan íntimo, tan único. Y era parte de la cultura, nos habían llevado a pensar que estábamos solos en esto.
En el libro pueden reconocerse también las distintas culturas de la izquierda: cómo los hijos de familias PC son mucho más disciplinadas que los hijos del MIR, donde se ven trayectorias mucho más rebeldes.
En algún punto los hijos suelen rebelarse y criticar a sus padres. ¿Cómo se da eso en este contexto?
Es bien difícil criticar a los mártires. Se construyeron figuras heroicas de los padres. Ellos habían sido unos héroes idealistas y habían dado la vida por sus ideas. ¿Cómo enfrentarse a ese tipo de personajes? Es muy difícil. Y es una cuestión que ocurre también a nivel social, no solo en los hijos. O sea, hay una romantización de la Unidad Popular, una dificultad para observar críticamente las militancias revolucionarias y las decisiones que se tomaron, porque es un mundo lleno de mártires.
En el prólogo habla de que parte de la izquierda quedó atrapada en la melancolía.
Sí, es como si hubiera mermado la imaginación política de las generaciones más jóvenes. Es como si les debieran consecuencia a las ideas heredadas de los padres, cosa que claramente no pasa en la mayor parte de las generaciones.
El giro de la historia
En 2023, con motivo de la conmemoración de los 50 años del Golpe, dice que le costaba ver televisión. Recuerda que para los 30 y 40 años hubo avances en materia de reconocimiento de las violaciones a los DD.HH. Y siente que ahora se retrocedió.
-Creo que la derecha, o parte de la derecha, demostró que no ha podido liberarse del pinochetismo y que tiene un compromiso debilísimo con los derechos humanos. En los 30 y los 40 años no hubo nadie que defendiera públicamente a Pinochet y la dictadura. No voy a culpar al gobierno de Boric, creo que tiene que ver con la polarización que hay en Chile y el mundo: hay una tendencia a no hacer ninguna concesión a lo que se ve como el enemigo. Me impresionó mucho el lenguaje violento de la derecha.
¿Qué habría esperado?
El reconocimiento transversal de que lo que acá ocurrió no puede volver a ocurrir nunca, sin ningún pero. La derecha trató de llevar la discusión hacia la UP y las causas del Golpe, pero el Golpe es inseparable de las violaciones a los derechos humanos.
Es muy difícil hablarles de la tortura a los niños, y la prueba está en que yo volví a hacer lo mismo con mis hijos. Nunca les conté.
¿La izquierda no tiene una conversación pendiente sobre la UP?
Sí, en algún momento vamos a tener que hacer una revisión histórica de la Unidad Popular. La izquierda no puede vivir eternamente mitificando o tratando de que no se toque el tema… En ese sentido, creo que este libro aporta a la conversación sobre la Unidad Popular, aporta la revisión de los partidos de izquierda, cómo se comportaron y cómo era la cultura entre ellos, en sus familias, los valores que predominaban, las capacidades que tenían de construir esta revolución.
¿Logró comprender a estos personajes que se entregaron a la militancia y al final perdieron la vida?
Yo creo que hubo ingenuidad respecto de la contraofensiva que iba a venir de la derecha, a pesar de que en los últimos días ya era bastante evidente que se venía un Golpe. Creo que a estos niños, porque estamos hablando de niños, mi papá tenía 26 años, y los papás del libro tenían entre 21 y 23 -es raro un ejecutado político o desaparecido de más de 30 años-, les costó calcular los riesgos y también fueron manipulados por los partidos, por las personas más adultas dentro de los partidos políticos, como se acusa a Carlos Altamirano en el libro. Creyeron que iban a tener más capacidad de defenderse, que iba a haber armas que no tenían. Y después hay otro riesgo que corrieron en la dictadura, que ya es más delicado, porque uno ve las mil leseras que hicieron, como la Operación Retorno del MIR, y tú dices cómo entraron si sabían que iban a morir.
Sabían que iban a morir y muchos tenían familia. ¿Por qué lo hicieron?
Creo que estaban contra la espada y la pared, en una situación de vulnerabilidad, y el partido los mandaba. Tenían que hacer lo que les decían, no tenían muchos recursos para salirse de esa maquinaria.
Recuerda la historia de Camila Krauss, muy ilustrativa al respecto: tras el asesinato de su padre, militante del MIR, salió a Cuba en 1973 con su madre embarazada. En la isla, la madre continuó ligada al partido. Se unió a un oficial cubano y se embarazó de su tercer hijo. Aun así, el partido la convocó para la Operación Retorno, y le dio a elegir entre su embarazo o la causa. Gracias a la intervención del padre cubano se salvó, pero fue sancionada por el MIR.
Parte de esta generación de hijos desarrolló cierta desconfianza hacia los partidos y el Estado, dice la escritora.
-Creo que es una cuestión que está en la izquierda de mi generación y probablemente también en los más chicos. Por un lado, está la idea socialista de que el Estado debería hacerse cargo de la mayor parte de las relaciones sociales, de la economía y de los derechos sociales. Y, por otro, una desconfianza total en el Estado, porque se puede volver totalitario.
Hoy dice que entiende la decisión de su familia al ocultarle los detalles de la historia de su padre. Tanto, que ella misma replicó la historia.
-Es muy difícil hablarles de la tortura a los niños, y la prueba está en que yo volví a hacer lo mismo con mis hijos. Nunca les conté. Se enteraron leyendo papeles. La repetición de la historia.
El giro acaso inesperado de la historia fue otro: una sobrina, hija de su tía Alicia Ruiz-Tagle, pololea hoy con un nieto de Pinochet. Desde luego, no es un tema del que le agrade hablar.
-Yo tengo el mayor de los respetos por la agrupación de hijos de genocidas y torturadores que funciona en Chile y Argentina (Historias Rebeldes). Pero no tengo el mismo respeto por aquellos que habiendo crecido en esos ambientes no han hecho ningún trabajo por separarse y por criticar y hacer público un desacuerdo con esa herencia.
Prefiere no referirse a su familia, si bien comenta que “nunca han hecho un trabajo profundo de revisión histórica”. Y agrega:
-Lo que uno podría esperar de una generación de herederos de la derecha, incluso si siguen siendo de derecha, es que hagan una distinción entre lo que hicieron y lo que defendieron sus padres y lo que ellos son ahora. Y que no sea una reacción, sino una necesidad interna. Pero eso no lo hemos visto.
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