Juan Gabriel Vásquez, escritor colombiano: “Hay una conjunción de temperamentos profundamente tóxica entre Trump y Petro”

Juan Gabriel Vásquez
El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez.

El reconocido autor publica Los nombres de Feliza, novela donde recrea la historia de la artista Feliza Bursztyn. Pionera en la elaboración de esculturas con chatarra, protagonista de la escena cultural de los 60 en su país y simpatizante de la Revolución Cubana, murió exiliada en París "de tristeza", según su amigo Gabriel García Márquez. Juan Gabriel Vásquez habla de ella y de la actual situación política de su país.


En la maleta llevaba novelas de Faulkner, Vargas Llosa y las obras completas de Borges. Juan Gabriel Vásquez tenía 23 años y llegaba a París con la ilusión de convertirse en escritor. A los pocos meses enfermó y durante su recuperación tuvo un descubrimiento: leyendo un libro de artículos periodísticos de Gabriel García Márquez encontró una nota dedicada a Feliza Bursztyn, una artista que él desconocía por completo y que, según el Nobel colombiano, “se murió de tristeza” en París.

-La idea de que una escultora era tan conocida y tan cercana a García Márquez, que él podía dar toda esta información sobre su vida y sobre su muerte, me causó una curiosidad inmediata. Y luego ya esa frase que se me quedó metida entre pecho y espalda, donde García Márquez dice que murió de tristeza. Ahí ya yo sentí que había una exploración novelística. Y ahí empezó esa curiosidad que convivió conmigo durante muchos años -cuenta desde Bogotá.

Autor de novelas como El ruido de las cosas al caer, Las formas de la ruina y Volver la vista atrás, entre otras, Juan Gabriel Vásquez (1973) es hoy uno de los autores más renombrados y premiados de Colombia. A través de los años, “y mientras fui aprendiendo a escribir novelas”, mantuvo latente el interés en la historia de Feliza. Poco a poco fue recabando información sobre su vida, hasta que en 2013 incluyó una mención a ella en su novela Las reputaciones. Así, “el personaje fue adquiriendo una dimensión mayor y ya había pasado de una curiosidad a un interés, y a eso que yo llamo una obsesión, que ya es cuando sabes que no tienes más remedio que escribir el libro algún día”.

Juan Gabriel Vásquez volvió a París, la ciudad donde comenzó su trayectoria, para escribir la novela: la misma ciudad donde Feliza se convirtió en artista a fines de los 50 y donde murió a inicios de 1982, exiliada, mientras cenaba con Gabriel García Márquez, su esposa Mercedes, su pareja, Pablo Leyva, y otra pareja de amigos.

Publicada por Alfaguara, Los nombres de Feliza acaba llegar a librerías chilenas, luego se ser lanzada en Colombia y España. La novela rescata la historia de una artista que fue audaz y pionera en más de un sentido. Una artista de origen judío-polaco que nació en Bogotá, vivió en Nueva York en la época de auge del expresionismo abstracto, se casó con un expiloto norteamericano y lo dejó para dedicarse al arte, enamorada de un poeta colombiano. Estudió escultura en París y en su regreso a Colombia elaboró esculturas con chatarra, mientras se unía a un efervescente ambiente artístico, declaraba su admiración por la Revolución Cubana y hacía amistades transversales, desde el mundo conservador al de la izquierda radical.

“No fue sencillo ninguno de los hechos de su vida: ni los errores ni los aciertos fueron sencillos, ni tampoco los amores ni los desamores; no fueron sencillos los fracasos, ni lo fue el malentendido de sus éxitos. La vida de Feliza tuvo mucho de leyenda, pero fue ella misma quien se encargó de construirla: con su libertad ostentosa, que a los ojos de tantos era un insulto, y con las respuestas crípticas que daba a los periodistas, como si nada la divirtiera más que despistarlos, y desde luego con las criaturas que salían de su taller, esos artilugios de metales diversos retorcidos con soplete”, escribe.

Feliza
La escultora Feliza Bursztyn en su taller.

Juan Gabriel Vásquez investigó su vida, entrevistó largamente a Paulo Leyva, a quien está dedicada la novela. Incluso, se inscribió en un taller de escultura en la misma academia donde estudió Feliza. ¿Qué fue lo que lo cautivó de ella?

-Lo primero fue el diagnóstico de García Márquez, que con el tiempo se fue transformando. A medida que averiguaba sobre Feliza, iba sabiendo que ella había sido una mujer famosa por su alegría, por su extroversión. García Márquez incluso escribe sobre su carcajada; la risa de Feliza era conocida por todo el mundo. Entonces, en el hecho de que una mujer famosa por su risa y por su alegría muriera de tristeza, ahí me pareció que había una novela. Eso era innegable. Son esas contradicciones las que le encantan a un novelista.

París ocupa un espacio central, casi es otro personaje del libro. ¿Es el lugar de los dos momentos más importantes en la vida de Feliza?

Sí, esa es la razón principal por la que yo tuve que esperar a París para escribir el libro. Me parecía esencial que París fuera un personaje también, por varias razones ligadas a la vida de Feliza. París fue el lugar de su primera transformación y el lugar en que ella se convierte por primera vez en la mujer que quiere ser, escapando de la represión de su primer marido, de un sistema de costumbres, un sistema moral y religioso que la oprime, que le impide su búsqueda personal. París es el lugar que le permite ese primer grito de independencia. Y al mismo tiempo, y paradójicamente, es el lugar en donde ella termina sus días cuando justamente su vida de artista la ha conducido lentamente a la persecución política de un nuevo sistema represivo, este mucho más organizado, una ley del gobierno de Julio César Turbay a finales de los 70. Ella muere, por decirlo así, habiendo perdido la libertad que había empezado a conquistar un cuarto de siglo antes en la misma ciudad. Y eso se unió a una nueva razón de fascinación más personal, que era la coincidencia con mi propia vida: yo llegué a París como Feliza, con 23 años, queriendo ser escritor, siguiendo los pasos de los escritores que más me habían marcado, igual que ella llegó queriendo ser artista.

En este sentido, dice el autor, “se trataba también de hacer mi propio ajuste de cuentas con ese momento del año 96 en que llegué a París con esa ambición absolutamente desquiciada de ser escritor”.

Juan Gabriel Vásquez

Feliza vuelve a Colombia y se convierte en una artista pionera al trabajar con desechos, pero entonces era algo inusual. ¿Cómo fue la reacción del medio?

Feliza empieza a estudiar con el maestro Ossip Zadkine, quien le enseña a manejar el bronce y el mármol. Pero en Colombia se da cuenta de que no hay mármol y que no hay fundiciones para el bronce. Y luego, por un golpe de azar, acaba conociendo a un escultor francés, César Baldaccini, que ya había comenzado a trabajar con estos materiales. Y eso es una revelación para ella. Que eso sí hay en Colombia: desechos metálicos, chatarra, accidentes de coches que ella puede convertir en escultura. El punto de partida de su exploración artística está marcado por las limitaciones, por las limitaciones de lo que hay a mano y también de coste, porque ella no tiene dinero. Es una mujer de familia burguesa, pero que está absolutamente en la ruina en esos primeros años. Comienza a trabajar con chatarra y lo convierte en una declaración de principios, no solo sobre la posibilidad de convertir en arte lo que no tiene valor, sino, además, ejerciendo un tipo de actividad que era considerada muy poco femenina y, por lo tanto, era criticada. Hay una escena fantástica en la que ella está en su taller vestida con su delantal de cuero para protegerla de las chispas, y sus guantes, y su soplete en la mano, y su máscara, y llega un periodista y le pregunta si ella sabe que la critican por ser poco femenina, porque su arte es poco femenino, y ella va al cuarto del lado, se pone un collar de perlas, vuelve y le pregunta al periodista: ¿Así si soy más mujer? Ella tuvo que enfrentarse a los prejuicios machistas conservadores del mundo del arte. Y lo hizo con sarcasmo, con ironía y también siguiendo adelante con esos descubrimientos.

Ella venía de un mundo burgués y se sintió atraída por la revolución. Sin embargo, nunca militó. ¿por qué?

Ella vivía con un pie en esos medios burgueses y conservadores y con otro pie en el medio del arte, que era predominantemente de izquierda, simpatizantes de la Revolución Cubana, algunos de ellos militantes, y algunos militantes muy, muy radicales. A mí una cosa que me ha interesado mucho de Feliza ha sido esa negativa que tuvo siempre a dejarse cooptar por cualquiera de las facciones. Ella era una mujer convencidamente de izquierda y simpatizante de la Revolución Cubana, que trabajaba con retratos de Fidel y del Che en su estudio, pero al mismo tiempo era amiga muy cercana de políticos conservadores, y uno de ellos, Belisario Betancourt, que después sería Presidente de Colombia, lanzó su primera campaña presidencial en el taller de Feliza. Pero ella nunca quiso militar en los movimientos revolucionarios. De manera que tenía esas ambigüedades y yo lo interpreto como una terca necesidad de ser libre y de definirse ella misma en sus propios términos y no los de los demás.

A inicios de los 80 había dictaduras militares en Argentina, Chile, Uruguay. “En Colombia no, pero no la necesita”, dice Feliza.

Sí, esa es una frase fruto de la frustración, del hartazgo, pero que yo creo que tiene mucho que ver con la verdad. Es mi interpretación de lo que ella estaba sintiendo, pero siempre lo he creído. Solemos decir que la colombiana es la democracia más estable de América Latina, porque solo tuvo una dictadura de tres años en los años 50, y en comparación con Pinochet o con Videla, fue relativamente corta e hizo mucho menos daño. Entonces se habla de Colombia como ese lugar de estabilidad, pero yo siempre he creído que también se podría decir que si no hubo dictaduras militares fue porque durante décadas la derecha más extrema y más violenta hizo lo que quiso: reprimió todos los movimientos revolucionarios como quiso, sin ningún respeto por la legalidad ni por los derechos humanos. Y en realidad, en la práctica, nunca hubo necesidad de una dictadura, porque las fuerzas de la derecha extrema actuaban con la complicidad del Estado en una especie de constante guerra sucia que tuvo varios momentos muy oscuros, como el exterminio de todo un partido político, un partido comunista que se llamaba la Unión Patriótica, en los años 80.

Ella se lamenta de que sus amigos la abandonaron. ¿La dejaron sola?

Bueno, ella se sintió en algún momento abandonada por amigos en los que había confiado. Fíjate que la primera persona que la acogió en París cuando ella llegó, que le abrió un espacio donde vivir, no fue ninguno de los muchos amigos colombianos que tenía allí, sino la “Payita” Contreras, la amante de Salvador Allende. La “Payita” llevaba unos años en París y se había convertido en una especie de institución de acogida para los exiliados que llegaban de todas partes. París siempre la vemos como la Ciudad Luz, la ciudad donde los escritores o los artistas quieren desarrollarse, pero también en ese minuto era la ciudad de los exiliados. Y eso habla de un momento de América Latina. Pero 25 años antes, cuando ella llega a París, América Latina también tenía dictaduras.

¿En qué medida el tema del desarraigo la marca a ella?

Cuando sugiero en la novela que su vida quedó marcada por el exilio, se debe por supuesto a su muerte, que ocurre en circunstancias de exilio político, pero también al hecho de que su nacimiento en Colombia fue fruto de un exilio azaroso. Es decir, ella, tal como la pongo a reflexionar en la novela, ella es colombiana, como hubiera podido ser cubana o argentina, dependiendo de a dónde hubiera llegado el barco que un amigo de sus padres tomó muchos años atrás para escapar de las autoridades británicas en Palestina. Y esa circunstancia, el hecho de que su nacimiento y su nacionalidad fueran producto del azar, a ella la volvió militantemente colombiana. Ella quería que se supiera que era colombiana y defendía su identidad y su nacionalidad.

"El choque de esos dos temperamentos (Petro y Trump) ya ha producido hechos muy complicados", dice Juan Gabriel Vásquez. Fotos: REUTERS.

En esta novela, como en otras, vuelve la mirada sobre el pasado de Colombia. ¿A qué responde ese interés permanente?

Mi primera relación con el pasado colombiano viene del hecho de haber crecido en una familia donde había algunas figuras políticas. Crecí rodeado de esas historias sobre el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, que fue un asesinato muy importante, crecí rodeado de esas mitologías. Desde muy niño la historia colombiana dejó de ser para mí un asunto académico, de estudios escolares, y se convirtió en algo vivo, algo que formaba parte de mi biografía, de la vida de mi familia. Y yo creo que ahí nacen muchas de mis preguntas sobre el pasado colectivo colombiano. Y siempre me ha producido mucha ansiedad el hecho de que el pasado sea algo que no existe en realidad. Y eso es tremendamente problemático, porque eso quiere decir que puede ser manipulado, que puede ser distorsionado. Entonces siento una preocupación constante de utilizar la novela como espacio donde ese pasado pueda estar vivo y podamos encontrarlo y conocerlo. Y podamos al mismo tiempo recordar lo que la historia oficial o los mecanismos del poder quieren olvidar. Y sí, yo creo que esa es la razón principal quizás por la cual mis novelas son tan obsesivas con el tema de la historia colectiva colombiana.

Con Gutavo Petro llegó a la Presidencia de Colombia un exmiembro de la guerrilla, lo que hace 20 años podría haber sido insospechado. ¿Cómo ha visto su gobierno?

Con inmensa decepción. Creo que la llegada de Petro a la Presidencia colombiana fue inicialmente un síntoma de madurez de nuestra democracia y eso me alegró mucho. Creo que mi país necesitaba urgentemente un cambio del péndulo político. Colombia es un país que nunca había tenido un gobierno de izquierda. Y eso conduce al anquilosamiento. Entonces estaba muy bien que llegara un exguerrillero de una guerrilla que se desmovilizó, que dejó las armas e hizo la paz en el año 90. Sin embargo, la tarea más importante con la cual llegaba este presidente al poder era la implementación correcta de los acuerdos de paz que terminaron una guerra de cinco décadas. Pero resultó que no, por su temperamento, que es megalómano y narcisista, y por su incompetencia para ejecutar políticas y por su sectarismo, el presidente dejó de lado estos acuerdos. Desde muy temprano los criticó diciendo que estaban incompletos, que habían quedado mal hechos, y embarcó al país en un proyecto suyo, como si le generara una especie de irritación que la paz exitosa hubiera sido de un presidente anterior. Y él comenzó un proyecto nuevo al que llamó La Paz Total, y que nació desde el principio mal planeado, ejecutado, tremendamente defectuoso en su concepción, con el resultado de que ahora ese proceso no ha avanzado en ningún sentido y Colombia está sumida en una situación de violencia que no se veía desde hace 30 años. Y por otro lado, los acuerdos que sí funcionaban no han sido correctamente implementados, con lo cual hemos perdido tiempo valiosísimo. Para mí es una profunda decepción el gobierno de Petro.

Con la elección ahora de Donald Trump en Estados Unidos, ¿cómo se perfila la relación entre ambos países?

El choque de esos dos temperamentos ya ha producido hechos muy complicados. Hace una semana Petro, en un impulso absolutamente irresponsable, quiso protestar por el maltrato de los colombianos deportados, en la cual tenía toda la razón, pero un estadista serio y un presidente responsable encuentra canales diplomáticos para hacerlo, y además sabe con quién está jugando. Petro no fue ni responsable ni respetó los canales adecuados para este tipo de protestas. Y con un par de tuits incendiarios creó una situación económica y política de mucho riesgo para el país, porque omitió darse cuenta de que estaba tratando con un matón de barrio que iba a responder de mala manera. Todo esto es un modo de decir que hay una conjunción de temperamentos profundamente tóxica entre Trump y Petro. Y Trump ha encontrado en las políticas xenófobas, en el desprecio a los extranjeros, a los inmigrantes latinoamericanos, un filón político y electoral muy rentable. Y lo va a seguir utilizando. De manera que yo creo que se vienen años convulsos para la relación de América Latina con ese gobierno tóxico y xenófobo que es el de Estados Unidos. Y no sé bien cómo se arregla eso. Ojalá encontremos caminos de entendimiento.

Feliza

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