La cruz del paciente uno
El 3 de marzo se cumple un año del primer caso confirmado de coronavirus en Chile. Un hito sanitario que cambió de golpe el ritmo del país y, también, la anónima vida de ese paciente. Amenazas de muerte, apedreos a casas y el incesante asedio de los medios de comunicación han marcado los primeros 365 días del médico talquino -y su familia- que aún no quiere dar a conocer su identidad.
En el piso 8 del Hospital de Talca, ni la pulcritud de sus pálidas murallas ni los herméticos uniformes que visten los funcionarios pueden esconder la tensión del personal. Son las 14 horas del martes 3 de marzo de 2020 y en el principal recinto de salud del Maule ya se echó a correr la noticia: el ministro de Salud, Jaime Mañalich, llegará muy pronto al recinto en un viaje de emergencia. Es obvio lo que ocurre. El primer contagiado por coronavirus en Chile está ahí: albergado en el penúltimo nivel del edificio.
Eran cuatro los posibles contagiados. Todos estaban en observación, todos llegaron hace menos de una semana provenientes de viajes por Europa o Asia, pero solo uno resultó infectado. Internado en un box especialmente aislado, fue el director del recinto, Patricio Ibáñez, quien le informó personalmente a V.F.N.A., un pediatra de 33 años e hijo de otro reconocido pediatra del Maule, que desde el laboratorio biomolecular del Hospital Regional de Concepción recibió la confirmación de que su examen PCR resultó positivo. Una afirmación que paradójicamente suena a optimismo, pero que desató uno de los años más extraños y complejos en la vida de este médico.
Jamás imaginó que en 2020, un año que creyó especial desde el inicio, la mala suerte lo golpearía de esta forma. Venía de celebrar su luna de miel, luego de que el 23 enero, mientras el mundo comenzaba a enterarse de un extraño virus hallado en la ciudad china de Wuhan, contrajo matrimonio con la enfermera P.D.J.T.N. (34), con quien realizó un viaje por el Sudeste Asiático, con escala en España, que duró casi un mes. El 25 de febrero regresó a Chile; tres días más tarde, a sus labores, en el Cesfam Carlos Díaz Gidi, de San Javier. Esa fecha, recuerdan sus compañeros de trabajo, se celebró el postergado Día del Médico con actividades recreativas en las que él participó. Aprovechó de mostrar fotos y recordar las anécdotas de su última aventura por otras latitudes. Todos se rieron y lo felicitaron, todo marchaba en absoluta normalidad.
Pero pasaron apenas dos días para que su vida cambiara de ritmo en 180°. Una fuerte tos, que creyó provocada por su asma, y una fiebre que rápidamente empeoró, fueron los síntomas para la primera sospecha de que algo andaba mal. El domingo 1 de marzo en la noche se comunicó con la directora del Cesfam, que le ordenó tomarse el día lunes libre y realizarse un examen para descartar el -hasta ese entonces- lejano virus. Ese domingo se tomó el PCR que desde ese momento, por estricta exigencia del protocolo existente en ese momento, se mantuvo aislado y en observación en el Hospital de Talca.
La confirmación del primer caso, declarada prácticamente en una cadena nacional por las autoridades sanitarias locales y nacionales, quebró abruptamente la tranquilidad habitual de Talca y San Javier. Desconfiados, muchos sanjavierinos no daban crédito de la noticia, aunque poco a poco se comenzó a desatar una histeria colectiva, que más tarde traería incluso aberrantes hechos de violencia y acoso. También dentro del Cesfam: 14 colegas del médico pasaron a observación y cuarentena por haber mantenido contacto estrecho y, aunque finalmente ninguno se contagió, cuatro familiares sí resultaron infectados tras una reunión familiar del domingo 29 de febrero.
La incertidumbre llevó a los talquinos a desabastecer de alcohol gel, aerosoles desinfectantes y mascarillas a supermercados y farmacias de inmediato. “Siempre supimos que algo andaba mal con su examen. Tuvimos otras sospechas, pero rápidamente habían sido descartadas. En cambio, la de él no llegó el lunes, sino que el martes a primera hora. Di aviso a las autoridades, que me pidieron hermetismo total”, recuerda la seremi de Salud del Maule, Marlenne Durán, quien envió en su propio vehículo estatal la muestra a Concepción.
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Un celular no deja de vibrar. Pertenece al paciente uno, que se llena de notificaciones de distintas redes sociales casi ininterrumpidamente. Ha comenzado a recibir insultos y amenazas de todo tipo, incluidas las de muerte. Han pasado algunas horas desde la confirmación de su diagnóstico y el temor en la población de Talca, San Javier, el Maule y prácticamente todo el territorio nacional ante la inminente propagación de la pandemia crece con el paso de las horas, tomando fuerza en los temores e incertidumbres de la población.
La publicitación del caso ayuda menos. Un hervidero de periodistas y camarógrafos de los medios regionales y nacionales, queriendo enterarse de más detalles sobre el paciente, acosan a los funcionarios del piso 8, ya para la tarde del 3 de marzo transformado en el epicentro del Covid-19 en el país. Como aún no existen protocolos claros ni estrictos para la prevención de contagios, suben por los ascensores para el público con normalidad, intentando captar alguna imagen, alguna señal que retrate el momento histórico que entre estas paredes se vive. El pediatra apenas consigue asimilar lo que su diagnóstico ha desatado, mientras se apura en cerrar toda huella suya en internet. Para cuidarse él y su familia de hostigamientos y nuevas amenazas, desde ese momento sus redes sociales pasaron a un receso que se extiende hasta hoy.
“Él siempre se mantuvo muy compuesto. Dentro de todo lo que pasó, siempre estuvo bien, nunca se alteró. No se le vio exaltado ni muy complicado por lo que pasaba, más allá de la incertidumbre por tener el virus”, recuerda Wilma Pareja Chamorro (44), la primera enfermera en tratar a un paciente con coronavirus en Chile. “Su familia, principalmente sus padres, que eran mayores, eran su gran preocupación. Como había llegado de un viaje largo, había pasado bastante tiempo junto a ellos y temía haberles podido traspasar el virus”, cuenta Nerio Boscan Porras (52), el médico tratante.
En San Javier, la noticia cayó como una bomba. Apenas tuvo la confirmación del contagio, Adela Jaque, la directora del Cesfam donde el pediatra trabajaba, avisó a las autoridades de lo que ocurría. Jorge Silva, el alcalde de la comuna, recuerda esa notificación como un duro golpe para él y su comuna. Para esa fecha, cumplía su segundo año como jefe comunal y pretendía conmemorar la fecha con el festival de la comuna, que año a año atrae a personas de los campos de las 10 comunas con las que limita para celebrar el ocaso del verano.
“El sábado 7 de marzo teníamos el festival de nuestra comuna. Iba a venir Douglas desde Miami, La Moral Distraída y la Sonora Varón a cerrar las celebraciones estivales que aquí hacemos. Tuve que suspenderlo, cancelar contratos y, como no conocíamos la gravedad del problema, fuimos la primera comuna en suspender las clases en todo el país. Fueron decisiones muy impopulares, pero que debíamos tomar en ese momento”, rememora Silva.
El rápido y severo accionar de las autoridades junto al desconocimiento general ante el virus hicieron que muchos se lo tomaran de la peor forma. Y como en un pueblo chico es casi imposible mantener un secreto como este, al trascender el lugar de trabajo y datos personales del contagiado, muchos sanjavierinos resultaron conmocionados. Tanto así, que incluso un odontólogo que posee el mismo apellido del primer paciente sufrió el apedreo de su vivienda a manos de confundidos y exaltados vecinos que decidieron ajusticiar a su manera a quien pensaban había traído el coronavirus al país. “Fueron momentos de mucho temor, porque quién iba a pensar que el virus iba a llegar aquí antes que a otras ciudades más grandes del país. Los funcionarios de salud esperaban que fuese un paciente el que lo trajera, pero no ellos mismos”, dice ahora el alcalde.
El 4 de marzo, durante la mañana, el estable estado clínico del paciente uno permitió que pudiera obtener el alta y realizar el reposo en su hogar. Para ello, primero debió salir del hospital talquino, sorteando la incesante guardia que los medios de comunicación mantenían para él. Fue una salida casi cinematográfica, recuerdan los funcionarios, pues debieron abrirle paso por pasajes internos del recinto de salud.
El escape fue exitoso, pero al llegar a casa, se golpeó de lleno con el escenario que desde ese momento en adelante enfrentaría: con vehículos y antenas satelitales que jamás se habían visto en la zona, un verdadero campamento montado en la calle 34 Oriente esperaba por él y su familia, rompiendo la calma que caracteriza al Barrio Universitario talquino, que apareció en una verdadera cadena nacional durante esos primeros días de marzo.
Fueron momentos complejos. Ni él ni su familia quisieron hablar con nadie, menos dejar que se enteraran de algún pormenor. Debieron soportar que incluso los lentes apuntaran dentro de su casa, por sobre su muralla, mientras debían, además, convivir con la incertidumbre de un contagio masivo en el hogar y, sobre todo, un posible empeoramiento del estado de salud del paciente. Esa casa fue un verdadero búnker durante casi un mes. Incluso, vecinos llegaron a vigilarlo, custodiando que no fuera a quebrar la cuarentena, tomando fotografías de su casa y realizando funas en redes sociales.
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La gran mayoría de los habitantes de Talca o San Javier, saben perfectamente quién es el primer contagiado. Basta con preguntar en cualquier calle del Barrio Universitario talquino, por ejemplo, para que una persona indique casi con exactitud la dirección donde el anónimo más relevante del último año vive. Han pasado 365 días desde que comenzó la pesadilla del médico y, pese al tiempo, a los 812 mil contagiados, las cuarentenas o la creación de vacunas para combatir el virus, aún no recupera la normalidad de su antigua vida.
Es la hora de almuerzo en el Cesfam Carlos Díaz Gidi y aunque todos aseguran que el pediatra hoy no está (“quiso pedir vacaciones, porque sabía que en esta fecha volverían a buscarlo”), sus colegas sonríen al recordar las anécdotas que el caso desencadenó.
Hace pocos días, cuentan, un periodista quiso hacer pasar a su hijo como paciente para poder hablar con él, situación que lo descolocó. “Él no quiere volverse a ver expuesto a lo que vivió. Principalmente, porque trabaja en la salud y en el momento en que se dio a conocer la información, él fue muy cuestionado, pese a que nunca tuvo contacto con algún paciente”, cuenta un colega que prefiere no dar su nombre.
El hastío por su nuevo estatus es tal que, a diferencia de lo que muchos trabajadores de salud han hecho, él ni siquiera quiso fotografiarse cuando recibió la primera dosis de la vacuna Sinovac, imaginando lo que podría ocurrir con el futuro uso de esa imagen. “Hace casi un mes vino un canal de televisión a querer entrevistarlo, pero tampoco quiso atenderlos. De hecho, después de eso pidió expresamente que nunca más dejáramos pasar a algún periodista que preguntara por él”, aporta otro de sus colegas.
Cargar con la cruz de ser el primer caso de Covid-19 en el país no es sencillo. Para el pediatra, miembro de una reconocida familia de profesionales de la salud, ha sido un peso aún más complejo de soportar. Pero ahí va, cargando un cartel invisible que lo apunta como el primer chileno en ser diagnosticado con el virus. Pudo ser cualquiera. En Talca eran cuatro los primeros sospechosos, pero una jugarreta del destino quiso que fuera él. Y aunque ya no hay focos apuntándolo y la mirada de curiosos ya no se posa sobre él con la atención del principio, el estigma sigue ahí.
En su casa aún deben soportar el asedio mediático, que busca incansablemente retratar su historia. “¿Hola, podemos hablar?”. Un portazo retumba en la casa del pediatra, otro más en el hogar del primer contagiado.
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