La herida abierta de las tres viudas de Cañete

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De izquierda a derecha: Valeska Henríquez (29), viuda de Sergio Arévalo (34); Fernanda Antillanca (29), viuda de Misael Vidal (30); Marlen Erices (46), viuda de Carlos Cisterna (43).

A tres meses de que sus esposos fueran masacrados en servicio, las mujeres de los tres carabineros asesinados en la provincia de Arauco revelan algo: ellos venían anunciando hace meses esta tragedia. El dolor revivió esta semana, dicen, con la detención de los sospechosos del crimen y los detalles que se revelaron en las audiencias.


Sergio Arévalo (34) estaba cansado. Hacía días le había dicho eso a su esposa, Valeska Henríquez (29). El trabajo como carabinero de Control del Orden Público en la Subcomisaría de Los Álamos, en la provincia de Arauco, implicaba turnos largos. Él estaba encargado de manejar las camionetas y carros. Por eso, esas jornadas de 12 horas seguidas manejando, y las de “12 largas”, como les dicen a los turnos de 24 horas los mismos policías, lo tenían con una preocupación en mente.

-Él estaba como pensativo. Yo le decía, ¿te pasa algo? Él me decía que no, pero estoy cansado de los turnos tan largos. Quiero pasar más tiempo con ustedes, con nuestra hija. Yo igual lo entendía, porque de repente no quería dormir o descansar para estar con nosotras.

Desde 2016, el año en que Arévalo llegó a esa comisaría, que la familia se había tenido que acostumbrar a ese ritmo de trabajo. Con una hija en brazos, que nació en 2023, el carabinero tenía que repartir su tiempo entre la crianza y su trabajo.

Esa rutina cambió para siempre una noche, dice Henríquez. El lunes 22 de abril pasado, Héctor Llaitul, autodenominado werkén y líder de la CAM, fue declarado culpable por los delitos de usurpación violenta, hurto de madera y atentado contra la autoridad.

La noticia la vieron por televisión. Henríquez recuerda que cuando escucharon del tema, el carabinero se preocupó.

-Él me decía que sentía miedo, porque estaba muy tranquilo. Que cuando los mapuches dejaban de hacer atentados era cuando había que estar más atentos, porque podían estar planificando algo. Él salía a trabajar con esa incertidumbre.

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Valeska Henríquez y Sergio Arévalo empezaron una relación el 2012, cuando él trabajaba como carabinero en Quirihue. En febrero pasado nació la única hija de la relación. Foto: Archivo familiar.

El viernes 26 de abril a Arévalo le informaron que le cambiaban de turno: tenía que salir de noche. Estaba resfriado y evitó acercarse a su hija durante todo ese día. Se ocupó de cosas del hogar. Luego, tomó once y se fue a arreglar.

A Arévalo le quedaba media hora para entrar al trabajo. Ese día le dijo a su esposa que tenía asignada una ruta tranquila, porque solo tenía que manejar dentro de la comuna de Cañete.

Lo que no sabía Henríquez era que su esposo había sido asignado a otra ruta, con el cabo primero Misael Vidal (30) y el sargento primero Carlos Cisterna (43). Con este último ya se ubicaban hacía tiempo: eran parientes por parte del padre de ambos y les había tocado salir a patrullar en otras ocasiones.

Cisterna era el más experimentado en la patrulla esa noche. Había entrado a Carabineros a los 17 años y ya tenía experiencia en enfrentamientos. Pero la tarde anterior, el sargento segundo se había conmovido hasta las lágrimas.

-Tuvo que acompañar a nuestro hijo con Trastorno del Espectro Autista a un acto a su colegio por el Día del Carabinero- recuerda Marlen Erices (46), su pareja durante 25 años. Tuvo que leer un poema vestido como carabinero. Volvió a la casa con los ojos hinchados. Se notaba que había llorado de emoción.

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Carlos Cisterna y Marlen Erices se conocieron en un pub en Collipulli el año 2000. Tienen un hijo en común. Cisterna tenía en planes jubilarse dentro de poco. Foto: Archivo familiar.

Esa noche, la pareja vio en las noticias que Llaitul arriesgaba una condena de hasta 20 años. Allí, Cisterna le dijo a Erices que había que prepararse.

-Me dijo: va a quedar la embarrada. ¿Por qué?, le pregunté. Me dijo: porque cuando condenan a uno de ellos, toman venganza y hacen algo grande. Y la venganza de ellos es eso: quemar todo.

Cisterna el viernes almorzó y salió a hacer dedo para llegar a la comisaría, tres horas antes de la hora de entrada. Vivía a tres horas de Los Álamos y no siempre había locomoción.

Misael Vidal era el tercero en esa camioneta esa noche. Vivía en Temuco Chico, muy cerca de la comisaría de Los Álamos, con su esposa, Fernanda Antillanca (29). Ella es una trabajadora social. Se habían conocido cuando él era boletero en una línea de buses y ella era estudiante. Se reencontraron después de seis años, el 2019, y en plena pandemia se casaron. Tenían un hijo de tres años.

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Misael Vidal conoció a Fernanda Antillanca en un bus en el Bío Bío. Él le pidió una canción de reguetón que ella iba escuchando. Pololearon un tiempo, terminaron y luego se reencontraron seis años después. La pareja tuvo un hijo de tres años. Foto: Archivo familiar.

Lo último que vio de Vidal ese viernes, dice Antillanca, fue su silueta en la pieza mientras ordenaba su uniforme. Ya de noche, la mujer trató de contactarlo. Le extrañó que Vidal no respondiera las llamadas. Eran pasadas las 22 horas.

Valeska Henríquez siguió en contacto esa noche por WhatsApp con Arévalo. A las 22.30 hablaron sobre el resfriado que tenía su esposo. Dijo que le dolía la garganta. A las 23.00 fue su última conexión. Desde ese punto, los mensajes que su esposa le mandaba quedaban solo como recibidos, sin lectura.

Según lo expuesto por el Ministerio Público en la audiencia de formalización que se realizó el miércoles 30 y jueves 31 de julio, a las 23.30 horas la camioneta que llevaba a bordo a Arévalo, Vidal y Cisterna llegó a Antiquina, una zona a casi 30 minutos en auto de donde Henríquez pensó que su esposo estaría patrullando. Iban a sacar una firma de una medida cautelar. En eso, cuatro sujetos los emboscaron, los bajaron de la camioneta y les dispararon por la espalda. Los tres murieron en el acto. Según fuentes de Fiscalía, los imputados están ligados a la Resistencia Mapuche Lafkenche, un grupo radical de la zona. “Pero son delincuentes comunes que cometen todo tipo de ilícitos. No lo hicieron por reivindicación”, dice un fiscal de la causa en reserva.

Henríquez estaba durmiendo cuando despertó, a la una de la madrugada, con los gritos de un hombre afuera de la reja de su casa.

-Un hombre gritaba, aló, aló. Pensé que era al lado. Y Sergio siempre me decía: si ves patrullas es porque me pasó algo.

La zona roja

Valeska Henríquez dice que tuvo que asumir el costo de ser esposa de un carabinero en zona roja. Que la historia que tuvieron juntos no le dejó otra alternativa que apoyarlo.

Se conocieron en 2012, en la plaza de Quirihue, en la Región del Ñuble. Él le dijo, con el uniforme aún puesto, que la encontraba linda y que la había visto hacía un rato, pero no sabía cómo acercarse.

Ella tenía 18 y él 23 cuando comenzaron a pololear. Quirihue fue el primer destino de Arévalo al salir de la Escuela de Carabineros, luego de crecer y estudiar en Lebu, una ciudad en Arauco, a cuatro horas de ahí.

El año 2015 fue de cambios: Arévalo entró a hacer cursos para postular al Control de Orden Público, ex Fuerzas Especiales. El año siguiente fue trasladado a la Subcomisaría de Los Álamos.

Esa decisión para Henríquez fue difícil. Pero la sellaron con algo más: una noche de 2016, él le cocinó a ella tallarines con un bistec. Luego de eso, le mostró un anillo. Se casaron por el civil a principios del 2016. Ahí fue que se prometieron que iban a hacer una ceremonia religiosa cuando afirmaran más su situación económica.

Marlen Erices dice que ser parte del COP de Carabineros tiene un aliciente económico. Lo explica así.

-Un carabinero del COP puede ganar un 35% más que uno de ese mismo rango. Y piensa en esto: todos los carabineros de esta comisaría vienen de familias humildes. Todos vivimos en el mismo sector. Todos se metieron para poder surgir. La otra opción es trabajar en una forestal, pero ahí vas a ganar el mínimo y va a haber meses donde no tendrás trabajo. Por eso, es atractivo hacer carrera en Carabineros.

Erices dice que los sueldos de los carabineros en la zona van desde los $800 mil pesos hasta poco más de $1 millón. Esto contrasta con el peligro al que se exponían, dice la viuda.

Lo que empezó a resentir Henríquez era el poco tiempo que le dejaba el trabajo a su esposo.

-Empezó a tener que ir a comisiones por 15 días a otras ciudades para apoyar donde faltaban carabineros. Se iba a Tirúa o a San Óscar por siete días, o de repente se iba por otros 15. Eso pasaba una o dos veces al mes.

Henríquez se dio cuenta del real peligro que significaba trabajar en Los Álamos cuando Arévalo volvió del trabajo una mañana. Lo veía distinto, más cansado de lo habitual.

-A él le tocaba patrullar la ruta que une Cañete con Contulmo. Ese día se tuvieron que bajar de la patrulla porque encontraron un árbol cortando la ruta.

Henríquez dice que Arévalo era el único que en ese momento, en medio de la Ruta P-60-R, una de las más peligrosas del país, sabía usar una motosierra. Por eso, en la oscuridad, y mientras los carabineros que hacían de escudo alrededor de su esposo recibían balas desde los árboles, él cortó el tronco para hacerse paso a un lugar más seguro.

Marlen Erices cuenta que su esposo veía cómo iba cambiando la forma en que los grupos atacaban.

-Él se dio cuenta de que los ataques eran cada vez más violentos y estaban mejor armados. Además, antes los encapuchados tenían una lucha que era más política. Se tomaban un terreno y listo. Pero ahora, cuando encontraban camionetas robadas por esos grupos, encontraban rifles y droga bajo los asientos.

Sergio Arévalo, por su parte, le contaba a su esposa que tenían que ir a fundos para hacer guardia en puntos fijos, para ofrecer protección a algunas víctimas de la zona. Algo que le contaba a su esposa eran las condiciones en las que tenían que hacer esa guardia.

-Estaba todo sucio, no había dónde sentarse. No tenían sillas ni electricidad. No había dónde calentar comida, entonces se la tenían que comer helada. Era inhumano ir a trabajar allí.

Cisterna también se quejaba de la calidad del equipamiento que tenían. Que iban pocos carabineros a patrullar y que, por lo general, se encontraban en inferioridad numérica. Por eso le dijo algo a Erices que la marcó.

-Él me decía: en cualquier minuto a ti te va a tocar venir a recogerme. A mí me van a matar. Nos mandan de a muy pocos y nos vienen a atacar de a ocho.

El año 2023, Henríquez quedó embarazada de la única hija del matrimonio: Lissette. Eso gatilló un miedo en la mujer: la posibilidad de quedar viuda con un hijo en camino.

-Pero nunca le planteé que pidiéramos un traslado. Siempre lo apoyé y nunca le puse un pero. Además, él tenía a su mamá viviendo cerca. Íbamos a la iglesia todos juntos. Entonces, no le gustaba la idea de moverse de acá.

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Sergio Arévalo y Valeska Henríquez. Foto: Archivo familiar.

El último año, dice Henríquez, fue distinto. Arévalo logró estar más tiempo con su hija, ya que le asignaron menos viajes a otras zonas. Eso sí, las primeras semanas de abril, días antes del atentado, Arévalo presentía algo. Lo gatilló la noticia de la condena contra Llaitul.

Por eso, Henríquez no quería que ese 26 de abril su esposo saliera a trabajar. Arévalo ya estaba listo para partir. Se demoraba cinco minutos en llegar a la comisaría. Henríquez le pidió que se quedara un rato más. Tenía un presentimiento extraño.

-Le dije que por qué se iba tan temprano. Me dijo que era porque le gustaba arreglar sus cosas antes, al llegar a la comisaría. Ahí la hija se puso a llorar, y él me pidió que la llevara al segundo piso para que jugara.

Henríquez dice que quiso advertirle algo. Que tenía una sensación incómoda.

-Quería decirle que al mirarlo me daban ganas de llorar. Sentía que algo iba a pasar esa noche. Volvió, le dio un beso a la hija, me dijo chao, hasta mañana, y se fue- recuerda Henríquez.

Esa fue la última vez que vio a su esposo con vida.

La viudez

-¿A quién anda buscando?

Valeska Henríquez le hablaba, vestida con pijama en la puerta de su casa, a la persona que estaba al frente suyo. Era la una de la mañana. No entendía lo que pasaba.

El hombre le respondió que era carabinero. Que andaba buscando “a la esposa”. Henríquez desconfió. Empezó a llamar por celular a su esposo. Aún tenía la idea de que él estaba patrullando en el centro de Cañete. En eso subió al segundo piso y vio las luces de las patrullas. Allí se acordó de lo que le dijo su esposo cuando llegaron al lugar: las patrullas significaban algo malo.

Henríquez le abrió la puerta.

-Me dice: señora, necesito que se tranquilice. Le dije que por favor me dijera qué pasó, porque estaba sola con mi hija. Me respondió: señora, solo puedo decir que a su marido lo mataron cobardemente.

Henríquez recuerda que se descompensó. “Sentía que el mundo se me venía encima”, dice. En ese momento se paró, fue a la cocina y se sentó en el piso a gritar y a llorar.

Los carabineros le dijeron que se cambiara de ropa, porque tenía que acompañarlos a la comisaría. Henríquez vistió a su guagua, la abrigó y se subió a la patrulla.

Cuando llegó, vio carabineros llorando. Uno de ellos se le acercó. Recuerda que era un teniente. Le dijo que habían muerto quemados. Cuando Henríquez recuerda ese momento, se quiebra en llanto.

-Yo al principio pensé que los quemaron vivos. Luego me contaron que los emboscaron primero, les dispararon y los quemaron.

Antillanca dice que recién supo que su esposo estaba muerto el día domingo. Fue cuando reconoció su cuerpo.

-Aún tenía la esperanza de que él me iba a llamar. De que estaban todos equivocados.

Pero el momento en que se dio cuenta realmente de que ya no estaba Misael Vidal, fue cuando entró a su casa una noche hace tres semanas. La sintió muy grande y vacía. Luego, se acercó al clóset. Vio su uniforme. Allí sintió la magnitud de lo que había pasado.

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Fernanda Antillanca y Misael Vidal, en la última selfie que se sacaron juntos. Foto: Archivo familiar.

Las heridas que estaban cicatrizando, dice Marlen Erices, se volvieron a abrir a las cinco de la mañana del 29 de julio.

Mientras dormía, cuenta, le llegó un llamado de un fiscal, cuyo nombre ella no recuerda. Le querían avisar antes de que saliera en la prensa que estaba corriendo un operativo para detener a los sospechosos de asesinar a su marido. A las ocho de la mañana la llamó el general director de Carabineros. Lo primero que ella le preguntó era si los habían encontrado a todos.

-Me dijo que se les había escapado uno, que andaba metido en los cerros. Pero que no iban a descansar hasta encontrarlo.

Erices se conectó a la audiencia de formalización de manera telemática. Allí, la mujer escuchó detalles de lo que pasó esa noche con su marido.

Día tras día fue reviviendo las últimas horas de su esposo. Se enteró que los arrodillaron y les dispararon por la espalda.

-Empecé a revivir todo lo que sabía, pero con más detalle. Cuando escuché cómo le rompieron cada uno de sus órganos con las balas. Que usaron sus mismas pistolas. Eso me trajo mucho dolor, impotencia y rabia.

Lo que le llamó la atención a Erices fue entender que los que mataron a su esposo eran muchachos que vivían a minutos de la familia de Cisterna. Gente que podía haber sido vecinos de ellos.

-Ellos eligieron, por falta de oportunidades, tomar un camino fácil. Uno que les da plata de inmediato. Y al final ellos mismos se hicieron un daño. Porque esto los va a marcar toda su vida.

Erices siente que sus verdugos tuvieron una actitud cobarde al atacarlos por la espalda. Pero más aún, al mostrarse con una actitud sumisa en la audiencia.

-Cuando los veía, me dieron ganas de ahorcarlos. Que sufrieran lo que mi esposo sufrió.

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La familia Cisterna Erices celebrando una navidad. La hija de Marlen Erices, hoy militar, fue adoptada como una hija por Cisterna cuando ella tenía cinco años. Foto: Archivo familiar.

Antillanca dice que su estado de salud mental es difícil. Le cuesta hablar del tema. Está con tratamientos. Dice que recién hace tres semanas se dio cuenta de que estaba viuda. Que esto es normal, le dijeron en el grupo de viudas de Carabineros del que es parte. Este lo integran más de 40 otras esposas de carabineros que murieron en servicio.

-Me dicen que a todas les pasa lo mismo: durante meses tienes la esperanza de que vuelva tu esposo a tu casa. Nadie te prepara para quedar viuda a los 29 años, con un bebé de tres años.

Las tres mujeres aún no tienen acceso a la investigación, ya que es reservada. Dos de ellas -Fernanda Antillanca y Valeska Henríquez- dicen que ya no trabajan con el abogado de Carabineros. Que se están asesorando con un abogado propio, que pagan desde su bolsillo. Así -afirman- pueden tener una participación autónoma en la causa, aparte de lo que les pueda ayudar la institución.

Lo que les duele a las tres mujeres es que quedaron con promesas pendientes. Sergio Arévalo quería casarse por la Iglesia con Henríquez, en una ceremonia más planificada. Misael Vidal quería tener una hija con Antillanca, para acompañar a su hijo. Carlos Cisterna quería jubilarse pronto e irse a vivir al campo.

Henríquez piensa en todo esto. Dice que hay algo que no la deja descansar.

-Han pasado tres meses y seguimos con la incertidumbre de lo que pasó. De cuándo los van a encontrar. Pero aún así, ni encontrándolos van a pagar el daño tan grande que hicieron. Porque nunca me van a devolver a mi marido.

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