La reserva se prepara para entrar
Dermatólogos, oftalmólogos, pediatras y hasta psiquiatras son los voluntarios que se han presentado para apoyar a sus colegas que enfrentan la pandemia en las urgencias y en las UCI del país. Con una red de salud que ya se ve colapsada y más de 2.200 funcionarios contagiados, la otra primera línea de profesionales de la salud ya llegó a la trinchera.
Jimena Yáñez había pasado 18 de sus 46 años siendo la mejor pediatra que podía ser. Sabía cómo tratar a los menores con enfermedades crónicas que llegaban a su pabellón en la Clínica Indisa y entendía, como le habían enseñado en la universidad, que la salud de un niño podía aguantar cosas que las de un adulto no. Pero aún así, a pesar de toda esa experiencia, nada la había preparado emocionalmente para enfrentar lo que le tocó el 16 de mayo. Porque aunque los médicos intensivistas le habían enseñado y preparado para que supiera cómo enfrentar al Covid-19 cuando su unidad pediátrica se reconvirtiera en una de adultos, hay cosas que simplemente hay que vivir para comprender. Ese sábado, cuando revisó las fichas de los pacientes hospitalizados, dio con una de 68 años, en coma y con un diagnóstico ominoso. Murió ese mismo día.
“Los pediatras no estamos acostumbrados a ver morir a nuestros pacientes. Que se te mueran uno o dos pacientes en un turno, eso a nosotros no nos ocurre”, dice Yáñez con la voz quebrada, y agrega: “Los exámenes estaban malos, todo había fallado. Habíamos llegado a un punto de no retorno, donde toda la parte metabólica estaba mal. Todavía me duele ese momento, no es algo que se haya pasado con los días”.
A Jimena Yáñez la eligieron, dentro de varios motivos, por su conocimiento en el uso de ventiladores mecánicos. Por eso, explica, la mandaron a la batalla altiro.
La doctora admite que no se imagina estando en otro lugar, eludiendo esta labor. Pero cada vez que alguien muere recuerda cómo, de una forma u otra, este virus nos aleja de nuestros seres queridos.
“Hoy -cuenta- falleció un paciente de 80 años que había ingresado dos semanas atrás. Su esposa y su hijo ya habían muerto de Covid-19. Es surrealista pensar que alguien perdió a toda su familia por el coronavirus”.
Hace un par de meses, antes de unirse como refuerzo, Yáñez conversó con sus dos hijos sobre lo que se venía. Les dijo que haría más turnos de trabajo y que era posible, si alguno se contagiaba, que tuvieran que separarse. Sin embargo, el destino fue más abrupto. Desde el 26 de marzo que no ve al menor de 15 años, quien prefirió quedarse con su papá para no exponerse. Hoy solo vive con el que tiene 17, pero eso podría cambiar. Su exmarido puso un requerimiento en tribunales para que ambos niños no vivieran con ella durante la pandemia. Nada de eso hace que sea más fácil enfrentarse al virus: “A uno -dice ella- esto lo pilla con una situación personal muy alterada”.
Volver a aprender
Jimena Yáñez no es la única. Los 2.239 funcionarios de la salud contagiados, según el último reporte del Minsal, han obligado a echar mano a la reserva. El mismo ministro Jaime Mañalich ya ha agradecido a los voluntarios en sus reportes diarios y así también lo indican los números: “Yo sirvo a mi país en la emergencia”, la plataforma que habilitó el Minsal para convocar profesionales de la salud, ya registra más de 10.000 inscritos.
“Aportan, a veces, no desde lo más técnico. Pero eso nos permite a los intensivistas y a los médicos más especializados poder dedicarnos preferentemente a la atención del paciente y no tener que encargarnos de las tareas administrativas”, explica Alejandro Bruhn, vocero de la Sochimi y jefe del Departamento de Medicina Intensiva de la UC.
Para Marcia Corvetto, anestesióloga y creadora de cursos online abiertos y otros presenciales que se dictan en la Universidad Católica, reconvertir funcionarios es clave para enfrentar el colapso que ya se está viendo en el sistema de salud. “Las tres especialidades que saben manejar vía aérea son urgencia, anestesia e intensivo; todas las otras necesitan esta formación”, advierte la doctora Corvetto.
Leonardo Espinoza ya se capacitó. El viernes 15 de mayo pasado, el doctor sintió alivio al ver el mail de la UC que pedía voluntarios para colaborar en el Hospital Clínico. A pesar de ser becado de tercer año en la especialidad de dermatología, en la unidad ya habían avisado que probablemente tendrían que ir a las urgencias y UCI a ayudar con el virus respiratorio. Les habían hecho, incluso, talleres de inducción sobre el manejo de pacientes Covid para que estuvieran preparados. No salir aún lo ponía ansioso.
Luego de repasar los videos de tres horas cada uno que les había enviado la universidad, el lunes pasado se integró a uno de los equipos del Hospital Clínico. Para hacerlo, dice, tuvo que volver aprender: “Todo aquello que en la piel, en primera instancia, es tan concreto, ahora se invierte. Ya no es la piel que evidencia las cosas tan directamente, sino que hay que enfrentarse a ese mundo intangible de la medicina”.
El doctor Jaime Tapia fue otro. A pesar de que lleva nueve años como oftalmólogo, pasó seis ejerciendo como médico general de zona en Quellón, Chiloé. Esa experiencia, cuenta, lo llevó a enfrentar en 2009 la pandemia por influenza H1N1. Pero si bien hubo pacientes graves en esa oportunidad, a Tapia no le tocó intubar ni manejar vía aérea a los pacientes con neumonía viral, como sí lo tendrá que hacer hoy. Por eso decidió capacitarse y retomar la seguridad como médico general que tenía hace unos años.
“Se parece un poco a andar en bicicleta. Por supuesto que da susto volver a montarse, pero sabes que si ya aprendiste, serás capaz de volver a hacerlo nuevamente”, afirma Tapia.
Hoy, permanece a la espera del llamado en el Sótero del Río -donde hace parte de su trabajo como oftalmólogo-, y aunque reconoce que siempre va a pensar que le falta preparación, sabe que tiene que estar disponible independiente de las circunstancias. “Si me toca ir a terreno es porque no hay mejor recurso disponible que yo para salir adelante del problema en el lugar que me toque trabajar. Y desde esa perspectiva, con el teléfono bien a mano para hablar con mis amigos de especialidad, es que asumiré las condiciones que me toquen”, asegura comprometido Jaime Tapia.
Derrotar al Covid-19 los requiere a todos. Incluso, por ejemplo, a los odontólogos. Así lo demostró el Centro de Especialidades Odontológicas del Hospital El Carmen de Maipú. Allá, un grupo de estos funcionarios hacen el seguimiento telefónico de todos los pacientes diagnosticados con coronavirus en el hospital, que se encuentran en sus casas, asegurándose de que cumplan la cuarentena. “Dejar de ejercer en lo que estás preparado y acostumbrado a hacer no es simple, pero lo importante aquí ha sido ponernos a disposición de una necesidad mayor, entendiendo que, por sobre todo, somos profesionales de la salud y formamos parte de un servicio hospitalario público”, sostiene Fabián Navarro, jefe del Centro de Especialidades Odontológicas del Hospital El Carmen.
Juan Antonio Espinoza, cirujano cardiovascular del Hospital Clínico José Joaquín Aguirre de la UCH, cree que la noción de trabajo en equipo que trajo la pandemia es transversal. Él, por ejemplo, dice que “a mí no se me caen las jinetas si tengo que empujar una camilla”. Hoy, Espinoza trabaja con los médicos jefes de la UCI. No sólo son más jóvenes que él. Muchos, de hecho, fueron sus alumnos. Y eso no es un problema: “Hago lo que me piden y yo pregunto. El orgullo no puede ser más importante que la vida de un paciente”.
El doctor Leonardo Espinoza lo plantea de otra forma: “Ahora, con la pandemia, como nos cambiamos de traje a un traje de turno, ya no estamos diferenciados con los colores clásicos que siempre teníamos: el doctor con su delantal blanco, los enfermeros de azul, los TENS con su traje celeste. Ahora estamos todos con traje verde y eso genera esa sensación de equipo muy especial. Aquí nos volvemos a encontrar todos”.
Choque emocional
Rodrigo Figueroa sabe de emergencias. El psiquiatra apoyó para el terremoto de 2010, el rescate de los 33 mineros y también en Haití. Ahora, está a cargo de un proyecto en la Red de Salud UC para reubicar a más de 130 médicos voluntarios -en un primer llamado- que apoyen en diversas funciones relacionadas a pacientes Covid. Esto, dice, se le ha hecho más difícil que sus experiencias anteriores. “Es de las más desafiantes, porque hay una dimensión diferente en que hay que hacerlo todo a control remoto”.
De entre las tareas a las que se integrarán estos médicos, la que más llama la atención es el acompañamiento a los familiares de pacientes en la UCI, algo que para Figueroa resulta de toda lógica que se hagan cargo sus colegas inscritos. “Lo que estamos haciendo es pedirles ayuda a los psiquiatras, médicos familiares y quienes tienen buen manejo de situaciones difíciles que puedan acompañar pacientes durante toda su estadía en la red y asegurarse de que lo que va ocurriendo sea comunicado a la familia”, señala el psiquiatra.
Algo similar ya se puso en marcha en la Clínica Santa María, donde su director médico, el doctor Javier González, cuenta cómo los equipos de psiquiatras y psicólogos están conteniendo a los funcionarios de salud de las urgencias y en la Unidad de Paciente Crítico, mediante la aplicación de un programa de salud mental. “Nosotros tenemos a casi todas las especialidades con un rol importante, los psiquiatras apoyan a los equipos que están en primera línea, porque esto provoca mucho trastorno a nivel de los grupos cuando hay fallecimiento o sobrecarga laboral”.
El jefe de la Unidad de Salud Mental de la clínica, Rodrigo Correa, comenta que afortunadamente todavía no ha habido tantos requiriendo de ayuda. Sin embargo, se han detectado algunos casos en los que se han visto síntomas de trastornos de ansiedad, angustia, estrés agudo y estrés postraumático. “Tenemos muchas personas que están haciendo algo muy heroico y nosotros como equipo de salud mental no podemos hacer menos que apoyarlos”, sostiene Rodrigo Correa.
La pediatra Jimena Yáñez, en la Clínica Indisa, también reflexiona sobre el costo emocional de ser parte de la reserva contra el virus. Sobre todo cuando su hijo de 17 años, que está con atención psicológica, la sorprendió: “Un día me dijo ‘mamá, es que igual te puedes contagiar y esto afecta a la gente más joven. Entonces yo me puedo morir’”. Para ese entonces, las medidas en su casa ya se habían extremado. Él ya no entraba a la pieza de su madre, no tocaba su computador, usaba un baño distinto y solo se juntaban a comer sentándose cada uno en un extremo opuesto de la mesa.
Así que esa vez Jimena Yáñez le dijo lo único que le quedaba por decir: que entre los dos, día a día, encontrarían un camino para controlar esto que estaban viviendo.
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