Ariake muestra la cara del Tokio olímpico de hoy. El distrito ubicado en la bahía capitalina, entre un enredo de autopistas, túneles y puentes, es uno de los epicentros de estos Juegos. Ahí se alojan varios de los recintos, incluido el enorme Tokyo Big Sight, centro de exhibiciones que por estas semanas es el lugar de operaciones de la prensa. En el Ariake Tennis Centre se viven jornadas de calor insoportable, que luego provocan que la organización por fin programe los partidos para más tarde. A poca distancia, caminable si se puede aguantar la temperatura y la humedad, el Centro de Gimnasia es un refugio ante la ola de calor, con el aire acondicionado a tope.
Allí es donde Rusia ha mostrado su chapa de potencia. Rusos que en Tokio no pueden ser del todo rusos. Sobre los aparatos celestes de la gimnasia artística se plantaron en las finales de la competencia por equipos. En la modalidad colectiva, que se vive con muchísima más pasión, emociones y patriotismo, los euroasiáticos recuperaron dos oros que se les habían privado desde el milenio pasado. Atlanta 1996 había sido la última vez de los varones, que en Tokio celebraron el triunfo con euforia, llorando y arrodillados en el suelo. Habían derrotado a China, Japón, Gran Bretaña y Estados Unidos. Las damas, también con llanto posterior, hicieron lo que nunca un equipo compuesto por rusas había hecho, ya que en Barcelona 1992, quienes se llevaron el oro fue el Equipo Unificado, armado por los países de la disuelta Unión Soviética. Entre las gimnastas campeonas de aquella vez, solo una había nacido en suelo ruso. En esta ocasión, le arrebataron el trono a las norteamericanas, las favoritas.
Es confuso lo que se vive con los atletas del país más grande del mundo. Están sancionados, pero igual andan en todos lados. El escándalo de dopaje más grande de la historia fue el que derivó en las paradojas que se ven en Japón. En diciembre, el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) marginó a Rusia de todos los deportes internacionales hasta el final de 2022, culpable de llevar un programa de dopaje patrocinado por el estado. La sanción impuesta por la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) que en principio duraría cuatro años, se redujo a la mitad, y afectará también la participación en los Juegos de Invierno de Beijing 2022.
Rusia en Tokio 2020 es ROC. Comité Olímpico Ruso, por sus siglas en inglés. Ese título es la manera que tienen sus deportistas de competir en la cita, acreditando limpieza previamente bajo estrictas pautas, que si no se cumplen podrán derivar en nuevos juicios. Las autoridades deportivas no quisieron cometer el error de suspender a atletas inocentes solo juzgados por las fronteras de nacimiento. El dopaje ruso ha sido extenso, mas no universal, y se entendió que los cortes no podían incluir a los honrados. A fin de cuentas, Rusia es un actor importante (sobre todo en el plano olímpico) que no se puede aislar de manera completa.
También pesaba el factor económico, con grandes firmas estatales rusas detrás del financiamiento de importantes competencias. El Comité Olímpico Internacional y la AMA, enfrentados en el dilema: sostenerse a sus valores, perdiendo así un gran mercado, versus tomar el dinero, arriesgando dañar su reputación. Optaron por lo segundo. Además, la nación dio luces de arrepentimiento, con su entonces primer ministro, Dimitri Medvedev, reconociendo que contaban con significativos problemas con el dopaje.
El piano de Tchaikovski
Con lágrimas, pucheros o sonrisas, cantar el himno nacional con el oro colgado al cuello en la máxima cita del deporte, ha sido señalado a lo largo de las Olimpiadas -desde que se implementó la tradición en los Juegos de París 1924-, como el momento más especial y emocionante en la carrera de los ganadores. Gloria deportiva expresada con el acto de patriotismo más puro.
En Japón, la canción nacional de Rusia está reprimida. Es reemplazada por las melodías de Pyotr Ilyich Tchaikovsky, el padre de la música clásica del país euroasiático. Con un estilo único y desinhibido, Tchaikovsky puso a su nación en el mapa global de la música en el siglo XIX, y por estos días su legado se recuerda siempre que un atleta coterráneo se titula campeón, con su icónica pieza de Concierto de Piano N°1.
Encarnadora de vivencias personales, la obra grandiosa del maestro nacido en Vótkinsk atraviesa diferentes emociones. Coincidente con la pieza, los campeones rusos en Tokio 2020 se someten a un cóctel de sensaciones. Con presea, pero sin himno. El medallista dorado Nikita Nagorni, líder del equipo de gimnasia vencedor, tuvo sentimientos encontrados tras colgarse el máximo galardón de los Juegos. “Cuando ganamos, en el fondo de nuestros corazones sentimos a Tchaikovsky como si fuera nuestro himno, y con toda la adrenalina posterior, no estuvimos muy decepcionados. Aunque es verdad que luego, en el podio de la individual, mientras sonaba el himno japonés sentí algo de dolor y me di cuenta lo duro que es no poder cantar tu himno en una premiación”, comenta Nagorni, tras atrapar el bronce en el all around individual, prueba que quedó en manos del local Daiki Hashimoto. La plata, en tanto, fue para el chino Xiao Routeng. Tanto el de nipón como el pekinés lucieron orgullosos sus banderas, desplegadas con los brazos abiertos y mostrándose felices ante la prensa gráfica. Nagorni, en tanto, se quedó con las ganas. Al igual que el himno, la bandera blanca, azul y roja de franjas horizontales no está invitada a la fiesta.
“El espíritu de los Juegos Olímpicos consiste en que los atletas compitamos para nuestro país, por ende, son tiempos duros para nosotros los deportistas rusos. Está muy mal y es muy triste. No está bien que seamos nosotros los que tengamos que seguir las consecuencias de estas decisiones. Espero que en el futuro cercano no sigamos pagando nosotros”, se lamenta el tenista Karen Khachanov, quien llegó a la final de la categoría individual. El ruso saca a relucir lo limpio que está, cuando de dopaje se trata: “Mira, en el último año me he hecho casi 40 test de doping y siempre he salido limpio. Entonces, qué injusto es no poder representar a mi país cuando compito. Se siente mal. Me siento mal por mis compañeros de otros deportes también. Los que estamos acá no somos culpables y no estamos involucrados”.
Pero a falta de bandera, himno y nombre de la nación -que por cierto, en los altoparlantes de deportes que en los estadios cuentan con locutores, se evita a toda costa mencionar “Rusia”- el uniforme, sea cual sea la disciplina, muestra los colores en el orden correcto. Es como una bandera camuflada, lo que provocó la queja de AMA, cuando su presidente Witold Banka manifestó que la institución estaba decepcionada de que los atletas rusos pudieran lucir sus tonos, y que creían que debería haber un estatus neutral para esta nación. Por su parte, el mandamás del ROC, el cinco veces medallista en esgrima, Stanislav Pozdnyakov, celebró en la previa que el equipo que dirige tendría todos los elementos de su identidad. Extraoficialmente, en las pistas, canchas, piscinas y gimnasios, a los rusos se les reconoce como tal.
Sensibilidades a flor de piel
Orgullo dañado y heridas abiertas. A los rusos les duele el arrebato de sus símbolos en un evento tan importante como tradicional. Lo sufren por los jóvenes que poco tienen que ver con la historia. El estigma de tramposos que recae en justos por pecadores es un tema tabú. El Kremlin se adelantó y preparó un documento con sugerencias para responder a “preguntas provocativas”, “entrevistas candentes” o “temas que pueden poner a los deportistas en una situación incómoda”, que aclaran, en ningún caso es una obligación y que cada individuo puede responder como le plazca.
Cuando la pregunta tiene que ver con el escándalo de dopaje, el consejo es señalar que el deportista nada tiene que ver al respecto, ya que nunca participó de él, y que las sanciones que recaen en Rusia deben ser comentadas por quienes las emitieron. Uno que nunca ha necesitado guías para responder es el número dos del planeta tenis, Daniil Medvedev, quien generalmente destaca con su capacidad para entregar buenas respuestas en conferencias y entrevistas. Sin embargo, ante el tema dopaje, una de las máximas estrellas rusas presentes en Tokio, pierde los estribos. Se enoja y no quiere contestar ante el cuestionamiento de si considera que los atletas de su país deben acarrear injustamente el estigma de tramposos, tras el escándalo que los sacudió.
Horas después, ROC emite un reclamo al Comité Olímpico Internacional y al Comité Organizador Local, incómodo ante las preguntas de este tipo, que según ellos, solo buscan provocar. Citado por la agencia rusa de noticias, TASS, el portavoz de la institución olímpica rusa, Konstantin Vybornov, afirma que los atletas de su país han sido acosados en la elaboración de este reportaje, con el fin de incitar un escándalo y desbalancearlos, lo que no es real. Y el COI, ante una solicitud que tiene carácter censuradora, dice creer que atletas y representantes de los medios tienen derecho a la libertad de expresión, “siempre que se respeten los valores olímpicos”.
Tempestuosa, como la vida de Tchaikovsky, han sido los últimos años para el deporte del país de nororiente. El presente, un símil de la monumental composición, con el piano que canta sus lamentos y con una orquesta que erige acordes triunfantes. La confianza internacional tardará en volver. Si es que alguna vez se recupera.