La terapia inconclusa después del fuego
![Reconstruccion en Achupallas 09/02/2024](https://www.latercera.com/resizer/v2/TGL5UNZVM5DLBLQ6HHNV6GBJIY.jpg?quality=80&smart=true&auth=7135b6560691da38c1e047fb6fe6508b403c2e4295707f2b9440a59988728e80&width=690&height=502)
Durante el año pasado alrededor de 14 duplas psicosociales trabajaron en las zonas afectadas por el siniestro que quemó barrios completos de Viña del Mar, Quilpué y Villa Alemana. A pesar de que atendieron a 1.226 damnificados, varios sienten que las prestaciones, que acabaron en octubre, no fueron suficientes. Sobre todo ahora, cuando el aniversario de la tragedia amenaza con revivir sus traumas.
Felipe Olivares (27) estaba atendiendo a un paciente de manera online la calurosa tarde del viernes 2 de febrero cuando vio un nubarrón rojo asomándose por la ventana de su hogar, en el sector de Pompeya Norte, en Quilpué. En menos de dos minutos, las sirenas comenzaron a sonar y tuvo que evacuar mientras recorría junto a su madre las calles y barrios que ya estaban siendo atacados por las llamas del incendio.
Por ese entonces trabajaba como psicólogo para la Corporación Municipal de Viña del Mar. Una jefa lo llamó y le preguntó si se encontraba bien y podía trabajar. Después de dudar un poco, respondió que sí: “Ya -le dijeron-, empiezas la próxima semana”. Lo designaron a Villa Hermosa, un sector que no conocía. Su primer día fue el 6 de febrero.
“Nos mandaron de inmediato a hacer terreno, a hacer operativos. En la parte donde se quemó acá, en Villa Hermosa. No se podía pasar, había escombros, los móviles del Centro Comunitario de Salud Familiar (CESCOSF) no podían pasar porque estaba lleno de cosas quemadas. Y llegamos a una sede a atender. Fue un operativo muy ambulatorio la verdad: una mesita, un biombo y ahí esperando que la gente llegara”, cuenta Olivares.
Esas fueron algunas de las labores que realizó el psicólogo en ese sector durante nueve meses: parte de la estrategia en territorio que llevó a cabo el Servicio de Salud de Viña del Mar-Quillota (SSVQP), en la que se desplegaron equipos de profesionales y voluntarios, con apoyo de corporaciones, municipalidades y hospitales, para ayudar a las comunidades afectadas con atenciones integrales.
La magnitud de lo que enfrentaron, admite Olivares, no era algo para lo que estuvieran preparados: “Como esto pasó tan de repente, si bien había protocolos, no había una conciencia de qué hacer en caso de incendio. Nos preparamos para terremotos, por ejemplo, pero un incendio de esta magnitud fue como que nos tomó por sorpresa”.
![Felipe Olivares psicólogo](https://www.latercera.com/resizer/v2/DFYONGVREFDDJEZLWOR6EX3WP4.jpg?quality=80&smart=true&auth=e6e01be8753fb47c94e255c38bc0086292617902fb3dc7649422aee586e8c619&width=790&height=525)
Hasta octubre del año pasado se desplegaron en las zonas afectadas duplas psicosociales, compuestas por un trabajador social y un psicólogo, que se extendieron asistiendo en terreno a lo largo de las zonas afectadas. Pero estas no dieron abasto.
Esto se refleja en lo que indica Olivares: “La primera semana yo estuve solo. No tenía mi dupla y fue muy caótica, la verdad. Empecé de inmediato con un catastro de los pacientes. Entonces, como que iban sumándose y sumándose y sumándose. La primera semana había 50 personas, después aumentó a 75, después a 90. Llegamos, me parece, como a 165 o 167 finalmente”.
Según el SSVQP se desplegaron 14 duplas psicosociales en las zonas afectadas, como Viña del Mar, Quilpué y Villa Alemana. Estas atendieron a 1.226 personas a través de pesquisas de salud mental, primeros auxilios psicológicos, intervención en crisis, psicoeducación y tratamientos de salud mental.
Sin embargo, ante la incapacidad de atender a los más de 20 mil afectados, fue que privados se decidieron a gestionar equipos que pudieran entregar apoyo a quienes no estaban recibiendo atenciones estatales. La Fundación Ronda fue una de ellas: instaló a más de 30 profesionales en los cerros más afectados, como El Olivar.
Daniella Villella (35), psicóloga y discapacitada visual, tuvo que escapar con la ayuda de sus hijos de 10 y 12 años de su hogar en medio de las llamas de ese mismo sector. Fue una de las primeras voluntarias de la fundación ahí, mientras trabajaba simultáneamente en una clínica.
“Lo común de los primeros relatos era que les quitaron todo. Yo recuerdo uno de ellos, entre tantos, que me marcó. Fue de un señor que atendí y me dijo: ‘Yo ahora estoy arrendando en otro lugar, pero yo me despedí de mi hogar. Y en el lugar que estoy ahora es mi casa, pero no es mi hogar’. Yo creo que todo el mundo entró en este modo automático de levantarse lo más rápido posible, de construir lo más rápido posible, de aguantar lo más rápido posible”, dice Villella.
Los primeros meses, según declaran varios de los profesionales que estuvieron trabajando en el sector, fueron complejos para entregar ayudas. Los vecinos, sobre todo los adultos, se encontraban sumergidos en un estado de “bloqueo”, en el cual la única tarea era la de intentar reconstruir su hogar. No había tiempo siquiera para pensar en la posibilidad de derramar una lágrima por lo perdido.
Más de 137 personas fallecieron y más de 4.385 hogares, según el Minvu, fueron consumidos por el fuego. Pero ese no era el término que usaban los vecinos para referirse a lo que vivieron. Ellos, según una de las psicólogas, hablan de un “torbellino de fuego”.
Emocionalmente colapsados
La proyección de los especialistas era que el entumecimiento psicológico no podía durar para siempre. En mayo, y con el invierno acechando, comenzó lo más difícil.
Constanza Valdebenito (24), psicóloga del Cesfam de Pompeya, en Quilpué, vio cómo con el paso de los meses los vecinos, al pasar el estado de shock, se fueron acercando a los centros de atención. Esperaban muchos pacientes, pero la gran mayoría no llegó en un comienzo. Solamente después de que algunos pudieron reconstruir sus casas, dejar de vivir en carpas, dejar los albergues, que le pusieron un ojo a su salud mental.
“Recién ahí dijeron ‘estamos muy afectados, necesitamos apoyo’. Pero eso fue en mayo. Hasta hace dos semanas yo todavía estaba recibiendo gente afectada del incendio que no había tenido la oportunidad de recibir atención”, explica la profesional.
Ángela Rodríguez es una vecina de Pompeya Norte que recibió la atención de Constanza Valdebenito durante el año pasado. Vivió la pérdida por completo de su hogar a causa de las llamas, con sus perros dentro de ella. Para ingresar al sistema de atención tuvo que esperar un mes antes de que la contactaran por su hijo, mientras que su caso particular demoró mucho más.
“A mí me hizo muy bien hablar con una persona, sobre todo con una mujer. Y para mi hijo igual. Por ejemplo, las veces que él lloraba, igual le hizo muy bien, porque también estaba botando todos esos sentimientos de pena por la pérdida de los animales, más que todo de su perrita”, señala Rodríguez.
El problema de fondo era claro para Valdebenito, la atención no lograba llegar a todos. “En este momento, en el Cesfam hay tres psicólogos. En el programa de salud mental teníamos inscritas al menos a 1.500 personas. No dimos abasto, era imposible. Tendrían que contratar a 100 psicólogos más”.
Durante estos mismos meses las duplas psicosociales, por su parte, comenzaron a hacer intervenciones grupales y talleres para las comunidades.
Este proceso en Villa Hermosa -según indica Felipe Olivares- develó otras cosas: ”Aparte de que se quemaron viviendas materiales, también el tejido social fue modificado. Líderes que ya no estaban, por ejemplo, coordinadores sociales que habían fallecido, otros que se fueron yendo. O sea, no había un liderazgo. Por lo que observamos y aplicamos, primero, un taller de liderazgo y fortalecimiento comunitario. Después uno de duelo y, finalmente, sobre la pérdida: tanto humana como material”.
Sin embargo, en opinión de Daniella Villella, que atendía en El Olivar, lo que se pudo hacer durante los meses posteriores, y ya con la llegada del invierno más duro de sus vidas, sólo fue un trabajo de contención, que de ninguna manera hizo que el estado de salud mental de la comunidad mejorara.
![DANI VILLELLA](https://www.latercera.com/resizer/v2/TYEJMDBLDFCRHBC3OJ4ZX4VIFU.jpg?quality=80&smart=true&auth=41ec5b639c7b49986df703625a26e59d1148e18e75df67ac2e8c8171020fa0fa&width=790&height=527)
Esto se condice con parte del relato de Constanza Valdebenito que, si bien piensa que existió un avance en determinado momento, declara que lo que más dolía en la comunidad era la pérdida del entorno que habían construido.
“Pompeya es una comunidad socioeconómicamente de bajos recursos, se formó siempre desde la autoconstrucción. Entonces, todo eso, los jardines, las plantas, las fotos, los recuerdos, todo eso en un segundo, porque fue cosa de segundos, se perdió”, indica.
Las duplas psicosociales dejaron de atender en octubre. Tal como lo estableció el Minsal al inicio de la catástrofe, cuando entregó los presupuestos disponibles: aproximadamente $ 660 millones que se consiguieron de forma extraordinaria. El plazo se mantuvo, pese a que la solicitud de la directora del SSQVP, Andrea Quiero, fue que se extendiera al menos hasta diciembre.
Felipe Olivares cuenta que preparó a los pacientes para el fin de las atenciones. Para él significó un momento de felicidad, ya que consideraba que, en parte, se estaba cerrando un ciclo desgastante, pero que siempre hizo porque le gustaba la labor. Aun así hubo quienes le decían que no estaban listos, o no mostraban el progreso deseado. Según señala, esas personas tuvieron que ser derivadas a los CECOSF. Y, en los casos más graves, a los Centros de Salud Mental (Cosam).
La ayuda no fue suficiente, asegura Ivonne Venegas, vecina de El Olivar: “Todos dicen que fueron muy pocas las sesiones, que les faltaron. Mucha gente dijo: “Si es para una o dos sesiones, no nos sirve. Porque el trabajo que hay que hacer con los vecinos es largo, es permanente”.
A la larga, las atenciones de la Fundación Ronda también cesaron. La gran mayoría a final de año, a causa del desgaste de sus profesionales. Daniella Villella estuvo atendiendo desde el primer fin de semana de la emergencia hasta diciembre pasado. Dice que tuvo que parar, porque estaba “emocionalmente colapsada”.
Avanzar y retroceder
Ángela Rodríguez pensaba que su hijo había logrado sanar gracias al tratamiento psicológico. Hasta que hace dos meses, una alarma de incendio le mostró lo contrario. El niño perdió todos los avances que había visto: “No supe de dónde venía. Mi hijo estaba muy asustado (...), empezó con sus tics nerviosos de nuevo, comenzó a acordarse de nuevo de todo”, indica.
La situación del hijo de Rodríguez no es un caso aislado: los profesionales coinciden en que un retroceso en la población es lógico cuando se acerca el aniversario de una tragedia. De hecho, van más allá: señalan que las regresiones pueden ser causadas por diversos detonantes. Por ejemplo, las fiestas de fin de año sin contar con un hogar, o las altas temperaturas del verano, que mantienen en un constante estado de alerta a los vecinos.
“Todavía están resignificando lo que les pasó. Todavía se asustan cada vez que hay sirenas de bomberos. Ahora último ha habido algún incendio en Pompeya, pequeños, pero la gente moja sus casas. Están preocupados y se llaman entre ellos, como si fuera un terremoto”, señala Constanza Valdebenito.
![Constanza Valdebenito](https://www.latercera.com/resizer/v2/TE4IYTZFLBG37OE6UI2EEK6GCU.jpg?quality=80&smart=true&auth=74999d5a4e209b19b333cd32d9bf330d8c9f11bb3db4514f98de5236ace659d7&width=790&height=1055)
Lamentablemente, esta involución en los pacientes era algo esperable, agrega: “Los músculos tienen memoria. Recuerdan lo vivido, la historia, el dolor, la pérdida. Muchos retrocedieron en cuanto a los síntomas, a tics nerviosos, a esta preocupación, a la aceleración todo el día”, señala la psicóloga que atendía en Pompeya.
A ojos de Felipe Olivares y Valdebenito, estas son claras señales de personas que perfectamente pueden tener estrés postraumático, algo que, por ejemplo, suelen padecer los soldados que vuelven de una guerra. Y los factores detonantes para los vecinos pueden ser las sirenas, el humo, el calor, entre otras cosas.
Para Daniella Villella el mejor ejemplo del retroceso es la huelga de hambre que llevan los vecinos damnificados. Las razones de esto, dice, son claras.
“Fueron recibiendo aspirinas: ‘Que se va a hacer esto, se va a hacer aquello, se va a hacer aquí, se va a hacer allá”. Y resulta que nunca se llegaba a esa solución. Entonces, eso en el paciente no va generando una recuperación. Va generando una frustración que, a la larga, lo hace retroceder más de lo que podemos avanzar”.
Según el balance del año del Plan de Reconstrucción del Mideso, el avance de los trabajos habitacionales para los vecinos de las zonas afectadas por el megaincendio, hasta el momento, es sólo del 14%.
“El tema de la construcción ha traído muchas consecuencias en forma de salud mental: desesperación, abandono, tristeza. Hay algunos vecinos adultos mayores que me han comentado que lo único que esperan es tener su casa antes de morir. Imagínese, ese es el pensamiento que tienen. El sentimiento de angustia, de abandono, que llegan al punto de esperar tener su casa antes de partir”, asegura Ivonne Venegas.
En el fondo, señalan los psicólogos, el problema no fue que no llegaran a ayudar. Sino que, por la falta de recursos, lo que dieron no fue suficiente.
Es como dice Constanza Valdebenito: “Asumo que el trabajo quedó a la mitad”.
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