La vida veloz de Ciro Watanabe
Con solo 39 años parte el cocinero peruano que encantó a los chilenos con su cocina nikkei y que -para bien o para mal- no dejó a nadie indiferente.
La madrugada de ayer fue encontrado muerto en un departamento que momentáneamente arrendaba en Lima el chef Ciro Watanabe. Según un comunicado que entregó su familia, su deceso fue consecuencia “de una enfermedad crónica”. Otras versiones hablan de una hemorragia digestiva. Como sea, se trata de una muerte repentina y que sorprende al ambiente gastronómico peruano y chileno, sobre todo considerando la edad del cocinero: 39 años. Es que a pesar de su juventud, Watanabe ya acumulaba una envidiable historia profesional. Egresado del Le Cordon Blue Perú en el 2000, hizo sus primeras armas en el clásico Matsuei de la capital peruana para luego pasar en 2005 a Osaka, el restaurante que junto a él y otros jóvenes chefs amplió la zona de influencia de la cocina nikkei por varias capitales sudamericanas. Y de la mano de Osaka Ciro llegó justamente a Chile en 2009 para abrir la sucursal ubicada nada menos que en el naciente Hotel W. Venía por dos años, pero se quedó hasta el verano pasado cuando volvió a Lima con un futuro incierto.
Los años felices
La llegada de Watanabe y Osaka a Santiago en 2009 coinciden con -tal vez- los mejores años de la escena gastronómica chilena del último tiempo. Porque a pesar del terremoto del 2010 la década pasada sólo supo de múltiples aperturas, consolidación de nuevos polos gastronómicos y la transformación de muchos chefs -Ciro incluido- en verdaderas estrellas que trascendían de sus restaurantes y llegaban incluso a los hogares de personas que jamás podrían costear uno de sus platos, gracias a sus apariciones en programas de televisión. Fueron años de muchas luces y que se consolidaron con la llegada de Osaka -y varios otros restaurantes santiaguinos- al ranking de los 50 Best. Sobre Ciro en particular la crítica especializada y el público que repletaba su restaurante alababan la calidad de los productos con los que trabajaba y su talento para darles el mismo nivel de sazón y espectacularidad a preparaciones que se paseaban desde tiraditos y ceviches, hasta carnes a la brasa e incluso orejas encurtidas. Simplemente no había desperdicio ni puntos bajos en su cocina. Pero nada es eterno. Osaka se cambió de casa desde el Hotel W hasta Nueva Costanera, lo que le tomó una pausa obligada de más de un año. Cuando reabrió su impacto fue alto, pero no al nivel de cuando recién aterrizó en Santiago.
Estilo Ciro
Cuando llegó a Chile, Watanabe se dio una vuelta por el Terminal Pesquero y el Mercado Central para ver la oferta de productos de mar disponible. Y según él mismo contó varias veces, no quedó conforme con lo que vio. Por lo mismo, se pasó varios meses pidiendo muestras a distintos proveedores para ver qué elegir y quejándose porque sobre todo a los pescados en Chile se les trataba, según él “como sacos de papas, por lo que llegan muy maltratados a los restaurantes”. Al final dio con sus proveedores, pero su fama de exigente o “difícil para trabajar” ya estaba instalada. Es que el perfeccionismo y el cuidado en los más mínimos detalles eran clave en la cocina de Watanabe. Tanto así, que por no traicionarse podía incluso ir en contra de las reglas de su propio lugar de trabajo. Sucedió una vez en el Hotel W cuando un conocido cantante español solicitó que le llevaran algo de la carta del Osaka a su habitación. Watanabe se negó, alegando que si el artista quería probar la calidad de su restaurante tenía que apersonarse en el local. “No hago room service”, dijo Watanabe. Según algunos, ese episodio sería el comienzo del fin de su relación con W. Sin embargo, hay recuerdos más alegres en torno a este cocinero que en su infancia vivió en Isla Margarita, escapando junto a su familia del terrorismo de los años ochenta en Perú. Se trata del trabajo que en 2018 realizó en conjunto con Junaeb para incluir platos de las comunidades migrantes en el menú escolar que se reparte a los estudiantes. Obviamente, a Ciro se le pidió adaptar al paladar de niños chilenos una receta de ají de gallina facilitada por su compatriota Gastón Acurio. Se trataba de un proyecto que lo llenaba totalmente porque “me gusta cocinar en olla, porque es la comida que más me gusta, y sobre todo porque mi ají de gallina lo comerán niños que sus padres nunca podrán venir a mi restaurante”, nos comentaba en ese momento. Pero su genio también lo traicionaba. Tal como sucedió durante el estallido social en octubre del año pasado, cuando a través de sus redes sociales se lamentó porque no podía abrir su negocio y hasta pedía mano dura a las autoridades. Obviamente, muchos se le vinieron encima y tuvo que guardar silencio por un tiempo.
La fiesta no es eterna
A poco de estar en Chile, Ciro Watanabe se hizo de un nombre en la cocina. Porque lo hacía estupendamente bien y porque estaba en su restaurante la mayoría del tiempo (cosa que no todos pueden decir). Y cuando no estaba en su trabajo se le podía ver en ferias gastronómicas, restaurantes de amigos, bares o donde estuviera pasando algo entretenido. Su figura gruesa, su sentido del humor y sus carcajadas fuertes y contagiosas hacían el resto. De pronto parecía que Watanabe llevaba una vida en Santiago, pero no era así. Tal vez ese era su sello, vivir rápido y calar hondo en comensales, compañeros de trabajo e incluso la prensa, que lo llenó de premios y elogios. Pero los últimos meses de Watanabe y su nuevo Osaka no fueron tan felices. A mediados del año pasado tuvieron problemas con su personal y debieron estar cerrados un par de días mientras se solucionaba lo que algunos calificaron como un “motín a bordo” por temas de sueldos y propinas. Después en octubre vino el estallido social y sus polémicas con Ciro y -por si esto fuera poco- en enero de este año la autoridad sanitaria decretó el cierre del restaurante por la presencia de baratas y otras irregularidades. Tras esto la matriz de Osaka decidió terminar con su operación en Chile pero seguir con Ciro, lo que lo llevó a viajar a Lima para realizar algunas asesorías al grupo mientras veían qué hacer. No está claro, pero se comenta que volvería a Chile al mando de otra marca del holding. Pero vino el coronavirus, la cuarentena y todo se detuvo. Menos Ciro, que siguió con su vida en Lima, dentro de lo que se podía, claro. Hasta la madrugada de ayer. Una historia rápida e intensa la de Watanabe. Tanto así, que tras repasarla dan ganas de hacer una pausa y pensar en sus días de niño en la Isla Margarita, donde junto a su hermano veían los programas del chef Karlos Arguiñano en televisión. “Creo que de alguna manera él es una especie de primer referente para mí”, me dijo hace años. Y Arguiñano también es un cocinero de olla, de cuchara de palo, de sazón. Igual que Ciro, que fue pura esencia, pura cocina y también pura risa. Todo con rapidez, en su estilo. D
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