Una de las últimas veces que los dos hablaron fue hace poco más de 15 días. Puede, o no, que vuelvan a hacerlo hoy. Si en unas horas más Joaquín Lavín logra superar su primera elección primaria (¿cuántas apuestas se han cruzado ya?), él y Sebastián Piñera se hallarán en medio de una jugarreta del destino político que tantas veces los ha enfrentado.
En ese caso, el UDI será el aspirante oficial de la derecha a sucederlo en el mismo cargo que los dos se disputaron con ahínco en la década antepasada -con zancadillas de ida y vuelta-, y que los encumbró a la cima del sector. El mapa es hoy muy distinto y sus conocidos repiten que el torrente que ha pasado bajo ellos no pesa tanto en sus cabezas y que son más prácticos que emocionales.
Del candidato se dice que es resiliente, pero lo han marcado incontables vueltas de tuerca y décadas de historia que arrastra con Piñera. Se conocen al menos desde los ’80, cuando era él editor económico de El Mercurio y aquel un empresario volcado a los negocios.
Antes de hacer rewind: si Lavín lo consigue -y esto vale también para Sebastián Sichel, si lo vence-, las apuestas son que el triunfador y el Presidente seguirán distantes. El programa para hoy de Palacio no considera que Piñera éste haga vocerías sobre el desenlace; así estaba en agenda hace un par de días. A lo más lo harán un par de ministros sectoriales (Salud y Transportes) y un balance que hacia las 13 horas deberían dar los de Interior y la Segegob.
La consigna en el Ejecutivo es no entrometerse hoy. A fijarse en eso, porque el manual para estos casos indica que desde mañana, Piñera ha de soltar las amarras de la prescindencia y cuadrar al gobierno tras el ganador, pero está la cuestión del chaleco de plomo electoral que implica su figura para Lavín, y que él y los otros postulantes se hayan mostrado ávidos de alejarse de él en campaña.
Al elegido -afirman en la UDI- no le conviene abrir la siguiente fase con un abrazo del oso, o sea, una foto conjunta costosa (como pasó con esa imagen nocturna en Palacio con Lavín y el resto de los contendores, previa al desastre ante el Tribunal Constitucional por el tercer retiro de pensiones). Y especulan con que quizá eso cambie si el Gobernante es capaz de recuperar popularidad por sobre la vara del 30%.
Ese cuadro lo tienen claro en La Moneda, pero también que el Mandatario quiere jugar un papel; ha estado preguntando cómo va la campaña de Lavín, y ahí han hecho mediciones. Que vote por el UDI es otra cosa después de que se enojara con él por haber apoyado el 10% el año pasado, y por el comidillo de que Sichel sería su candidato.
Pero vaya a saber uno.
“Su tiempo ya pasó”
El destino de ambos pudo ser muy distinto si no fuera por lo que les pasó entre el 2001 y el 2005, un túnel del tiempo al que Lavín entró como el favorito para romper la mala racha que le había vedado a la derecha ganar una presidencial desde 1958, y del que salió con las manos vacías. De la cuasi guerra civil que entonces fracturó al bloque -cuando solo existían la UDI y RN- Piñera se salió con la suya, a la larga logró ocupar La Moneda dos veces y postergó 16 años la próxima oportunidad del gremialista.
En un sector donde caben pocos peces grandes, el casus belli fue que los dos buscaban lo mismo sin ceder ni un palmo.
El 99, Piñera -aprovechando el vacío dejado por Andrés Allamand tras su derrota senatorial de 1997- quiso cruzarse en su camino a la presidencial, pero se bajó temprano. Lavín perdió contra Ricardo Lagos y luego se aseguró la pole position para la próxima ronda al conquistar la alcaldía de Santiago. Era la misma receta de Las Condes (1992-1999) que le habían enseñado Ernesto Silva Bafalluy (padre de Ernesto, hoy su generalísimo) y el empresario Carlos Alberto Délano, uno de sus amigos en común con el Presidente.
“Le reprocho, obviamente, las fallas legales que tuvo, pero sigue siendo mi amigo. La amistad se mantendrá, porque son cosas distintas”, dijo en el debate televisado del 12 de julio cuando le preguntaron si no le reprochaba nada por haber sido condenado por delitos tributarios en el Caso Penta.
Otro nexo común con Piñera es Cristián Larroulet, amigo suyo de décadas y uno de los cerebros de sus dos campañas anteriores junto con Francisco de la Maza, que hoy se repite ese plato. Con ellos, Délano, Silva y otros samuráis se armó para el 2005, pero Piñera insistió y enredó todo cuando se hizo con el control de RN. Primero quiso meterse en la senatorial 2001 compitiendo por la V Región; Lavín olió el peligro y la UDI -comandada por Pablo Longueira- presionó hasta sacarlo de la plantilla.
Fue en una legendaria cena en la casa de Délano donde se fraguó la bajada de Piñera, que luego enmarcaron en un dramático ritual en la punta del cerro Santa Lucía (13 de agosto de 2001). El hoy Mandatario daba su discurso mientras Lavín y Longueira cuchicheaban a sus espaldas.
El candidato UDI ganó esa mano, pero el conflicto se estiró (los que peleaban a casi gritos por la prensa eran Piñera y Longueira, no Lavín) hasta que dos años después estalló el Caso Spiniak (2003-2004). Lavín quedó encajonado entre salvar su candidatura y que no se quebrara el sector, pero el entonces RN no soltaba la presa. Al exalcalde no le quedó otra que demandarles a los dos que renunciaran a las jefaturas de sus partidos (9 de marzo 2004).
“Esa fue la primera traición”, recuerdan veteranos de esa era. Piñera, indignado, resistió unos días hasta que capituló en una noche para el olvido, con furiosos militantes encadenados a las rejas de la sede de RN y arrojándole monedas e imprecaciones a lavinistas enquistados en el partido, como el entonces diputado y hoy embajador en Buenos Aires Nicolás Monckeberg.
Lavín creía tener la pista despejada para la presidencial 2005, pero le esperaba la revancha que no vio venir. El sábado 14 de mayo de ese año Piñera se la cobró al urdir en secreto que RN lo proclamara candidato en el mismo consejo general que estaba convocado para ungir al UDI.
Este, recuerdan en su entonces comando, se enteró cuando le avisaron por teléfono apenas llegó a Santiago en un vuelo de vuelta desde Valdivia, donde estaba lanzado en campaña. “Como es él, no se indignó, su cara era inexpresiva. Pero no lo podía creer”, describen. Y hasta hoy insisten en que “fue una traición de último minuto” de su rival.
“Esa campaña fue un infierno”, agrega otro íntimo de Lavín, quien pidió inútilmente primarias. “Él y Piñera casi no tenían relación, y cuando se veían, todo era muy tenso, un hielo total”, tercia otro testigo de la época. El hoy Mandatario repetía que el tiempo del UDI “ya pasó” y hasta lo dijo en un debate televisado (ver minuto 16:44) en que se refirió despectivamente a él como “el otro candidato”.
Fue tan estresante todo, que la amistad de Piñera y Délano se enfrió por un rato y éste dijo: “Me gustaría ver primero a Joaquín en La Moneda y haciéndolo tan bien como para que Sebastián pueda continuar después con la tarea”.
En la primera vuelta Lavín perdió ante su némesis, éste fue al balotaje contra Michelle Bachelet sabiendo que no ganaría, pero que quedaría listo para la próxima ronda. “No le corté la carrera a Lavín”, se disculpó el vencedor en una entrevista. El UDI salió del radar político y se replegó a la Universidad del Desarrollo. Sin candidato, su partido proclamó el 2009 a Piñera para la presidencial de ese año: Lavín le regaló una polera con el logo “Viva el Cambio” que guardaba de su campaña del 99.
“Por fin llegó a La Moneda”
“Estoy seguro de que esta vez el cambio sí llegará contigo. Cuenta conmigo incondicionalmente y considérame el primer piñerista de Chile”, le dijo Lavín entonces ante el Salón de Honor del Congreso colmado de gremialistas. Ese año terminó mal para él. La misma noche en que el RN por fin se probaba la tricolor al pasar al balotaje superando a Eduardo Frei, el UDI sufría su cuarta derrota electoral en la senatorial por Valparaíso.
Entre los que después integrarían el Segundo Piso del vencedor confesaban entonces que esa noche celebraron la caída de su adversario: fuera del Congreso quedaría con pocas chances de intentarlo el 2013. Lavín, golpeado, hizo saber que estaba disponible incluso para ser seremi. Hubo amigos suyos que le dijeron que no se humillara más.
Cuando el 2010 juró como ministro de Educación su relación con Piñera cambió. Los íntimos de ambos insisten en que son pragmáticos ante todo, y el arranque de ese primer gobierno “fue en paz, al menos esos primeros seis meses tuvieron la mística del triunfo, de la reconstrucción posterremoto”, recalcan exautoridades.
Claro que su nuevo jefe se la puso difícil cuando -al día siguiente de asumir- le impuso a Lavín un plazo de 45 días para que se retomaran las clases, suspendidas por el cataclismo.
“Fue duro para Joaquín”, cuenta un amigo suyo, pero lo logró justo a tiempo. “Todos los ministerios lo ayudaban, consiguiendo hasta containers para habilitarlos como salas”, narra otro testigo. El episodio era un obvio calco del ultimátum de Ricardo Lagos (2000) a su ministra de Salud, Bachelet, para que terminara en tres meses con las colas en los consultorios, así que en la UDI vieron una chance para que Lavín renaciera.
Pero no tuvo -o no le dieron- margen ni menos una Mowag para lucirse. Piñera tenía otros favoritos en el gabinete y Educación es una cartera mataministros. A los pocos meses ya tenía encima protestas estudiantiles; algunos aseguran que Lavín le insistía en vano al Presidente que recibiera a sus dirigentes (pero igual terminó haciéndolo mucho después). Cuando el Mandatario iba a anunciar medidas en cadena nacional, la UDI presionó para que el ministro no quedara fuera. La solución salomónica resultó en un extraño encuadre, con el gobernante hablando en un podio y él escoltándolo en silencio.
Lavín duró un año y cuatro meses en ese puesto. El conflicto estudiantil (que hizo conocido a Gabriel Boric) demandaba el fin al lucro en la educación y lo arrinconó el 2011, cuando se le fueron encima las críticas por sus nexos con la UDD: 11 días antes de salir se desplomaba en la encuesta Adimark, cayendo de 70% a 46%. Pero Piñera lo salvó y lo trasladó a Mideplán, una cartera -como diría Evelyn Matthei- más sexy y que estaba a punto de convertirse en Desarrollo Social.
El flamante ministerio se instalaría en Palacio, pero tratándose de Lavín no podía ser en cualquier parte. Piñera le escogió un pequeño pero muy bien ubicado despacho sobre la escalera oriente que baja al Patio de los Naranjos. Pero con eso armó un lío con los edecanes presidenciales (entre ellos Mario Rozas, mucho antes de ser general director de Carabineros) que la ocupaban y que se molestaron tanto con el desalojo -por entonces ni los invitaba a las giras-, que después se lo dijeron en un desayuno.
Una por otra. Cuando en octubre del 2011 se inauguraron las instalaciones y se promulgó la ley, el Presidente no se aguantó las ganas de propinarle -con su sentido del tacto- esa broma cruel a patio lleno: “Ministro, por fin llegó a La Moneda”. Lavín bajó el rostro y sonrió en silencio.
Mucho se recuerda otra escena, poco antes de que Lavín saliera de Educación, en una actividad de ambos con escolares en el Salón Montt Varas. Casi al final, Piñera apuntó a los retratos con un “ahí está el Presidente Montt, y su ministro que lo acompañó y que quiso ser Presidente, pero no lo logró”. Varios leyeron que de nuevo escarbaba en la herida del pasado. Pero el Mandatario, ante una consulta en los pasillos, aclaró que se refería a su jefe de Interior, Rodrigo Hinzpeter, con quien entonces pasaba por una crítica relación.
No se quedó hasta el final. En junio de 2013 se fue del gobierno al comando de Pablo Longueira para la primaria presidencial. Fue otro tira y afloja con un Piñera reticente a soltar a sus ministros a nueve meses del término de su mandato: salió junto a Luciano Cruz-Coke (entonces en Cultura) que partió a hacer lo mismo, pero para Felipe Kast. Después del colapso del líder UDI, Lavín se fue a manejar esa campaña tan cuesta arriba que padeció Evelyn Matthei.
¿Y ahora?
Varios conocedores de ambos han repetido que, pese a todo esto, ninguno de los dos es rencoroso. Después de que el exalcalde se lanzó a esta tercera intentona que puede o no ser la vencida, su relación con el Presidente se descascaró. Pero antes, a comienzos de este cuatrienio -cuando aún no sinceraba sus intenciones-, fue unas cuantas veces a conversar con él a Palacio; a inicios del 2019 sus visitas levantaron cejas en RN, que sospecharon de un posible favoritismo.
Después del 18/O eso mutó. Lavín comenzó a comentarles a sus conocidos e íntimos -usando distintas analogías- que Piñera estaba calentando más el ya incendiado clima social en vez de enfriarlo. Cuando el año pasado los estragos causados por el virus abrieron la saga de los sucesivos retiros anticipados de pensiones que desangraron otra vez a Palacio, el UDI tomó bando en vez de palco y se cuadró con la idea.
Se ha escrito y dicho mucho de cuánto se indignó el Presidente con él (¿habrá pensado que era otra traición más?), de cuando les dijo a sus ministros que Lavín “había cruzado una línea”, de éste enterándose casi inmediatamente de eso, de las consiguientes sospechas suyas de que el Mandatario le pondría barricadas camino a la elección, y de cómo los leales al gremialista las dieron por ciertas cuando Matthei le salió al camino a La Moneda tachándolo de “populista” por haberse declarado “socialdemócrata”.
La cosa llegó al punto que Piñera dijo ante testigos -en agosto pasado- que apostaba a que no sería el candidato único de Chile Vamos.
Un par de conocidos de ambos describen lo que le pasa al Mandatario con Lavín así: “Es raro que el Presidente cambie su opinión sobre alguien. Tiene buenos sentimientos, pero es algo básico en emociones. Con Joaquín le ocurre que es más querido que él, y que no le tiene mucha paciencia, le cuesta comprender sus posturas más rupturistas, de puro pragmatismo político”.
Otros son más crudos: narran que algunas veces lo ha calificado de populista.
Pasaron meses sin hablar hasta que en abril pasado Piñera se encerró en ese callejón de tratar de parar el tercer retiro en el Tribunal Constitucional. No quiso tomar su idea de usar como válvula de escape los fondos de cesantía para no favorecerlo, pero volvieron a conversar desde entonces. Lavín dudó antes de ir a esa foto con él y los otros candidatos a La Moneda por el costo electoral y los hechos parecen haberle dado la razón.
De ahí en adelante era obvio que iba a criticar al gobierno hasta en los debates.
Otro testigo de esta antiquísima historia de idas y vueltas asegura que pese a que no pueden ser más distintos, los dos se tienen respeto y que cuando tienen que decirse o hablar algo, se llaman sin intermediarios.
Esta tarde, después de que el Presidente haya votado, solo sabrá él por quién, quizá vuelvan a hacerlo.