Martha Nussbaum, filósofa: “A estas alturas, la mayoría de los hombres entiende lo horrible de la agresión sexual y el acoso”
La intelectual estadounidense inaugurará el próximo miércoles la Cátedra Puerto de Ideas-UC hablando del miedo y la ira. Con La Tercera aborda también el abuso sexual, sus implicancias y consecuencias, temas de su nuevo libro.
Del desarrollo humano al feminismo y al amor según los griegos. De los derechos animales a la educación y a las letras como soportes de la existencia. De variados intereses da cuenta la trayectoria de Martha Nussbaum (Nueva York, 1947), autora y coautora de veintitantos volúmenes, así como participante activa en el debate intelectual de su país.
Pero hay hilos comunes. O, más bien, “dos grandes áreas -la teoría de la justicia y las emociones- atravesadas por una fascinación con la vulnerabilidad humana”, como declaró a este diario en 2012. “He estado tratando de pensar en las muchas maneras en que la gente no controla sus propias vidas y son vulnerables a otra gente”, dijo entonces, “así como a acontecimientos que están más allá de su control”.
Nussbaum es académica de la Facultad de Derecho y del Departamento de Filosofía de la U. de Chicago. Está igualmente asociada a sus departamentos de Estudios Clásicos y Ciencias Políticas, siendo también miembro de su Comité de Estudios del Sur de Asia y del directorio de su Programa de Derechos Humanos. Y en lo que toca a la academia local, es la figura convidada a inaugurar, el próximo miércoles, la Cátedra Puerto de Ideas–UC, fruto de la alianza entre la Fundación Puerto de Ideas y la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica.
“El miedo y la ira: peligros para la democracia” es el nombre de la conferencia que ofrecerá Nussbaum telemáticamente desde Chicago. Una actividad en buena parte basada en las reflexiones presentes en su libro La monarquía del miedo, traducido en 2019: constan allí sus análisis de la atmósfera de miedo, rabia y polarización que observaba en la política estadounidense en pleno mandato de Donald Trump, así como a nivel global.
¿Qué lugar cabe asignar a emociones cuya legitimación crece en un escenario así de revuelto? De eso hablará la filósofa, para conversar posteriormente con el politólogo y académico Tomás Chuaqui. También, para responder las preguntas de quienes se animen a conectarse.
En La monarquía del miedo usted afirma que uno de los problemas más difíciles de resolver en política “es el de cómo persistir en una búsqueda resuelta y firme de soluciones sin dejar que el miedo nos desvíe por la senda de los errores de la ira” (con un miedo que es “tanto fuente como cómplice de la ira punitiva”). ¿Qué tan poderoso y desorientador puede ser el miedo?
El miedo tiene siempre un potencial para lo bueno y para lo malo. Sin miedo estaríamos todos muertos, y es útil para informarnos de peligros reales y significativos. En esta época de Covid ha habido mucha gente, especialmente jóvenes, quizá, que tienen muy poco miedo y piensan que no necesitan vacunarse. Pero el miedo también se propaga rápidamente y de modo poco fiable, como reacción a una información inexacta. Muchos seguidores de Donald Trump son expertos en causar miedo a través de la desinformación: sobre el virus, sobre las vacunas, sobre los resultados electorales, etc. Esto sigue ocurriendo con Trump fuera de la Presidencia, aunque hay una clara diferencia en la información que proviene actualmente de la Casa Blanca, que incita a la gente a no temer a las vacunas.
“Cómo pensar en la ira. Sus argumentos son insuficientes y patéticos, dice Martha Nussbaum”. Hace cinco años la cuenta de Twitter del portal Arts & Letters Daily rescató un artículo suyo, pero ese link ya no funciona. ¿Podría explayarse respecto de los argumentos de la ira?
No uso Twitter, y es mejor encontrar mis argumentos en mis libros. En este caso, en La monarquía del miedo y en La ira y el perdón. Lo que digo ahí es que hay dos tipos de ira: la más común, la ira vengativa, también conocida como ira punitiva [retributive anger], es vacía: promete mejorar la vida de los agraviados, pero en realidad no llega a nada, pues el pasado no puede cambiarse. Los padres que han perdido a un hijo en un asesinato se imaginan que la ejecución del asesino restablecerá de alguna manera el equilibrio, que se les devolverá a su hijo, pero, por supuesto, esto no sucede. Las personas inmersas en un divorcio amargo piensan que infligir sufrimiento a su ex, por ejemplo con un acuerdo legal sancionatorio, los hará más felices, pero normalmente la obsesión con la venganza los hace antipáticos e infelices. El otro tipo de ira, que yo llamo “ira-transición”, mira hacia adelante. Dice, “eso fue indignante: no debe volver a ocurrir”. Es el tipo de enfado que los padres suelen sentir con sus hijos: el niño ha hecho algo malo y debe rendir cuentas, pero la mente de los padres se vuelve hacia el futuro: ¿qué tipo de reacción producirá una mejoría en el niño? La ley también usa a veces el castigo como elemento disuasivo respecto de malas acciones futuras. Ese tipo de ira es muy útil, porque podemos cambiar el futuro (a diferencia del pasado), y a menudo deberíamos hacerlo.
Revolución para hombres y mujeres
Según informa la web de la Escuela de Derecho de la U. de Chicago, Nussbaum “trabaja actualmente en un libro sobre la justicia para los animales no humanos”. A la espera de esa publicación, pueden los interesados echar mano a una que salió de imprenta hace unos cuatro meses. Una obra tanto o más contingente y pertinente que las demás en su bibliografía, y que si bien apela al público de su país, no deja de revelar una vocación universal.
Citadels of Pride. Sexual Assault, Accountability, and Reconciliation (“Ciudadelas del orgullo. Agresión sexual, responsabilidad y reconciliación”) plantea ya en sus primeras páginas que se viven “tiempos revolucionarios para las mujeres y los hombres estadounidenses”. Tiempos en que “una avalancha de testimonios ha demostrado que durante generaciones nuestra sociedad ha albergado una cultura de violencia sexual y de acoso sexual”. Este fenómeno de larga data “ha llegado al primer plano de la conciencia pública de una manera nueva, desafiando a todos los estadounidenses a prestar atención, tardíamente, a la demanda largamente ignorada de justicia y de igual respeto a las mujeres”.
El libro trata, entre otros aspectos, el contexto histórico de abusos, agresiones y discriminaciones, así como de los importantes obstáculos que aún existen para que se rindan cuentas y de esas áreas particulares (los deportes, las artes) donde la impunidad es más propensa a campear: donde el dinero y la celebridad permiten vadear la justicia y burlar la dignidad.
¿De qué manera su punto de vista y su condición de mujer dan forma a un libro como Citadels of Pride?
La empatía y la imaginación son muy poderosas, pero hay un valor en escuchar las experiencias de otros, de personas diferentes a ti. Como la mayoría de las mujeres de mi generación, he padecido agresiones sexuales y acoso sexual, lo que me permite dar mi propia perspectiva sobre estos delitos. Pero a estas alturas, creo que la mayoría de los hombres entiende lo horrible que son estas cosas. Y, por supuesto, los hombres también pueden ser violados y acosados sexualmente, como deja claro el texto. Mi libro está dirigido a todos los lectores, y creo que cualquiera que lo intente puede entenderlo.
¿Cuán importante o decisiva ha sido su experiencia personal para llegar al núcleo de lo que quiere transmitir?
Menciono mi experiencia sólo para mostrar que estos delitos no son infrecuentes y pueden afectar incluso a los más privilegiados o que se sienten más seguros. Aparte de eso, mi experiencia no es muy importante.
¿Cómo describiría la coexistencia de sus identidades liberal y feminista?
Por liberal entiendo a alguien comprometido con la dignidad humana, la igualdad humana y las libertades de expresión, asociación y otras opciones fundamentales de la vida. No significa ser “libertario” ni creer en los mercados desregulados. No me parece que haya ningún conflicto entre mi tipo de liberalismo y mi feminismo.
Al estudiar las causas de la “guerra” de géneros, su nuevo libro propone “algunas estrategias, tanto estructurales como emocionales”, para llegar a una cierta paz. ¿Qué tipo de guerra es esta?
La “guerra” es tanto personal como política, pero mi propuesta es que usemos la ley, la justicia procesal y las reformas legales específicas que describo para “combatir” en esta guerra. Eso, y no estrategias privadas, como el castigo a través de la humillación pública.
“Es triste que algunas feministas”, escribe usted, “que deberían ver la fealdad de estas estrategias (vinculadas históricamente a la acusación de brujería y otras formas de misoginia) parecen a veces solazarse en la humillación pública, tanto de hombres como de feministas disidentes”. ¿Ha sido alguna vez una de esas feministas disidentes?
Sé que estas cosas ocurren, pero como decidí no usar las redes sociales (ni siquiera Facebook), soy menos consciente de ellas que la mayoría de la gente. Gracias al cielo. Ahora, estoy casi segura de que no he sido objeto de escarnio público respecto del feminismo ni de otros temas. Por el contrario, he tenido la inusual fortuna de recibir una buena cantidad de honores públicos.
El deseo, la seducción y la gratificación están en el origen de los impulsos que dan pie a muchas agresiones sexuales, pero también forman parte de lo que somos como seres humanos. ¿Cómo los visualiza en un futuro en el que estas conductas sean, deseablemente, la excepción y no la norma?
Como sostengo en el libro, la agresión sexual y el acoso no son delitos de deseo sexual: son delitos de poder. Por supuesto, el deseo de dominar a otros también es parte de la potencialidad heredada por la mayoría de los seres humanos. La especie humana es, por tendencia evolutiva, jerárquica y aclanada, pero todo lo que se hereda es una predisposición, y somos libres para decidir qué predisposiciones fomentar en los jóvenes y cuáles desalentar, tanto a través de la crianza como del derecho. Entonces, podremos disfrutar de la sexualidad y del deseo sin vincularlos a las dinámicas de poder. Deberíamos parecernos menos a los chimpancés, que son jerárquicos y violentos, y más a los bonobos, que disfrutan mucho con el sexo y lo usan para desactivar los conflictos. Genéticamente, ambas especies son igualmente cercanas a nosotros, pero los bonobos se divierten mucho más.
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