Monika Zgustova, escritora checa: “Un régimen totalitario deja a la gente marcada y tocada”
Nacida en Praga y exiliada en Estados Unidos tras la invasión soviética, la autora ha desarrollado una destacada trayectoria en España desde los 80. En su novela Las rosas de Stalin, narró la vida de la hija desertora del dictador ruso y rescató la memoria de mujeres que sobrevivieron al gulag, en Vestidas para un baile en la nieve. Traductora de Milan Kundera, el jueves dará una conferencia en el ciclo La Ciudad y las Palabras, de la UC.
En agosto de 1939 la policía secreta tocó la puerta. Ariadna pensó que se trataba de un error y que todo se aclararía. Con la mano se despidió de su madre, la poeta Marina Tsvetáieva, de su padre Sergei Efron y de su hermano, Mur. Nunca más volvería a verlos. Acusado de espionaje, el padre fue encarcelado y fusilado; Marina no soportó las penurias y humillaciones y se suicidó, y su hermano murió combatiendo en el frente. Torturada en la cárcel, Ariadna se inculpó y fue condenada a siete años de trabajos en Kaniazh-Pogost, en el círculo polar. Tras salir, fue deportada a Turujansk, en Siberia. Desde allí le escribía a su amigo Boris Pasternak, el gran autor de Doctor Zhivago:
“El invierno empezó aquí después de las festividades de noviembre con fríos de 50 grados bajo cero, pero ahora es diciembre y estamos a casi cero grados, de modo que me he animado un poco. ¡Cuesta horrores trabajar cuando hace muchísimo frío y los elementos asedian por todas partes! Solo me consuela que el invierno de aquí sea hermoso, aunque a pesar de toda su belleza es extraño, como una madrastra de buen parecer a quien admiras y padeces a la vez...”.
Tras la muerte de Stalin, Ariadna fue rehabilitada en 1955, luego de pasar 15 años en campos de prisioneros. Desde entonces se dedicó a rescatar la obra de su madre, una de las más grandes poetas rusas del siglo XX. La historia de ambas, así como de nueve mujeres sobrevivientes del gulag, forma parte de Vestidas para un baile en la nieve, el conmovedor libro de la escritora checa Monika Zgustova.
Nacida en Praga, tras la invasión soviética de 1968 la autora se exilió con su familia en Estados Unidos. Estudió literatura en la Universidad de Illinois y en los años 80 se radicó en España. Su obra, traducida a 10 idiomas, gira en torno a la memoria de las víctimas del totalitarismo. Como traductora es la principal difusora de la narrativa checa en español, sobre todo de Milan Kundera.
Precisamente Praga y Kundera son el corazón de la conferencia que ofrecerá el próximo jueves 20, a las 18.00 horas, en el ciclo La Ciudad y las palabras, del Doctorado en Arquitectura y Estudios Urbanos UC (auditorio Fernando Castillo Velasco, El Comendador 1936. Inscripciones al mail lvillarr@uc.cl).
-Milan Kundera es Praga -dice-. Aunque después de su exilio parisino haya escrito sobre otras ciudades, su Praga es una ciudad de carne y huesos más que otras. Su Praga es la que surgió de aquella ciudad de Franz Kafka y Jaroslav Hašek, donde se hablaba y se escribía en checo, alemán y yiddish, donde se amalgamaban varias culturas y tradiciones milenarias: una ciudad centroeuropea por excelencia, que se acabó bajo las botas de los nazis. Los modelos literarios de Kundera son Kafka y Hašek, la contemplación y la risa, en igual medida.
En conversaciones con Philip Roth, Kundera dijo que la invasión soviética fue como si su país hubiera desaparecido. ¿Qué significó para su obra?
Nadie supo describir la invasión rusa de Praga en una novela como Kundera. Es a partir de La insoportable levedad del ser que muchos lectores empezaron a entender lo que era el comunismo en la Europa del Este; antes de leer a Kundera, algunos intelectuales occidentales de izquierdas coquetearon con el comunismo soviético.
¿Qué huellas quedan hoy del régimen comunista en Praga?
Visualmente muy pocas. En cambio, de mentalidad, muchísimas. Y más que en Praga, esto se nota en el resto del país. Chequia aún no ha sabido encontrar su identidad. Para algunos es claramente Europa occidental, para otros es el este. Kundera escribió un ensayo que se llama El rapto de la Europa Central, y ese rapto ha dejado sus huellas hasta el día de hoy. Se necesitan varias generaciones para que una dictadura se borre de un país.
En 2008 Kundera fue acusado de haber delatado a un estudiante que fue condenado a un campo de prisioneros. Él negó las acusaciones, pero la duda quedó en el aire. ¿Era una acusación con sustento? ¿Es posible sustraerse de la colaboración en un régimen totalitario?
Un régimen totalitario deja a la gente marcada y tocada. Los escritores que publicaban sus libros durante el totalitarismo se sintieron culpables luego, como fue el caso del escritor Bohumil Hrabal. ¿Pero cómo escribir sin publicar? Bajo las enseñanzas de Václav Havel, mucha gente común en la Europa Central y del Este se siente culpable aún hoy por haber aguantado en silencio y de esta manera haber colaborado con el comunismo. Los totalitarismos tienen esto: nadie sale indemne. E incluso cuando el totalitarismo ya ha pasado, todavía caen rayos y resuenan tronos: como la injusta acusación contra Kundera.
La belleza y la poesía
Autora de novelas, ensayos y narrativa de no ficción, Monika Zgustova se ha dedicado a recuperar la memoria del totalitarismo desde la perspectiva de las mujeres.
-La memoria histórica me parece imprescindible tanto para los países como para los individuos -afirma-. Una de las tres áreas que más me interesan –el totalitarismo, el exilio y la mujer– es estudiar la psicología de la víctima. En Vestidas para un baile en la nieve entrevisté a nueve mujeres que me hablaron de su retorno a la vida normal tras haber pasado años en el gulag. Sin embargo, la vida normal no existe para una víctima que, de una manera u otra, queda marcada para siempre.
En su novela Las rosas de Stalin retrata la vida de Svetlana, la hija de Stalin que se exilió en Estados Unidos. ¿Qué le interesó de ella y su historia?
Me interesó principalmente su exilio. Bajo la influencia de una de sus parejas, un intelectual indio, ella se despertó de su letargia y empezó a ver la realidad de su país. Entonces huyó de Moscú sacrificándolo todo: su lengua materna, lo más precioso; la familiaridad de su ambiente; su situación privilegiada, y hasta a sus hijos. Tuve que escribir la novela para comprenderlo. Svetlana nunca encontró la paz, ni en Rusia ni en Estados Unidos. La sombra de su terrible padre la siguió por todas partes. No hubo escapatoria.
¿Cómo describiría a Stalin?
Siempre fue un hombre cruel, pero al suicidarse su segunda mujer –que no lo podía soportar ni cambiar–, la desesperación y las ganas de venganza lo volvieron un auténtico monstruo: hizo asesinar a todos los que podía, aunque fueran familiares o amigos, sin lógica, con ansias de sangre. Su paranoia le llevó a grandes matanzas que hoy conocemos como las grandes purgas, la de finales de los 30 y la de después de la Segunda Guerra Mundial. Stalin es el Macbeth del siglo XX.
Se sabe que Stalin fue un dictador y un genocida, pero no se lo condena con la misma fuerza que a Hitler. ¿Por qué? ¿Se les puede medir con la misma vara?
Es cierto que durante mucho tiempo no se ponía el signo de igualdad entre ambos. Eso tiene su lógica: Hitler causó una guerra mundial y la perdió; en cambio, Stalin ayudó a ganar esa guerra de modo esencial. Además, algunos de los intelectuales occidentales de izquierdas más influyentes, como Sartre, durante mucho tiempo no estaban dispuestos a admitir que la URSS era una dictadura. Al caer el muro del comunismo, todo empezó a ponerse en su sitio. Los llamados nuevos filósofos franceses hicieron mucho trabajo en esta dirección. En la actualidad, por suerte, ya sabemos poner a Hitler y a Stalin en el lugar que les corresponde: el de los símbolos de la tiranía del siglo XX. Y Putin se está buscando un lugar parecido en el siglo XXI.
En 2008 Monika Zgustova asistió a un encuentro con sobrevivientes del gulag en Moscú. En esa reunión le llamó la atención la vitalidad y la alegría de las mujeres. ¿Cómo habían sobrevivido al horror de los campos de prisioneros?, se preguntó. Ese fue el origen de Vestidas para un baile en la nieve, libro que recoge los testimonios y recuerdos de nueve mujeres que sufrieron torturas y condiciones de enorme crueldad, y sobrevivieron, entre ellas Irina Emeliánova, hija de Olga Ivinskaya, el último amor de Boris Pasternak. Refugiadas en la amistad y la capacidad de valorar la belleza en prisión, fueron capaces de sobreponerse a la brutalidad y, de alguna forma, retomar la vida.
Usted dice que muchas de ellas sienten que sin el gulag, sus vidas habrían sido incompletas. Es una idea difícil de entender. ¿Qué sentido le da Ud.?
Me costó muchísimo entenderlo, tardé años y lo consulté a varios periodistas de renombre, como Jean Daniel o Svetlana Aleksievich, que se quedaron tan parados como usted y como yo. Creo que al final lo he entendido. En el gulag, estas mujeres establecieron una nítida escala de valores, encabezada por la cultura y la belleza –que devuelve al hombre su dignidad– y la amistad –que le salva–. Para esas mujeres el gulag, con todo su horror, llegó a ser una enseñanza, una lección de filosofía que les proporcionó la vida.
“Lo que me salvó fue, en gran parte, la belleza”, dice una de ellas. ¿Cómo fueron capaces de encontrar belleza en medio del horror?
La belleza fue una fuente de salvación, de modo que la que supo encontrarla tenía mucha más esperanza de salvarse que las demás. La encontraban en un horizonte iluminado por el sol, la nieve intacta, la noble presencia de los pinos y los abetos nevados, el silencio. Y la poesía, la filosofía. Una de las mujeres me enseñó en su piso moscovita unos trocitos de papel en los que hubo frases de Schopenhauer, Kant y Aristóteles escritas con lápiz. Esos papelitos, que estaban prohibidos, circulaban por las barracas y cada presa se llenaba con el significado de la frase y su sabor, su olor, como si fuera un caramelo. Esto le ayudaba a sobrellevar las adversidades.
¿Qué pasaba en el gulag con las agresiones y la violencia sexual?
Estas mujeres eran esclavas sexuales, además de condenadas a trabajos forzados. Pero les daba vergüenza contarlo. Naturalmente no las obligué: dejé unos silencios en mi libro y los lectores han entendido lo que significan.
¿Qué ocurre hoy con la memoria de los gulag en Rusia?
Hasta diciembre de 2021, en Moscú hubo el Memorial, una ONG fundada en los años de Gorbachov, que cuidaba de la memoria histórica de Rusia. Para una parte de mi investigación sobre el gulag acudí al Memorial. Para sobrevivir durante las dos décadas del régimen putiniano la institución tuvo que luchar contra viento y marea. Y como era de esperar, al final Putin, un hipernacionalista que ve a Stalin como a un héroe que promovió la grandeza de Rusia, hizo que el Memorial cerrara. El premio Nobel de la Paz de este año se concedió a esta institución.
En su caso, ¿en qué medida su experiencia del exilio ha modelado su visión y le ha dado forma a su obra?
Para cualquier exiliado, la experiencia de trasladarse a otro ambiente donde desconoce la lengua (que un inmigrante nunca llega a dominar tan bien como los nativos), las costumbres (son famosas las meteduras de pata de los refugiados), la geografía y la historia del país de aceptación (que nunca le quedan tan cercanas como las del propio país)... todo eso que el exiliado ignora le parece amenazador. Por eso, la experiencia del exilio es traumática, sobre todo al principio, pero el trauma no le abandona a uno del todo a lo largo de su vida. Hay dos maneras de tratar ese trauma: refugiarse en un gueto de personas con una experiencia parecida (conocemos las grandes comunidades de chinos, cubanos o rusos en muchas capitales mundiales) o lanzarse a la piscina y sumergirse de lleno en la aventura de ser un eterno extranjero. Porque uno que se va de su país pierde su casa para siempre. O dicho de otra manera, el mundo entero se convierte en su hogar, depende si uno quiere ver el vaso medio vacío o medio lleno. En mis libros el tema del exilio, tanto del interior como del exterior, es una constante. En mi novela más reciente, Nos veíamos mejor en la oscuridad, es el tema principal: la madre percibe el hecho de ser extranjera en todas partes como una hostilidad, la hija vive esta experiencia como una aventura permanente. Mi propia actitud es esta última.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.