Noam Titelman: “Con este cambio de gabinete se acaba la etapa de ‘juntos, pero no revueltos’”

NOAM TITELMAN
Foto: Mario Téllez / La Tercera

Para uno de los fundadores del Frente Amplio, el cambio de gabinete entrelazó la suerte de los partidos con el destino del gobierno. Cree que llegó la hora de tener una sola coalición y asumir que las diferencias entre ellos no son sustantivas. “En el fondo, el Frente Amplio es hijo pródigo de la renovación socialista”.


Noam Titelman es parte de la camada de jóvenes universitarios que se tomó las calles y que, una década después, llegó al poder. Pero él, a diferencia de muchos de sus amigos, no entró al gobierno. Optó por el mundo de las ideas, de la investigación y la academia.

Es economista, magíster en Métodos de la Investigación Social por la London School of Economics, investigador adjunto del Centro de Sistemas Públicos de la Universidad de Chile.

Pero la suya no es una distancia radical. Mantiene militancia en Revolución Democrática y una mirada atenta a los movimientos del gobierno y del Frente Amplio. Ese nuevo núcleo político que él mismo ayudó a fundar.

Hoy sostiene que el FA debiera fundirse en una sola fuerza política. El mismo tránsito cree que debe hacer el oficialismo: convertirse en una sola coalición. “Ese es el desafío que permitirá, entre otras cosas, dar solidez a las acciones del gobierno”, dice.

¿Qué lectura hace del cambio de gabinete?

Yo no le bajaría el tono a lo que significa este cambio de gabinete. Me parece que se da un paso más en superar las divisiones entre las dos coaliciones. Más concretamente, creo que con este cambio de gabinete se acaba la etapa de “juntos, pero no revueltos”. Sobre todo se verá en las subsecretarías y los seremis. De seguro va a pasar mucho que en los equipos de trabajo sectoriales va a haber líderes de Apruebo Dignidad y de Socialismo Democrático.

¿Se evidencia aquí un cambio en las correlaciones de fuerza?

En un momento difícil luego del rechazo de la reforma tributaria, creo que este cambio puede ayudar a ordenar la casa. Porque lo primero que se necesita para poder tender puentes hacia el frente es tener bien firmes las relaciones adentro. Después de este cambio, la suerte de los partidos de gobierno, de las dos coaliciones, está claramente atada a la del gobierno. O les va bien o les va mal a todos.

El Presidente dijo que había que dialogar hasta que duela. Sin embargo, también tiene un programa que cumplir y dialogar es tener que transar…

Hay un tema que tiene que ver con la caída de la confianza en la política y en sus representantes. Aquí está el peligro de que aumente la demanda por líderes fuertes autoritarios. El llamado al diálogo lo veo como una forma de prevenir eso. En vez del liderazgo gerencial o mesiánico, es un llamado horizontal a sentarse a conversar. Y por su historia, el Presidente es creíble por las muchas veces que enfrentado a la posibilidad de golpear la mesa, prefirió sentarse en ella y dialogar.

Polarización afectiva

El rechazo a la reforma tributaria fue una estocada al corazón del proyecto oficialista. ¿Se abrió un nuevo escenario político para el gobierno?

A veces los árboles no dejan ver el bosque. Al menos en la última década se ha dado una paradoja. Nunca había habido tanta convergencia en las posiciones sustantivas de los actores políticos -dejando de lado los márgenes más irrelevantes-, pero al mismo tiempo, nunca había sido más difícil llegar a acuerdos.

¿Por qué?

Creo que la explicación de esa paradoja es que estamos viviendo una polarización, pero no ideológica, sino que una polarización afectiva.

¿Afectiva? ¿Y cómo se expresa?

Por ejemplo, para la mayoría de los sectores políticos, su base de apoyo, sus votantes, se mueven mucho más por un sentimiento de repudio por quién está al frente que por una lealtad particular hacia el proyecto político. Y eso está pasando tanto en la derecha como en la izquierda. Es un juego de espejos en el que se hace muy difícil establecer diálogos y acuerdos.

Los aprendizajes

Llegaron con la promesa de cambiarlo todo, pero han tenido que hacer ajustes de relato y gabinete. ¿No teme que pueda estar en curso una derrota política y cultural de su generación?

No. Lo que hay es un reconocimiento de que el cambio de elenco no basta. El proyecto político del Frente Amplio es mucho más que eso. De hecho yo -a diferencia de lo que sostienen algunos dentro del FA- siempre he creído que, en el fondo, el Frente Amplio es hijo pródigo de la renovación socialista. De hecho, creo que la razón por la que Gabriel Boric terminó siendo su más importante representante es porque siempre fue el que más claro lo tuvo.

Pareciera que siempre los ha separado un abismo…

Es que en las vueltas de la vida, en las discusiones que siempre ha habido entre la centroizquierda tradicional y la nueva izquierda, hoy es interesante ver que el espacio de reencuentro ha terminado siendo el gobierno. Y lo más importante en esto no ha sido la victoria de una generación por sobre otra. Ha sido una síntesis.

Convengamos que es una historia que se está escribiendo…

Sí, pero en estos 10 años ha habido dos grandes aprendizajes, más allá de que algunos se resistan a aprenderlo. El primero, es que el debate de la izquierda con la centroizquierda ha estado intoxicado por disputas generacionales e identitarias...

¿Gatilladas por ustedes...?

Yo diría que gatilladas por la emergencia de esta generación del 2011...

Me refiero a que fueron ustedes los que desafiaron e impugnaron a la generación Concertación…

De acuerdo, pero eso también tiene que ver con que hubo poco espacio para incorporar nuevas generaciones en los partidos tradicionales. Ahora, si miras la historia del Frente Amplio, Revolución Democrática participó en el segundo gobierno de Michelle Bachelet con la Nueva Mayoría. Su fundador, su primer presidente, fue Miguel Crispi, que militaba en la Juventud Socialista. O sea, es clarísimo que la historia del FA nace desde el corazón de las ideas socialistas.

Entonces, ¿por qué existe resistencia en el FA por verse asociados con los socialistas?

Es que ahí está el segundo aprendizaje: no hay proyecto de mayoría que no incorpore a esas dos generaciones. O sea, el 50 por ciento +1 no existe si no se incorpora a la generación del 2011 y a la generación de la ex Concertación. Hay algunos que se resisten a aceptarlo. Algunos que siguen creyendo que una generación se va a imponer por sobre la otra.

¿Diría que eso se ha notado?

Lo que se ha comprobado en la práctica es que la única manera de que la centroizquierda llegue al poder es con una coalición que vaya desde la DC hasta el PC, incluido el FA. Por eso, es un error creer que el debilitamiento del FA se traduce en un fortalecimiento de la ex Concertación o al revés.

En su primer año, el gobierno no ha logrado armar una coalición de apoyo. ¿Por qué? ¿Cuáles son las resistencias?

Yo creo que hay resistencia en ambas partes y también existen hartas desconfianzas. La definición, por ejemplo, de ir en dos listas fue empujada por un sector que pensaba que valía más la pena fortalecer la identidad de la ex Concertación.

¿El PPD?

Principalmente el PPD. Yo entiendo la apuesta, pero me parece errada. La demanda de la mayoría ciudadana no es ni por el fortalecimiento de la identidad frenteamplista ni por la concertacionista. A las personas le importa bien poco el año en que nacieron los dirigentes del gobierno. Les importa cómo van a resolver los temas de seguridad y el costo de la vida. Esa es su urgencia. Y aquí sí hay un problema, y lo digo como autocrítica…

¿Cuál?

Tenemos un déficit generacional. Aquí hay una generación que supo muy bien cómo ganar elecciones, pero que le faltó entender por qué se ganaba cuando se ganaba. La derrota del 4 de septiembre es una oportunidad para entenderlo. Porque es la primera derrota importante para esta generación.

¿Y se ha hecho esa reflexión?

Va a ser un proceso largo. Porque más allá de las autocríticas individuales, que sí ha habido, falta un espacio de reflexión colectiva. Y eso tiene que ver con un déficit que venía desde antes de la elección presidencial. Nadie esperaba que esta generación iba a llegar tan rápido al poder. Ni ellos mismos. Y ese déficit se hace latente en la ausencia de espacios colectivos y en saber llegar a acuerdos en todos los temas.

NOAM TITELMAN
Foto: Mario Téllez / La Tercera

El partido del desorden

Luego de la experiencia del primer año, ¿cuál es la encrucijada que tiene que resolver el gobierno ahora?

Luego de un tiempo convulsionado por el estallido social y por la pandemia, hubo un proceso de retorno a una cierta normalidad. Sin embargo, las reformas que necesitamos están estancadas, porque son la contracara del estancamiento político. Llevamos una década en que la fuerza política más transversal es la del partido del desorden. Ahí están aquellos que creen que en la derrota del otro tienen algo que ganar…

Pero eso ha pasado de lado y lado, ¿no?

Sí. En un momento, la izquierda también jugó a ese juego. Hoy lo hace la derecha y mañana lo jugará el centro. No es un tema de izquierdas y derechas. Ni siquiera de moderación o radicalidad. Es simplemente una visión entrampada en esta polaridad afectiva. En esta idea de que mientras peor, mejor. Lo complicado es que ahí hay un terreno fértil para que surjan demandas por liderazgos autoritarios.

Entonces, ¿el problema es la política?

Así es. Estamos ante una política ineficaz. La gente percibe que entre ellos se dedican a pegarse cachetadas de payaso y mientras tanto no pasa nada. No cambia nada. ¿Cuántos años llevamos sin tener una reforma de pensiones?

¿Y cómo se rompe esa dinámica?

Bueno, ese es el desafío principal de este gobierno: mostrar que la política puede ser eficaz, que puede entregar resultados en las urgencias de la gente.

¿Eso implica renunciar al programa? Muchos analistas dicen eso es lo que pasó al gobierno en este primer año…

Primero, es muy distinto estar en La Moneda que ser un dirigente de oposición o un activista en la calle. Segundo, tienes el mandato de ser el gobierno de todos los chilenos y las chilenas. Eso significa anteponer al pueblo por sobre tu identidad o tu ideología. En un encuentro de RD con Íñigo Errejón, él decía que a la izquierda le toca aprender a quererse un poquito menos a sí misma y más a ese pueblo que busca representar. Eso es muy cierto cuando llegas al gobierno. ¿Sabes cuál es el Presidente que ha sido más nombrado por Boric en sus discursos?

¿Quién?

El Presidente Patricio Aylwin. Eso no es coincidencia. El desafío de este gobierno -con todas las diferencias de contexto- es poner de acuerdo a gente que hasta hace muy poco se detestaba. Tanto Aylwin como Boric han tenido dentro de sus coaliciones a personas que hasta hace muy poco se decían cosas terribles, pero lograron acuerdos para poder avanzar. Quizá esta es una demostración más de lo parecido que es el FA al corazón del PS.

¿Realmente ve esa cercanía?

Sé que mi posición es minoría. Pero yo veo que muchas de las discusiones entre Apruebo Dignidad y el Socialismo Democrático son un espejo de lo que pasaba entre los autoflagelantes y autocomplacientes en la Concertación.

¿Eso significa que deberían terminar siendo una sola coalición?

Me parece muy factible. La fuerza de los hechos apunta para allá.

¿Y no hay una pugna de quién tendrá la hegemonía de la izquierda?

Es que mi punto de partida es muy distinto. Siempre he pensado que el Frente Amplio debiera ser un solo partido. Y creo, además, que debiera haber una sola coalición de gobierno.

¿Y por qué a Boric le ha costado tanto tomar esa decisión?

Volvemos al punto anterior. Porque en los últimos años, los debates de la izquierda y la centroizquierda han estado intoxicados por disputas generacionales. Eso no nos ha permitido dar cuenta de una realidad: que la convergencia sustantiva se viene dando hace rato. No hay ninguna posición que hoy día sostengan los dirigentes del FA que no pudiese sostener también alguien en el PS. Esa es la verdad. D

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