Pablo Stefanoni, investigador argentino: “Hay algo en estas nuevas derechas de retorno de lo reprimido”
Doctor en Historia, el investigador argentino es el autor de un ensayo escrito con lucidez y asertividad y de título provocativo: ¿La Rebeldía se Volvió de Derecha? Publicado en 2021, su lectura resulta especialmente pertinente ante el auge de la derecha en el mundo. Audaces y políticamente incorrectas, dice, las nuevas derechas se visten de transgresión y están capitalizando el descontento social, mientras la izquierda aparece asociada a la corrección política.
Herido, con los brazos abiertos y la mueca de su rostro convertida en sonrisa, el Joker es aclamado por las hordas callejeras. La última imagen de la película de Todd Phillips muestra al Joker -un tipo rechazado socialmente, que recibe ayuda social del Estado- convertido en el héroe de la rebelión de los marginados. El filme causó controversia en su estreno en 2019 y fue criticado por incitar a la violencia. Pero el verdadero peligro, según el documentalista Michael Moore, era no verla: en ella hay un espejo social, con un payaso perturbado, “pero no está solo, nosotros estamos a su lado”.
Desde luego, no fue la única lectura. En las redes de la derecha, el británico Paul Joseph Watson se preguntó: “¿Por qué el establishment tiene tanto miedo de esta película?”. Entre otras cosas, dijo, “porque la forma en que nos lavan el cerebro para llevar una vida de consumismo que crea un caldo de cultivo para la soledad, la desesperación y la enfermedad mental. Porque nos han enseñado que las personas que piensan diferente son un peligro para la sociedad y deben ser condenadas al ostracismo, intimidadas y censuradas”.
Más allá del verdadero sentido del filme, las diferentes lecturas muestran “la dificultad radical con la que nos enfrentamos hoy para dar cuenta de la orientación política y cultural de la rebeldía”, dice el investigador argentino Pablo Stefanoni.
Doctor en historia, el autor dice que en las últimas décadas la izquierda fue identificándose con la corrección política, mientras desde la derecha aparecían fuerzas que capitalizaban la indignación social con discursos radicales. “En otras palabras, estamos ante derechas que le disputan a la izquierda la capacidad de indignarse frente a la realidad y de proponer vías para transformarla”, escribe en su libro ¿La rebeldía se volvió de derecha?
Publicado en 2021, el libro lleva un subtítulo largo: “Cómo el antiprogresismo y la anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común (y por qué la izquierda debería tomarlos en serio)”. Y su lectura parece especialmente adecuada para comprender el escenario actual, con el auge de fuerzas de derecha alternativa o radical en el mundo, desde Suecia -el paraíso de la socialdemocracia europea- a Italia, donde Giorgia Meloni llega al poder como primera ministra desde Hermanos de Italia, un partido de derecha radical, pasando por las figuras de Marine Le Pen en Francia, Víctor Orban en Hungría o Jair Bolsonaro en Brasil, sin olvidar la herencia de Donald Trump en Estados Unidos.
Con lucidez y asertividad, Pablo Stefanoni analiza el modo en que la derecha conservadora y liberal fue perdiendo espacio ante movimientos más radicales. Y la forma en que estas nuevas derechas están recogiendo el descontento social, sus estrategias y aciertos comunicacionales, y los desafíos que plantea a la izquierda política.
El libro tiene un título paradojal: la derecha solía ser sinónimo de conservadurismo. ¿Qué ocurrió que ahora se ha vuelto rebelde o transgresora?
El título del libro es, en efecto, una pregunta-provocación. Busca poner el foco en el hecho de que en estos años, las nuevas derechas alternativas o nuevas extremas derechas están canalizando una parte del inconformismo social. Si hace poco más de una década el libro/manifiesto Indígnense, del nonagenario Stéphane Hessel, fue una referencia de los movimientos de protesta que se movilizaban contra la globalización neoliberal, hoy esos movimientos se han debilitados, la indignación en Occidente continúa pero parece estar cambiando de signo. Incluso decirse de derecha para algunos jóvenes resulta cool.
¿Estamos en un momento de revolución desde la derecha, la restauración conservadora o una contrarrevolución?
Estamos, sin duda, ante transformaciones en el universo de las derechas. Una liberal-conservadora como Anne Applebaum –que añora la época de Reagan y Thatcher-, se queja amargamente en su libro El ocaso de la democracia de la conversión de muchos de sus amigos a las derechas iliberales. Si bien hay muchas diferencias entre estas derechas, son un instrumento que muchos votantes encuentran para rechazar el statu quo. El trumpismo ha expresado un tipo de rebeldía de derecha que lo trasciende. Occidente vive un momento particular, en el que vuelve a emerger la vieja idea de “decadencia de Occidente”. En las redes sociales abundan las críticas, incluso virulentas, la “gente común” está cabreada y odia a la “casta” política, pero pocos creen que sea posible construir horizontes de cambio deseables. Esa cancelación del futuro como espacio de cambio social alimenta la conspiranoia, el resentimiento, las retroutopías; un terreno favorable para estas derechas. Quizás no sea ninguna de las tres cosas, sino que presenciemos la emergencia de una serie de derechas radicales que se vuelven actores más o menos normalizados de los sistemas políticos.
Evidentemente hay diferencias entre ellas. No es lo mismo Marine Le Pen que Bolsonaro, por ejemplo. ¿Qué las unifica?
Creo que el antiprogresismo; ese es en mi opinión el gran paraguas que las cobija. La idea de que hay que resistir a la nueva dictadura de la corrección política, el wokismo. El texto constitucional chileno, rechazado en el plebiscito, fue acusado de woke, un término que viene del movimiento afroamericano, que significa consciente/despierto frente a las injusticias, y que hoy es usado de manera despectiva contra cualquier expresión del progresismo. Incluso se apela a la idea de que estaríamos ante una nueva inquisición. Y se construye la idea de la gente común, oprimida por esas elites progresistas. Todo el discurso de las nuevas derechas radicales puede ser leído en esa clave.
¿Qué pasó con la izquierda o centroizquierda: perdió la rebeldía, se acomodó?
Creo que podemos ver esto en un plano más amplio. Hay una situación de impotencia de las izquierdas; la sensación de que no se pueden cambiar las cosas. En su libro Realismo capitalista, Mark Fisher ponía de relieve que no solo resulta difícil llevar adelante proyectos transformadores, sino imaginar esos proyectos. Sin duda, el socialismo revolucionario no logró reponerse a la caída del bloque soviético (incluso las corrientes que no congeniaban con ese modelo). Y no debemos olvidar el fracaso venezolano, el único país en declararse socialista después de 1991. La filosofa catalana Marina Garcés, que escribió Nueva ilustración radical, un libro breve pero sustancial, habla de una especie de “parálisis de la imaginación”. Eso no quita que haya potentes movilizaciones feministas o ambientales, pero sin duda hay muchas dificultades para ofrecer proyectos de futuro desde la izquierda y para revertir la tendencia a pensar el futuro como distopía.
La izquierda parece identificada con la corrección política, mientras la derecha utiliza la provocación como arma efectiva. ¿El buenismo y el moralismo se instalaron en la izquierda?
Hay cierta “banalidad del bien” en el progresismo, según la formulación de Tony Judt. Pero a la vez, este progresismo se volvió en gran medida parte del statu quo. El historiador Enzo Traverso ha escrito sobre cómo el auge de la “memoria” de los últimos años, con incidencia en el mundo académico y político, ha ido en paralelo a otro fenómeno: la construcción de los oprimidos como meras víctimas: del colonialismo, de la esclavitud, del nazismo… De esta forma la “memoria de las víctimas” fue reemplazando a la “memoria de las luchas” y modificando la forma en que percibimos los sujetos sociales, que aparecen ahora como víctimas pasivas, inocentes, que merecen ser recordadas y al mismo tiempo escindidas de sus compromisos políticos y de su subjetividad. Mark Fisher escribió en 2013 un sombrío artículo titulado Salir del Castillo del Vampiro en el que critica “la conversión del sufrimiento de grupos particulares –mientras más ‘marginales’ mejor– en capital académico”. Es cierto que se ha ido construyendo una forma de sermón moralizante. El problema es que la nueva ola de “incorrección política” promovida por las nuevas derechas trafica diversas formas de xenofobia, misoginia, antiigualitarismo y todo tipo de posiciones reaccionarias.
¿Cuál ha sido la clave del éxito de estas nuevas derechas? ¿Qué influencia, por ejemplo, tiene internet?
Creo que la clave del éxito ha sido presentarse por fuera del sistema (más allá de lo que se considere que es el sistema). Esa idea de “decir las cosas como son” se ha sumado a un rechazo creciente a los políticos tradicionales. Las nuevas derechas han sabido capturar algunas angustias del presente, como las generadas por la inmigración masiva, y sus líderes han operado como empresarios del pánico moral. A veces, el voto a la extrema derecha es un voto protesta que se estabiliza. Y de manera más amplia, también sirve como forma de tratar de reconstruir identidades erosionadas (por ejemplo de ex trabajadores blancos con vidas precarizadas pero también de blancos que sienten que la diversidad étnica es una amenaza). Su éxito se asociada en gran medida en haber planteado temas diversos en clave de guerras culturales. Internet ha contribuido a crear un ecosistema favorable, por ejemplo ciertos foros como 4Chan se movilizaron mucho en favor de Trump, la propia Hillary Clinton salió a pelearse con la Rana Pepe, usada contra ella. Pero hay que decir también que en el plano electoral, las extremas derechas encuentran muchos obstáculos.
Al mismo tiempo que la derecha asume una postura más audaz, aparece el discurso de la sensatez y del orden. En Chile, esas son palabras muy recurridas por Kast. ¿Es una rebelión con orden y conservadora?
En el caso de Kast creo que sí, pero si bien fue apoyado por redes de las nuevas derechas radicales, se inscribe en la tradición pinochetista. Su eslogan Atrévete, no obstante, conecta con esta idea de enfrentar la corrección política (en el pasado no era algo “atrevido” votar por un pinochetista). Pero si miramos a gobiernos como el de Trump o Bolsonaro, detrás de discursos de ley y orden terminaron por afectar el propio orden de cosas, las instituciones, al punto que se distanciaron de ellos. En Brasil gran parte del establishment votará por Lula. Respecto del conservadurismo social, algunas ponen el acento ahí más que otras; Giorgia Meloni más que Marine Le Pen. Trump lo hizo de manera bastante oportunista.
¿Es más fácil pensar el fin del mundo que el fin del capitalismo, como dijo Frederic Jameson?
Hoy parece que sí. Marx dijo que la revolución debe sacar su poesía del futuro. Pero el futuro hoy no proyecta ninguna poesía. Reconstruir ese futuro es una tarea imprescindible para la izquierda, inclusive para la reformista.
¿En ese sentido, por qué la derecha logra ser audaz y la izquierda no?
La izquierda tiene cierto temor a aparecer utópica, a veces es demasiado solemne, o se enfoca demasiado en temas identitarios de nicho. Hay además cierta melancolía. Las derechas tienen la audacia del que siente que está enfrentando ciertos consensos establecidos, algunos de ellos asociados hoy al progresismo. Hay algo en estas derechas del retorno de lo reprimido. El rechazo al feminismo, a ciertas perspectivas ambientalistas, a lo queer da apoyo en ciertos sectores de la sociedad.
El resultado del plebiscito constitucional en Chile fue una gran derrota de la izquierda. Para explicar la derrota, el Presidente Boric dijo que “no puedes ir más rápido que tu pueblo”. ¿Cómo lee esa frase?
Creo que da cuenta del hecho de que la composición de la Convención respondió a una coyuntura muy particular, y que la correlación de fuerzas que surgió no era la de la sociedad. Y como ocurrió con otras Constituyentes, a veces se genera la idea de que en verdad la hoja está en blanco, cuando no lo está tanto.
El Presidente Boric llegó a La Moneda con un programa de transformaciones económicas y sociales. Después de la derrota del plebiscito, parece difícil llevar adelante ese programa. ¿Cómo analiza esto en este contexto general?
Creo que el proyecto de Boric fue desde el comienzo un proyecto de justicia social de tipo socialdemócrata en un país en el que pese a los avances de la transición pervivieron formas de desigualdad –y jerarquías étnicas y de clase- puestas en cuestión por las movilizaciones sociales de las últimas décadas, no solo las del “reventón”. De hecho, siempre fue considerado un poco amarillo por sectores de la izquierda radical. Y su victoria solo fue posible con el apoyo de la ex Concertación. Dicho eso, es verdad que los resultados del plebiscito conllevan el riesgo de su “bacheletización” en el sentido de que las ansias de reforma queden truncas. Pero las cosas no están escritas y el escenario es abierto.
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