De todas las reflexiones que puede hacer después de haber estado un año inmerso en el proceso constituyente, hay una que Patricio Fernández pone encima de todas las demás.
-Chile es un país fracturado y acá se encontraron varias de esas fracturas, y se encontraron en un momento de estallido social. No se puede analizar este proceso sin tener muy claro cómo comenzó, porque eso es hacer trampa. Y los que dicen que hoy el país está más fracturado que antes, parece que olvidan que se estaban quemando edificios y saqueando locales a lo largo del país. Y parece que se olvidan, también, de que fue el mundo político el que llamó a esto y puso sus normas, porque no eran capaces ellos de articular una solución a lo que estaba pasando. Según la encuesta CEP de entonces, aproximadamente un 2% de los chilenos sentía confianza en algún partido político.
Sentado en su casa de Providencia, evidentemente cansado, el escritor hace otro punto: “Hay que recordar cómo fue el 4 de julio del 2021. Partió con una batahola, con gritos y revuelta adentro, y no se pudo cantar el himno nacional. Y a lo largo de un año, la ceremonia de cierre terminó con un acto republicano, donde dos veces casi la totalidad de los convencionales cantó el himno nacional. Algo sucedió entremedio”.
¿Cree que la fractura se empieza a retejer después de esto?
La casa de todos, para llamarle a ese término que tanto se esperaba que fuera este proceso, está en construcción. Y después de este trabajo podemos darnos cuenta de que era una ingenuidad esperar que se construya de golpe y porrazo. Va a requerir más tiempo. Esto lo digo con independencia de la evaluación que haga el texto. Cualquiera hubiese sido el texto que estuviéramos haciendo, lo entendería como el punto de partida de algo. Y, por lo mismo, receptivo de las modificaciones en el porvenir. Tengo mucha conciencia de que vivimos unos tiempos de inmensa transformación y de que estamos en un momento de cambio epocal particular.
Ahora, ¿le parece que la Convención resultó ser representativa de Chile?
Creo que la Convención es extraordinariamente representativa de la realidad social del país y representativa de la realidad política de un momento. Ahí están muchas familias de muy distintos lugares de Chile, de distintas tradiciones y pueblos, de distintas edades, de distinta tendencia genérica o sexual.
¿Está de acuerdo, entonces, con que haya habido las listas de independientes? Ha sido uno de los cuestionamientos a la conformación de la Convención.
Para este momento, me costaría reprochárselo. No lo entiendo virtuoso para la estabilidad política de un país. Que se construya el sistema político en base a los “no partidos” y a organizaciones espontáneas que pueden mutar así como se crean, creo que es muy inconveniente. Pero que aquí representó un momento y ayudó a poner los temas centrales, yo creo que sí.
¿Cuánto contaminó el ruido de los convencionales al trabajo de la Convención?
Tremendamente. Estoy bastante cierto de que la evaluación que se hace de este texto está teñida por la impresión del proceso. Los convencionales conseguimos caerle mal a la gente. Hubo gestos de arrogancia. Hubo tiempos de encierro. Y mucho de esto también deriva de la inexperiencia política. Era gente que por primera vez se encontraba en esto, y muchos venían de organizaciones acostumbradas a pelear contra el poder por una causa, y tardaron demasiado en entender que ellos estaban siendo el poder. Que las construcciones las hacían ellos, no solamente en contra de otro. Esa lógica confrontacional fue una tónica con la que esto arrancó. Ahora, en el camino eso se fue matizando y se fue tejiendo con las voluntades más partidarias.
¿Los partidos jugaron un rol ecualizador?
Hacia la segunda parte. En un comienzo fueron muy tímidos. Adentro de la Convención estuvo bien demonizado ser de partido, y cuando los partidos de centroizquierda tuvieron voluntad de poner su experiencia por sobre la culpa, el asunto avanzó.
Eso ocurrió con el Colectivo Socialista, cuando decidió salir de la última fila. ¿Cuál es su evaluación del rol del Frente Amplio en la Convención? También parecía tener cierta culpa por venir desde la política tradicional.
El Frente Amplio tiene la culpa en la vena y por eso es que le cuesta tanto ocupar el rol que debió haber ocupado, y que consistía en tomar dirección. Es el grupo de gobierno. Tendrían que haber mostrado más personalidad y se hubieran alineado otros mundos en función de ello. Pero para eso tendrían que haber peleado con otros, y les costaba demasiado.
¿Pero además es el temor a la funa pública, a la incorrección política?
Hay harto de eso. Temor a no ser querido, a no ser aplaudido. Y eso pasa en el Frente Amplio y a lo mejor en generaciones más jóvenes que todavía no aprenden a cargar con pequeños desprecios, cuestión que termina siendo lo que te gana respeto.
¿Y el PC?
El PC en ese primer momento, cuando los partidos no ocupaban su lugar, tuvo un desempeño extraordinario, porque supo no ser el PC: se infiltraba en estos otros grupos y le prestaba experiencia operativa a la causa feminista, a la causa indigenista, a la causa ecologista, etc. El PC se movió bien, pero fue perdiendo ese lugar porque los grupos fueron tomando personalidad. Y los grupos, a su vez, no eran grupos cohesionados. Los escaños reservados tenían varias divisiones internas, la Lista del Pueblo que se partió ya no sé cuántas veces, tampoco el Frente Amplio era cohesionado, ni la derecha.
Ahora, mucho se habla de que cómo está el texto genera una división. ¿Ve posible que a partir de esto se pueda generar un nuevo contrato social?
Ciertamente sí, y creo que hay que pasar a mirarlo con más detención. Este texto no es extremo, eso no es cierto. Las posturas extremas no ganaron la pelea al interior de la Convención: ganaron el tono, lo que es una desgracia. Quedó la impresión de que toda la Convención era ese tono: estridente, chillón, con particularismo, muchas veces más preocupado de la propia posición que de la construcción que se busca en conjunto. Pero los 2/3 en el pleno no dejaron que se impusiera. Muchos hubiéramos deseado que las normas fueran producto de un diálogo amistoso, pero veníamos de la fractura. Por lo tanto, las normas no se modelaron en conjunto, sino que se tallaron a cincelazos.
Las posturas extremas pusieron el tono, pero no el fondo.
Quedó la impresión de que toda la Convención era ese tono: estridente, chillón, con particularismo, muchas veces más preocupado de la propia posición que de la construcción que se busca en conjunto. Pero los 2/3 en el pleno no dejaron que se impusiera.
¿Qué le genera el eventual triunfo del Rechazo?
Yo lo lamentaría. Tampoco creo que sea una tragedia. Hay declaraciones muy altisonantes todo el tiempo, como que estuviéramos entre dos precipicios y que el país está a punto de irse al carajo. No tengo esa impresión. Pero me cuesta imaginar en qué consiste el camino del Rechazo, porque nos vuelve a poner en la Constitución del 80. Podrán decir todos que la quieren reformar, pero el hecho consumado es que volvemos a estar ahí y, ahora, cuando en el Congreso se plantea bajar los quórums para reformarla, me dan la razón. O sea, están pensando volver a facilitar la reforma de esa Constitución para volver a arrancar de ahí.
También se ha planteado hacer un plebiscito sobre el mecanismo, y hacer un nuevo texto.
Se van a abrir múltiples posibilidades, pero en los hechos al día siguiente volvemos a estar en la Constitución del 80 y tenemos que volver a pensar en un comienzo. Lo encuentro engorroso, complejo y creo que, además, tiene otra cosa políticamente compleja: le vuelve a entregar el mango del sartén a la derecha que cuida su vieja Constitución. ¿Significa eso que no van a mover una coma? No creo, sería delirante. Pero vuelven a ser quienes deciden a qué cambio le damos el paso y a cuáles no. Y los que se sumen desde otro mundo político, están incorporando a una empresa ajena.
¿Le toca ver mucha gente que votó Apruebo y ahora está por el Rechazo?
Lo que más veo es gente que votó Apruebo y que está muy incómoda. O sea que no ha decidido el Rechazo, pero que lo tienta. Y que, más que despotricar contra la Convención, enaltecerla. Está pasando con mucha frecuencia que hay muy distintas rabias que se concentran acá.
A ver.
Algunos deben creer que votar a favor de este proyecto constitucional es darles la razón a personajes que les cargan y que tuvieron mucha presencia en este baile. Como si votar a favor fuera darles la razón a unos que son gritones, que son irresponsables, que son altisonantes, que piensan más en ellos y cómo se ven en la foto, que hacen discursos heroicos, etcétera. Y se equivocan, porque esos no fueron los que se impusieron en el texto que se construyó.
Pero nadie lo sabe.
Pocos lo saben y es difícil que lo sepan. Acá hay un esfuerzo y un trabajo entre mundos más silenciosos al interior de la Convención, que es muy fuerte y que consiguió lo suyo. Hay otros que conquistaron a los medios, hay otros que conquistaron a las redes, hay otros que conquistaron y metieron ese ruido. Y yo entiendo esa molestia. Daría monos ir a votar si es que votar a favor significa levantar figuras que te parecen inconvenientes.
Ahora, que el desprecio a esos ruidosos te lleve a abrazar la falda de los que han querido algo demasiado distinto de lo que tú has deseado toda tu vida, es un salto largo.
¿Cuáles son los cambios claves que genera esta Constitución en la sociedad chilena?
Más que los cambios, es que reconoce aspectos de la contemporaneidad. Por ejemplo, democracia paritaria. Y esto filtra a toda la Constitución, no solo es un artículo. Por eso es que se me vuelve tan difícil imaginar la reforma de la Constitución del 80, porque su médula es una. Tú puedes convertir un potrillo en un buen caballo, pero no puedes convertir un camello en un caballo. Está también el tema ecológico: no me imagino ningún país del mundo hoy día, en emergencia climática, que no hiciera el esfuerzo que hace esta Constitución de ponerlo en su corazón. La diversidad, la desconcentración del poder territorial también es una fuerza central. La plurinacionalidad, entendida como el paso de un Estado que tiene una hegemonía cultural y que desconoce que en su interior hay distintas cosmovisiones, a un Estado que las reconoce y siendo unitario articula el entendimiento entre mundos que tienen particularidades.
Y ahí la crítica siempre es que están sobrerrepresentados los pueblos originarios, incluso que son ciudadanos de una primera categoría.
La plurinacionalidad, como prácticamente todas estas transformaciones al interior de la Constitución, está muy entregada a la ley. O sea, no está todavía definida y cerrada. Las constituciones no solucionan en sí nada, todo esto va a depender de la calidad de los gobiernos por venir. Entonces, con esta Constitución y con cualquiera, un evento que te puede ser opinablemente virtuoso o no, depende de la capacidad de la política para llevarlo a cabo.
¿Y eso no puede generar también una frustración grande en la población que cree que la nueva Constitución le va a resolver muchos de sus problema?
Siempre se vive entre la frustración y la realización. No sé cómo lo estarán planteando otros, pero a mí me resulta muy evidente y siempre he sostenido lo mismo: cuál el espacio que ocupa una Constitución, en qué consisten sus posibilidades. La Constitución es una guía, no es un libro de magia.
¿Cuál es la respuesta a la incertidumbre que genera esta Constitución?
Yo sentiría más incertidumbre y más temor si no se abordaran los problemas y las nuevas condiciones de convivencia en que estamos los chilenos y los habitantes del planeta. Ya vimos lo que pasa cuando no se abordan, y creo que en lo que estamos es en un nuevo pacto cultural. Acá no puedo dejar de ver que los componentes que esta vez son atendidos, son los que, de no ser incorporados, generan las furias que después se convierten en inestabilidad. Una de las cosas que creo que hay que aprovechar del hecho de la participación de los pueblos originarios, por ejemplo, es darse cuenta de que los representantes que aquí participaron le pusieron su huella dactilar a un compromiso institucionalizador.
¿Qué hace Gabriel Boric el día 5 de septiembre si es que gana el Rechazo?
No lo sé, pero tiene la obligación de barajar las alternativas. Lo que yo vería como el gran problema a resolver, es cómo se hace para que todo lo acontecido no desaparezca. No sólo porque ahí se han construido cosas, sino que también ha habido mundos representados a los que tú no puedes borrar de un plumazo. Todo esto ha sido un proceso democrático. ¿Se llama a un nuevo proceso constituyente donde la ciudadanía tiene que volver a votarlo y mamarse una vez más esta historia? No sé.
Usted es bien cercano al Presidente, ¿cómo lo está viendo?
Creo que es, por lejos, lo mejor del gobierno. Noto que le faltan compañías de peso, lo veo algo solo. Está Marcel, está Camila Vallejo, está -incluso en un espacio más que tiene sus propios problemas- Giorgio Jackson, pero se ve poco más en términos de personajes que lo apañen, que lo cuiden y no a los que él tiene que cuidar.
O sea, cree que el cambio de gabinete posplebiscito es necesario.
Me imagino que sí. Si gana el Rechazo lo veo bien insoslayable, incluso si gana el Apruebo van a necesitar un ajuste. Ahora, es bien propio de los gobiernos que haya un primer período de rodaje y después tiene que ir ajustando las piezas.
Cuando dice que debería tener más figuras de peso, ¿se refiere a que el socialismo democrático tenga más presencia en su gobierno?
Yo creo que ha demostrado ir teniendo. Otra cosa son las relaciones entre coaliciones, que intuyo que no son fáciles. Cuando se supone que él llega al poder con una coalición, se apoya e invita a otra y encuentra solidez y lealtades en esa otra, a veces mayores que en la propia, se deben producir cosas particulares. Nada es fácil, me imagino.