Santo Domingo 863. El calor tanto dentro como fuera de esta galería con forma de caracol no da tregua. Aquí, sus casi 100 locales, repartidos en tres pisos, son casi todos joyerías. Una mitad se dedica a la plata y la otra, al oro de 18 kilates.
Decenas de clientes recorren sus pasillos. En su mayoría son hombres jóvenes, pero también hay mujeres de mediana edad. Da la impresión de que todos saben exactamente adónde dirigirse; hay poco vitrineo.
Eso sí, se notan varios locales cerrados. Uno de ellos es el de Estrella Dinamarca, la empresaria acusada por el Ministerio Público de vender en este lugar productos que posiblemente eran robados. Dinamarca, según esta tesis, proveía de joyas a Marco Antonio López Spagui, Parived, quien luego de que los objetos eran modificados, los vendía por su parte.
Dinamarca, en total, habría liderado una red de 16 personas, en la que a través de brazos operativos adquiría, modificaba y vendía las joyas en su local en esta galería.
En los puestos no se ve mucho stock. Un joyero de unos 50 años, que tiene una pequeña tienda en el primer piso de la galería, explica que se debe a que la temporada está baja y la gente no está comprando joyas. “¿Para qué quieres tener 10 o 15 millones de pesos parados?”, se queja.
Otra joyería la atiende un joven con acento venezolano. En la vitrina hay una veintena de anillos de oro de grandes dimensiones, con diferentes piedras incrustadas. Saca una de las más grandes, la pesa y con una calculadora en mano dice el precio. “Esta vale 950 mil pesos -indica-. Todas las que son grandes pueden costar eso”. La suma de dinero contrasta con el desorden que hay en el local. Hay una botella de vino a medio tomar al lado de los sopletes y martillos que se usan para dar forma a las joyas.
El local de Estrella Dinamarca fue intervenido junto al del joyero Domingo Lupallante. Este último, según la tesis de fiscalía, pulía, modificaba y vendía joyas y relojes robados que le entregaba Dinamarca. Pero la joyería de Lupallante, ubicada en el tercer piso, el sector donde se vende oro, está abierta y atendiendo público.
El puesto está desordenado y parecen haber 40 grados dentro de él. Al interior atiende una joven vendedora, quien muestra catálogos genéricos de joyas que se pueden mandar a hacer. El mesón no es precisamente elegante. Aparte de algunas joyas, la vista se va directo al contenedor de fideos que la niña trajo para almorzar, junto a una botella retornable de bebida. Afuera del local hay una mujer fumando mientras habla por teléfono, como si fuera el año 90.
La joven calcula los precios de las joyas por los gramos de oro que contendrá la confección. Una sortija de compromiso de oro con una piedra de circón puede costar sobre los 300 mil pesos. Tras preguntarle más detalles, la niña va detrás del mesón a llamar a alguien que puede saber más.
Aparece un hombre calvo, con bigotes y lentes. Responde un par de cosas, comenta que, a diferencia de su local, ese anillo en otros lados vale 800 mil pesos, y se va de nuevo.
Queda la vendedora.
-¿Quién es ese señor?
-Es mi papá, Domingo Lupallante.
Las alarmas
Aunque en algún momento tuvo un pasado de lujo, albergando el comercio más refinado del centro, desde hace un buen tiempo que la Galería Santo Domingo está más asociada a pasajes oscuros que a brillos rutilantes.
“Este lugar reúne algunas características, como estar en un punto neurálgico del centro, así como su cantidad de accesos y salidas, que son utilizadas por delincuentes. La poca visibilidad y las calles estrechas alrededor dificultan su vigilancia”, dice a La Tercera el comisario Gonzalo Febre, de la 1ª Comisaría de Santiago. Agrega que el delito más frecuente en este perímetro es el microtráfico y la receptación de joyas y especies robadas.
Pero la fiscalización no es fácil: “Esa galería tiene las tiendas en el primer y segundo nivel, y los talleres en el tercer piso. Los accesos siempre están muy vigilados por guardias y por cámaras -detalla-, y apenas pisábamos la galería para fiscalizar, se avisaban entre todos”, cuenta Patricio Hidalgo, quien estaba a cargo del control del comercio durante la alcaldía de Carolina Tohá (2012 a 2016).
Lo mismo dice Katherine Martorell, quien fue subsecretaria de Prevención del Delito entre 2018 y 2021. “Hacíamos operativos sorpresa, y apenas poníamos un pie adentro, ya habían cerrado algunos locales, evitando una fiscalización”.
Lo que se hace en las fiscalizaciones, detalla Hidalgo, es verificar que los locales tengan su patente comercial al día; que estén emitiendo boletas en orden -”hay mucha venta en negro en ese rubro”, comenta-; que las joyas tengan una guía de procedencia que compruebe su origen lícito y, por último, que los talleres tengan permisos sanitarios para operar al día.
“Muchas veces encontrábamos joyas que no estaban en el inventario, o que no tenían guía de procedencia. No podían acreditar de dónde las habían sacado”, cuenta Martorell, y agrega que aprovechaban esos operativos para hacer controles migratorios con la PDI.
El comisario Febre cree que el asunto ha escalado en el último tiempo. “En la galería se ha detenido a personas por porte ilegal de arma de fuego, robo con intimidación y robo con violencia. Esto habla de un perfil distinto, un delincuente reincidente y crónico, posicionado con delitos violentos. Esto nos lleva a proyectar posibles vinculaciones con joyas robadas, por las detenciones previas que mantienen”.
Febre también cuenta, además, una técnica que usan los lanzas que han detenido en los alrededores de la galería: se tragan las joyas para que no haya pruebas. Luego, esperan que la naturaleza haga lo suyo y las venden en el comercio informal.
Las irregularidades en la Galería Santo Domingo siguieron apareciendo durante años. Pero el punto que la hizo tristemente conocida fue la detención de un ladrón de celulares a mediados de 2017.
En su declaración, el tipo empezó a dar nombres y pistas. Entre estas, se llegó a Estrella Dinamarca, quien resultó ser, según la investigación, la cabeza de una banda dedicada al comercio de joyas y relojes obtenidos de forma ilícita. En simple, borraban las iniciales, fechas y grabados de estos objetos para que parecieran originales y de origen lícito.
El mismo Domingo Lupallante se asoció con Dinamarca desde aproximadamente el año 2016, según detalla la investigación. La ayudó a borrar rastros de joyas que ella trajo desde el extranjero. Los objetos, se presume, fueron robados fuera de Chile.
Pero la presunta relación comercial terminó mal: la PDI allanó los locales de Dinamarca y Lupallante en la galería. Ambos fueron detenidos.
Dos caras de una medalla
Al frente de la Galería Santo Domingo hay otra galería donde se venden joyas, la Galería Plaza de Armas. Pero el perfil de este lugar es muy distinto. Entre su clientela se aprecian más mujeres, familias y hombres mayores. Además, las vitrinas muestran más piedras preciosas y los talleres están menos a la vista.
Demetrio Aravena (81) lleva 60 años como joyero en la Galería Plaza de Armas. Cuenta que el rubro ha cambiado mucho: “Antes, en los años 70, este negocio era grito y plata. Ahora las ventas se han reducido hasta en un 80%”. Pero lo otro que comenta es que si no se tiene experiencia en este negocio se puede pasar muy mal.
“Entonces piensa: si llega alguien a venderte oro, que tiene un valor fijo, y se lo compras más barato, termina siendo muy atractivo para aquellos joyeros que quieren salir del paso -ilustra Aravena-. Es como si te ofrecieran dólares a 400 pesos. Ese tipo de cosas, joyeros chicos que quieren ganar plata rápida, es lo que se ve en esa galería”.
José Quinteros es dueño de una joyería en esta otra galería. Lleva 10 años acá. Dice que hay diferencias claras entre los dos lugares.
“Vendemos cosas diferentes y tenemos clientes diferentes. Nuestro cliente no va para el frente, por ejemplo, porque nosotros vendemos cosas más finas -asevera-. El cliente de allá busca anillos más pesados, con más peso en oro. Nosotros no vendemos eso”.
De hecho, a Quinteros hace años le robaron dos cadenas de su tienda, avaluadas en un millón de pesos. Se encontró con que las estaban vendiendo en la otra galería. “Llamamos a Carabineros, pero no pude recuperarlas”.
Esta fama que ha ganado la Galería Santo Domingo es un karma que sus vendedores conocen, pero que quieren dejar atrás. “Sí, no te voy a mentir, hay tiendas que compran joyas robadas -dice un joyero-. Pero a todos los que lo hacían se los llevaron el otro día. Acá la idea es nunca comprar oro, porque te trae problemas. Uno tiene sus propios proveedores de oro”.
De hecho, comprar una joya sin certificado de procedencia es grave. “Cuando se compra una joya hay que pedir un certificado de pureza, junto con la respectiva boleta o factura. Si no puede justificar la procedencia de lo adquirido, podría estar incurriendo en el delito de receptación de especies”, advierte el comisario Febre.
Ni el administrador de la Galería Santo Domingo ni el presidente de su comunidad, un joyero, aceptaron responder preguntas para este reportaje. Los guardias, al advertir la presencia de la prensa, comenzaron a alertarse unos a otros.
En uno de sus pasillos, dos locatarias hablan sigilosamente sobre un lanzazo en la calle que resultó con un detenido. Más allá, dos hombres, con varias cadenas en el cuello, comentan sobre una “mano” para comprar ketamina a buen precio.
Ya en el tercer piso, afuera de uno de los talleres, uno de los trabajadores, consultado sobre dónde vender oro, da algunos datos. Y agrega otra cosa: “Si las joyas con las que andas son movidas, no tienes por qué decirlo. Te van a pedir el carnet no más. Pide 30 mil por el gramo, o incluso un poco más”.
A un par de pasos está la tienda de Domingo Lupallante. Las puertas están cerradas, y se ve que alguien está fumando en el taller. Pero esta vez, al preguntarle al mismo Lupallante si es que compra oro, la respuesta fue rápida:
“No, no estoy comprando”.