El 8 de abril de 2022, a las 11.22 horas, poco más de un mes después del inicio de la invasión de Rusia a Ucrania, el convoy de evacuación que se dirigía de Melitopol a Zaporiyia fue detenido por soldados rusos en el puesto de control en Vasylivka. Los militares se acercaban a cada auto para pedir los documentos de los ocupantes y preguntarles hacia dónde se dirigían. En uno de los vehículos viajaba Vladyslav Buryak, de 16 años, junto a otras personas. Sin embargo, cuando los soldados vieron su teléfono y su identificación lo sacaron del auto y lo detuvieron.

“Pasaron dos o tres horas que estuvieron pensando qué hacer conmigo. Después de que me tomaron preso, ellos me llevaron a una comisaría, que había sido convertida por los rusos para llevar a los presos y torturarlos ahí”, cuenta Buryak en conversación con La Tercera.

El joven, que actualmente tiene 19 años y que visitó Chile, es uno de los afortunados que han podido regresar a Ucrania y reunirse con su familia. Esto, porque según una estimación del gobierno ucraniano, hay entre 20 mil y 30 mil niños que han sido sacados por la fuerza o deportados de sus hogares y solo 400 han podido ser recuperados.

Buryak estuvo 48 días en la comisaría de Vasylivka en unas condiciones muy severas, tanto sanitarias como también sin poder contar con comunicación. “Los primeros días yo había escuchado cómo los rusos torturaban a las personas que estaban ahí. Los rusos usaban todos los métodos para torturar a la gente, para que les pudieran dar información que ellos necesitaban. Entre las torturas había muchos golpes muy fuertes. Nos pegaron muy fuerte”, recuerda.

Ivan Matkovskyi (a la derecha) y Vladislav Buryak (a la izquierda) y Darya Herasymchuk Comisionada del Presidente de Ucrania para los Derechos del Niño y la Rehabilitación Infantil. Foto: Luis Sevilla/ La Tercera

“Ellos usaban la electricidad como tortura. Y ponían agujas con electricidad abajo de las uñas. También usaban la agresión sexual y violación física a las personas. Conocí a una persona que le rompieron cuatro costillas, le cortaron tres dedos y lo violaron. Ellos torturaban a la gente para quebrarlos sicológicamente, pasarlos a su lado o sacarles información sobre algo o alguien”, indica.

Una de las tareas que Buryak debía hacer era limpiar las celdas donde se realizaban esas torturas que describe. “Este trabajo consistía en limpiar la sangre que estaba en estos lugares, sacar las cosas que se caían, como vendas y cosas así”, detalla.

Después de cuatro o cinco días de estar en la celda, Buryak recibe a un compañero, joven, que no tenía relación con el Ejército y a quien durante dos días lo habían torturado fuertemente. “Después de eso, estuvo cuatro días en mi celda y decidió suicidarse. Él quería colgarse, pero no pudo. Entonces decidió cortarse las venas. Antes de morir, me pasó una notita para su padre, su esposa y una hija chiquita. Les decía que no lo buscaran y que no tuvieran esperanza de que estuviera vivo. Y me pidió que si yo salía de la prisión, que me comprometiera a llevárselo a su familia. Y esto se transformó en mi compromiso de vida”, señala.

Otra de las labores que tenía era llevar la comida a las celdas, y para ello siempre tenia a un vigilante a su lado, para que no pudiera hacer nada o hablar con los detenidos. A veces ocurría que esta persona se distraía, por lo que Buryak aprovechaba la oportunidad de ayudar a quienes estaban detenidos. “Había unas ventanitas chiquitas por donde pasaba la comida, yo las dejaba abiertas un poco para que la gente pudiera hablar entre ellos de alguna manera, que se ventilara un poco el espacio, porque si no era muy sofocante. A veces la gente podía pasar una pequeña notita y yo lo tomaba como un compromiso. Yo entendía mi responsabilidad, aunque entendía también el riesgo para mi vida. Pero yo tenía que hacerlo”, relata. Y agrega: “Era muy difícil estar bien sicológicamente, sostenerse. Era muy difícil limpiar las celdas de los desechos humanos de sangre y sostenerse sicológicamente”.

Una vista muestra el Teatro Regional de Drama de Donetsk destruido por un ataque aéreo en medio de la invasión rusa de Ucrania, en Mariupol, Ucrania, en esta fotografía obtenida por Reuters el 16 de marzo de 2022. Foto: Reuters

Después de 90 días, Buryak pudo ser rescatado, aunque por razones de seguridad no pudo contar detalles de cómo regresó a Ucrania para luego reunirse con su familia. “Al primero que vi fue a mi padre. Y después ya de casi un mes, vi a mi mamá y mi hermana, mi otra parte de familia. Y pude entregar la nota a los familiares de la persona que estuvo conmigo en la celda”, concluye.

Devuelvan a los niños

La Comisionada del Presidente de Ucrania para los Derechos del Niño y la Rehabilitación Infantil, Darya Herasymchuk, que también visitó el país, explica que hay muchos menores que se encuentran en los territorios que han sido ocupados por Rusia de los que no tienen información. De hecho, cuando encuentran información de la existencia de un menor secuestrado, se transforma en un proceso largo y complejo para que pueda volver a Ucrania, y a veces incluso casi imposible.

En este sentido, el Presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, creó un plan para la devolución de los menores a Ucrania, llamado Bring Kids Back UA, que tiene como objetivo identificar a los niños robados de Ucrania, aumentar el apoyo internacional para la repatriación y el cuidado de la mayor cantidad posible de niños deportados, y proporcionar información sobre sus casos a la Corte Penal Internacional de La Haya.

Asimismo, en el punto 4 del plan de paz presentado por el mandatario se habla de la “liberación de todos los prisioneros y deportados”. Y en este sentido, Herasymchuk dice que Kiev espera que Chile se una a la coalición internacional para ayudar a devolver a los menores, a la que ya pertenecen distintos países, como España, Alemania, Italia, Noruega, Letonia, Lituania, entre otros.

Ivan Matkovskyi es otro de los jóvenes que pudo ser rescatado. El joven tenía 16 años cuando comenzó la invasión, si bien era originario de Torks, vivía en Mariupol, donde estudiaba construcción en un colegio técnico. “Cuando comenzó la guerra vivía en la casa de estudiantes y mi mamá me llamó para avisarme que ya se había iniciado el conflicto. Yo quería salir de la ciudad, pero no era posible, así que estuve un mes en la ciudad, que se encontraba prácticamente ocupada” por las fuerzas rusas.

Niños miran por la ventana de un tren sin calefacción con destino a Lviv, en Kiev, Ucrania, el jueves 3 de marzo de 2022. Foto: Archivo

“Estuve un mes entero adentro de la ciudad, hasta que empezó a terminarse el agua, no había más comida, ni luz, comunicación. Y la ciudad era constantemente bombardeada, todos los días, sin parar. Me fui hacia el centro de la ciudad, me encontraba en el edificio del lado del teatro Donetsk Academic Regional Drama, que fue bombardeado, lo borraron de la tierra. Ahí se encontraba refugiada mucha gente, muchos niños, madres y gente adulta mayor. Yo vi y escuché todo el bombardeo, vi lo que pasó. Es por eso que después de esto decidí ir caminando con mi hermano mayor, porque ya no tenía sentido quedarse allá. No nos podíamos quedar, si lo hacíamos era solo para morir”, relata.

Sin embargo, en la salida de Mariupol se encontraron con un puesto de control de rusos. “Me obligaron a desvestirme y mostrarles mi cuerpo. Después de eso, yo fui hasta Manhush (ubicado a 15 kilómetros de Mariupol), que también estaba ocupado por los rusos. Y me quedé ahí en un hospital y la gente alrededor se enteró de que yo andaba sin personas adultas, sin mis padres, aunque estaba con mi hermano. Ante esto llamaron al servicio infantil de Donetsk (territorio que se encuentra controlado por Rusia)”, recuerda.

“Llamaron a los militares rusos y ellos llegaron con las armas, nos amenazaron y nos obligaron a ir con ellos. Yo estuve en Donetsk dos meses, en el hospital número 5 de niños de Donetsk. Yo fui el primer niño que llegó ahí. Me llevaron primero y después empezaron a traer más y se llegaron a juntar como 35″, explica.

El tutor legal de Matkovskyi le había pasado una tarjeta SIM, por lo que el joven en los primeros días en el hospital pudo cargar su teléfono y contactarse con él y también con su familia. “Yo ayudaba a los niños, porque les prestaba el teléfono. Había niños que habían perdido a sus padres por la guerra, así que de cierta forma yo los protegía en el hospital, porque era el más grande. Éramos solo cuatro los que teníamos 16 años en ese momento, todo el resto eran más chicos”, señala.

Por ese entonces, su tutor, el director del establecimiento Mariupol College, Anton Bilai, que se comunicaba vía las aplicaciones de mensajería Telegram o Viber con los alumnos que habían sido secuestrados por los rusos, decidió que ir a buscarlos. Y la misión no resultó ser una tarea fácil, ya que tuvo que viajar por Polonia, Lituania, Letonia, donde tomó un bus, y después caminó hasta Rusia para luego ir hasta Donetsk, un viaje que le tomó tres días en realizar. Bilai llegó hasta el hospital para poder llevar de vuelta a Matkovskyi, quien lloró de la emoción cuando lo vio. Uno de sus principales temores era que los rusos lo llevaran como soldado a Ucrania para pelear contra su país. Finalmente, pudo regresar el 7 de junio.