Smiljan Radic: “Yo creo que se necesitan buenos ciudadanos, más que buenos arquitectos”
El premiado autor del Teatro Regional del Biobío habla de los bordes sociales de la arquitectura, de la idea de hibridación cultural y de su sueño de hacer una escuela de enseñanza básica urbana.
Casas como refugios primitivos, un pabellón con la apariencia de un huevo prehistórico; rocas, menhires; edificios que se cubren de transparencias. Con elementos como estos, Smiljan Radic ha dado forma a una arquitectura que se mueve entre lo brutal y lo frágil: un universo propio y sugerente. Aunque desestima la palabra arte, sus obras expresan un carácter poético desde sus títulos: la Casa Transparente, la Casa Fonola y, desde luego, la Casa para el Poema del Ángulo Recto.
Arquitecto formado en la UC, Radic publicó el año pasado un libro que recorre su trayectoria y cuyo título encuentra ecos en la arquitectura y en la poesía también: Obra gruesa, el mismo título que utilizó Nicanor Parra para recopilar sus trabajos en 1968.
Lector de Saint-Jonh Perse, lo poético no es meramente incidental en Radic. Casado con la escultora Marcela Correa, es un admirador de la Escuela de Valparaíso, en especial de Miguel Eyquem, fallecido el lunes, uno de los fundadores de la Ciudad Abierta de Ritoque: ese refugio que promovía la experimentación y el intercambio entre arquitectos, artistas y científicos.
Ese aire de creatividad se respira también en algunas de sus obras más importantes, desde la Serpentine Gallery de Londres de 2014 al Teatro Regional del Biobío (2018), una estructura translúcida que de noche ilumina la costanera de Concepción.
Ganador del Premio Academia de Artes y Letras de EE.UU. en 2018 por su “contribución significativa a la arquitectura como arte”, Radic cultiva la imagen de un genio elusivo, un autor sensible y extravagante que The New York Times definió así: “Smiljan Radic: un rock star entre los arquitectos”.
A mediados de 2020, el Teatro del Biobío sufrió daños en su techo y ahora, varios meses después, comienzan a ser reparados. “En todo caso, la corporación mantiene el edificio impecable, a pesar de la creciente escasez de recursos a la cual ha sido sometida. De eso estoy muy agradecido”, dice.
El teatro cumple tres años, ¿cómo ha sido la relación con la comunidad ?
No lo sé muy bien, pero tengo la sensación de que es muy buena, por lo menos tengo entendido que la audiencia aumentaba hasta antes de la pandemia. Creo que la relación con el público y la ciudad no depende del edificio, es importante la gestión del ambiente y del tiempo en torno a él.
Se ha mencionado al Teatro del Biobío como una posible alternativa al Palacio Pereira para las sesiones de la convención constituyente, ¿qué le parece esa idea?
Repartir escenarios para la constituyente a lo largo de Chile me parece adecuado si se hace de manera itinerante, donde las jerarquías de las regiones sean rotatorias. El teatro del Biobío podría ser uno de esos lugares.
Recientemente, participó en el concurso para el nuevo Museo de Santiago NUMU, en el Parque Bicentenario. ¿Cuál era su idea tras la propuesta?
Mi propuesta era hacer un museo de arte contemporáneo de manera bastante cruda, como yo lo haría en cualquier parte del mundo. Creo que perdí el concurso (N. de la R.: el ganador fue Cristián Fernández) entre otras cosas porque no me interesó mucho el problema de hacer un museo para una colección específica. Fue un estúpido error de inicio, porque ese problema era parte importante del encargo. Yo pensé que el edificio podía trascenderlo y no ocuparse de él directamente. Por fortuna, los concursos uno los hace para ganar y para pensar, siempre algo queda.
¿Qué piensa de la controversia que hubo?
No entiendo cuál fue la controversia. Leí dos artículos que no decían nada que no fuera previsible. La arquitectura no tiene peso para armar polémica en nuestro país. Mi opinión es que los arquitectos siempre pedimos reglas claras, concursos transparentes, jurados nacionales e internacionales para evitar los compañerismos, premios justos y, sobre todo, una cierta seguridad de que el proyecto ganador será construido. El concurso del NUMU cumplió con todos estos antecedentes, por eso participé. Los concursos se pierden sin llorar.
Arquitectura y cambio social
Nacido en Santiago en 1965, Radic proviene de una familia croata. Su abuelo llegó a Chile hace 100 años, 1919, desde la isla de Brac.
¿De qué modo su biografía, los orígenes familiares, ha influido en su trabajo?
Yo soy chileno. Esos son mis orígenes. Los últimos dos años he estado empecinado en volver a Chile definitivamente. Volver a un lugar del cual había creído poder salir. Eso significa pensar en abandono. Mis orígenes chilenos han influido mucho en mi trabajo. Croacia, en cambio es un lugar muy querido, el cual hemos visitado en repetidas ocasiones. El año pasado realizamos una instalación llamada Drops con Marcela Correa en la isla KRK invitados por la Comunidad Europea, y también me nombraron miembro honorario de la Academia Croata de Ciencias y Artes, y hace unos pocos años me habían dado el premio Oris de arquitectura. Todo eso es porque soy un arquitecto chileno con un abuelo migrante. Yo pienso en chileno, de manera bastante confusa.
En la universidad participó en el centro de alumnos en años de tensión política, ¿perdió interés en la actividad política?
No, pero tengo otros problemas que resolver. No hablo bien, no me gusta relacionarme con mucha gente, olvido los nombres. Creo que no me iría bien.
Además de la visibilización internacional, ¿qué significó para usted el proyecto de la Serpentine Gallery?
Me permitió afianzar maneras propias de trabajar que me parecían en cierta medida arbitrarias y que fueron validadas por gente que sabe mucho más que yo.
¿Qué diferencias encuentra entre trabajar con un curador y con un cliente?
El curador intenta hablar de arquitectura o de arte en un momento determinado a través de lo que tú haces. Tu trabajo le parece pertinente en ese momento. Eres libre de jugar o no ese partido. El cliente dice like. El cliente elige tu arquitectura. Es difícil tener clientes.
El restaurante Mestizo, la ampliación del Museo Precolombino y Nave son obras suyas destacadas en Santiago; ¿le interesa dejar otra huella en la ciudad?
Me interesa hacer una escuela urbana de enseñanza básica.
¿Por qué?
Una escuela de enseñanza básica urbana bien pensada puede ser un dispositivo urbano donde se pongan a prueba poco a poco soluciones a muchos de los problemas culturales-sociales de nuestras ciudades hoy. Es un programa contemporáneo, porque es incierto, gracias a una carga funcional que ha ido adquiriendo en su historia. Viendo en positivo es hogar, comedor, plaza, sala de clase, urna, centro de padres, comunidad de enseñantes… Pensar una escuela de enseñanza básica urbana es pensar los inicios de una nueva convivencia.
¿La pandemia le ha motivado alguna reflexión en cuanto a su quehacer?
Existe una idea de Edgar Morin que yo podría resumir de manera defectuosa… El ser humano es habitado por el mundo que habita… Explicado banalmente se trata siempre de hacer el menor daño posible y no comer murciélagos.
En Chile, la pandemia se encadenó con el estallido social. ¿La arquitectura puede ser un factor de cambio social?
Si pensamos que el ser humano es habitado por el mundo que habita, diría que sí. Pero, por lo general, la arquitectura es lenta en temas de convivencia y no es experimental. Son los ciudadanos los que deben definir las cuestiones a tratar para ser remodeladas o no, y creo que esas cuestiones tienen que ver con referentes que no están claros y que jamás lo estarán de aquí en adelante, a pesar de lo que desearía mucha gente. Creo que esto nos lleva a evitar pensamientos conservadores deterministas basados en programas de vida y, por el contrario, nos pide impulsar nuevas estrategias de convivencia. Eso se puede pensar desde la arquitectura también, si vemos que estos tiempos nos dan una buena oportunidad para imaginar una realidad compleja. Diamela Eltit en una entrevista brillante con Marco Antonio de la Parra el año pasado dice que el sujeto político mujer no es el mismo en María de la Cruz o en Elena Caffarena, dos feministas coetáneas. Dos personas dicen blanco, pero no dicen lo mismo. Podríamos plantear este argumento respecto de muchas palabras claves abandonadas en Chile a la buena de Dios. Yo creo que se necesitan buenos ciudadanos -más que buenos arquitectos- en una cultura en la que no exista el ser huacho, teniendo en vista que la alegría y el sufrimiento, aunque compartibles, no son transferibles.
En un texto sobre los viajes que le gustaría hacer, escribió: “De vacaciones visitaría la isla de Guadalupe, donde nació Saint-John Perse; la isla de Santa Lucía, donde nació Derek Walcott, y Martinica, donde nació Edouard Glissant; todas constituyen finalmente el archipiélago de la mondialité”. ¿Qué relación siente con la obra de esos poetas?
Conocí los libros de Glissant a través de Hans Ulrich Obrist, quien era su amigo. Glissant admiraba a Saint John Perse. A Saint-John Perse lo leí hace mucho tiempo atrás y lo sigo leyendo, sobre todo el poema Aridez, que repaso de vez en cuando. Derek Walcott lo conocí a través de un libro introducido por Iosif Brodskij, el Mapa del nuevo Mundo, ahí Brodskij habla de la periferia como el lugar donde el mundo se decanta, no donde termina. Esta idea respecto del lenguaje está en sintonía con la idea/imagen de archipiélago de Édouard Glissant, la cual se opone a la homogeneidad cultural impuesta por la globalización y en cierto modo también a la idea de nicho cerrado que propone el muticulturalismo. Propone la mondialite o creolización, el linde y no la frontera. En ella nadie renuncia a sus raíces, pero los rastros se diluyen, se hacen híbridos y complejos en el ir y venir de viajes entre las islas de un archipiélago. Esta hibridación, que a mí me parece culturalmente hablando más natural, Glissant la ve como una realidad más rica, no más pobre. Creo que esta difícil idea es al menos revisable en el Chile de hoy.
Hace poco leí una entrevista con Germán del Sol en la revista SLM: en ella decía que en Chile “las mejores obras son todas las casas que ha hecho la gente sin arquitectos”. ¿Qué piensa de ello?
Miguel Eyquem murió hoy (lunes). Él y Germán del Sol son arquitectos que admiro y envidio. Cuando miro algunas construcciones proyectadas por ellos o pedazos de esas construcciones, digo… esto lo debería haber hecho yo… me da rabia, pero por suerte se me pasa pronto. Creo que cuando Germán hace referencia a las casas hechas sin arquitectos es simplemente la muestra de una obsesión antigua entre algunos arquitectos, entre los que me cuento. Esta obsesión busca descubrir construcciones con un cierto frescor o extrañeza. Esta potencia es extremadamente difícil de encontrar en la academia o entre nosotros los arquitectos profesionales. Pero no estoy seguro, sólo estoy interpretando una frase sin contexto.
En Chile hay grandes arquitectos, pero ¿es posible hablar de una arquitectura chilena?
Siempre he dicho que no, pero creo que es una pregunta para críticos. Lo importante es siempre lo mismo, que al menos podamos producir algunos edificios decentes.
¿Los premios y reconocimientos le plantean algún grado de presión en su trabajo?
No, solo un crecimiento del ego que está ubicado en el pecho, al otro lado del corazón, lo que causa enfermedades de relación y muchos otros problemas, por ejemplo, una serie interminable de mails en los que se me pide más información o entrevistas como si todo fuera fácil. Pero ningún trabajito mayor.
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