LT Domingo

Te doy mis óvulos

La donación de óvulos en Chile es una opción que ha ido en aumento en los últimos años, a propósito de la maternidad tardía. Son nueve las clínicas de fertilidad en Chile que buscan donantes y ofrecen el tratamiento. ¿Qué lleva a una mujer a querer entregar parte de su material genético? Las respuestas van desde altruismo hasta compensación económica.

Keyla Contreras y Melissa Morales son donantes de óvulos. Morales lo hizo solo una vez, Contreras, en cambio, va en marzo por la sexta.

El dato le llegó cuando escuchó que la amiga de una amiga lo había hecho. Era el año 2014 y Melissa Morales (28) se enteraba por primera vez que la donación de óvulos era un procedimiento que existía y que se hacía en Chile. Le habían contado también que pagaban una compensación económica por hacerlo y el tratamiento era simple: la estimulación a través de tratamientos hormonales duraba unos días y terminaba con la extracción de sus óvulos en un pabellón ambulatorio.

Morales es periodista y vive en Mostazal, en la Región de O’Higgins. Aunque por esos años residía en Santiago y todavía no terminaba de estudiar su carrera en la UC. Se interesó en el tema, a primeras, para investigarlo por si hacía un reportaje. Pero luego sintió que esto podía ser una opción para ella: “Todos los meses estaba botando mis óvulos y en realidad había muchísimas mujeres interesadas en tener este proceso de gestación en sus cuerpos. Además, de que aparentemente estas clínicas estaban dispuestas a pagar mucho dinero”, cuenta ella.

Lo que pensaba en hacer no era algo extraño ni ilegal. Les sirve a muchas parejas o personas solas que por ser infértiles tienen que optar por procedimientos de reproducción asistida para alcanzar la maternidad. La ovodonación es uno de esos: un óvulo donado que se implanta a través de una fertilización in vitro, y que le puede servir tanto a una mujer que no tenga capacidad ovárica, como a una pareja homoparental que necesita de ese elemento clave para poder ser padres. Pese a que no es un procedimiento que esté normado en Chile -pues además de que está prohibida la compra y venta de gametos nunca ha existido una ley sobre donaciones de este tipo-, existen nueve clínicas de fertilidad, casi todas privadas, que reciben óvulos de mujeres que voluntariamente quieren donarlos para que alguien más los ocupe. Como el tratamiento requiere de varios pasos, se les compensa económicamente por las molestias causadas, con un monto que va entre los $750 mil y los $900 mil. Y esto ha tenido resultados: en 2018, hubo 305 recién nacidos con este tratamiento a nivel nacional, según la cifra más actual de la Red Latinoamericana de Reproducción Asistida.

Apenas tomó la decisión, Melissa Morales recibió varios cuestionamientos. Muchos de sus cercanos le preguntaron qué pasaría si, años más tarde, se cruzaba con ese hijo que podría haber sido de ella. Pero eso nunca se lo había planteado, sobre todo porque la maternidad nunca ha estado dentro de sus planes: “Yo pensé en este proceso siempre poniendo una distancia emocional respecto de que esta era información genética mía que iba a parar en otra persona, y que eso no necesariamente sería mi hijo. Pero fue bueno que me lo preguntaran para ponerme en el lugar”, recuerda.

Pese a que inició un proceso en la clínica IVI el mismo año que escuchó el relato de esa conocida, la cantidad de exámenes y entrevistas a las que tuvo que someterse la hicieron suspender el procedimiento por falta de tiempo. Pero cuatro años después lo retomó: trabajando en la radio Pauta, mientras escuchaba a una entrevistada experta en tratamientos de fertilidad, se acordó de lo que tenía pendiente y quiso terminarlo. Esta vez, en otra clínica, donde partió todo de nuevo.

Lo hizo, sobre todo porque Morales buscaba algo más que la donación altruista: quería comprarse una lavadora. En el departamento donde vivía, ubicado en Mujica con Vicuña Mackenna, había una lavandería a la que tenía que bajar todos los días para lavar su ropa, y eso la tenía cansada. Quería una máquina ecológica para no gastar mucha agua, con buen centrifugado y más bien pequeña para que cupiera en la cocina.

“Yo pensé en este proceso siempre poniendo una distancia emocional respecto de que esta era información genética mía que iba a parar en otra persona, y que eso no necesariamente sería mi hijo", recuerda la periodista Melissa Morales.

Los dolores

-Oye, ¿y por qué no lo intentas tú?

Esa fue la recomendación que recibió Keyla Contreras (23) de su pareja, después de haberle contado que una amiga suya había querido donar sus óvulos, pero no logró pasar todas las pruebas.

Contreras, una manicurista que vive en Santiago Centro, sabía desde chica que no quería tener hijos: no se sentía preparada para hacerlo y también por razones económicas, pensaba que no le podría a alcanzar para mantener uno. Por eso, cuando en septiembre de 2019 conversó con su mamá para decirle que iba a donar, le explicó que si ella no quería ser mamá, podría ayudar a otros a cumplir ese sueño. “Los miedos al principio eran médicos: si esto tenía repercusiones, si en algún futuro me arrepentía de la decisión de no tener hijos, podría tenerlos después de haber donado o no. Pero todo lo aclaré cuando llegué a la clínica”, cuenta.

Y, a diferencia de su amiga, le fue bien: Keyla Contreras no solo pasó todas las pruebas físicas que evaluaban su estado de salud, sino que, además, cumplía con todas las características del perfil psicológico de una donante de óvulos. “Va entre los 20 y 28 años. Como prioridad desean donar, es un acto voluntario -de esto me tengo que asegurar en la entrevista-. En general son de estrato socioeconómico medio-bajo, el 95% es de Santiago o al menos está estudiando acá. Y un porcentaje importante tiene como principal motivación ayudar a otra mujer en ser madre o formar familia con hijos/hijas”, explica Mónica Elgueta, psicóloga encargada del proceso de selección en la Clínica SG Fertility, el mismo lugar donde Contreras donó sus óvulos.

Aunque también es importante descartar todo tipo de patologías psiquiátricas: “Se descartan enfermedades que puedan ser hereditarias, abuso de sustancias, esquizofrenia, bipolaridad, ideación suicida, depresión mayor o algunos trastornos de ansiedad. Duelos también, como haber perdido una guagüita o haberse hecho un aborto y que esto sea una compensación, ahí se descarta a esa donante”, añade Soleda Cartagena, psicóloga de la clínica de fertilidad CER.

Hay algo más: si bien para ser donante no se requiere un desapego a la maternidad, sí se necesita un desapego a lo que el óvulo puede significar para ellas. Incluso, para mayor seguridad, también es que todas las donaciones son anónimas: ni la donante sabe a dónde llegó su óvulo, ni la receptora sabe de quién es. Pero existen donaciones abiertas: cuando la donante firma un consentimiento que autoriza a que ese recién nacido, una vez teniendo la mayoría de edad, pueda contactarla. “Es un poco a criterio de lo que el donante también permite. Ellos son bastantes resguardados desde el punto de vista de la privacidad. Entonces, a menos de que ellos quieran, no los van a contactar”, cuenta Andrés Carvajal, ginecólogo obstetra de la Clínica IVI.

Todo esto también ocurre con los donantes de semen, aunque ahí el panorama es distinto: de las nueve clínicas de fertilidad que existen a nivel nacional, solo CER tiene un banco de donantes hombres chilenos, y el resto importa muestras con bancos de semen extranjeros, de EE.UU. o Europa, donde el mercado está mucho más regulado. Además, quien dona su esperma en Chile tiene una compensación económica mucho menor, y eso tiene una razón: “Es mucho más complejo estimular donantes mujeres que hombres. Ellos lo único que tienen que hacer es masturbarse. Eso no implica un riesgo de salud, versus la donante de óvulos, que va a pabellón, recibe una anestesia general, es un riesgo mayor. Por eso también los óvulos son mucho más caros que una muestra de semen”, explica Cristián Jesam, ginecólogo obstetra de SG Fertility.

Melissa Morales estaba consciente de que a medida que avanzaba en el proceso, todos los exámenes y pruebas que le iban haciendo eran propiedad de la clínica, y no de ella. Eso no le molestaba, pues le habían avisado que si encontraban algo fuera de los rangos normales le iban a avisar. Las sorteó todas. Aunque más tarde las cosas fueron poniéndose más complejas: empezó un tratamiento con pastillas anticonceptivas para calibrar su regla y, durante 10 días seguidos, tenía que ir a inyectarse dos dosis de hormonas diarias. Eso, recuerda, la asustaba, pues desde chica les tenía miedo a las agujas. Más tarde esas dosis comenzaron a hacer efecto en su cuerpo: “Como hacían crecer todos tus óvulos, más la retención de líquido que todo esto generaba, yo estaba muy hinchada en la zona abdominal. Pero además, también de muy mal humor. Los primeros días no hice el clic que mi estado de ánimo podría tener que ver con el tratamiento que me estaba haciendo”, recuerda ella.

La gota que rebasó el vaso fue un día en que se enojó con sus compañeros de oficina por un error marginal que había ocurrido en la radio. Mientras interactuaba con ellos, se sintió incómoda: el cuerpo pesado y la sensación de que venía una crisis de pánico.

Fue ahí cuando Morales notó que, quizás, todas estas molestias causadas no valían tanto la pena como había pensado. Quizás no necesitaba tanto esa lavadora.

“Los miedos al principio eran médicos: si esto tenía repercusiones, si en algún futuro me arrepentía de la decisión de no tener hijos, podría tenerlos después de haber donado o no. Pero todo lo aclaré cuando llegué a la clínica”, cuenta Keyla Contreras, manicurista que ya ha vivido cinco veces el proceso de la ovodonación.

Los límites

Oriana González (27), estudiante de Enfermería, había conocido de cerca lo que significaba la infertilidad. Sabía de amigas de su mamá y hermanas a quienes les había costado mucho embarazarse, y le hacía sentido el porqué: “Cuando las mujeres están en la etapa o la edad perfecta para tener guagua, tienen otros planes. Pero cuando se dan cuenta de que quieren tener hijos después, ya el cuerpo no es igual”, dice ella.

Por eso quiso donar óvulos en enero de 2020. Lo hizo después de haberlo conversado con un grupo de enfermeras en el trabajo, que también se entusiasmaron. Como entendían de estos procesos médicos, no tuvieron temor a los riesgos que esto implicaba. Lo repitió por segunda vez en junio, y ahora lo hará de nuevo en marzo. Aunque González se da cuenta de algo: “Siento que la gente tiene un prejuicio con el tema. Yo lo veo como si fuera a donar sangre: estoy ayudando a alguien, no es que yo pierda algo. Siento que todas las mujeres en algún momento podemos pasar por esto. Debe ser muy difícil, querer tener y no poder”.

En las clínicas de fertilidad cuentan que la ovodonación ha aumentado en los últimos años. Aunque no existen cifras oficiales, en la clínica IVI, por ejemplo, ya lo notaron: “Tenemos unas 400 parejas o mujeres que ocupan donación de óvulos anualmente, y eso ha aumentado casi un 15% al año”, dice el doctor Andrés Carvajal. La principal razón, explica él, es por la maternidad tardía. Eso hace que, a veces, las mujeres tengan mala calidad de sus óvulos, entonces tengan que optar por la donación.

La Red Latinoamericana de Reproducción Asistida (Redlara) tiene otros datos: si en 1995 del total de ciclos de reproducción asistida que se hacían en Chile, solo 31 eran con ovodonación, el 2018 fueron 824. Y si en 2011 el número de recién nacidos con óvulos donados fueron 75, en 2018 la cifra subió a 305. “La ovodonación representa un 18% aproximadamente de los procedimientos que se hacen en Chile, lo que es bastante alto. Porque a nivel mundial representa entre un 10% y un 12% de todos los procedimientos anuales”, dice el doctor Fernando Zegers, director y fundador de la Redlara.

Aunque el número de ocasiones en que una mujer puede donar tiene un límite: seis veces es el máximo que se recomienda en las clínicas.

“Nosotros, incluso, recomendamos hasta tres. Porque la donante tiene una merma física, no es gratis la cosa. Tampoco queremos que haya una réplica de una misma paciente seis veces, porque la probabilidad de que se topen dos hermanos de una misma madre en países tan chicos como este es alta”, explica Alejandro Manzur, presidente de la Sociedad Chilena de Medicina Reproductiva y ginecólogo de la clínica Monteblanco.

Pero esto no siempre se cumple: “Puede haber donantes que estén donando para varios centros. No existe un registro centralizado, sino que cada centro lleva la información de sus donantes y uno no tiene el control completo de cuántos embarazos se podrían generar con esos gametos”, dice Armando Cortínez, ginecólogo obstetra de CER.

Esta es una de las aristas que podría regularse si existiera una ley de reproducción asistida. Pese a que desde los años 90 se han presentado proyectos de ley en esta materia, las clínicas han tenido que seguir otros protocolos. “Han tomado la decisión de regirse por marcos éticos de organizaciones internacionales, como la Federación Internacional de Reproducción Asistida, en que establecen ciertos lineamientos éticos a los que las clínicas se adhieren y autorregulan”, explica la abogada Lidia Casas, experta en derechos reproductivos. Aunque hay quienes piensan que no sería tan necesaria una ley en Chile: “Más le tenemos miedo a una mala ley que a no tener ley, porque hay una serie de normativas generales de salud, las cuales uno tiene que cumplir. Mucho peor sería tener una ley restrictiva que impidiera o que creara otros problemas. Sabemos que en Chile las clases políticas son bastante conservadoras en algunos casos, y eso en más de alguna ocasión ha sido un problema”, agrega Cortínez.

Keyla Contreras está en el límite de donaciones que se recomienda: en marzo lo hará por sexta vez. Lo que en un principio hacía por altruismo, cambió con la pandemia. Después de haber perdido a todas las clientas que se hacían manicure con ella por los meses de cuarentena, se dio cuenta de que esos 800 mil que recibía de compensación le servían para pagar el arriendo de su departamento.

Melissa Morales, en cambio, no lo volverá a hacer. A pesar de lo doloroso que había sido el proceso previo a la extracción, el día en que le extrajeron 15 óvulos en el pabellón le dio miedo. Esa vez, recuerda, le pusieron una anestesia epidural, y el pinchazo la hizo entrar en pánico. Luego, durante mucho rato no pudo sentir sus piernas y eso, dice ella, la hizo perder mucho tiempo, porque tenía que irse. “El costo es alto, inviertes mucho tiempo, te meten muchas hormonas. Incluso, sentí que mi cuerpo cambió. No sé si 800 mil lo valen, no es plata gratis”, dice ahora.

Morales sí logró comprarse la lavadora que quería: una semana después de que la clínica le depositara, la compró por internet en la multitienda Paris, y le llegó por despacho a su casa. Era una marca Mabe, con baja carga y buen centrifugado. Por al menos dos años, para ella significó mucho más que un electrodoméstico. Cada vez que llegaban visitas a su departamento decía: “Les presento a mi nueva lavadora, la conseguí con mis óvulos”. La respuesta de sus invitados -además de pedirle que contara la historia completa- iba siempre con la misma pregunta: “¿Cómo no te da nervio tener un hijo dando vueltas por ahí?”.

Pero eso ya no pasa ahora.

La lavadora quedó en el departamento de Mujica con Vicuña Mackenna. Melissa Morales tuvo que dejarla ahí cuando se fue a vivir a Providencia con unas amigas a pasar la cuarentena, y más tarde, a Mostazal. Si la recuerda, de inmediato se le vienen a la cabeza sus óvulos donados. Entonces, vuelve a lo mismo que antes les decía a sus invitados.

No es un hijo -se dice-. Es simplemente su material genético, que anda dando vueltas por ahí.

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