“Al parecer, la guerra era contra nosotros mismos”: Jorge Selume relata cómo se vivió el estallido social en la intimidad de La Moneda
A cinco años de la revuelta de octubre, el exjefe de la Secom durante el segundo mandato de Sebastián Piñera publica "Tiempos mejores", un relato sobre su experiencia personal en el gabinete, donde vivió la mayor crisis política desde el retorno a la democracia. Basado en su memoria y en testimonios de los protagonistas, recrea algunos de los momentos más críticos del gobierno, la confusión y las divisiones que se instalaron en Palacio.
La huelga general desembocó en la noche más violenta del estallido social. Al anochecer del 12 de noviembre de 2019 Santiago y otras ciudades ardían. El Presidente Sebastián Piñera se debatía en la disyuntiva de lograr un acuerdo parlamentario para encauzar la crisis por la vía política o decretar estado de excepción y entregar las calles a los militares. Su círculo más cercano estaba dividido: un bloque liderado por Cristián Larroulet, el jefe de asesores, apoyaba sacar a las Fuerzas Armadas. A su vez, un grupo encabezado por Gonzalo Blumel, ministro del Interior, sostenía que la presencia de los militares traería más violencia y le pedía al expresidente más tiempo para lograr un acuerdo con el Congreso. El debate se volvió acalorado.
“-¿Realmente crees que una nueva constitución calmará a la calle? -refutó incrédulo Larroulet.
Blumel se paró de la silla, apoyó las palmas contra la mesa y con inusitada calma le contestó a su otrora maestro:
-Nadie está en condiciones de asegurarlo. Pero lo que sí es seguro es que si el presidente saca a los militares a la calle, se va a provocar una escalada de violencia que puede llevarnos a un enfrentamiento civil -se tomó una pausa, giró su mirada hacia Piñera y concluyó-. Presidente, si usted da la orden, sabe cómo entra, pero no sabe cómo sale de esto”.
La escena la relata Jorge Selume, entonces jefe de la Secom, en su libro Tiempos mejores, una narración personal sobre sus días en La Moneda, donde vivió la mayor crisis política desde el retorno de la democracia. Publicado por Planeta a cinco años del estallido social, el relato toma el título del eslogan de la segunda campaña presidencial de Piñera y abarca desde 2017, cuando Selume se unió al equipo de campaña; prosigue con su llegada al gobierno, donde se mantuvo dos años a cargo de las comunicaciones, y finaliza en 2022, tras el triunfo del Rechazo en el plebiscito del 4 de septiembre.
Con ritmo ágil, manejo de la tensión narrativa y a menudo con humor, Selume recrea cómo se vivieron algunos de los momentos más críticos en la intimidad de Palacio, desde el asesinato de Camilo Catrillanca, la salida de Andrés Chadwick del gabinete y la comedia de equivocaciones que supuso el nombramiento de su sucesor, a la discusión en torno al Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución.
En poco más de 200 páginas el relato revive las emociones y la confusión que se instalaron al interior de La Moneda: “Éramos aves aleteando en círculos dentro de una jaula”, escribe. El texto pasa de la crisis personal del autor a la crisis de gobernabilidad. Recuerda las convicciones, los desaciertos del Presidente y su entorno, así como las filtraciones: “No cabía duda de que estábamos en guerra, el Presidente tenía razón, pero al parecer la guerra era contra nosotros mismos”.
Como testigo privilegiado, el autor perfila a Piñera como un jefe exigente, calculador, de inteligencia pragmática y que confiaba en sus instintos; rescata anécdotas, chistes y sus lapsus, las populares “piñericosas”. Describe su progresiva pérdida de poder y cómo las divisiones se abrieron camino en Palacio.
Aquí adelantamos algunos fragmentos.
La noche del estallido
“Llegó el 18 de octubre y, con él, el inicio del estallido. Esa jornada se produjeron los peores enfrentamientos hasta entonces vistos entre manifestantes y Carabineros. Recuerdo el escalofrío que recorrió mi columna cuando vi por televisión que los estudiantes arrojaban un plasma a la línea del metro, haciéndolo estallar como fuego artificial. “Nos fuimos a la cresta”, le dije a Juan José Bruna, jefe de prensa de Piñera, quien permanecía con la boca abierta mientras en la pantalla repetían una y otra vez la escena. Hechos de esta naturaleza se replicaron en diferentes puntos de la red, provocando que la administración del Metro decidiera cerrar anticipadamente los servicios (...). Ya era de noche cuando, en medio de la batahola, el presidente nos avisó que saldría un par de horas fuera de palacio.
-Está de cumpleaños mi nieto. Le prometí ir a verlo.
-¿Está seguro, presidente? -preguntó compungido Bruna.
-No serán más de dos horas -contestó poniéndose la chaqueta.
A pesar de que el presidente no parecía abierto a sugerencias, cada uno de los presentes se tomó la libertad de dar su opinión. Cuando llegó mi turno, dije, cometiendo un error:
-Dejen que vaya y vuelva. Le hará bien despejar la cabeza. Casi no ha dormido en los últimos días.
Dimos por sentado que el cumpleaños se celebraba en un domicilio privado y no en un lugar público, como terminó ocurriendo. Pero en política dar las cosas por sentado es un error inexcusable. Cuando comenzaron a llegar posts de usuarios subiendo imágenes del presidente mordiendo un trozo de pizza en un restaurante del barrio alto, los comentarios incendiarios no tardaron en multiplicarse. Casi nos fuimos de espalda y, tras regar un río de lamentos en el chat grupal, surgió la pregunta ineludible: ¿Quién llama al jefe para decirle que abandone el cumpleaños de su nieto? Finalmente, Gonzalo Blumel -en ese entonces ministro Segpres- se ofreció para tan desagradable tarea (...)
La bola de fuego ya había comenzado a rodar por la Alameda, prendiendo las pasiones de los jóvenes y las frustraciones de los adultos. La violencia se desplegó por las calles y por cada civil que sufría la respuesta de Carabineros, se reducía el poder del Gobierno y aumentaba el de la revuelta”.
La marcha del millón
“El presidente Sebastián Piñera siguió desde su despacho en La Moneda la multitudinaria marcha que movilizó a más de un millón de personas por la Alameda. Sentado en su escritorio, entre pilas de carpetas y archivos, cada cierto tiempo gira su silla para mirar el televisor y preguntar por el número de la convocatoria. Anotaba los cómputos en su bloc de notas, se mordía las uñas, revisaba la cobertura noticiosa y volvía a girarse, en un intento frustrado por retomar la normalidad. Mientras tanto, a su alrededor pululaban algunos ministros y asesores, entre los que me encontraba. Desde las tomas aéreas, la muchedumbre lucía como un panal multicolor. El carácter pacífico de la manifestación marcaba un contraste con la violencia que se había vivido en jornadas anteriores y las que vendrían. A partir de ese instante, el presidente dejó de rotar en su silla y se mantuvo inmóvil frente a la televisión. Para mi sorpresa, se quedó quieto por un espacio de tiempo sin hacer zapping. Contrario a lo que se podría pensar, esa quietud era un mal síntoma: significaba que estaba golpeado por la magnitud de la marcha, que, según los conductores televisivos, era la más grande de la historia. Esa tarde fue la primera vez que lo vi paralizado. Antes lo había visto enfrentar innumerables problemas sin jamás someterse a la adversidad, pero esta vez, en cambio, lucía superado por las circunstancias”.
El asedio a La Moneda
“En una de esas jornadas de furia, Blumel recibió una alarmante llamada del general Rozas, quien le reportaba directamente para evitar filtraciones.
-Perdimos el control de la calle, ministro.
-¿A qué se refiere, general? Le ruego sea más preciso.
-Ministro, no estamos en condiciones de contener la situación por mucho tiempo más. He ordenado un plan de retirada.
-General, le recuerdo que su deber es cumplir con el mandato constitucional de controlar el orden público.
El jefe de policía guardó silencio al otro lado de la línea. Tomó aire y, con disimulada calma, trató de explicarle al ministro el estado de las cosas.
-Nuestra fuerzas ya no cuentan con lacrimógenas y nos quedan pocas reservas de balines y perdigones. A eso hay que agregar que, producto de las violentas jornadas anteriores, nos quedan pocos carros blindados operativos.
-¿Cuánto más pueden aguantar?
-A las 20:00 horas procederemos a retirarnos de Plaza Baquedano y los alrededores.
En las proximidades, las Fuerzas Especiales buscaban reorganizarse para mantener en pie los anillos de seguridad que rodeaban el Palacio La Moneda. No era una tarea sencilla. La primera línea no cesaba sus ataques y cada lacrimógena que recibía parecía renovar su energía (...)
Cuando a Carabineros les quedaban minutos de lacrimógenas y el triunfo de la calle estaba a punto de cocinarse, contra todo pronóstico, la primera línea comenzó a agotarse y efectuó una articulada retirada. En ese momento no lo sabían, pero si hubieran empujado algunos minutos más habrían logrado sobrepasar el último anillo de seguridad y asaltar el Palacio de La Moneda. De haber sido el caso, los gendarmes de palacio no hubieran tenido ni la más mínima chance de repelerlos. Ni por número ni por preparación, ni por armamento”.
La noche del 12 de noviembre
“El presidente, sabiendo que no podía dar un paso en falso, le pidió al ministro de Defensa, Alberto Espina, que lo pusiera en contacto telefónico con el general Ricardo Martínez para tomar el pulso de la situación.
-General.
-Presidente.
-¿Cómo está el ánimo en las filas?
-Existe preocupación. Hay varios cuarteles asediados, pero aún bajo control.
-Y dígame, ¿pudo hablar con los otros generales?
-Sí, presidente.
-¿Y cómo le fue?
-Hay dudas… a algunos nos preocupa que se repita la historia.
-¿De qué historia me habla?
-La de héroes por un día, presos para toda la vida.
-No son situaciones comparables, general.
-Presidente, piénselo detenidamente, no es nuestra intención revivir la experiencia del 73.
-Tampoco es la mía, pero le recuerdo que este caso es muy distinto. Ustedes estarían defendiendo la democracia y lo harían cumpliendo con un mandato de rango constitucional.
-Lo tengo presente, pero también sé que el Ejército está entrenado para el combate armado, no para controlar el orden público. El resultado puede ser diferente al esperado, presidente.
-Nadie quiere más heridos, todo lo contrario, habría que actuar con todas las restricciones del caso, general. Lo que ahora se necesita es recuperar el orden en las calles.
-De salir tendríamos que actuar bajo condiciones que aseguren el éxito de la misión, con reglas claras del uso de la fuerza.
-¡Acaso mi respaldo no sería condición suficiente? -preguntó incisivamente Piñera.
-Presidente, con todo respeto, para una decisión de esta envergadura sería deseable contar con el respaldo del Poder Ejecutivo y el Legislativo, tal como sucede en situaciones de guerra.
Piñera entendió el mensaje y optó por no seguir hurgando. Ambos sabían que en el Congreso no existía un respaldo transversal en favor del actuar militar. La conversación estaba llegando a su fin.
-¿Algo más que quiera agregar, general?
-La decisión es suya, presidente, quedamos a sus órdenes.
El mandatario le agradeció su sinceridad y cortó la llamada”.
Finalmente, esa noche el expresidente descartó el estado de excepción y convocó a un acuerdo por la paz, la justicia y una nueva Constitución.
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