Antivacunas: la peor enfermedad

Vacunas
Foto: Agenciauno

Ni la moda, ni la pseudociencia, ni la religión pueden avalar un actuar flagrantemente negligente de los padres en esta materia. La condición de padres no significa un cheque en blanco ni una primacía de su autonomía para dañar a terceros: sus hijos, también sujetos de derechos.



Hace tan solo 100 años nuestros indicadores de salud eran deplorables. La esperanza de vida mundial al nacer era de apenas 30 años, mientras que 40% de los niños moría antes de los 5. La realidad chilena no era diferente. Hoy la esperanza de vida global alcanza 70 años, llegando a 80 años en Chile y el mundo desarrollado. La mortalidad infantil cayó a 4% y es inferior a 1% en Chile y otros países líderes. Un salto cuántico gracias al progreso científico y médico, incluyendo, por cierto, vacunas que nos han liberado de enfermedades que antaño nos mataban como moscas.

Las vacunas, que han permitido salvar cientos de millones de vidas, son una de las mayores contribuciones científicas de la historia. Sin embargo, este triunfo de la razón y de la ciencia ha venido acompañado de una creciente plaga de irracionalidad a través de la proliferación de movimientos antivacuna.

Aunque no es un fenómeno nuevo, éste se ha intensificado, especialmente en países desarrollados. También en Chile. La OMS ha alertado que esta es una de las 10 mayores amenazas para la salud mundial. El resurgimiento de severos brotes de enfermedades antes controladas, por ejemplo, el sarampión, es ilustrativo al respecto.

Las motivaciones de los antivacuna son diversas. Desde pseudociencia que sostiene que las vacunas generarían severos trastornos, hasta teorías conspirativas según las cuales todo se trataría de un gran negocio de los laboratorios. También se invocan razones religiosas y otras místicas de una privilegiada conexión con alguna desconocida naturaleza.

Uno podría pensar que vacunarse está en la esfera estrictamente personal. Que invocar argumentos vacuos solo afecta a quien decida creer en ellos y correr el riesgo de enfermarse y eventualmente morir. Esto es incorrecto.

Los antivacuna no solo deciden por ellos, sino también por sus hijos. Sin embargo, ni la moda, ni la pseudociencia, ni la religión pueden avalar un actuar flagrantemente negligente de los padres en esta materia. La condición de padres no significa un cheque en blanco ni una primacía de su autonomía para dañar a terceros: sus hijos, también sujetos de derechos.

Por otro lado, no vacunarse no solo expone a quien así lo decide. También al resto. Ocurre que la propagación de una enfermedad contagiosa es exponencial a la menor proporción de vacunados. Por eso su control reposa en la inmunización colectiva. Si quienes optan por no vacunarse son parasitarios de la inmunidad que les da el resto, la generalización de tal actuar oportunista hace que la inmunización colectiva se vaya al tacho. Conducta irresponsable que compromete la salud pública y daña a miles de terceros que, por razones médicas o de edad -no por decisión propia- no pudieron vacunarse.

Hay en Netflix un increíble documental sobre grupos que aseguran que la tierra es plana y que la ciencia no sería más que una conspiración. Los antivacuna se inscriben en la misma lógica, aunque con una diferencia: si en el primer caso la sandez solo tiene consecuencias individuales, en el segundo daña a la salud del resto. Por eso, si de salud y prevención se trata, la irracionalidad antivacuna asoma como la peor enfermedad.

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