Así te quería ver
Y así estamos; entrampados en los miedos, las metáforas, las revanchas y la autocensura. Desgraciadamente la solución tampoco pasa por repetir como mantra que se les ha entregado una tarea histórica y que por eso no pueden fallar. Señores: ¡”pueden fallar”!
El debate en la Convención Constituyente puede describirse como una figura de círculos concéntricos cuyas fronteras se transforman en barreras que se deben sortear, para alcanzar el núcleo constitucional. No aspiro a una enumeración taxativa ni a ponderar los pesos relativos entre ellas, pero algunas son evidentes: el escándalo, la metáfora, el “así te quería ver” y la (auto) censura.
Partamos por el escándalo: esta barrera está representada por las voces que muestran la convicción inamovible de que la Convención diseñará un país donde será imposible habitar. Todo lo que se apruebe será, per se, muy malo para Chile. Como la situación es muy grave es imprescindible transmitir esta idea con la mayor fuerza posible. El escándalo, pariente cercano del miedo, no distingue ni matiza y genera agobio, división y aislamiento.
La metáfora, es la barrera que se sirve del lenguaje y sus infinitas posibilidades para justificar aquello que, en ocasiones, no resiste a ser justificado. La Constitución como casa, como espejo, como traje a la medida. La Constitución como un aprendizaje, experiencia, camino o nueva ruta. Todas formas estéticas, acertadas incluso, pero muchas veces autocomplacientes e inhibidoras de una real autocrítica.
El “Así te quería ver” es, sin duda, la frontera más espesa y la más peligrosa. Desprende un perfume con fuerte olor a revancha. El derrotero de este sentimiento es la “elite” (ojo de todo tipo) y el efecto es bloquear, rechazar y sobre todo negar cualquier planteamiento, idea o visión que provenga de ellos, aún cuando resulte razonable. Si bien para algunos la elite es la derecha, para otros lo es la ex concertación, el empresariado, los descendientes de españoles, los partidos políticos, los barrios, los apellidos, la edad y un sinfín (borgianamente infinito) de criaturas o engendros. Un ejemplo muy actual es la funa contra los “amarillos” que exuda no una oposición argumentativa (que sería un aporte), sino una satisfacción, a veces imposible de ocultar, de ver a la “ex elite” en posición de actor secundario.
Por último, encontramos la frontera de la (auto)censura. En parte, es fruto de las demás, pero se expresa hacia dentro normalizando lo que no ha alcanzado ese carácter o aceptando realidades que no existen. Evitar el suicidio político, social o de cualquier naturaleza es la consigna, pues si lo que digo puede ser juzgado como patriarcal, homofóbico o supremacista, entre otros, entonces mejor me callo.
Lo más paradojal es que estas fronteras no son compartimentos estancos o vinculantes para sólo alguno de los sectores. Por ejemplo, si se piensa en el escándalo puede caerse en la tentación de identificarla exclusivamente con la derecha, o al menos con parte de ella. Pero también es posible encontrar ahí a una izquierda u otros colectivos que, permanentemente, ponen el grito en el cielo y acusan a sus contendores políticos de querer escribir una Constitución que perpetúe instituciones y normas decimonónicas y abusivas. En ambos casos, salvo que medie una deliberación racional que cumpla los mínimos estándares intelectuales y se haga de buena fe, la batahola es la misma y la falta de rigor intelectual también.
El problema de las fronteras (riesgo común, insisto) es que siempre generan el mismo efecto: impiden llegar al núcleo. Y así estamos; entrampados en los miedos, las metáforas, las revanchas y la autocensura. Desgraciadamente la solución tampoco pasa por repetir como mantra que se les ha entregado una tarea histórica y que por eso no pueden fallar. Señores: ¡”pueden fallar”!
Las soluciones son en teoría evidentes, pero como en la cancha se ven los gallos no queda más que esperar y enfrentados a lo que recibamos analizar, sopesar y decidir. En el intertanto, no nos durmamos, pues los países “se joden” cuando ignoramos voluntaristamente la realidad o cuando renunciamos a nuestros roles para entregarlos a “nuevos salvadores de la patria”.