Columna de M. José Naudon: ¿Nuevo Trato?
Si, como lo entendía Kierkegard, la angustia es el vértigo de la libertad, el Frente Amplio vive en una permanente angustia entre no querer ser él mismo y, por otra, no tolerar dejar de serlo. El episodio del royalty a las forestales corresponde a esa lucha por mantener la identidad...
Hace menos de una semana, y en medio de la enorme crisis por los incendios forestales, el ministro de Agricultura, Esteban Valenzuela, sostuvo que “acá tiene que haber un nuevo trato, y parte de ese nuevo trato es que una parte de la tributación quede en los territorios” refiriéndose, entre otros, a la posibilidad de un royalty a las forestales. Pocos días después, la ministra del Interior cerró la puerta a dicha iniciativa señalando que esta herramienta no forma parte de la agenda de gobierno, ni del programa, y enfatizando que las iniciativas tributarias ya se encuentran en el Congreso expresadas en proyectos de ley.
Lo primero y evidente es que nos encontramos frente a una nueva “desprolijidad” del gobierno. Si a esto agregamos la polémica de la arrogancia y la controversia con el fiscal nacional, la descoordinación se hace evidente. Sin embargo, quedarse en esta dimensión es obviar el fondo del problema; las declaraciones de Tohá son, también, una estrategia para controlar los daños de una controversia innecesaria abierta con los privados en medio de una crisis que estaban gestionando conjuntamente. Una polémica que perjudica al gobierno y enturbia los acercamientos que entre ambos mundos se han gestado en el último tiempo.
Frente a ello, la pregunta evidente es por qué se repiten una y otra vez estas descoordinaciones (si pudiésemos llamarlas así, pues ya parecen una descoordinación permanente). Una explicación plausible es que más que desprolijidades o faltas de experiencia (un año parece tiempo suficiente para acomodarse) son luchas de poder al interior de una alianza frágil en la que conviven como equilibristas dos coaliciones y tres almas. Hasta aquí el asunto podría ser simplemente descriptivo, pero el problema está en que ambas coaliciones -y esto es algo que el PPD decidió correctamente relevar– tienen discrepancias sustanciales.
El Frente Amplio es un proyecto que más que una renovación política aspira a una renovación espiritual y estética. Una, donde “los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra” y ese predicamento los ha hecho despreciar sin piedad los años de gobierno concertacionista y hablar desde un pedestal moral que frecuentemente ha tensado a la coalición. Y aun cuando la realidad se haya impuesto, la Torre de Marfil agrietada sigue en pie y ejerce una fuerza centrípeta. Reinterpretando la clásica frase de Oliverio Girondo, el bordado del Frente Amplio es hoy socialdemócrata, pero la trama es de izquierda radical y ese mix es el que se cuela desde el Presidente hacia abajo una y otra vez. El dilema, quizá, podría resumirse en la dificultad de “ser al mismo tiempo revolucionarios e institucionales, subversivos y oficiales.”
La situación anterior resulta ser muy tormentosa. Si, como lo entendía Kierkegard, la angustia es el vértigo de la libertad, el Frente Amplio vive en una permanente angustia entre no querer ser él mismo y, por otra, no tolerar dejar de serlo. El episodio del royalty a las forestales corresponde a esa lucha por mantener la identidad, esa que se requiere para seguir subsistiendo y para mantener el hilo de oro con parte de su electorado.
Para el Frente Amplio y aún más para Apruebo Dignidad, el enemigo son los “poderosos” cualquiera sea la forma que ellos adquieran, y su pulsión es casi irrefrenable. Una suerte de Calibán al que hay que oponerse y que se alza como el más grande enemigo vital. Este fervor, amplificado por el aura del estallido social, es una batalla que se libra tanto en la arena política como en el ámbito de la cultura y que busca demostrar que desde una supuesta superioridad moral adquirida en la calle son ellos los demiurgos de un pueblo que, al menos, va años atrás en el descubrimiento de la verdad.
Lo anterior los hace olvidar hasta las realidades más patentes, como que frente a esas mismas forestales a las que reclamarían un “nuevo trato” ha sido el propio Estado quien no ha dado garantías institucionales suficientes, que no ha sido capaz de gestionar la seguridad en la zona y que, además, ha realizado una muy deficiente gestión de la crisis de los incendios. Cuando es el alma la que no deja ver a los ojos, los peligros son insospechados.
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