Columna de Pablo Ortúzar: Navidad y política

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Cuando fruncimos el ceño al escuchar que se vincula la Navidad con la política, lo que hacemos es constatar los efectos mismos de la revelación: evidenciar el carácter limitado y precario de los poderes de este mundo.



La mayoría de los que lean el título de esta columna fruncirán el ceño, porque aprendemos muy temprano que la Navidad y la política no tienen nada que ver. El nacimiento de Jesús no es de izquierda ni de derecha. Y como fiesta familiar, esta fecha se trata de lo que nos une, no de lo que nos divide.

Sin embargo, el nacimiento de Cristo es el evento político más importante de la historia humana. ¿Por qué? Porque el Reino anunciado por Cristo hace palidecer todos los reinos y todos los poderes de la tierra, estropeando, además, cualquier pretensión de divinizarlos. Jesús es la cabeza de un reino que no es de este mundo, pero que lentamente crece en él. Un reino construido con materiales que no son los del poder temporal, como el dinero y la fuerza, sino las piedras descartadas por todo constructor de imperios. Y, por último, un reino que está por sobre todos los demás, que son nada más que potestades entregadas en custodia, hasta que sus administradores deban responder por su gestión.

Así, cuando fruncimos el ceño al escuchar que se vincula la Navidad con la política, lo que hacemos es constatar los efectos mismos de la revelación: evidenciar el carácter limitado y precario de los poderes de este mundo. Y recordar que, sobre todos ellos, hay un Rey de reyes al que deben servir, sirviendo a otros.

Tiene harto de política la Navidad, entonces. Y recordarlo vale la pena en estas felices fechas, en que anteponemos el amor a las divisiones, habitando, al menos por un breve instante, aquella ciudad celestial que nos ha liberado de la servidumbre de las ciudades terrenales.

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