Cristián Undurraga, arquitecto del museo Violeta Parra: “Su incendio me duele como chileno”
“Había indicios muy claros de que podía pasar lo que finalmente terminó pasando. Sin embargo, yo tenía la íntima convicción de que iba a ser respetado”, dice el autor del museo que fue incendiado hace tres semanas. Asegura, además, que el grafiti es un arte efímero, y que las intervenciones y borrones son legítimos, y reconoce el peso de la segregación urbana en el estallido.
Con décadas de trabajo en el espacio público e infraestructura cultural, el arquitecto Cristián Undurraga es reconocido por obras como el Museo de Artes Visuales, Mavi (2001), el Centro Cultural La Moneda (2009) y el Museo Violeta Parra (2015). Este último, ubicado en Vicuña Mackenna y a una cuadra de la Plaza Italia, fue destruido por un incendio el 7 de febrero.
“Más que como arquitecto, este atentado incendiario y la vandalización del Museo Violeta Parra me duelen como chileno. Reparar la deuda de gratitud de Chile con Violeta Parra, una de las artistas más extraordinarias nacidas en América, fue un camino largo y lleno de ripio, muy particularmente para sus hijos Isabel y Ángel. Violeta consagró su vida, como nadie, a denunciar las injusticias sociales, a defender a los indefensos, a divulgar el arte popular, a cantar el dolor y también la esperanza. Es por ello que resulta inexplicable el ensañamiento irracional contra su casa”, comenta Cristián Undurraga.
Violeta consagró su vida, como nadie, a denunciar las injusticias sociales, a defender a los indefensos, a divulgar el arte popular, a cantar el dolor y también la esperanza. Es por ello que resulta inexplicable el ensañamiento irracional contra su casa.
Cristián Undurraga
¿A qué atribuye el incendio?
Este atentado da cuenta de una dimensión paralela y ajena al contexto de indignación social, una dimensión que tiene que ver con el caos. “Hasta que Chile se acabe”, como reza el grafiti en las cercanías del museo. La justa indignación contra los abusos, la segregación, la colusión, los intereses desmedidos de los créditos, la corrupción, los favores políticos, el cinismo del que predica y no practica, y un largo etcétera agotaron el umbral de tolerancia ciudadana, y ello se manifestó en el espacio público. Pero esto no se va a arreglar a peñascazos. El espiral de violencia es funcional al narcotráfico, al caos, a los anarcos, a los que el miedo les sirve para llevar agua a su molino. Pero no es funcional a la democracia. La condena a la violencia no admite titubeos; no hay un futuro sostenible sin orden público.
¿Fue a ver el estado del museo tras el incendio?
No. Estaba fuera, y vengo llegando a Santiago. Pero fui días antes del incendio; estábamos viendo qué medidas se podían tomar para evitar lo inevitable.
Entonces, ¿creía que podía suceder algo así?
El edificio está en una zona neurálgica, ya habían entrado dos veces a la embajada de Argentina, se había quemado un hotel y una residencia estudiantil en la misma manzana. El museo ya había sido vandalizado; habían roto las fachadas y rayado los muros. Se había perdido el sentido de lo que ese lugar representaba, había indicios muy claros de que podía pasar lo que finalmente terminó pasando. Sin embargo, yo tenía la íntima convicción de que el espacio de Violeta Parra iba a ser respetado. Incluso había un grafiti notable que decía “No incendiar, Museo Violeta Parra”.
¿Ve viable que el museo renazca en el futuro?
Esta situación nos da tiempo para una profunda reflexión de cómo debe ser el espacio que albergue la obra de Violeta Parra. En estos días aciagos, no dejo de pensar en Violeta nómada. En este minuto, es inviable ese espacio como lugar de encuentro ciudadano con Violeta, y no sé por cuánto tiempo más va a estar expuesto a lo que pasó ahora, por ejemplo, con el Café Literario, que nuevamente fue vandalizado. Quiero rendir un homenaje al GAM, al Mavi, al Museo de Bellas Artes, al Centro Cultural La Moneda. Han hecho un esfuerzo heroico por mantener a los museos funcionando, es una manera de construir futuro.
Desde el 18 de octubre, se ha llamado “pizarrón” a muros con grafitis, como el del GAM, y se habla de resignificación patrimonial en la vandalización de estatuas de personajes cuestionados, como Cornelio Saavedra o José Menéndez. ¿Cómo lo ve usted?
Ciertamente, muchos se sienten heridos por lo que para otros son próceres; entiendo que hay ahí un resentimiento, y que se exprese en esta rabia. Sin embargo, esto de reescribir la historia cada década me parece un ejercicio agotador, debemos encontrar aquellas cuestiones que nos unen. Y tratar de canalizar en algo positivo toda esa energía de la Zona Cero, que es mucha. Como arquitecto, duele ver destrucción. Habrá otro que diga “No es destrucción, es resignificación”. Eso está por verse; para juzgar la historia se necesita una distancia, hoy vivimos una contingencia.
¿Qué opinión le merece que en la madrugada del miércoles pasado hayan sido borrados los grafitis de la fachada del GAM?
Hay que entender que no todos los grafitis son expresiones artísticas. En Chile, quien ha llevado el arte callejero a su nivel más alto es Caiozzama; sus ángeles son material de culto. Pero la mayoría de los grafitis, más que ser arte, pretende decir algo, y probablemente la dimensión artística les parezca suntuaria. Hay mucha violencia y rabia detrás de estos textos. Es natural, humano y lógico que muchos vecinos se sientan violentados por los textos incendiarios, por los incendios reales y por la violencia que allí se vive. Es natural que se tomen el derecho que otros se tomaron antes y transformen o borren los grafitis. Es un arte efímero y tengo que estar dispuesto a que otro lo intervenga, a favor o en contra. ¿Por qué va ser legítimo para mí e ilegítimo para otro? Eso no es aceptable.
La culpa de la ciudad
Como arquitecto, Cristián Undurraga ha redefinido espacios públicos clave de la ciudad, como el entorno de La Moneda, con las plazas de la Constitución (1980) y de la Ciudadanía (1995). Hoy mismo, viajaba a Bogotá para supervisar la construcción del Centro Cívico Universitario que diseñó con Konrad Brunner, un innovador complejo de 26 mil m2. En paralelo, Undurraga también desarrolló un interesante proyecto de vivienda social en Lo Barnechea y otro con pertinencia cultural mapuche, en Huechuraba. Actualmente, está trabajando en una interpretación contemporánea de un cité, en el centro.
“No tengo duda de que parte del estallido social se puede explicar desde la segregación urbana. No basta solucionar las demandas que están sobre la mesa, debemos transformar la ciudad, para que en ella se refleje que nos hemos transformado como sociedad. Frente a la estrategia de explotar especulativamente la ciudad, proponemos un modelo que considere un desarrollo integral, centrado en el hombre, en el medioambiente y la cultura. Debemos imponer un plan basado en una ética urbana que nos garantice un mejor vivir a todos, sin excepción”, comenta.
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