Cuenta anual: la hora del prime time

Cuenta Publica 2019

Todo sucederá en la novedad del horario prime pues este es el relato que busca el gobierno desesperadamente, el de la intensidad de un programa de televisión donde la alfombra roja del Congreso debe parecerse a la de la gala de Viña.



Sábado por la noche: Sebastián Piñera hace la cuenta pública de su gobierno en el Salón de Honor del Congreso, en Valparaíso. Afuera, el invierno se aproxima. Chile se llenó de tornados esta semana. Por ahí, circula una foto donde vemos una silla mojada en el salón. Hay una gotera, pusieron un cartelito para que nadie la use. No importa. El rito sigue en pie y con eso la polémica, aquel modo más o menos predecible en que todos comentarán la cuenta anual para sacarle partido. Algunos políticos ya lo hicieron antes en las escalinatas; todos rodeados de reflectores y seducidos por la inminencia del evento, sin disimular la ansiedad. Otros lo harán después, luego que Piñera salga por la puerta principal. Entonces declararán lo obvio, se ofenderán por las promesas no cumplidas, congelarán relaciones y pondrán las caras de decepción de siempre.

Todo sucederá en la novedad del horario prime pues este es el relato que busca el gobierno desesperadamente, algo que tenga la intensidad de un programa de televisión. La consigna es que la alfombra roja del Congreso se parezca a la de la gala del Festival de Viña. En esa pasarela larga (que es una versión concentrada de todos los horrores y miserias del medio) el éxito estará determinado por el rating y su estilo, por la triste y larga toma donde Piñera avanzará en un descapotable en medio de una ciudad vacía.

Lo vemos por cadena nacional: el presidente está de pie y hace equilibrio como puede. Nadie lo vitorea afuera, para qué gastar en extras. Ya no es necesario traer ancianas como palos blancos, ni gastar plata en Chocman y juguitos. Lo único que importa es el espectador, que mira el espectáculo de lejos y con el control remoto en la mano.

Este discurso es distinto. No invitaron a José Antonio Kast pero sí al mimo Tuga, que observa todo desde las graderías. El texto sí contiene lo obvio: los anuncios, los proyectos de ley, las inversiones; todo lo que está determinado por la letra chica, por lo que se lee en clave al modo de un oráculo con el que se deberá pactar en los días cercanos. Pero hay ciertos matices, ciertos énfasis nuevos en esta mise-en-scène. Por ejemplo, los músicos que tocan la canción nacional en el salón lo hacen con cierto tono dramático, como si la tristeza reemplazara a la épica haciendo que el himno se escuche como un lamento inesperado por televisión. Se entiende pues minutos más tarde, mientras lucha contra el teleprompter, Piñera viaja al pasado y al futuro. Habla de eclipses, de trenes rápidos y subterráneos; habla de los padres fundadores y de Gabriela Mistral. Habla de sí mismo y de su vejez, le hace guiños a su esposa. Su tono posee cierto balbuceo profético, por momentos parece huir hacia un sueño que él mismo ni siquiera entiende porque es apenas un boceto, una bruma. No es raro. Este es su segundo mandato, sería extraño que no soñase con estatuas y avenidas y con su nombre repetido como una consigna; ni que fantasee con cómo será recordado o cómo podrá evitar perderse en el laberinto de la posteridad. Quizás trata de verse ahí, pensarse como un estadista, fingiendo eso que nunca ha sido pero que la fantasía de la televisión le permite soñar: un político capaz de hablarle directo al corazón de las multitudes.

El show alimenta ese simulacro, esa fantasía. Hay algo ahí, algo que está debajo de la transmisión, algo en el modo en que habla de lo que fue y lo que viene. Piñera siempre fue un hombre hecho de puro presente pero ahora parece querer huir hacia otro lado. Quizás tiene que ver con el hecho de que la ceremonia se realiza en un horario cercano al de "Lugares que hablan"; con que todo transcurre el mismo día en que los programas de cocina llenan la pantalla. Tal vez Piñera y su gobierno aspiran a competir con eso, con esas viñetas del país que todos los fines de semana reescriben el mapa; quiere oponer su discurso a esa cartografía de localidades secretas y caminos imposibles, ese nación de picadas y cocinerías y rostros perdidos en el camino; puras postales que son más bien piezas de rompecabezas.

De este modo, tal vez el único que comprendió lo anterior fue el diputado Raúl Alarcón, más conocido como Florcita Motuda. Alarcón llegó vestido de negro, con mochila, una humita rosada y una máscara de Batman (o de Gatúbela, no está claro). El diputado se vistió a la altura que el evento demandaba. Entendió el sentido del show y abrazó el espectáculo y lo exacerbó hasta volverlo una parodia. Nada nuevo para él, pero su gesto (más vintage que transgresor) ahora tuvo otro contexto, pues subrayaba que en vez de pensar la cuenta pública de Piñera como un rito republicano había que pensar en ella como una puesta en escena, como otro programa que disputaba la batalla del rating del fin de semana.

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