Daniel Innerarity, filósofo español: “Desde el punto de vista ideológico, lo más afectado por la pandemia va a ser el populismo”
El académico y teórico político habla de los desafíos y oportunidades que la emergencia sanitaria plantea al sistema democrático. El próximo martes, a las 18.30 h, Innerarity dará la conferencia virtual Pandemocracia: Una reflexión sobre la crisis, como parte del ciclo #PuertodeIdeasEnVivo.
Para celebrar su 60 cumpleaños, subió una altura de 6 mil metros en los Alpes. Apasionado por la montaña, una de las actividades que más ha extrañado Daniel Innerarity durante la cuarentena es precisamente escalar cumbres. Su otra gran pasión es la filosofía, que lo ha llevado a reflexionar y debatir principalmente en torno a la democracia, el sistema político que en los últimos años se ha visto en crisis y que hoy es afectado también por la pandemia del Covid-19.
Autor de Política para perplejos, el filósofo español publicó hace un par de meses el ensayo Una teoría de la democracia compleja: Gobernar en el siglo XXI. Editado por Galaxia Gutenberg, en este libro sostiene que la realidad de nuestras sociedades está delineada por la complejidad y exige adaptar las instituciones a ella, así como nuestras formas de pensarlas.
La emergencia provocada por el coronavirus ha presentado nuevas dificultades y desafíos para el sistema político. Desde la eficiencia del autoritarismo chino a las medidas de control adoptadas por las democracias occidentales, las preguntas y dudas giran en torno a la forma que adoptará la vida política tras la pandemia.
Invitado al ciclo #PuertodeIdeasEnVivo, presentado en conjunto con Escondida BHP, Daniel Innerarity abordará estos temas el martes, a las 18.30 h, en la conferencia virtual la Pandemocracia: Una reflexión sobre la crisis. La presentación será transmitida a través de puertodeideas.cl, Facebook y YouTube de Puertos de Ideas, así como en ondamedia.cl y 24horas.cl.
Así como la emergencia sanitaria está poniendo a prueba la vida en comunidad, también lo hace con el sistema democrático, afirma Innerarity: “Ya se ha suscitado un intenso debate entre quienes piensan que esta crisis supondrá un revulsivo que derribará el capitalismo y quienes presagian un sistema de control que consolidará las tendencias autoritarias inscritas en eso que llamamos democracias iliberales. Las medidas de excepción aprobadas podrían establecer un precedente peligroso y un recorte de libertades que sería aceptado por las poblaciones atemorizadas”.
El filósofo español apunta que “ya han surgido ‘coronadictaduras’ como Israel y Hungría que aprovechan esta emergencia para acentuar sus perfiles iliberales. Al mismo tiempo, la larga lista de fracasos colectivos que cosechan nuestras democracias convierte en especialmente tentadoras las promesas de una eficacia a costa de las formalidades democráticas. La democracia, que ha ido sobreviviendo a los cambios de formato y a los cambios de problemas, se encuentra ahora en una encrucijada para la que no tiene precedentes. La supervivencia de la democracia está acondicionada a que sea capaz de actuar en los actuales entornos de complejidad, compatibilizando las expectativas de eficacia y los requerimientos de legitimidad”.
¿Qué rescata de la gestión china ante la emergencia? ¿Cree que su liderazgo crecerá tras la crisis?
La contraposición entre autoridad y efectividad está en el origen tanto de la seducción como del temor hacia China. Como punto de partida, me parece más acertado el juicio de (Francis) Fukuyama que el de (Yuval) Harari o (Byung-Chul) Han: los gobiernos democráticos tienen muchos problemas de ineficacia, pero ni estos problemas se deben a que están obligados a respetar la voluntad popular y los procedimientos legales, ni las autocracias son un modelo de eficacia. Hay que tener en cuenta que el debate sobre este tema se superpone a una batalla de relatos por la reputación y en medio de una gigantesca manipulación informativa. La autoridad del gobierno chino no es un modelo de nada. Otros países y localidades han realizado confinamientos sin sacrificar valores democráticos. El aislamiento radical, por medio de la represión y la censura, fueron allí implacables. Tal vez tardemos mucho en saber la crueldad que tuvo lugar en aquel espacio cerrado de Wuhan y, en general, en conocer los datos reales de la pandemia en China.
¿Es exportable el método de control chino? ¿Hay riesgo de que se impongan modelos de autoritarismo en Occidente una vez que pase la crisis?
El verdadero núcleo de la cuestión es la relación entre poder e información. Los regímenes autoritarios tienen un problema con la información en un doble sentido, hacia fuera y hacia dentro. El primero de ellos es evidente y estamos todos pagando sus consecuencias. Hubiéramos preferido que nos suministraran información verdadera a tiempo que mascarillas a destiempo. Algún día habrá que activar los escasos procedimientos globales para exigir sus responsabilidades en la causa y la extensión de la pandemia. El segundo problema de información es interno y pone de manifiesto que reprimir la información no es una muestra de fortaleza, sino un presagio de futuras debilidades. El autoritarismo del régimen, la ausencia de libertad de expresión y los obstáculos a la circulación de información están en el origen de los errores en la gestión de la crisis. Las disfunciones inherentes al sistema leninista chino no permiten a la información circular eficazmente entre las escalas administrativas locales y el poder central. La disciplina impuesta a los cuadros administrativos locales por el poder central tiene como consecuencia que no lleguen a Pekín más que las buenas noticias o se maquillen las malas. Esta es la razón de que las medidas contra la epidemia se hayan revelado caóticas y contraproductivas, especialmente cuando la policía de Wuhan prefirió arrestar y reprimir a los médicos que habían lanzado las alertas antes que escuchar las advertencias y prevenirse contra el riesgo epidémico.
Daniel Innerarity precisa que al hablar “de libre circulación de la información no me estoy refiriendo a la mera circulación de datos sino a esa información de calidad que permite conocer la situación real de un país y tomar decisiones acertadas, esa información que solo se genera allí donde —como ocurre en las democracias consolidadas— se respetan dos valores fundamentales: la tolerancia hacia la crítica y la confianza. Un régimen puede disponer de toda la información que le proporcionan los big data y tener una mala información. No hay que perder de vista que las autoridades han adoptado medidas espectaculares únicamente a partir del momento en que las disfuncionalidades estructurales del régimen político se convertían en una verdadera amenaza. Como nos ha recordado Marta Peirano, la eficiencia totalitaria, si es que existe, nunca tiene como objetivo la protección de los ciudadanos, sino la supervivencia del régimen”.
¿Cómo ha reaccionado la globalización o el mundo globalizado ante la amenaza del virus?
Uno de los interrogantes inéditos que nos plantea este experimento social involuntario de la pandemia es si entramos en un periodo de desglobalización o si la globalización continuará como hasta ahora. Mi conclusión es que la globalización no se va a detener porque así lo decidamos o lo decreten los gobiernos. Sin embargo, están en nuestras manos un conjunto de decisiones que de hecho equivalen a impulsar o ralentizar la globalización. El gran debate consiste en redimensionar los ámbitos de decisión en función de la naturaleza de los riesgos que nos amenazan. Hemos de redefinir las escalas y los niveles adecuados de gestión y producción: local, nacional, internacional, supranacional, transnacional, global.
El filósofo subraya que “esta crisis sanitaria ha puesto de manifiesto principalmente la fragilidad de la apertura global, tanto en lo que se refiere a esa movilidad que ha favorecido la extensión de la pandemia como a ciertas dificultades a la hora de hacerle frente cuando había que abastecerse de mascarillas o respiradores y comprobamos nuestra enorme dependencia en el suministro de bienes y servicios básicos. Nuestra primera reacción es revalorizar los mercados regionales, interrumpir las cadenas globales de suministro, volver a las protecciones clásicas y la escala local; pero también hemos vuelto a valorar el cosmopolitismo de la comunidad científica, el fortalecimiento de una opinión pública global y las ventajas de la digitalización precisamente para que no se detenga todo".
En este aspecto, Daniel Innerarity plantea que "a la globalización nerviosa le tiene que seguir la ‘glocalización’ sostenible. El coronavirus no va a acabar con la globalización (si es que esta idea tiene algún sentido). La cuestión es qué forma de organización es la más apropiada para reequilibrar un mundo que ya presentaba muchas descompensaciones que esta crisis no ha hecho más que evidenciar. En vez de oscilar entre disciplina y desorden, regresión y aceleración, lo que esta globalización necesita es más regulación. Antes y después de la pandemia sigue siendo cierto que los bienes públicos exigen instituciones globales, cooperación, soluciones globales”.
En su opinión, ¿qué líderes se han destacado en esta emergencia?
Más que personificar en algunos, lo que ha sido interesante es el tipo de liderazgo que estaba implícito en la polémica acerca del estado de alarma. Creo que nadie ha puesto en duda la necesidad de coordinarse para afrontar la crisis, pero, sin perder demasiado tiempo en ello, es lógico (y democrático) que la forma concreta de hacerlo pueda ser discutida. Una cosa es tener la competencia y otra tener la capacidad de resolver una crisis de tal magnitud. La posibilidad de decretar un estado de alarma y unificar el mando no equivale a tener el poder efectivo; en sociedades complejas, en un Estado compuesto (como es el caso de España), con toda la necesidad de coordinación y liderazgo que se deba, el poder es una capacidad distribuida. Donde los problemas tienen que ver con una diversidad de factores, las soluciones también deben ser cooperativas. Esto no se resuelve sin liderazgos reconocidos, pero tampoco sin una gigantesca movilización social, de los distintos niveles de gobierno, del personal sanitario, de la ciencia, de los microcomportamientos individuales…
Una vez que pase la crisis, aquellos líderes que no estuvieron a la altura del desafío, ¿pagarán los costos políticos?
No estoy en condiciones de predecir si el virus acabará con los líderes populistas o creará un caldo de cultivo de rabia y frustración que les impulse, pero sí que puedo afirmar que la pandemia ha puesto de manifiesto la simpleza de sus posiciones. Desde el punto de vista de las personas, se habla de que las más afectadas por la crisis del coronavirus serán las más vulnerables, pero desde el punto de vista ideológico, lo más afectado va a ser el populismo.
Deacuerdo con el acádémico, “hay tres cosas que los líderes populistas detestan y que este tipo de crisis revaloriza: el saber experto, las instituciones y la comunidad global. Pensemos, en primer lugar, cómo contrasta la necesidad de conocimiento experto con el desprecio que tiene Trump hacia la ciencia y cómo hizo caso omiso de las advertencias que le hacían sus asesores, así como sus estúpidas recomendaciones. La segunda dimensión que gana importancia con la crisis es la lógica institucional. No es un momento de grandes líderes que se dirigen verticalmente a sus pueblos, sino de organización, protocolos y estrategias, cuando se valoran especialmente los servicios sociales y un sistema público de calidad. Todo esto va de inteligencia colectiva, tanto en lo que se refiere a la respuesta médica como a la organizativa y política. El tercer factor que se revaloriza con la crisis es la comunidad global. Aunque la crisis parece reforzar en un primer tiempo la tendencia al cierre nacional, al interés propio, en la medida en que descubrimos hasta qué punto nuestros destinos están compartidos y no hay nadie plenamente aislado y a salvo, se abre el momento de una respuesta cooperativa”.
En este escenario, el filósofo resalta que la tarea consiste en “contener la expansión global del virus, pero no solo dentro de nuestras fronteras porque los virus apenas se neutralizan con las estrategias de delimitación o confinamiento, que solo consiguen frenar ligeramente su expansión. Las medidas de cierre son solo coyunturales; la verdadera salida es la cooperación, en la ciencia, en la política, en la economía… No hay solución con el mando único ni con el interés propio perseguido a costa del de los demás. Ya lo advirtió Ulrich Beck tras la catástrofe de Chernobil: aunque pueda haber un primer impulso proteccionista, los riesgos compartidos son el principal factor de unidad de un mundo en el que todos estamos igualmente amenazados”.
Se presume que la vida cambiará tras la epidemia, ¿la vida política debería cambiar también?
Dentro de una crisis de estas características, con su complejidad y en medio de desarrollos que acaban de iniciarse, sacar conclusiones es especialmente prematuro. Me atrevo, no obstante, a aventurar que esta crisis, lejos de frenarla, fortalecerá la tendencia hacia un mundo de bienes comunes, por tanto, hacia un mundo más integrado en términos de regulación e institucionalmente. Pese a los retrocesos y reticencias, es la hora de lo común. La conciencia de los bienes y las amenazas que compartimos pone nuevamente de manifiesto que esos bienes y males colectivos sobrepasan la capacidad de los estados. Cada vez estamos menos en un mundo de estados soberanos yuxtapuestos y más en uno de espacios superpuestos, conectados e interdependientes. Pero la política en su forma actual no ha interiorizado suficientemente esa necesidad de transitar hacia un mundo de interdependencias.
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