Desigualdad y castigo: El baile de los jóvenes y las mujeres desechables
Poner foco en endurecer las penas y continuar nuestra adicción a la mano dura es trabajar en sociedad con los narcos y el crimen. Les nutrimos con una base social vulnerable para que ellos los usen y desechen, y luego, los sacamos, entrenamos y escupimos de vuelta al sistema.
"Danielito", como lo apodan, declaró que disparó al carabinero Óscar Galindo porque pensaba que se trataba de un sicario. Apretó el gatillo en un acto de sobrevivencia y ataque en medio de un enfrentamiento entre narcos. Con 17 años, solo 12 años menos que Galindo, ya contaba con un prontuario delictual ligado a drogas y armas, que sirve para imaginar cómo pudo ser su vida hasta hoy. Una vida, para muchos, desechable.
Horas después de la muerte de Galindo, el ministro del Interior anunciaba públicamente, y ya por quinta vez desde su vuelta a La Moneda, una "guerra contra la delincuencia". Días antes nos hablaba sobre una reforma a la ley penal adolescente basada en la consideración de la reincidencia y el aumento de las penas. Como si fuese poco, la subsecretaria de Prevención del Delito, al argumentar en La Tercera en favor del aumento de penas, declaró que para los delincuentes entre 16 y 18 años "pareciera ser que es más fácil delinquir que trabajar, estudiar y reinsertarse". Asumiendo que los menores entran en la delincuencia gracias a una decisión autónoma y que con asustarlos, decidirán dejarla.
Ambos anuncios tienen que ver con esas personas desechables. Jóvenes, mujeres y quienes menos tienen son las verdaderas víctimas del prohibicionismo a las drogas que ha dado sustento al empoderamiento del narco. Para que la cadena de valor del narcotráfico funcione, se necesita un universo constante de personas que puedan ser sacrificadas y desechadas. "Danielito" es justamente uno de esos eslabones. Como él, cientos de jóvenes y mujeres ingresan a los círculos del crimen a temprana edad. Esta guerra contra el narcotráfico y la delincuencia les perseguirá y les tomará detenidos: Sobre el 60% de las detenciones por la ley de Drogas son a menores de 29 años. Pero no importa, porque en la calle serán reemplazados por otros más jóvenes y vulnerables. Gracias al endurecimiento de las penas, se les encarcelará: la mitad de las mujeres tras las rejas están ahí por delitos relacionados con drogas y en regiones como Arica esta cifra llega al 80%. Recluidos, se entrenarán con las élites de la delincuencia. Les volveremos a dejar en libertad para luego volver a encarcelarlos. Garantizaremos así que estos jóvenes inicien una carrera delictual que les durará al menos por 30 o 40 años más. Todo ese tiempo los seguiremos persiguiendo.
Resulta relevante entender que el grueso de los delitos que cometen los desechables, son motivados por la generación de ingresos. Un reciente estudio del Laboratorio de Seguridad, muestra cómo el 83% de las causas de ingreso femenino a la cárcel es por condenas basadas en delitos que generan ingresos. Concluye, además, que en los barrios complejos de la Región Metropolitana, cuando hay bajas sostenidas en delitos de drogas, aplica la sustitución, y aumenta inmediatamente el robo con violencia, que es el segundo delito que más ingresos les genera.
El narcotráfico es una de las actividades más lucrativas en Chile. Las élites nacionales han permitido que esta actividad se transforme en el principal sustento financiero del crimen y que, de paso, sea funcional a políticas de seguridad adictas al control y el castigo. Este diseño ha sido útil para el eficiente funcionamiento de una sociedad que requiere de la desigualdad como sustento al modelo económico y político diseñado por pocos y para pocos. Para que este modelo funcione, no todas las personas pueden valer lo mismo.
Poner foco en endurecer las penas y continuar nuestra adicción a la mano dura es trabajar en sociedad con los narcos y el crimen. Les nutrimos con una base social vulnerable para que ellos los usen y desechen, y luego, los sacamos, entrenamos y escupimos de vuelta al sistema. Una estrategia humana de prevención del delito parte por trabajar las causas, no las consecuencias, ver a estos menores como nuestro fracaso y responsabilidad. Acto seguido, terminar con el Sename y diseñar una nueva política e institucionalidad que se haga cargo de nuestros menores, tratándoles como personas y no como sujetos que sacándoles de circulación esporádicamente aprenderán a golpes penales y por medio del miedo. En paralelo, debemos reformar nuestra ley de Drogas y dejar de entregarles a criminales en bandeja, un mercado lucrativo por medio de la ilegalidad. El Estado debe hacerse cargo de las drogas, regularlas y así avanzar en reducir la cantidad de actividades ilícitas que, bajo el amparo de una ley, subyugan a los más vulnerables. Finalmente, urge mejorar la proporcionalidad de las penas y de una vez perseguir a los grandes narcos y delincuentes. Pero mientras seguir tras los más débiles siga siendo comunicacional, financiera y políticamente rentable, seguiremos cautivos por el baile de reproducir desigualdad, para perseguirla y castigarla.
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