Diminutivos, estereotipos y buenismo: académicos y expertos analizan las implicancias lingüístico-culturales del “Negritagate”

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Veinticuatro horas después de que la compañía Nestlé anunciara el cambio de nombre de uno de sus productos más instalados en el imaginario local, "a la luz de la mayor conciencia sobre las marcas y su lenguaje visual respecto del uso de estereotipos o representaciones culturales", la decisión sigue siendo tema país. Hoy, incluso, se tomó parte del debate de la Convención Constitucional. Aquí, diversos intelectuales, historiadores y lingüistas diseccionan las dimensiones culturales del debate y plantean miradas contrapuestas y distintos conceptos, desde la "racialización de las propagandas" a "la tiranía del buenismo".


“Por una negrita / me estoy volviendo loco”, rezaba el coro de uno de los mayores éxitos de los años 70 del legendario grupo argentino Katunga. Un hit que, a su vez, fue usado años atrás como jingle para promocionar la oblea de chocolate Negrita, un clásico de las confiterías y los almacenes de barrio del país, creado por la empresa Hucke en los 60 -y luego absorbida por la multinacional Nestlé- y que, en algún momento, incluso fue acompañada en su envoltorio por el dibujo de una niña afrodescendiente. Parte de una historia que ayer sufrió un drástico giro, luego de que Nestlé anunciara que cambiaría el nombre del producto a Chokita, argumentando razones vinculadas con los estereotipos y representaciones culturales inapropiadas para la época.

“Esta decisión es el resultado de una evaluación impulsada por la compañía que busca identificar conceptos que pudieran considerarse inapropiados, a la luz de la mayor conciencia sobre las marcas y su lenguaje visual respecto del uso de estereotipos o representaciones culturales”, argumentó la empresa.

El asunto no pasó desapercibido y se convirtió en tema país durante las últimas 24 horas, generando todo tipo de reacciones, memes e incluso algunas posturas contrapuestas ante la decisión de la compañía. De hecho, esta mañana, varios constituyentes de Chile Vamos llegaron a la sesión de hoy comiendo Negritas y posando para las cámaras con el producto, dejando en claro los ribetes que ha alcanzado el debate en torno a una de las golosinas tradicionales del país, hoy transformada en una suerte de emblema patrio y manzana de la discordia.

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Foto: Agencia Uno

¿Qué opinan los expertos en lenguaje e historia sobre esta bullada modificación? Para el lingüista Ricardo Martínez, profesor de Lingüística de la Universidad Diego Portales, el asunto es bastante complejo. “Los nombres no necesariamente cambian la naturaleza de las cosas, ahí quizás lo más importante es citar la frase de Julieta en la obra Romeo y Julieta, de Shakespeare, donde ella dice que si una rosa se llamara de otra forma, eso no cambiaría el olor que tiene la rosa. De esta forma, no va a cambiar la galleta. Por lo tanto, la idea de que las palabras cambian las realidades es al menos discutible desde la perspectiva de Shakespeare”.

Martínez incluso cita a Confucio, como un ejemplo de que las palabras pueden mover algunas verdades, pero no transformarlas por completo. “Él decía que si yo llamara al usurpador, rey, de alguna forma estaría ocupando un nombre que no corresponde y de alguna manera las palabras no se adaptarían a la realidad”.

Para Montserrat Arre, doctora en Ciencias Humanas y posdoctorada del Instituto de Estética de la UC -donde dicta el curso “Raza, clase, casta y nación”-, el debate en torno a estos cambios de nombres es una discusión que no es nueva, puesto que aborda un problema que lleva siglos instalado en el continente. “Tiene que ver con el tema de la racialización de ciertas personas que servían para promocionar esos productos. Hay otras experiencias, en España, por ejemplo, el Cola-Cao y otros productos que eran asociados a la negritud eran promocionados con figuras de personas africanas o negras, pero muy estereotipadas, en términos tribales y con otros elementos que los asociaban a estereotipos tradicionalmente inferiorizados”.

Frente a esto, según Martínez, “las palabras tienen que adaptarse al cambio de los tiempos. Particularmente el lenguaje inclusivo trata de seguir esa línea, que es bastante aceptable en términos de que los fenómenos sociales dependen de las palabras y las palabras pueden cambiar”.

Arre agrega un factor importante: “Este cambio de nombre y de imagen tiene que ver con esta reflexión actual donde está muy fuerte la crítica hacia la racialización de personas y la repetición de los estereotipos en las propagandas”.

Ahora, ¿qué tan efectivo puede ser ese cambio? Martínez señala: “Habitualmente, cuando una entidad de la realidad tiene un nombre, es muy difícil que si yo cambio ese nombre empiece a usarse. Es lo que pasa con ciertos tipos de calles. Es como Ignacio Carrera Pinto, que antiguamente se llamaba Los Presidentes, y todo el mundo le sigue llamando Los Presidentes”.

¿Una decisión correcta?

Martínez agrega otro factor: las connotaciones negativas de la palabra “Negrita”. “Si bien en este caso es un significado desplazado, es decir, se ocupa para denominar una galleta y no necesariamente hacer alusión a la negritud o lo afrodescendiente, evidentemente hay una conexión que existía antiguamente”.

De hecho, Martínez cita los logos antiguos del chocolate, donde se incluía la imagen de una mujer afrodescendiente. “Había una relación directa con lo que se trata de evitar ahora con el cambio de nombre. Efectivamente, la palabra tendría esa connotación a pesar de que hace ya un par de décadas esa connotación ya no es tan directa y que quizás la gente ya no la recuerda”.

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La imagen antigua del chocolate negrita.

Por su lado, Arre considera que la publicidad contribuye a crear un imaginario racista, aunque concuerda con Martínez que no es lo mismo que lo que pasaba décadas atrás. “Hay cosas que pasan desapercibidas porque se van naturalizando, pero evidentemente sí se crea un estereotipo, sobre todo cuando van asociadas a imágenes. Quizás ahora el nombre en sí ha perdido algo de fuerza, porque no está asociado a una imagen más racionalizada o estreotipada de personas negras, y quizás el cambio de nombre obedece a una dimensión más potente que se está dando el día de hoy”.

Ahora, dice Arre, “cuando estos productos están asociados a imágenes, responden a dos cosas: que están naturalizadas en la sociedad, a priori, y que van reforzando esos estereotipos negativos en muchos sentidos. A veces burlescos, a veces ridículos en torno a estos productos. Refuerzan estos estereotipos en la sociedad”.

Por su lado, Caterine Galaz, académica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, se muestra partidaria de que el cambio a Chokita se haya realizado, porque señala que los diminutivos como “negrita” o “haitianito”, todo lo que implica un diminutivo habla de una posición de superioridad frente a otras personas. “Por lo tanto, ese cambio es un paso, porque es algo simbólico que cambia que hace visible que no podemos permitir este tipo de acciones en el futuro tanto a nivel de publicidad como también a nivel de qué se presenta en lo público”.

“Es una buena decisión el haber hecho este cambio -añade Galaz-, yo creo que sí influye, porque instala una polémica, hay gente que está de acuerdo y otra que no, pero instala y plantea un tema que es importante cuestionar”.

Celia Cussen, historiadora y académica de la Universidad de Chile, también se muestra favorable al cambio. “Aplaudo el cambio del nombre de la galleta y encuentro que demuestra una sensibilidad actual. ¿Para qué comercializar un producto que lleva un nombre que puede ser ofensivo para una parte de la sociedad?”.

Cussen, además, se permite agregar un argumento basado en su trabajo como historiadora, y en la misma línea que Arre, apela al diminutivo como ostentación de una relación subordinada. “Lo que te puedo decir del tema es que el uso de ‘mi negro’ o ‘mi negra’ como término de afecto tiene siglos de historia en Chile, por lo que he podido ver en las cartas personales del siglo XIX, por ejemplo. Cómo bien sabes, sigue siendo el caso hoy en día. Pero, por otra parte, el término tiene otra connotación histórica, una relacionada con la esclavitud africana en Chile y en toda América, una relación de subordinación que está reforzada por el uso del diminutivo. A diferencia de los siglos XVI-XIX, hoy en día la esclavitud no nos parece un sistema económico y social natural, sino una forma de explotación y negación de la humanidad de otras personas”.

Ana Figueiredo, investigadora del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) y profesora titular de la Escuela de Psicología de la Universidad Academia Humanismo Cristiano, señala: “Chile por su particularidad geográfica concentra una población que se visualiza más blanca de lo que es, se habla del mestizaje, pero solo para minimizar derechos de minoría. Se habla mucho de la ascendencia europea, y hay negación de compartir orígenes con pueblos originarios y afrodescendientes”.

“La negritud en ese sentido está asociada a (algo) menos civilizado, a tener menos competencias intelectuales y no es un problema de ahora, y no es algo individual, es sistémico y esta instalado en muchos estados nación de América Latina, que recibió una gran cantidad de población esclavizada y donde se perpetuó esa idea del negro como inferior y la piel oscura como algo de menor grado de civilidad”, agrega Figueiredo.

Pero no todos los intelectuales piensan igual y hay ciertos matices y discrepancias en el análisis. Para el historiador Fernando Wilson, profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez, el cambio de nombre del producto no es una buena idea. “Es una decisión tomada a nivel transnacional por Nestlé que no comprende ni entiende el sentido tradicional y local de la galleta en cuestión. Esto generó la percepción de una corrección política exagerada y forzada, que produjo una reacción de burla y ridículo, como la tormenta de memes que salieron ayer”, plantea.

“En ese sentido -agrega Wilson-, publicitariamente instalaron el producto, pero generaron un debate acerca de cuáles son los límites de la corrección política y las posibilidades de caer en una verdadera tiranía del buenismo, donde hasta conceptos de la vida doméstica son reinterpretados de forma unívoca e impositiva. Un poco agotador, se vuelve, la verdad. Menos mal que están el sarcasmo y la ironía”.

Martínez repara en un punto que también toca Wilson: “Me llama la atención que este cambio venga desde el nivel central de Nestlé y que no se haya tomado a nivel chileno, por lo que dijo la empresa”.

Chile negro

Pese a las olas migratorias de los últimos años, en Chile el imaginario de lo negro es bastante poco desarrollado históricamente, dado que en general y salvo en ciertos períodos acotados de la historia, nuestro país no tiene la realidad de Estados Unidos o de naciones del Caribe, donde siempre ha existido una población afrodescendiente.

“En Chile, como en Argentina, las zonas capitales recibían una inmigración “blanca” o europea, a principios del siglo XX -señala Arre-. Sin embargo, en ambos países las poblaciones africanas eran bastantes numerosas en el XIX y antes. Entonces, hay una memoria muy a corto plazo de nuestras poblaciones que recordamos la migración europea y pensamos que esa presencia permeó toda la sociedad”.

Montserrat Arre agrega: “Efectivamente, no hay comunidad afrodescendiente en Chile por las migraciones europeas y otros fenómenos, que han generado que seamos un pueblo mestizo, donde hay personas de diferentes colores, pero ninguna asociada a lo afrodescendiente. Pese a que hay muchas personas con afrodescendencia, no solo en Arica, sino en otros lugares de Chile”.

“En los últimos 15 años -agrega Arre- ha aumentado la inmigración latinoamericana, donde hay países que sí tienen comunidades afrodescendientes, y ha habido un choque entre esta memoria reciente que tenemos, de que somos descendientes de españoles, con esta presencia afro más evidente en los cuerpos”.

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