El bosque de Netflix

A veces, lo más interesante de Netflix está oculto. Nada nuevo. Para encontrarlo hay que huir de los propios algoritmos, de la cadena previsible de los gustos como una jaula hecha de espejos. Anoto esto porque ahora mismo, mientras "Stranger Things" y "Dark" parecen tramar una especie de canon inmediato de lo fantástico, "Zone blanche" exhibe una suerte de policial weird tan inesperado como adictivo. Traducido como "Black spot" al inglés, su nombre alude a esos lugares donde apenas llegan las ondas de radio y las señales de los celulares se desvanecen en el aire y que acá corresponde a un lugar ficticio llamado VilleFranche.
Eso porque Villefranche es una especie de Twin Peaks europeo. Creada por Mathieu Missoffe, la serie no oculta dicha filiación: el pueblo está enclavado en medio de unas montañas rodeadas por bosques frondosos y ciénagas grises, hay una muchacha desaparecida y todos los crímenes están rodeados de un halo inquientante, acaso sobrenatural. Pero a diferencia de la serie de Lynch acá no extrañeza sino desesperanza, una suerte nihilismo que es el sello del lugar, donde no hay iglesias y cuyo único alivio es un humor negro apenas pueden sostener los personajes. Los protagonistas (una policía que alguna vez fue secuestrada, un alcalde dominado por su padre mafioso, un fiscal alérgico a todo) parecen perdidos ahí, todos atrapados en un sitio donde apenas marcan el paso de los días; y el horror y la violencia (la localidad es famosa por su elevada tasa de crímenes) define las formas de lo cotidiano. Hay por supuesto detalles de actualidad política (una de las tramas es el cierre del aserradero y la instalación de un vertedero clandestino) y asuntos románticos (la relación quebrada entre la policía y el alcalde) pero lo importante es el desaliento invernal que invade a los protagonistas, que dan vueltas entre el barro, la lluvia y los secretos que apenas parecen soportar.
Pero hay más. Villefranche fue alguna vez un asentamiento celta y el bosque está lleno de secretos druidas. Sin ir más lejos, Laurène, la policía, fue raptada en su adolescencia por un desconocido que la encadenó varios días a un muro de piedra. Solo pudo escapar cortándose dos dedos de una mano. Veinte años después, Laurène sospecha que los casos que investiga tienen que ver con el suyo. Entre ellos baila la presencia de un dios del bosque o alguien que pretende serlo: una silueta apenas entrevista que lleva cuernos y parece haber sobrevivido a los siglos y que es una especie de pesadilla que la persigue, mientras descubre altares hechos de huesos y cadáveres en el pantano, más misterios que solo la remiten a sí misma y a la pena que la embarga.
Así, como en algunos de los mejores momentos de "Twin Peaks" pero también como en la última parte de la "Excalibur" de John Boorman; Laurène y los suyos lucen extraviados una y otra vez mientras atraviesan la noche, se hunden en el lodo o agonizan mirando las copas de los árboles como si fuesen el techo interior de una catedral secreta. El bosque es una metáfora de su propia desolación aunque a veces, entre los troncos que sangran y los muertos interminables es posible encontrar escenas de un lirismo inesperado. Anoto una: en el cuarto capítulo de la primera temporada, vemos un racconto de la noche que la policía pasó en el bosque antes que la secuestraran. La heroína es apenas una adolescente y da vueltas por la oscuridad. Está en medio de un rito de paso del pueblo, una novatada que tiene alguna clase de origen pagano. Durante el episodio, avanza en la oscuridad hasta quedarse quieta y quizás protegida en un pequeño rincón rodeada de troncos llenos de musgo. Ahí, es rodeada por una multitud de luciérnagas que bailan a su alrededor por un instante y Laurène atrapa una en la palma la mano.
De este modo, es imposible no pensar que en "Zone Blanche" el andamiaje narrativo es apenas una excusa para poner en la pantalla estos instantes llenos de una intimidad ominosa pero también de una extraña belleza. En algunas de esas escenas el horror o el misterio se abre hacia otros lugares. Gracias a aquello, la serie equilibra la trama policial con la contemplación de un paisaje donde la niebla sobre el bosque como si fuera una suerte de ectoplasma, el alma de un cuerpo sin nombre. En todos los capítulos, la presencia constante de los cuervos parece componer una suerte de audiencia secreta de lo que vemos. Sus graznidos son el comentario del relato, una marginalia indescifrable y pavorosa, al modo de un susurro que nunca deja de repiquetear en la conciencia y los miedos de los personajes y el espectador.
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