El último adiós de Jorge y Elsa: La solitaria despedida de los abuelos que decidieron no vivir más
El lunes pasado el SML, tras 23 días, entregó los cuerpos de Jorge y Elsa. El martes en el cementerio general fueron cremados tras una pequeña ceremonia en que los familiares aseguraron que ellos decidieron vivir en soledad.
Luisa Olivares Castro (92) camina lento entre las tumbas apoyada de su bastón y del brazo de sus hijas hacia el crematorio del Cementerio General. Se detiene en la puerta de la capilla y desliza su mano sobre una placa que tiene escrito el nombre de su hermano Jorge (84). Tiene el pelo blanco y la espalda encorvada. Su voz es apenas audible; su llanto también. Son las 16.20 horas del martes 14 de agosto y Luisa, quien viajó desde San Felipe, está allí para despedirse. Lo hace sin estridencias. Sabe las circunstancias en que murieron su hermano y su cuñada, Elsa Ayala Castro (89), pero no dice nada al respecto. Se sienta junto a las pocas personas que acompañan los féretros de la octogenaria pareja que se suicidó el sábado 21 de julio, agobiados por las enfermedades, y suspira.
Hay cerca de veinte personas, la mayoría son vecinos y amigos de Denisse Gallardo Rojas (33) y Nicolás Orellana Mardones (25), la paramédico y el enfermero que en sus últimos meses los acompañaron. La despedida se prolonga por no más de 15 minutos. Aunque el lugar es pequeño, se ve vacío. El adiós es coherente con la soledad con que vivían los tatas, como los llama Denisse. Y a veces la coherencia no es precisamente una virtud.
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Maxwell Duarte Espinoza (56) y Alfonso Flores Leicul (64) se enteraron por la televisión del destino de quien fue su compañero de trabajo conduciendo vehículos para PricewaterhouseCoopers y volvieron el último fin de semana de julio, después de años, a la casa de calle Teniente Mery 2030. Allí contactaron a Alan Sanhueza Ayala (54), el sobrino que los visitaba, y pidieron que les avisaran cuando el Servicio Médico Legal liberara los cuerpos. Eso recién ocurrió el lunes 13 de agosto, después de 23 días de la muerte de la pareja. Como Jorge le disparó a Elsa en la sien izquierda con un revolver Smith and Wesson calibre 38 y luego se suicidó, hubo que hacer diligencias y descartar la intervención de terceros, de ahí la demora.
Los aún choferes de la empresa consultora no pudieron asistir a la Funeraria Sendero de Cristo, donde permanecieron por 24 horas los cuerpos, pero sí acudieron al Cementerio General. No hubo velorio, ni misa, ni entierro. Jorge y Elsa dejaron instrucciones precisas sobre qué hacer: querían ser ceniza y descansar en los cerros de Colina.
"Era reservado, John, pero chistoso, muy correcto", comenta Alfonso. Frente al desconcierto por el apodo, Maxwell cuenta que "caminaba igualito a John Wayne. La última vez que lo vimos fue hace dos años, en Bandera". Ambos dicen que nunca se imaginaron el destino que tendría Jorge, pero no lo juzgan. "Quién sabe qué haría uno en su lugar", reflexiona Alfonso.
Los dos comentan sobre los dos años que Elsa llevaba postrada, aquejada de cáncer de colon ramificado y úlceras varicosas en las piernas, sobre el inicio de la demencia senil y la hernia lumbar de Jorge. Hablan, sobre todo, de la dignidad de tomar una decisión y del amor que revela el no haberse querido separar: el fin de semana en que murieron, Elsa iba a ser trasladada a un hogar de ancianos.
"Quién sabe qué haría uno en su lugar", insiste Alfonso.
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Pasadas las cuatro de la tarde, Alan y su hermano Richard se ubican frente a los ataúdes. Informan que no hay servicio religioso porque así lo quiso Jorge.
"Estamos acá para la última despedida de los tíos o los tatas como los conocieron algunos. Quiero agradecer a la gente que estuvo cerca, la familia que está presente, gente que estuvo presente para que no estuvieran abandonados. Ellos eran personas muy especiales, ellos quisieron esto. Nosotros como familiares somos bien dispersos. Ellos recibieron a mucha gente después, cuando ya se sentían mal. Antes era difícil entrar a su hogar. A mí el tío me llamó y me dijo que quería que me hiciera cargo de sus últimos días, de sus cenizas. La idea para mí no era esa. Se acercó también a otros familiares, pero él siempre fue muy especial", cuenta Alan, intentando explicar el por qué Jorge y Elsa no recibían visitas familiares.
Richard agrega que él no fue parte de "la relación cercana que tuvo Alan con los tíos" y recalca que "ellos no estaban solos, se aislaron. Ante la opinión pública ha aparecido que nosotros los teníamos abandonados. Eso no fue así".
Según Richard "ellos eran ermitaños, les gustaba vivir en soledad y eso se respetaba. Fueron muy buenas personas, el tío tenía su carácter. La tía era la alegría y la felicidad y él era serio. Así los conocí yo de niños. La familia nuestra esta disgregada. Nos encontramos siempre en matrimonios, nacimientos o en un funeral. Estas son ocasiones para reflexionar sobre la muerte. Todos vamos a estar en este lugar y tal vez pensar cómo llegar a este momento. Los tíos se querían un montón, cuando iban a la casa de mi madre se veían muy cariñosos".
También agradece a quienes estuvieron con ellos. "Qué bonito gesto de gente que no es familia, reconozco la bondad de ellos y la empatía de ponerse en el lugar de ellos. Sinceramente, ni nosotros, como familia, nos pusimos ahí. De corazón les agradezco que hayan estado con ellos hasta el último".
Los presentes miran a Denisse y Nicolás. También a la señora Mireya, que les ayudaba en asuntos domésticos. José Luis, un sobrino lejano que hasta hace un par de años los visitaba, guarda silencio.
Nicolás se levanta y llama a Denisse. Ellos, que compartieron fiestas patrias, navidad y hasta cumpleaños con los abuelos, quieren decir adiós.
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El momento es tenso. Nicolás, con la voz entrecortada, mira de frente al escaso grupo que acompaña los féretros y dice con certeza lo que piensa.
"Conocimos a dos abuelos que estaban solos cuando nosotros llegamos y que lo único que esperaban era una llamada, que alguien se preocupara de ellos. Muchas veces Denisse les mintió, yo vi cuando la abuela preguntaba si la habían llamado y el Tata decía que sí, y Denisse les decía 'sí, sí, estaba durmiendo'. Denisse se preocupó por ellos, incluyó a sus hijas. Los tatas se ponían muy felices cuando íbamos para allá. Nos decían que no paráramos nuestra vida por dos viejos. Yo siempre me voy a acordar ellos. Uno ve gente morir todos los días cuando trabaja en salud, pero no es la idea que partan así, en la soledad porque ellos se sentían solos. Nadie les preguntó si tenían pena, si necesitaban amor", recalca.
Denisse le toma la mano a Nicolás y él sigue hablando: "Al principio yo me molesté porque la prensa hablaba de femicidio, de que estaban en la miseria. No era así. Pasamos navidad, fiestas patrias, mi cumpleaños con ellos y no me arrepiento nada. Conocí gracias a ellos a Denisse que ahora es mi amiga. Les pido que no hagan la vista gorda, que llamen a sus familiares, que se unan. Un llamado es tan simple, nadie lo hace, porque en este país individualista nadie se preocupa del otro. No dejemos que esta sea una historia más. Hagamos algo. No podemos pedirle nada al gobierno, porque es muy lejos, pero nosotros podemos hacer algo, que no pase que dos personas se maten por soledad".
Denisse respira hondo y, entre lágrimas, agradece y afirma sentirse bendecida. "Es muy fuerte también ver a la hermana del tata, se parece tanto, me dan ganas de abrazarla, de apretarla. Gracias Tata y Abueli por haberme adoptado, por el enguindado que nos diste, por el pisco sour, por la picardía. Porque el tata, viejo terco, me dejó ablandar esa seriedad que él tenía. Me daba mucha alegría el amor que se tenían. Es cierto, les hacía falta su familia, pero él puso fin a todo esto porque estaba cansado también. No es fácil luchar con la tercera edad, con sus enfermedades. Que arriba reciban todo lo que acá les hizo falta", dice.
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A las 16.45 horas, la pequeña ceremonia termina. Denisse y Nicolás se llevan las fotos de los tatas y se abrazan. Cuentan que la silla de ruedas y otros implementos de ayuda están en la sede social de la población Santa Julia, donde Nicolás es dirigente, a la espera de quien las necesite. Se organizan para lavar la ropa de los abuelos y llevarla a un asilo de San José de Maipo. Están tristes, pero tranquilos.
Alan camina de la mano de su esposa y se prepara para llevar las cenizas a Colina. Tal vez lo haga, cuenta, este fin de semana.
Luisa pide ir hasta el ataúd de su hermano. Lo acaricia con ternura y luego hace lo mismo con el de Elsa. Murmura una frase que no se escucha, que queda instalada ahí, como un secreto, entre ellos.
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