El vuelo de la paloma

Servel elecciones
Foto: Agencia Uno

En política la resistencia que ejerce el liberalismo a la social democracia, o el orden al cambio y viceversa es lo que sostiene la posibilidad de seguir adelante. ¿Qué impide ser consciente de esta realidad? El fanatismo; que busca no la conversión racional del otro, sino aspira a terminar con las ideas del otro (e incluso con el otro en casos extremos).



Las elecciones del domingo son reconocidamente las más importantes de los últimos tiempos y se desarrollan en un eje de polarización. El fenómeno no es excepcional y forma parte de un ciclo epocal. Fernando Savater sostiene que el fenómeno de la polarización sería de alguna forma connatural a la política; y que solo se ausentaría en periodos donde la alegría compartida parecería eclipsarla. Los años que siguen al término de una dictadura serían representativos de este fenómeno.

Si pensamos en el contexto chileno, la hipótesis parece comprobarse. Los tan denostados treinta años, tan excepcionales y marcados por grandes acuerdos, representarían ese periodo de alegría compartida al que el filósofo hace referencia. Acabado el hechizo, habría que aceptar que volvemos al ruedo.

La polarización chilena parece expresarse hoy en una dicotomía que enfrenta dos conceptos que en sí mismos no tendrían por qué serlo: orden y cambio. El primero, representado por José Antonio Kast, pone el énfasis en la recuperación de la autoridad, la consecuencia y el estado de derecho. El segundo, cuyo rostro visible es Gabriel Boric, promete una nueva era que alcanzará la paz y la justicia social a partir de reformas que, a pesar de su declarada intención de gradualidad, son bien cercanas a una refundación.

Esta tensión representa la dificultad que ambos extremos tienen para aceptar que la democracia se construye aunando orden y cambio; o lo que es igual, en una virtuosa mixtura de liberalismo y social democracia. La relación entre estos conceptos es susceptible de matices y por tanto, habrá períodos donde el énfasis se ponga en uno u otro, marcado por las particularidades de quien gobierna.

El problema se produce cuando la tensión social hace olvidar esta posibilidad y plantea que solo es posible optar por una de ellas. Cuando esto ocurre, nos enfrentamos al síntoma bastante claro de una grave enfermedad: la desvaloración o incluso la desaparición del centro político. Kant grafica esta relación en la maravillosa imagen del vuelo de la paloma. Cuando ésta siente la resistencia del aire puede tener la tentación de creer que volaría muchísimo mejor si éste no existiera. Lo que la paloma olvida es que aquello que se le aparece como resistencia y oposición, es precisamente su punto de apoyo para mantener el vuelo.

En política la resistencia que ejerce el liberalismo a la social democracia, o el orden al cambio y viceversa es lo que sostiene la posibilidad de seguir adelante.

¿Qué impide ser consciente de esta realidad? El fanatismo; que busca no la conversión racional del otro, sino aspira a terminar con las ideas del otro (e incluso con el otro en casos extremos).

Cuando el ser humano camina falto de razón y sin argumentos, el peligro para la democracia se vuelve exponencial. A lo largo de su obra, y principalmente en La condición humana, Hannah Arendt concibe el poder en abierta contraposición con la tradición del pensamiento político. En este sentido, donde no hay democracia puede existir el poder o el dominio pero no la política.

Visto así es razonable que las elecciones del domingo sean consideradas como radicales en nuestra historia. No olvidemos entonces cuando estemos frente a la urna que si suspendemos la resistencia del viento las posibilidades de desplomarse son enormes.

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