“Fue igual a Morrissey”: El sabor ingrato que dejó Maroon 5, que sabía que su show se emitía por TV
Los estadounidenses estaban enterados por contrato de la dinámica festivalera, aunque recién ayer les molestó el rito de las gaviotas y los animadores. Cobraron cerca de un millón de dólares y su show en un comienzo se había conversado para 75 minutos.
Con los artistas anglo que pasan por el Festival de Viña existe un asunto singular: a diferencia de las figuras latinoamericanas, y naturalmente chilenas, no tienen ninguna idea acerca de los rituales que han alimentado la leyenda del certamen. En su memoria, no hay conocimiento de gaviotas, antorchas, monstruos, ovaciones, animadores o programas satélites; un glosario que desconocen en su totalidad y que se contrapone al concepto de “festival” que hay en el mundo anglo, más vinculado a los grandes festines artísticos al aire libre y con múltiples escenarios, como Coachella y Lollapalooza.
Por eso, todo el guion habitual del espectáculo chileno siempre ha sido una piedra en el zapato cuando llega el minuto de explicárselos a los astros anglohablantes. “Hay algunos que muestran excelente disposición y que dicen: ‘si para ustedes hacer todo eso es importante, yo lo acepto’. Pasó con Sting y después con Lionel Richie o Elton John”, dice una fuente de la industria chilena de conciertos, varias veces involucrada en el paso de números internacionales por la Quinta Vergara.
Está claro que en el caso de Maroon 5 no fue así. No hubo agrado, no hubo aceptación del libreto más tradicional de la fiesta veraniega, tampoco hubo gaviotas ni interacción con Martín Cárcamo y María Luisa Godoy, según ellos mismos exigieron a los organizadores.
Y en lo que se vio en escena, ofrecieron un show breve –de apenas 15 canciones, mientras hace días en México tocaron 22 y en EE.UU., el año pasado, 19-, con piloto automático, de casi nula interacción con el público y donde, además, después del cierre, el cantante Adam Levine fue captado dejando el recinto de mal humor, arrojando palabrotas y una frase decidora: “¡Esto no era un festival, era un show de televisión!”.
Y bueno, Adam está en lo cierto. Pero, ¿qué pasó? ¿Por qué el desgano y el enojo?
Según pudo constatar La Tercera PM, el conjunto norteamericano supo desde que empezaron las negociaciones –a mediados del año pasado- que esto se trataba de una instancia con emisión internacional. “Sería imposible ocultarlo, los derechos de televisación es lo que hoy más cuidan los artistas”, dice una fuente conocedora de las negociaciones, en un ítem de relevancia: cuando los productores del festival a cargo de TVN y Canal 13 negocian los números de la parrilla, los derechos de la TV son el punto más complejo e importante. De hecho, es el que más tiene consideraciones cuando se despliegan las conversaciones.
Eso ha hecho que incluso muchos músicos prefieren restarse del Festival de Viña, ya que amplificar sus presentaciones por TV les “mata la sorpresa” de sus tours, en un contexto donde hoy los mayores ingresos son por las giras.
Frente a ese panorama, las gestiones, en el caso de Viña, tiene su eje en que esto se trata de un formato destinado a la pantalla chica. “Todos en su equipo sabían a lo que venían”, recalcan desde la plana mayor del evento.
Ahora, puede que saber que su espectáculo se transmitirá por televisión no signifique que entiendan de inmediato el rito de las gaviotas, los aplausos y las pifias. Ayer, en la prueba de sonido, y cuando el equipo de Maroon 5 entró a la Quinta para ensayar y preparar el show, se reforzaron esas conversaciones y fue cuando decidieron que definitivamente no deseaban participar de todo el entramado festivalero: no a los premios ni a la aparición de animadores. Ellos querían hacer un show íntegro y completo. Lo acordaron sobre las 17 horas.
Cerca de las 19 horas, el equipo de producción empezó a avisar a los medios de que hoy sería una jornada “distinta”, precisamente porque no existiría ese aspecto de la cita.
Fue el primer punto de fricción entre los hombres de This Love y la organización.
Breve y conciso
La banda hizo prueba de sonido en la tarde en la Quinta, pero sin la presencia de su líder, Adam Levine. El intérprete también se habría molestado cuando vio que por el backstage de la Quinta circulaban cámaras, técnicos locales y personas anexas a su show, por lo que habría pedido que se despejara todo el entorno que ocuparía el grupo.
Como extra, los estadounidenses y su gente salieron del hotel Sheraton Miramar pasada las 21 horas, por lo que arribaron en sus camionetas polarizadas a las 21.40 horas al recinto. Ello obligó a los productores de la cita a rellenar con lo que había a mano, desplegando móviles de backstage y entrevistas con invitados como Paul Vásquez. Salieron a escena a las 22.13 horas y su performance duró apenas 66 minutos.
Hay otro punto: un asunto de seguridad. Como el pasado domingo los vehículos que trasladan a Ricky Martin fueron apedreados, esta vez se determinó que la banda saliera hacia la Quinta en otro horario, quizás cuando las calles de la ciudad estuvieran más expeditas, menos saturadas de gente.
Tras el final de su presentación, se fueron de inmediato a Santiago, para tocar esta noche en el Estadio Bicentenario de La Florida.
La agrupación cobró alrededor de un millón de dólares por su escala en la Ciudad Jardín, uno de los números más caros de la actual edición de la fiesta estival.
En la producción del evento hay un sabor amargo con lo sucedido ayer. Se habla de “divismo” y de un artista que, pese a saber todas las coordenadas del evento, no se mostró respetuoso al menos con la audiencia, con los que pagan por verlo sobre el escenario.
“Fue igual a Morrissey”, recalcan, en un paralelo con el cantante británico que estuvo en Viña en 2012, cuando también exigió salir a una hora definida, no ser interrumpido ni tener premios, y no hablar con los conductores.
Finalmente, Maroon 5 había acordado en un principio una presentación de 75 minutos con los organizadores, lo que ya era breve en comparación con otros shows de obertura que ha tenido este Festival, como Mon Laferte (99 minutos) y Ana Gabriel (106).
Fue apenas poco más de una hora, en una de las experiencias más incómodas y desagradables que ha enfrentado la cita local en los últimos años.
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