Interpretar y sobreinterpretar
Ahora, si no es posible anticipar o predecir el resultado de una elección (o al menos, no tenemos claridad por qué una encuesta le acierta y otra no), ¿tiene sentido seguir haciéndolas? La respuesta es sí, sobre todo porque predecir elecciones no es su único propósito ni el más importante.
Ante la victoria de Yasna Provoste en la consulta ciudadana de la semana pasada, varios comentaristas plantearon que las encuestas habían acertado al resultado. Algunos, incluso, argumentaron que la consulta había sido innecesaria, ya que el resultado era previsible hace meses, precisamente por las encuestas.
Sin desmerecer los atributos de las empresas encuestadoras, creo que es aventurado plantear que le acertaron al resultado. Probablemente aquí hubo una combinación especial de coincidencia de opinión pública y suerte. Y, por lo mismo, al no saber bien por qué estuvieron cerca del resultado esta vez, tampoco podrán saber por qué no le aciertan en el futuro.
La primera razón de por qué no le acertaron es metodológica: es imposible que una encuesta de mil o dos mil personas que busca representar a toda la población del país, tenga la capacidad de predecir el comportamiento de 150 mil personas autoseleccionadas en una consulta ciudadana. Incluso, estadísticamente, es completamente posible que ninguna de esas 150 mil personas haya sido encuestada.
La segunda razón es que, incluso si es que las empresas pudiesen hacer una selección más acotada de sus muestras, en Chile no existen modelos de votante probable que estén validados con los datos del Servel. Esto es importante, ya que, al existir voto voluntario, las encuestas necesitan predecir dos cosas: quiénes van a ir a votar y por quién van a votar. Y a pesar de que ha aumentado la sofisticación para responder la segunda pregunta, aún estamos en deuda para responder la primera. El Servel publica, varias semanas después de cada elección, una versión anonimizada del padrón con algunas características demográficas de los y las votantes. Sin embargo, eso no es suficiente. En países donde existen modelos de votante probable exitosos, las encuestadoras (universidades y empresas) tienen maneras de contrastar sus datos con los registros electorales.
Ahora, si no es posible anticipar o predecir el resultado de una elección (o al menos, no tenemos claridad por qué una encuesta le acierta y otra no), ¿tiene sentido seguir haciéndolas? La respuesta es sí, sobre todo porque predecir elecciones no es su único propósito ni el más importante.
Las encuestas son instrumentos que nos permiten comprender la opinión pública en distintos temas. Fueron encuestas las que mostraron, consistentemente desde 2013, que más del 70% de las personas en Chile estaban de acuerdo con la necesidad de una nueva Constitución. Las encuestas nos muestran la posición mayoritaria a favor de permitir el aborto, el matrimonio igualitario o del sistema de pensiones que más genera apoyos. También nos permiten comprender las inconsistencias entre las preferencias y comprender sus causas. Como si esto fuera poco, han sido encuestas como la realizada por el COES las que nos han permitido comprender de mejor forma la brecha entre las élites y la ciudadanía.
La clave está en no utilizar las encuestas y sus resultados como munición política, sino que comprender su potencial y sus limitaciones. Dedicarse a interpretar y no a sobreinterpretar.
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